El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa, Alfaguara, 459 páginas

De la abundancia al exceso
Hugo Caligaris

Mario Vargas Llosa presenta en su última obra a un héroe histórico defraudado por la brutalidad del colonialismo

El irlandés Roger Casement (1864-1916) fue un personaje incómodo. Tal vez por eso lo eligió Mario Vargas Llosa como héroe de su última novela, El sueño del celta . Es probable también que, de alguna manera, se haya sentido identificado con él: lo mismo que el biógrafo, el biografiado creyó en el modelo de Occidente como remedio contra todos los males del universo y confió en la pureza de quienes decían llevar la democracia liberal a los pueblos más desventurados del mundo. Casement, rápidamente, se sintió defraudado. El flamante Premio Nobel peruano no siempre admite una decepción semejante, pero es probable que ciertos episodios recientes, como los abusos contra los derechos humanos durante la misión estadounidense en Irak, le hayan hecho perder parte de su lirismo.

En el joven Casement, el choque entre utopía y realidad se produjo muy pronto. Él creyó que las grandes potencias occidentales le estaban regalando el Congo al rey Leopoldo II, en 1885, para que Bélgica sembrara la cultura y la libertad entre los pobres africanos, y quiso estar en cuerpo y alma allí. Primero lo desengañó su ídolo, el célebre explorador Henry Morton Stanley. Después, el propio rey. Siendo cónsul británico, en 1904, publicó un estremecedor informe sobre las atrocidades cometidas por los europeos en el Congo belga.

La misma violencia y la misma voracidad inhumana en la explotación del caucho las encontró Casement en su segundo destino, la Amazonia peruana, con eje en la Iquitos que Vargas Llosa universalizó hace años en la extraordinaria La casa verde . Allí ya no eran belgas, sino inglesas, las compañías que hicieron la vista gorda ante las torturas, violaciones y estafas a las que eran sometidos los indígenas por los capataces peruanos.

Casement escribió otro informe fulminante, esta vez sobre América del Sur, y recibió de la Corona, como premio, el título de lord. Pero fue el tercer gran capítulo de su vida el que sumió su figura en sombras y polémicas, que, en cierta medida, aún continúan. Ganado por el nacionalismo irlandés, trabajó en una alianza con los alemanes contra Inglaterra en la Primera Guerra Mundial, seguro de que así favorecería la causa de la independencia. Detenido a su regreso de Berlín, en 1916, su prestigio y sus posibilidades de supervivencia disminuyeron aún más cuando hallaron en su diario íntimo claros indicios de su homosexualidad, incluso de posibles relaciones pedofílicas. Lo ahorcaron sin mucha demora, y aun muchos nacionalistas irlandeses, libertarios en lo político pero ultramontanos en materia de moral sexual, encontraron razonable que no fuera aceptado el pedido de clemencia.

Es sabido que el escritor peruano se tomó muy en serio la investigación histórica previa a la construcción de su nuevo libro. Viajó a los diversos escenarios donde se desarrolló la odisea de Casement, hizo mucha tarea de archivo y de biblioteca y reunió infinidad de datos históricos. Demasiados, tal vez. Un límite muy fino separa la abundancia del exceso, y es posible que Vargas Llosa, en su entusiasmo, haya cruzado el límite sin advertirlo.

Stefan Zweig, maestro de la narración histórica, autor de una biografía de Magallanes que se lee con la fluidez de un thriller , decía que la mayor dificultad que se le presentaba después de una investigación exhaustiva era eliminar la mayor parte de lo averiguado. Es decir: saber y escamotear lo que se sabe, para beneficio del libro y de sus lectores.

Respecto de Casement, al contrario, Vargas Llosa parece no haber ahorrado nada. Los párrafos, la sintaxis del escritor peruano son siempre magistrales, pero hay cierto exceso de retórica que hace sentir su efecto a lo largo de las 450 páginas de El sueño del celta . La narración está construida con flashbacks , y una y otra vez vuelve a la prisión en la que el protagonista espera la muerte. A favor de ese carácter cíclico, algunos párrafos se repiten casi textualmente en diversos pasajes de la obra, lo que condiciona, por momentos, el innegable interés de los hechos reseñados.

En declaraciones periodísticas, Vargas Llosa ha afirmado que, pese a haberse basado en elementos documentales, El sueño del celta era, principalmente, una obra de ficción. No lo parece, más allá de ciertos diálogos, del personaje del carcelero, con el que el condenado entabla una relación que va del odio a la compasión, y de la exposición de algunos pocos sentimientos y sensaciones de Casement. El resto permanece en el campo de la crónica histórica, y ni siquiera un cronista de lujo y un personaje de excepción alcanzaron, en este caso, para redondear un gran libro.

por Hugo Caligaris
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
26 de noviembre de 2010

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