De “El Túnel” hasta “Abbadón el exterminador”:

trayectoria de una trilogía

por Elisa Calabrese

Es Ernesto Sábato una de las figuras más importantes y también más controvertidas de la literatura argentina en las últimas tres décadas. Convergen en él ciertas constantes que son una implícita tradición de nuestras letras: ser, a la vez que escritor preocupado por su quehacer estético, un actor y no un mero espectador de la escena pública nacional.

Quedan en pie dos hechos incontrovertibles: la confluencia en su obra del ensayo y de la novela —en lo cual también coincide con los hombres más relevantes desde los comienzos de nuestra cultura— y su lugar privilegiado como creador de ficciones, entre nosotros así como en toda América hispana.

Arte serio y angustioso éste de novelar, según la concepción de Sábato; quizá por eso su producción es breve; sólo tres novelas. Pero por ellas fluye una densidad de sentido que las liga estrechamente, hasta el punto de que configuran una verdadera trilogía.

El Túnel

Esta primera novela de Sábato apareció en 1948, año también del nacimiento de otro clásico: Adán Buenosayres. Pero nada más opuesto que las dos obras, ya que El Túnel, al contrario de Adán..., es una obra breve cuya construcción obedece a un rigor de presentación imposible de soslayar, desde el momento en que está condicionado por el recurso básico que sustenta la anécdota y el discurso. Aludo al hecho de que el narrador en primera persona es el propio protagonista: Juan Pablo Castel. Claro es que este recurso reconoce una extrema tradición en la novela, pero se va ciñendo a un mayor grado de subjetivismo —como en general ocurre con todos los recursos literarios— al pasar de las técnicas propias de la novela decimonónica a las de la contemporánea.

En El Túnel aparece un modo de tratamiento de este recurso que ha sido denominado por Humphrey[1] soliloquio, para distinguirlo de otros tipos de monólogo. La atmósfera dostoievskiana —tan reiteradamente señalada por la crítica se debe a que tal técnica fue magistralmente utilizada por el escritor ruso en Memorias del subsuelo. Es notorio, asimismo, el parentesco de los títulos, pero el parecido se agota aquí; nada hay de servil imitación. Existe en El Túnel una tremenda coherencia a esa libertad de fundirse el narrador con la palabra hablada de su personaje, que es, al mismo tiempo, severa constricción: el movimiento de la obra nos parece ser, así, el mismo que el de su propio discurso.

El relato del pasado del personaje, nucleado en torno de las alternativas de su pasión por María Etchebarne, explora en la atormentada conciencia del protagonista, cuyos desdoblamientos y fantasías que finalmente lo conducen al crimen, ponen de manifiesto una personalidad marcadamente patológica. Pero esta obra es, sin duda, mucho más que la acertada descripción de un ser enfermo y angustiado, para inscribirse en toda una línea de la narrativa contemporánea, cuyo tema esencial consiste en ser un cuestionamiento o problematización de lo real. La auténtica novedad de esta obra se ubica en ese nivel que, sin menoscabo, podemos llamar filosófico.

No solamente asistimos a los laberintos y tortura interior de un enajenado; Castel es, ante todo, un artista y, en cuanto tal, pertenece a la estirpe de los visionarios: esa clase de personas que pueden contemplar, conocer o penetrar otros modos o categorías de lo que llamamos “realidad”. De la mano de este pintor extraviado nos introducimos en un tema que será central en la obra de Sábato, tanto en sus novelas cuanto en sus ensayos: el arte concebido como la facultad de captar otra realidad que no es ni la mera facticidad del mundo ni tampoco su conocimiento objetivo, (propio de la ciencia); sino una dimensión profunda, común al sueño y al mito, cuya posibilidad de conocimiento es intersubjetiva.

En este espacio no pretendo el análisis pormenorizado, pero sí es posible afirmar que la penetración en esa otra zona de lo real se produce en la obra mediante el leit-motiv de la escena de la ventana, presente desde la exposición de primavera donde se conocieron María y Castel. Esta ventana, sin conexión con la escena principal del cuadro, es la que María contemplaba fijamente, como fascinada. En ello estriba la importancia que Castel le adjudica desde un principio: ella ha entendido que esa escena aparentemente accesoria, es la fundamental del cuadro. Y así iremos develando un espectro de significaciones simbólicas que exceden la organización sintagmática de la historia; en esa escena, por algún raro poder, Juan Pablo no sólo ha prefigurado el acontecer posterior de su futura relación con María, sino que ha penetrado en la soledad constitutiva del ser humano, la de seres “como vos y yo”, según lo define María.

Ya en esta primera obra, entonces, la creación de Sábato apunta a un tema fundamental de la modernidad: las relaciones entre la realidad y la ficción; cuestión muy densa que se irá profundizando en sus obras posteriores.

Sobre Héroes y Tumbas

Años más tarde, en 1961, aparece este compendio, esta suerte de Summa de la argentinidad, aunque en el intervalo hay varios libros de ensayos, donde se intenta, desde el enfoque reflexivo, escudriñar el rostro del país. Pero si bien es evidente el denodado esfuerzo por caracterizar de modo totalizante no sólo un instante anecdótico o esencial del acontecer histórico argentino, sino las imponderables y secretas corrientes que fluyen desde el pasado fundante, encarnando personajes que representen nuestro espectro social; tampoco queda en ello el valor de esta novela. No se trata de la mirada presuntamente objetiva del observador imparcial, sino del interrogante angustioso de un “testigo de su tiempo” que busca el rostro inasible de la patria, remontándose a los héroes y las tumbas para encontrar su origen.

Resulta cuando menos extraño que algunos críticos reduzcan el sentido de esta novela a una dimensión testimonial, claramente realista y de técnicas tradicionales, que utiliza —al decir de Luis Gregorich— un “lenguaje referencial directo”[2]. Tal opinión ignora olímpicamente toda la oscuridad e irracionalidad simbólicas del Informe sobre Ciegos, para no entrar a juzgar los valores poéticos de la prosa sabatiana, que nada tiene que ver con lo “referencia! directo”.

Pero lo que quería ahora destacar es la continuidad respecto de la novela anterior, y la mayor densidad de tratamiento en la problematiza-ción de la realidad. El Informe... puede ser leído simplemente como el manuscrito de un paranoico, tal como lo indica —irónicamente— la Noticia preliminar que, a modo de apócrifa crónica policial, el narrador nos ofrece al comenzar la novela. Este recurso, lejos de solucionar o hacer transparente la oscuridad del manuscrito de Fernando Vidal Olmos, acentúa su opacidad. La multiplicidad de sentidos abarca, desde el epidérmico conocimiento de “los hechos”, (muerte de Fernando a manos de Alejandra, incendio del Mirador y autosacrificio de la joven), propio de una noticia periodística, hasta la dimensión demoníaca que conducirá, debido a la maldición del incesto, a la purificación por el fuego. Fernando Vidal Olmos, el perverso paranoico con delirio persecutorio, es también un visionario, un buscador del absoluto, un santo al revés. Así como en El Túnel, la locura del personaje es a la vez una vía para introducirse en el misterio.

Esta obra sin duda participa de la visión testimonial de lo histórico-social característica de la novela decimonónica, pero por la multiplicidad de planos de sentido, no se deja reducir a las convenciones del realismo, sino que se desarrolla en un amplio espectro de significaciones que incluyen lo lírico, lo simbólico y lo metafísico. Por otra parte —como sucede en la nueva narrativa hispanoamericana—, elabora una metalengua que indaga en el sentido de su propia escritura, así como en la función del creador de ficciones. Preocupación, esta última, que se intensifica hasta el vértigo en la última novela de Sábato.

Abaddón, el exterminador

Aquí se acentúan los rasgos que distancian a la narrativa sabatiana de la tradicional. Ya dijimos que en El Túnel, podríamos profundizar la lectura mediante el leit-motiv de la ventanita; en Sobre Héroes..., además de lo ya expresado más arriba, la técnica se ha complicado mediante la inclusión de un “alter ego” del narrador, Bruno Bassán. Y en este tercer constituyente de la trilogía, la anécdota misma se fragmenta. Nos encontramos con gérmenes de relatos sin desarrollar, cuyo hilo narrativo no se manifiesta a nivel de historia; por otra parte, todo el discurso gira en torno del intento del narrador-personaje. Sábato, de escribir una novela: la misma que estamos leyendo.

La coherencia narrativa se ha desintegrado y sólo se captará su íntima trabazón desde una lectura enfocada a partir del nivel del narrador, quien no sólo se ha desdoblado, sino que convive en calidad de personaje con quienes él mismo ha creado, compartiendo su estatuto ontológico. La obra exige una participación ineludible del lector, quien debe realizar un esfuerzo muy comprometido ante el doble desenlace de la novela, de connotaciones obviamente no-realistas: transformación del narrador-personaje en rata alada y muerte del mismo, contemplada por Bruno, quien lo ve enterrado en el cementerio de Capitán Olmos, el pueblo que ha sido escenario de sus ficciones.

La trilogía de Sábato desenvuelve un proceso de progresivo alejamiento respecto de las pautas creativas de la novela realista para ir ingresando en una problemática cada vez más intensa, proceso que culmina en su última obra. Además de los personajes que reaparecen en Abaddón..., —desde Castel a María, pasando por Alejandra— aún los que son exclusivos de esta novela, constituyen verdaderos “dobles” de los anteriores, en un juego de espejos que pone en tela de juicio su propia existencia ficcional, hasta radicalizar el cuestionamiento al incluir la identidad real del propio narrador.

Aunque perdure la muestra de episodios representativos del mundo histórico y social de nuestro país y la visión apocalíptica de una civilización “hecha de plástico y computadoras”, ello, más que un valor testimonial, posee uno más profundo, que involucra la indagación metafísica acerca del sentido de la existencia, especialmente en un mundo que ha llegado al vértice de lo incomprensible. Por sobre esto, sobrevuela la central preocupación referida al hecho estético; el escritores un mártir en el sentido etimológico del término: un testigo de su tiempo. Este testimonio no se detiene en el intento de reproducir lo real; por el contrario, todo acto estético, toda creación, es una interpretación simbólica de lo real; todo artista es un buscador del absoluto y la forma de esta búsqueda no es otra que la de un sueño colectivo: tal vez atisbar una verdad envuelta en los oscuros ropajes del enigma.

Notas:

[1] HUMPHREY, Robert: La corriente de conciencia en la novela moderna. Chile. Edit Universitaria. 1969.

[2] GREGORICH, Luis: “Desarrollo de la narrativa: la generación intermedia”. En Capítulo: (La historia de la la literatura argentina). Bs. As.. Centro Editor de América Latina 1967 nº 51

 

por Elisa Calabrese

 

Publicado, originalmente, en: Revista "Sur" Nº 348 Enero -Junio 1981 Buenos Aires, República Argentina

Gentileza de Biblioteca Nacional Mariano Moreno - Buenos Aires, República Argentina

Link del texto: https://catalogo.bn.gov.ar/F/?func=direct&doc_number=001218322#

 

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