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Libertad, de Jonathan Franzen (Salamandra, Barcelona, 2011,672 páginas)
por Germán Cáceres

En los Estados Unidos fue considerada por un importante sector de la crítica como la primera Gran Novela Norteamericana del siglo XXI. Su autor, Jonathan Franzen (Westerns Springs, Illinois, 1959), ya había recibido en la Argentina encendidos elogios por Las correcciones (2002).

Libertad retoma, desde un punto de vista absolutamente omnisciente, el gran realismo del siglo XIX, para registrar varias décadas de la vida de la familia compuesta por Walter Berglund, su esposa Patty, y sus hijos Joey y Jessica. A la vez, expone con evidente conocimiento las cuestiones ambientales, el tema de las especies en vías de extinción y los problemas de la superpoblación y el desarrollo económico incontrolado. (Es oportuno aclarar que Franzen posee en Colombia una organización conservacionista.) Walter afirma que: “Te enamoras, te reproduces, y luego tus hijos se enamoran, crecen y se reproducen (...) pero para el mundo en su totalidad sólo significa más muerte (...) Primero conseguiremos la total eliminación de los ecosistemas del mundo, luego la muerte por inanición y/o enfermedad y/o matanzas en masa”. También la novela expone una trampa urdida por las corporaciones: con el pretexto de proteger a la reinita cerúlea –pequeño pájaro que es tapa del libro- se desarrolla una devastadora y contaminante minería a cielo abierto con la promesa de destinar luego esa zona a reserva natural para dicha ave. La novela no pierde oportunidad de condenar a la ultraderecha cavernícola de los Estados Unidos, a las políticas de Bush después del 11-S, y los ataques a Irak y a Afganistán. Respecto a Joey se aclara que “su cometido, aunque en apariencia era asesorar a entidades gubernamentales, consistió en realidad en investigar qué posibilidad tenía LBI de explotar comercialmente una invasión”.

Los diálogos reflejan con fidelidad el habla cotidiana sin perder calidad literaria. Los personajes poseen carnadura humana y Franzen realiza brillantes introspecciones que refieren los repliegues que presentan los sentimientos y el tremendo infierno en que se convierte la familia Berglund. En cierta forma, sus cuatro miembros eligen mal y están sumamente confundidos.

Un personaje singular es Richard Katz, el amigo de Walter que triunfa como músico de rock, pero no puede disfrutar ese logro y se vincula patológicamente con las personas (“había llegado a la conclusión de que la depresión constituía una adaptación exitosa al dolor y las penalidades incesantes”).

Con suma soltura narrativa, el autor avanza y retrocede en el tiempo e introduce episodios paralelos al núcleo central de la historia.

Es de destacar que pese a los sufrimientos, a los terribles fracasos y al desaliento (“Yo no hago nada por  mí. No creo en nada. No tengo fe en nada”), los protagonistas terminan por valorar sus difíciles y torturadas existencias, a las que encuentran sentido.

Respecto al título Libertad, el texto comenta acerca de Patty: “Todos los días disponía de la jornada entera para concebir una manera satisfactoria de vivir,  y sin embargo lo único que parecía sacar de todas sus opciones y toda su libertad es más desdicha”. Puede entenderse que, como ciudadanos norteamericano, los protagonistas de esta novela interpretan esa palabra desde un individualismo extremo y sin reparar en los demás. Asimismo fue usada como justificativo para invadir países, y en un reportaje que le realizó el escritor Juan Gabriel Vásquez, el autor sostuvo: “Una de las razones del título es mi intento por recuperar una bella palabra en manos de los estúpidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y su belleza”.

El libro está editado en Barcelona, de manera que la traducción de Isabel Ferrer está dirigida al lector español.

Jonathan Franzen

 

Germán Cáceres
germanc4@yahoo.com.ar

 

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