La reina Ginga, de José Eduardo Agualusa (Edhasa, Buenos Aires, 2018, 304 páginas) - reseña de Germán Cáceres germanc4@yahoo.com.ar

 

José Eduardo Agualusa nació en Angola en 1960, actualmente reside en Lisboa y es candidato permanente al Premio Nobel de Literatura. Esta magnífica novela (a la que subtituló «Y de cómo los africanos inventaron el mundo») es una prueba evidente de su talento. Aunque describe a África como un mundo cruel e injusto, su maravillosa prosa da cuenta de las bellezas naturales y las describe como pertenecientes a un mundo que parece encantado al estar poblado de fantasías y leyendas. De este modo, a la vez que afirma que su personaje se “encontraba allí, en aquella África remota, rodeado por la codicia y la infinita crueldad de los hombres”, en otra parte describe “un mar liso y leve y tan lleno de luz que parecía que dentro de él otro sol se levantaba”.

 

Su estilo es elegante, colmado de primorosas imágenes (“…y aquella capa parecía hacer refulgir su rostro como si un incendio la consumiese…”), pero no tiene la dinámica de la escritura contemporánea, sino que propone el ritmo y la cadencia musical de la época en que ocurre la historia (Angola, siglo XVII), trazando párrafos extensos con suma perfección.

 

Doña Ana de Sousa, la reina Ginga (1583-1663),  nació y falleció en Angola (como señala Agualusa: “…en paz con los portugueses y con la Iglesia católica romana.”). Fue una guerrera aguerrida y valiente. Tuvo un gran poder y lo utilizó con implacable autoritarismo. Vivió gozando de los lujos exquisitos propios de las cortes europeas. En ese entonces el principal negocio era comerciar esclavos, y la maldad, la crueldad y el horror eran las características de los habitantes de esas tierras (portugueses, brasileños, flamencos y africanos). Entre estos últimos pululaban creencias panteístas (“…todo lo que existe es Dios, incluyendo cada hombre y cada piedra, y que ese Dios que somos todos no es ni bueno ni malo, o es todo eso sin distinción e indiferentemente.”) y fabulaciones de toda índole (“para dormir se enrollaba con víboras, y con ese proceder era capaz de introducirse en los sueños de los desavenidos, adivinando las trampas que le preparaban y anticipándose a ellas.”)

Antes de cada capítulo el autor resume brevemente su contenido. La novela se centra en las vivencias del protagonista, el sacerdote pernambucano Francisco José de la Santa Cruz. Son tan originales los acontecimientos en que interviene,  que Agualusa parece estar describiendo un sueño. Por momentos La reina Ginga se introduce en el realismo mágico y hasta recurre a cierto espíritu folletinesco propio de las novelas por entregas, a la manera del estupendo filme Misterios de Lisboa (2010), de Raoul Ruiz.

 

El autor demuestra poseer una inmensa versación sobre la historia y la cultura de la época. Y también una gran sabiduría de la vida: “Amamos no a quien nuestros ojos miran, sino a quien nuestro corazón demanda. El ser amado es, casi siempre, una invención indulgente de quien ama.”/”Esperar demasiado es la raíz de toda desilusión. Aquellos que esperan poco son los más felices.”/”La maldad es más natural en los hombres que la bondad.”

Todo un hallazgo la traducción de Claudia Solans.

 

Agualusa ha obtenido numerosos premios: el Revelación Sonangol por A conjura (1988), el Gran Premio de Literatura RTP por Nación criolla (1997), el Dublin International Literary Award por Teoría general del olvido (2016) y el Independent Foreign Fiction por El vendedor de pasados (2017). Ha sido traducido a 25 idiomas.

 

Germán Cáceres
germanc4@yahoo.com.ar

 

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