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La plaza de los chicos rubios, de Osvaldo Aguirre y Eduardo González (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2015, 208 páginas) - por Germán Cáceres

 

Es una novela policial dirigida a los adolescentes, que aborda tanto el subgénero enigma -el joven periodista Luis no hace otra cosa que razonar y atar cabos- como el noir, pues registra la violencia urbana. Su escritura y su ritmo narrativo son excelentes, dado que acapara la atención del lector, y los diálogos que mantienen los personajes resultan naturales y convincentes.

Es creíble la pesquisa que realiza Luis sobre el asesinato de un muchacho peruano, guiado por Operación masacre, de Rodolfo Walsh, su libro de cabecera, al que consulta permanentemente y del que cita varios párrafos a medida que avanza en la búsqueda del culpable. En cierto sentido, La plaza de los chicos rubios se asume como un homenaje a la calidad literaria y a los principios humanísticos del desaparecido escritor y periodista.

La obra está muy documentada, como se verifica en las descripciones del Abasto, en los datos que aporta sobre la comunidad peruana, en la enunciación de los reclamos de los pueblos originarios andinos y en las referencias a los hábitos y procedimientos brutales de los narcos (“Y entonces descubrís que lo importante no es el cadáver, ni el crimen. La estrella es el asesino”).

Hay constantes referencias literarias (Borges, Poe, Mariátegui, Cortázar, Chandler) y los títulos de los capítulos aluden a películas, libros y canciones (p.e.: “Siempre nos quedará París; “Garganta profunda”; “Senderos que se bifurcan”; “Mar afuera; “Alma de diamante”). Abundan las buenas imágenes, algunas de entonación poética: “Mi cabeza era un lavarropas centrífugo”/ “Olía a jazmín, a noche de verano después de la lluvia”/ “El perfume oscuro de su pelo, su piel de arcilla, su saliva espesa, todo era estimulante”.

Tal vez el mayor mérito de La plaza de los chicos rubios lo constituya el placer de leerla, ese goce que se siente ante una buena historia con personajes verosímiles. Además, en una vuelta de tuerca, al final se revela que la ha escrito Luis mientras investigaba. Es como si fuera una novela de non-fiction.

Osvaldo Aguirre (Colón, Provincia de Buenos Aires, 1964), estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario y fue cronista policial. Entre sus libros figuran Historias de la mafia en la Argentina y la novela Escuela de detectives. Eduardo González (Buenos Aires, 1957) creó “El Taller del Discutidor” y la revista digital A Hierro Muere. Es responsable, entre otras, de las novelas El fantasma de Gardel ataca el Abasto, La maldición de Moctezuma, la trilogía del pirata Abascal, Origami y Barrio de tango. En 2014 recibió el premio Konex de Literatura Juvenil. Ambos autores escribieron a dúo Graffiti ninja (2007), también protagonizada por Luis.

 

Germán Cáceres
germanc4@yahoo.com.ar

 

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