La novela negra española
Germán Cáceres

Definición del género policial

Ni bien se ensayan algunas definiciones muy generales, que enuncian mínimas pautas que no podrían estar ausentes de cualquier texto que se precie de corresponder al género, nos encontramos con infinidad de narraciones policiales que no encajan en ellas.

Así, se dice que el crimen (en sus múltiples formas) y el culpable no pueden faltar. Pero en 1932 Anthony Bekerley publicó con el seudónimo de Francis Iles, Sospecha (llevada al cine por Alfred Hitchcock e interpretada por Joan Fontaine y Gary Grant), una novela donde no se produce ningún asesinato: sólo existe una presunción por parte de la supuesta víctima.

Se postula que la narrativa policial es un típico producto burgués, encarnación del individualismo competitivo del sistema capitalista. Esta afirmación dejaría afuera obras valiosas de la ex URSS como las de los famosos escritores Julian Semionov y los hermanos A. y G. Vainer, así como toda la espectacular producción de la Cuba socialista.

Por eso nada mejor que realizar una breve síntesis de su historia.

Aunque hay antecedentes enjundiosos como Un asunto tenebroso (1841), de Balzac, o la novela gótica y la literatura de folletín, el género como tal nace en 1841 con Los asesinatos de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe. Es decir, en plena era industrial, en la que surgen los grandes núcleos urbanos con el consiguiente aumento de la criminalidad, y cuando la formación del proletariado amenaza a los poseedores del capital. Es asimismo la época de la organización de los cuerpos policiales y del auge de la prensa sensacionalista que luego se llamará amarilla.

El detective privado se encarga de velar por los bienes de los poderosos, y de allí que se lo haya llegado a tildar de reaccionario. Pero Román Gubern en La novela criminal recomienda “ver en su realismo social una involuntaria crónica de la jungla capitalista, en donde la delincuencia a la caza de fortunas es una desviación patológica de la ortodoxa lucha de clases”.

Junto a Poe y a Emile Gaboriau (responsable de los detectives Tabaret y Lecoq), Conan Doyle, el creador del mítico Sherlock Holmes, integra esta etapa fundacional que asume las particularidades de la novela-problema: la trama y demás engranajes literarios se subordinan a la resolución de un enigma por parte de un detective superdotado (modelos posteriores fueron Chesterton, Agatha Christie, S. S. Van Dine, Ellery Queen y otros).

La novela negra

A partir de los años veinte, los EE. UU. se vieron sacudidos por una impresionante ola de violencia. Entre sus causas figuran la depresión económica y la ley seca. Ello derivó en el crimen organizado con asesinos profesionales a sueldo y fuertes concentraciones de capital que se orientaron hacia el juego ilegal, el contrabando de bebidas y la prostitución. Ya no tenía lugar el crimen de salón, en un espacio cerrado y con una galería de sospechosos. La revista sensacionalista “Black Mask”, en 1922, empezó a dar cabida a un nuevo tipo de relato policial con un detective no del todo íntegro, que se movía en una sociedad donde la corrupción y la violencia habían penetrado en sus más íntimos recovecos. Raymond Chandler, uno de los más conspicuos miembros de esta escuela llamada hard-boiled, en El simple arte de matar cita a Dashiell Hammett, otro grande de esta corriente, como el escritor que “extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón”. Esta vertiente desembocó en la legendaria “serie negra”, término utilizado por el francés Marcel Duhamel en 1945, en cuya más pura acepción el detective carece de importancia y la acción se focaliza en el delincuente, que es empujado al delito por su entorno social. (Otros notables exponentes del género son: James Cain, Ross Macdonald, Hadley Chase, David Goodis, Horace McCoy y Donald Westlake).

El género en España

Como dato anotemos que en 1965, Francisco García Pavón creó un personaje de gran resonancia popular en España: Plinio, el jefe la Guardia Municipal de Tomelloso. Las novelas de este singular investigador testimonian el curso histórico y las costumbres de su país en los años sesenta y setenta.

Otros grandes valores del género en España son Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Jorge Martínez Reverte, Eduardo Mendoza y Juan Madrid. Este último ha sido profesor de Historia y periodista en “Cambio 16” y “El País”. Entre 1980 y 2003 ha publicado treinta y nueve libros. Su colección de cuentos breves Jungla, que fueron inspirados por su trabajo como reportero de noticias policiales en la citada “Cambio 16”, a decir de Andreu Martín es “la pincelada de poesía sobre el estiércol” (...) “Es (...)un vistazo indiscreto, imprudente, a ese rincón negro y apestoso que normalmente preferimos ignorar”. Tres de sus textos fueron llevadas al cine, y acaba de debutar como director con la película Tánger, basada en una novela homónima. Como guionista de la serie televisiva Brigada Central aborda el subgénero “procedural”, en el cual la investigación parte de una comisaría.

El neopolicial hispanoamericano

Se podría decir que el neopolicial hispanoamericano –continuador indiscutible de la novela negra– alude a las narraciones del género donde el crimen o el delito constituyen una excusa para que la narración se dispare en múltiples direcciones, entre ellas la aventura, la historia, la política, el humor, la crítica social y la infaltable parábola de amor. El cubano Justo Vasco, cuya novela Mirando espero fue publicada por la Editorial Gallimard en su colección Serie Noire, opina que “goza de buena salud, mientras nuestros países empeoran, la deuda nos come, los viejos saqueadores regresan a comprar empresas privatizadas por dos céntimos y nuestros propios ladrones y corruptos siguen mangoneando los partidos políticos”. Vasco realizó tres novelas a dúo con otro grande, el uruguayo Daniel Chavarría.

El escritor argentino Rolo Diez, que reside en México, opina que esa vertiente aglutina a “escritores latinoamericanos y españoles, tozudamente empeñados en mostrar el rostro oculto de las ´democracias´ reales que habitamos”

Entre los iniciadores de esta corriente está Paco Ignacio Taibo II, escritor nacido en Gijón, que vive en México y cuya nacionalidad posee. Una de sus principales novelas es Sombra de la sombra, de 1986, cuya continuación, Retornamos como sombras, apareció en 2003. El autor opina que la idea de la novela negra es representar “la sociedad del espectáculo subvertida, la gran novela de aventuras con toda la tradición decimonónica que viene de Víctor Hugo y compañía”.

El argentino Osvaldo Soriano fue uno de los iniciadores de esta vertiente con su novela Triste, solitario y final, de 1973. También pueden citarse las pioneras obras de no ficción de Rodolfo Walsh, como Operación Masacre(1957), ¿Quién mató a Rosendo?(1969) y El caso Satanowsky (1973)..

Sabemos que en la Argentina hay una importante tradición en el género policial, empezando por Borges, Bioy Casares y Manuel Peyrou, que está vinculada a la novela de misterio. Escritores contemporáneos como Juan Sasturain, Sergio Sinay, José Pablo Feinmann y Miguel Bonasso abordan una escritura y una temática muy cercanas al neopolicial hispanoamericano.

El cubano Leonardo Padura, que publica su obra en España, es uno de los más altos exponentes del neopolicial, y su tetralogía “Las cuatro estaciones” registra a través de un reflexivo y crítico prisma la vida cotidiana de su país, sin ahorrar comentarios acervos y lapidarios sobre la corrupción vigente en esa sociedad. Su antihéroe, el policía Mario Conde, un personaje humano y tierno, es también un solitario y un perdedor incorregible, perfil habitual en los investigadores de la novela negra.

La información sobre el neopolicial hispanoamericano está a cargo de las revistas virtuales  “La gangsterera” (española) y “A hierro muere” (argentina, que dirige  Eduardo González). En España se publican, además, dos revistas en papel: “Brigada 21” y “Prótesis”. Además, hay dos agencias de noticias: “Telaraña negra” y “La balacera”.  

Es de destacar un trabajo experimental que ha publicado la editorial Zoela, de Granada, en su colección “Negrura”. Los escritores españoles José Luis Muñoz, Andreu Martín y Mercedes Abad, junto con el norteamericano David Hall y el argentino Raúl Argemí, estaban reunidos en la librería “Negra y Criminal”, de Barcelona, para asistir a la presentación de un libro de Paco González Ledesma, que terminó, como es habitual en estos casos, con mucho vino y una picada. Y charlando sobre el género policial surgió la idea de gestar una novela negra por intermedio de un “cadáver exquisito”, esa manera que tenían los surrealistas de permitir que la imaginación viajara a través de la asociación libre realizada por un grupo de creadores. En este caso se llegó a doce, porque a los ya nombrados escritores se agregaron Mariano Sánchez Soler, Miguel Agustí, Alicia Jiménez-Bartlett, Manuel Quinto, Jaume Ribera y Enrique Sánchez Abuli. Y, en homenaje a la librería, la novela se denominó Negra y criminal. La narración carece de la unidad y del soporte estructural que le hubiera proporcionado un único autor, pero posee, en cambio, una gracia y una frescura encantadoras. El espíritu lúdico y el desparpajo campean por sus páginas.

La semana negra de Gijón

Este acontecimiento multitudinario ya tuvo su XVII edición: “un festival multicultural que reúne unos cuatrocientos invitados y un millón de personas de público”, según manifestó su organizador, el nombrado Paco Ignacio Taibo II.

Se prepararon las siguientes actividades:

Tertulias: “La ciencia ficción y la fantasía como subversión”, “Las entrañas de la creación en el cómic”, “Versión Latinoamericana” y “La novela negra en España”

Visitantes: estuvieron varios argentinos (Guillermo Orsi, Carlos Balmaceda, Raúl Argemí y Horacio Vázquez Rial) y figuró como estrella el escritor norteamericano Alan Furst, al que muchos consideran el nuevo Graham Greene de la novela negra.

Música: hubo orquesta de cámara, rock, folk rock y un gaitero.

Mesas redondas: “La novela criminal en los Estados Unidos”, “El fantástico europeo”, “¿Qué fue de los zapatistas?” y “Argentina, el sur más cruel”.

Premios: se otorgaron el Premio Umbriel de novela negra, el Premio Internacional de Literatura de No Ficción Rodolfo Walsh y el Premio Internacional de novela Hammett.

Por si esto fuera poco, para completar esta fiesta plena de ruidosa algarabía, el escritor Enrique Sánchez Abuli hizo treinta simultáneas de ajedrez, se realizaron veladas de poesía y se presentó una muestra de fotoperiodismo que tuvo como tema la revista de historietas “Nosotros somos los Muertos”.

Se concluye la enunciación sobre la Semana Negra de Gijón, con el resumen brindado por su organizador, Paco Ignacio Taibo II: “Comidas recias, fabadas, una cultura alcohólica generosa y poco agresiva, más salsa y rock and roll en abundancia, mezclado con teatros, conciertos y el debate literario a mitad de la calle”.

Final

Ese gallego genial que fue Don Ramón de Valle-Inclán, en las obras de teatro que denominó esperpentos, deformaba la realidad para brindar un reflejo fiel de la España herida y sufriente. Hoy, creemos que este pensamiento ha sido tomado por el neopolicial hispanoamericano, que al testimoniar la crisis de valores de España y de Latinoamérica, no hace más que dar cuenta de un lamentable y crudo escenario mundial. Por eso, nada mejor que la síntesis que del género policial hace el teórico francés Ernst Mandel: “Ahí está uno, metiéndole esfuerzo a su pequeño negocio y, de pronto, todo se viene abajo por razones misteriosas (... las tasas de interés aumentan, los mercados se reducen), y no porque uno tenga la culpa (...) Peor aún, uno se ve inesperadamente afectado por una recesión, por una larga depresión, hasta por una guerra. ¿Quién es responsable de todo esto? Uno ciertamente no. Tampoco lo son los vecinos o los conocidos. Ciertos misteriosos conspiradores, tras bambalinas seguro tendrán algo que ver con el asunto”.

Germán Cáceres
Ensayo presentado en el Centro Betanzos (Bs.As.), año 2005.

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