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Episodios patagónicos, de Alejandro Aguado (La Duendes, Comodoro Rivadavia, 2011, 84 páginas)
por Germán Cáceres

En el prólogo que el dibujante y guionista Alejandro Aguado denomina “Introhistorieta” se aclara que “Patagonia cuenta con un corpus propio  de (...) una bibliografía de narrativa, poesía e investigaciones académicas. La historieta, de a poco, comienza a aportar a ese corpus”. Más adelante se añade que “Van a encontrar, todo en historieta, crónicas, ficciones basadas en hechos reales, historietas de género humorístico o ficciones específicamente de aventuras”. El artista más adelante ensaya una suerte de definición de la región: “abundan los fantasmas del pasado, ruinas de boliches, pueblos extintos, cementerios con ocupantes anónimos”.

Se observa en el grafismo una concepción autónoma de la historieta, completamente independiente de la ilustración y de las artes plásticas. La frecuentación de los grandes maestros le permite al dibujante aplicar con creatividad los blancos y negros plenos, encontrar la forma de globo de diálogo más expresiva y, además, contribuir a  la agilidad y el dinamismo de la narración con numerosos cuadritos mudos. También realiza un inteligente empleo de la onomatopeya de modo que sea a la vez un valioso recurso y una suerte de registro de las fuerzas telúricas. Hay una búsqueda constante del enfoque original, tanto en los planos generales como en los planos detalle: las viñetas y la composición de las páginas están estudiadas con sumo cuidado. Es evidente un manejo superior de la figura humana en ciertas angulaciones audaces de los personajes. La gráfica no se repite y se adapta, para potenciarlos, a los distintos guiones. El resultado es un libro de bellas imágenes que transmiten el aura de misterio y de aventura de la Patagonia.

No se desaprovecha la oportunidad para denunciar el saqueo y la expoliación que sufrieron los indígenas por parte de los conquistadores españoles primero, y por los terratenientes argentinos apoyados por el ejército después.

Se homenajea a historietistas que visitaron la Patagonia, como H. G. Oesterheld y Guillermo Saccomanno,  y el caso especial de Dante Quinterno, que se inspiró allí para la creación de su genial Patoruzú.

El libro incluye una sección con guionistas invitados de la talla de Jorge Morhain, que aportó un sugestivo y poético trabajo, “Piedra que habla”, sobre Somuncurá, una inmensa meseta volcánica cuyos enigmas el dibujante subraya acudiendo al gris. Carlos Casalla –“prócer vivo de la historieta nacional” y creador del célebre El Cabo Savino-, en esta oportunidad en calidad de guionista compone “El tirador”, de un desarrollo circular expuesto con una gráfica vigorosa: la contrapicada de la última viñeta es un hallazgo. El texto de Oenlao (Carlos Scherpa), en “Thalcave y Julio Verne”, bromea  sobre Los hijos del capitán Grant porque el protagonista considera improbables a varios de los sucesos relatados en la novela. “Un amor austral” (el guión es de mi autoría),  está basado en una leyenda narrada por el Perito Moreno, captada en su espíritu por el arte de Aguado.

Como epílogo, el historietista presenta bocetos y fotografías de paisajes de la zona.

Estamos ante un libro imprescindible para quien desee adentrarse en las maravillas de la Patagonia; asimismo representa un emotivo tributo a los pueblos originarios.

Germán Cáceres

germanc4@yahoo.com.ar 

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