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Horacio Quiroga, selva, ficción y tragedia
Idea, texto e interpretación: Ana Padovani

 

Vidas que tejen historias

por Hilda Cabrera

 

La pasión y la actitud detectivesca de la narradora oral Ana Padovani, actriz, psicóloga, música y autora de textos sobre el saber narrativo,  convergen en  Horacio Quiroga, selva, ficción y tragedia,  biorrelato de su creación que se ofrece en el Teatro  Celcit,  Moreno 431, el sábado  6 de mayo.    

¿Cómo llevar a escena la vida y obra de un autor inasible? Un sendero es el trazado por la narradora oral Ana Padovani  al recuperar cartas e incorporar relatos significativos del escritor y poeta uruguayo Horacio Quiroga (Horacio Silvestre Quiroga Forteza), quien mantuvo esclarecedora correspondencia con destacados intelectuales y artistas de su época. Materiales que conforman - como dice la narradora en esta entrevista- “un rompecabezas complicadísimo, porque, por un lado está la información y por otro, la intención de no perder de vista las motivaciones, las circunstancias de la vida personal  y los hechos sociales del país y del mundo”.   

Este autor de relatos con desenlace imprevisible nació en Salto (Uruguay), en 1878; peregrinó entre su país natal y la Argentina a partir de 1902 y falleció en Buenos Aires, en el Hospital de Clínicas, donde, enfermo de cáncer, se suicida con cianuro en 1937. La historia cuenta que tomó esa decisión en presencia  de Vicente Batistessa, enfermo con deformidades, que había sido trasladado a la habitación de Quiroga a pedido el escritor, al enterarse que el hombre permanecía aislado en el subsuelo del edificio.  

Sus cuentos despiertan sensación de agonía cuando plantean situaciones inmersas en un entorno caótico. Sucede en Cuentos de amor de locura y de muerte (sic), de 1917; Anaconda y otros cuentos; y la colección Los desterrados. Ha escrito una pieza teatral, Las sacrificadas, de 1920; y relatos “novelados”, Los perseguidos, de 1905. También para niños, como los incluidos en Cuentos de la selva, de 1918, ideados para sus hijos. Fue  crítico de cine y colaborador en medios gráficos, entre otros, las revistas Atlántida y El Hogar; y el diario La Nación.

Fundador de la Agrupación Anaconda, que convocaba a intelectuales de Uruguay y Argentina, desarrolló intensa actividad en los dos países e intentó dar curso a nuevas formas de expresión.  Lo atrajo el modernismo del poeta nicaragüense Rubén Darío;  fraternizó y polemizó con intelectuales, entre éstos el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig, modernista de opiniones punzantes, no reconocido entonces en todo su valor artístico.  

Padovani  destaca en esta nota la amistad de Quiroga con el escritor e historiador Ezequiel Martínez Estrada y el poeta Leopoldo Lugones, a quien Quiroga dedica su libro de poemas Los arrecifes de coral, de 1901: “Lugones era una especie de padre para él –subraya-. Lo impresiona el escritor y poeta Edgar Allan Poe (su influencia es evidente en los relatos de El crimen del otro, de 1904), y figuras de la época, como la poeta Alfonsina Storni, el pintor  Benito Quinquela Martín y otros artistas e intelectuales que vivían plenamente ese tiempo y compartían sus aspiraciones”.  

--¿Aun con sus diferencias?

--Era otra época. En la Buenos Aires de las décadas de 1920 y 1930, los escritores, poetas y pintores acostumbraban reunirse en cafés que hoy son historia. Había líderes entre ellos, como Lugones  y el narrador y poeta Manuel  Gálvez que tenía una postura más tradicionalista y católica. Es importante que se tenga memoria de estos personajes para entender por dónde iban las aspiraciones culturales.  Soy de las que buscan rescatar. Mi padre era restaurador, y tal vez mi interés viene de ahí.  Mi propósito es “restaurar  presencias”, tanto en este biorrelato sobre Quiroga como en los otros biorrelatos del Ciclo que presenté en el Celcit (los dedicados a Roberto Arlt, Alfonsina Storni, Niní Marshall y Silvina y Victoria Ocampo. Impedir que estas presencias no se pierdan es un poco el  trabajo del narrador.  Tarea que enriquece, porque permite descubrir cruzamientos entre distintas vidas. Una anécdota que se cuenta es la relación de amistad entre Quiroga y Alfonsina Storni y la propuesta de Quiroga de irse con él a la selva. Alfonsina consulta entonces a Quinquela  Martín, también amigo de Quiroga. La respuesta del pintor fue tajante:  “Con ese loco, no”.      

--¿La psicología incide en su narración?

--En toda historia hay motivaciones. Influye en la búsqueda de causalidades e influencias. Una búsqueda donde una no puede hacer una lectura rápida ni psicoanalítica, pero sí conocer y entender cómo se imbrican hechos y circunstancias. Esto despierta mi interés sobre los líderes de las reuniones en espacios comunes o en los cafés, como el poeta (y médico rural) Baldomero Fernández Moreno y el escritor y periodista Alberto Gerchunoff que definían sus posturas ideológicas y culturales.  

--¿Mantuvo su profesión como psicóloga?

--Trabajé en lo que se llamaría prevención primaria en los bebés institucionalizados. Los bebés que están en una institución porque la mamá trabaja. Investigué sobre el vínculo entre el bebé, la madre y la sustituta; sobre el rol materno cuando es ejercido por dos personas y de qué manera influyen en el bebé las alianzas, los acuerdos y las competencias que esa situación genera. Tiempo después, quise saber qué había pasado con los jóvenes que atravesaron esa etapa triangular siendo bebés. Esa era mi tesis para el doctorado, pero mi vida había cambiado, y supe que mi deseo era narrar.   

--¿Qué le genera comunicar desde la escena?

--El escenario  es  “mi momento de vida”, mi lugar en el mundo.  El primer día que subí a un  escenario, sentí un olor que me recordó otro de la infancia. Mi padre era escenógrafo y siendo muy niña me llevaba a los ensayos. Yo compartía lo que sucedía desde atrás de la escena. Creo que por eso, cuando subí al escenario, sentí  esa familiaridad y me dije “esta es mi casa”.

--O sea que el “miedo escénico” no entra en su historia…

--Eso me sorprende. En el escenario no tengo inhibiciones y fuera de escena soy tímida, tanto que en una conferencia  no me atrevo a preguntar a quien está dando la charla.  En el escenario no siento esa exposición. Sé que tengo algo para hacer  y que me encuentro con mi propia voz. Otra experiencia muy fuerte en mí es instalarme en los personajes de Niní Marshall.

--Personajes centrales en otros espectáculos suyos…

--Y en encuentros…  Cuando me invitan a participar en un acto, o cuando necesito hallar salida a una situación que se plantea difícil, saco a relucir a Catita. Este personaje me ha salvado muchas veces. Recuerdo mi participación en un homenaje a María Elena Walsh. ¿Cómo expresarle agradecimiento? Y pensé en Catita. Quién sino ella se iba a animar a hablarle. Fabriqué una corona de laureles, de los que se usan en la cocina, y cuando llegó el momento,  asumí el personaje. Entonces fue Catita la que se acercó a María Elena, y dijo:  “Nada más que los laureles pa’ usté  que no le van a servir ni pa’  el tuco de los ravioles del domingo”. Y Catita le puso la corona. Recuerdo la emoción y la alegría de María Elena. Esto fue en una edición de La Feria del libro. Me dedicó un ejemplar.  Decía de mí “loca intérprete, gran artista…” Cuando yo pasaba la gorra al final de mis espectáculos  sabía que la única que podía hacerlo era la Catita de Marshall. Su discurso me fluye: sé qué diría ella ante cualquier situación. Le encuentro la voz, el tono…, y se  lo agradezco infinitamente a Niní, porque ella fue la creadora.

--¿Qué le provocan textos como El almohadón de plumas, de Quiroga?

--En ese relato que fue publicado por la revista Caras y Caretas (en 1905) hay una amenaza latente, y un pensamiento que puede estar en el imaginario de muchos. Quién no se preguntaría qué  contiene ese almohadón, además de plumas. Esas  plumas  han sido arrancadas a un animal que tuvo vida...  En ese relato descubrimos una fantasía universal.  En Quiroga hay varios datos significativos, y quiero agregar uno nada común en su época y en nuestro medio. Ese dato es su propósito de vivir de la literatura. No regalar el trabajo del escritor. Pudo viajar a París -una ciudad muy atractiva para los jóvenes de su tiempo-  porque recibió una herencia de su padrastro, que se suicidó. Estuvo unos meses y regresó frustrado. Fue un episodio juvenil que de todos modos lo marcó, como lo marcaron los hechos trágicos de su entorno familiar y de sus amigos: muertes accidentales, suicidios, enfermedades... Se sentía hombre de campo y eso lo llevó a Misiones y a la selva, que lo atraía, y más, después de compartir un viaje con Lugones. Era buen fotógrafo y se ocupó de tomar imágenes del viaje a las misiones jesuíticas no exploradas. Fue en 1903 y con dinero del Ministerio de Educación. Era hábil en muchos oficios, y padeció muchas tragedias. Terminó su vida en Buenos Aires. Lo habían desahuciado. Tomó cianuro. No soportaba más los dolores.

--Sin duda esta es la historia más cruda de los Biorrelatos…

--Una historia que me lleva a otros temas, a ocuparme del futuro.  Hace tiempo que siento el impulso de retomar textos para los chicos. Contarles a ellos, salir de la dura realidad y entrar en el mundo de la fantasía. Esto no significa  escapar del presente sino ir a la búsqueda de la imaginación creadora. Es lo que de algún modo se intenta con los chicos. Jugar y jugar… Invitarlos a jugar. Alentar esa extraordinaria capacidad.  Sigo en contacto con ellos a través de la coordinación del espacio Narración de Cuentos de la Feria del Libro, y del proyecto  Los chicos cuentan a los chicos, pero también quisiera presentar un espectáculo.    

--¿Logra entusiasmar a los maestros?

--Ese es mi deseo.  He organizado cursos gratuitos de capacitación, y algunos están trabajando. Mi intención es que se entusiasmen con las historias, las cuenten a los chicos y éstos puedan contarlas a otros sin sentirse obligados.  Es importante que los chicos aprendan a expresar aquello que imaginan a partir de las narraciones, y es hermoso ver las caritas que ponen cuando son ellos los que cuentan.    

Horacio Quiroga, selva, ficción y tragedia

Idea, texto e interpretación: Ana Padovani

Teatro Celcit, Moreno 431 CABA Tel.  4342-1026

Función: sábado 6 de mayo a las 21.

correo@celcit.org.ar

www.celcit.org.ar

Hilda Cabrera
hildacabreragreco@gmail.com

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