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Crónica de un terremoto no anunciado |
La culpa quizás la tuvo Sara Montalván o tal vez yo mismo. Aunque lo más probable fuera la conjunción de las potencias telúricas andinas y la fuerza de los vientos huracanados del Caribe, elementos destructivos que la sabia naturaleza mantiene separados por miles de kilómetros. El asunto es que esta escritora peruana y yo nos encontramos por primera vez en Quito en abril de 2007 cuando asistimos al Congreso Internacional “La lectura como derecho y placer”, y en esa oportunidad se sintió un temblor de tierra en Ecuador. Al año siguiente, iba yo rumbo a Bolivia para participar en la Feria Internacional del Libro de La Paz y como debía hacer una escala de siete horas en el aeropuerto de Lima, Sara se ofreció para ir a mi encuentro y llevarme a conocer algunos sitios de esa ciudad, tomarnos un café y charlar un buen rato. Recuerdo que de regreso al aeropuerto me comentó que percibía un ambiente extraño en la atmósfera. Al día siguiente fue el terremoto de Perú que, entre otros lugares, dañó a la terminal aérea. Nuestra siguiente reunión fue en la capital chilena, durante el Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (CILELIJ), y como a la tercera va la vencida, en la madrugada del 27 de febrero de 2010 se produjo el cuarto más potente terremoto que se haya registrado a nivel mundial en la historia de los sismos, capaz de inclinar en varios grados el eje central del planeta, acortar en segundos la duración del día y mover siete metros al este la ciudad de Concepción, además de causar centenares de muertos y millonarias pérdidas económicas y materiales (ver foto 65). |
foto 65 |
foto 62 |
Hacía cerca de año y medio que, al menos yo y quienes conformábamos la comisión asesora del evento, veníamos trabajando en su preparación. A mí se me asignó la responsabilidad titánica, por no decir que irrealizable, de presentar en treinta minutos un panorama de la literatura infanto juvenil producida en los últimos treinta años en el continente americano: a año por minuto; y meses me llevó investigar, seleccionar y acortar, acortar, acortar mi exposición. Nunca antes había participado en un evento de tal magnitud; su Comité de Honor estuvo presidido por la Princesa de Asturias, y en él figuraban cinco Ministros y dos Presidentes de Academias de Lengua. Había más de setenta invitados de primer nivel: escritores, editores, profesores e investigadores, y cuatrocientos participantes inscritos de diferentes países a ambos lados del Atlántico. Congreso organizado por la Editorial SM y en la persona de José Luis Cortés, personaje exquisito y eficiente de manera superlativa, con un aspecto físico de figurín simpático y agradable, apropiado para usarlo como duende o mago bueno y moderno en un cuento infantil (ver foto 62).
A las 3 horas y 30 minutos del susodicho día, motivado quizás por el vino ingerido en la cena que la Editorial Alfaguara nos ofreció a sus escritores, y nada que ver con problemas prostáticos, me tuve que levantar a hacer pis, y no hice más que poner de nuevo mi cabeza sobre la almohada, y fue como si un conjuro mágico me hubiese trasladado a un vagón de madera en un tren de segunda por una destartalada línea férrea: el mismo ruido y el mismo zarandeo, con la particularidad de que los objetos sobre las mesas comenzaron a caerse: botellas, lámparas y libros; se abrió el refrigerador y se salieron las latas y recipientes. |
foto 73 |
foto 64 |
Ante la tragedia que vivía el país, se decidió suspender el Congreso. Las réplicas eran constantes, por lo que permanecíamos la mayor parte del tiempo en el lobby del hotel (hubo hasta quienes durmieron allí las siguientes noches) y el tema de conversación durante los sucesivos días no fueron los libros y la literatura, sino cómo salir de allí, acosados por las terribles vistas que transmitía la televisión de las zonas desvastadas. El frontis del Museo de Bellas Artes se había desprendido y cayó sobre los escalones que unas horas antes nos habían permitido entrar y salir del recinto (ver foto 73); el techo de vidrio del salón donde sesionábamos (ver foto 64), también se dañó, por lo que de haber ocurrido el terremoto en otra hora, posiblemente quien escribiera esta crónica, fuera un periodista ajeno al convite literario, y no yo. El aeropuerto había sufrido graves daños estructurales y de equipamiento, por lo que permanecía cerrado, se perdían las reservas y las líneas aéreas no respondían los teléfonos. |
Y
yo, sin visa para entrar a un tercer país, sin visita de mi presidente ni posibilidad de tomar el avión militar cubano que llevó a nuestros médicos; sin vuelo especial de Cubana de Aviación ni mucho menos posibilidad de llegar a Cuba por tierra, tuve que permanecer una semana más en Chile y ser el penúltimo de los evacuados del CILELIJ. Detrás de mí saldría una pobre guatemalteca a la que, a pesar de las gestiones a nivel de Ministros de Relaciones Exteriores de Guatemala, México y Chile, no la dejaron abordar el avión que fue por los mexicanos. |
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foto 79 |
Luis Cabrera Delgado
Santa Clara, 10 de marzo de 2010
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