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El arte escapatorio
cuento de Atilio J. Caballero

Comentado por Alberto Marrero

 

Nos cuenta Saturio que, en la mañana en que Lucio Sutilo iba a ser juzgado, una mañana cualquiera del siglo IV bajo el imperio del estoico Diocleciano, los guardianes que abrieron la puerta de la mazmorra con la intención de conducirlo al foro descubrieron –es de creer que con bastante perplejidad y evidente disgusto- que el prisionero ya no estaba allí, y que los vacilantes fuegos de las teas alumbraban una celda vacía y un nudo de cadenas en el suelo. En ausencia del reo fueron ajusticiados los guardianes. Pero el vulgo, ansioso de portentos y rarezas, mitificó, como siempre pasa, al fugado.

Sutilo había sido detenido en aquella ocasión por resultar sospechosa su actitud escapatoria. La opinión general considera que andar en fugas es propio de ladrones y asesinos, y que aquél que se oculta esconde alguna infamia o es convicto. De cualquier modo, lo más probable es que el joven Sutilo solo tratara de esconder su condición de liberto a la fuerza, mendicante y extraviado de todos los caminos. Pero a partir de aquella fecha ganó fama de fugitivo prodigioso, su nombre se hizo célebre y las gentes le inventaron hazañas y adornaron con poderes extraordinarios su figura.   

Diocleciano


(-La vida-)

No es de extrañar que Lucio Sutilo sea un desconocido. Permanecer siempre en la sombra, resultar imperceptible, incluso en medio de una plaza vacía, fue la intención de todas sus andanzas, y a la larga el fundamento de su filosofía. Y desde luego nada sabemos con absoluta certeza y nada puede probarse de su existencia.

Dice Montaigne que si Sutilo no llegó a existir nunca, alguien tuvo que componer el Arte escapatoria y que, en tal caso, el autor pudo salvar su engaño y preservar su anonimato con una elegancia y una entereza tan admirables que, a la par que creaba una leyenda, cumplía sobradamente sus preceptos. De tal manera, bien merecía ser llamado "sutil" aquél a quien tantos supo burlar. Pero también esto es conjetura.

Un historiador latino, Clodio Vario, data la fecha de su muerte en las Calendas de Diciembre del año 354 de la Era Cristiana, en tiempos del último Constantino, a lo que añade, como queriendo rubricar el mito, que "sus restos fueron inhumados en el límite de las Esquilas, cerca de la tumba de Mecenas, y luego abandonados en el altar del aire para que el viento hiciera su merced con las cenizas del hijo que tanto llegó a parecérsele".

De todas formas, si admitimos que murió, admitamos también, al menos por la ley de la costumbre, que en algún momento tuvo que nacer. Su vida, si es que el tránsito errático de Lucio puede llamarse así, fue una combinación de enigmas, silencios y fabulaciones. Todo lo que hizo estuvo siempre iluminado por el imperioso afán de no ser descubierto. Se dice que aprovechaba cualquier percance para desaparecer, y aunque la esencia de su arte consistiera en no dejar huella alguna de sus movimientos, nunca dudaba en abandonar sin antes apurar su copa cuando el olor del aire se mudaba. Porque sin duda alguna de un arte se trataba, y esta sucesión de copas vacías que a nadie se le ocurrió catalogar pudiese haber constituido el más elocuente ejemplo de arte efímero que la antigüedad nos legara.

Sabedor de que hay veces en que no puede hallarse mejor refugio que el de mostrarse impunemente, y a plena luz del día actuar con absoluta insolencia, cuenta Vario que, viéndose Sutilo en cierta ocasión amenazado por la cólera de unos perseguidores obstinados, a los que había ayudado a comprender los riesgos de vivir demasiado confiadamente, no urdió mejor remedio que el de entrar deslizándose en la casa de un rico mercader en telas orientales y robar gran parte de ellas para, una vez ocultas, presentarse ante su propia víctima ofreciéndose a recuperar lo que él mismo había escamoteado. Lucio volvió con los caros tejidos, lamentándose de haber fracasado en su empeño de atrapar al ladrón, pero el comerciante, al ver sanas sus prendas, se dio por satisfecho y le hospedó en su hacienda, donde permaneció algunos días protegido a su antojo mientras otros lo buscaban en vano.

Sutilo cometió, no obstante, un error. La inteligencia habitualmente se complace a sí misma, y ésta es una debilidad que nadie llega a conocer a tiempo. No es que su virtuosismo llegara a envanecerle de tal manera que gozara –como ocurrió con otros fugitivos famosos- abandonando indicios a su paso con el fin de enfrentar su ingenio al de eventuales perseguidores. La equivocación de Sutilo fue, en todo caso, menos fatua. Llegó a ser tan perfecto en su infinita huída, tan infalibles sus desapariciones, que acabó dejando huecos que incluso el aire tardaba en ocupar, huellas por su ausencia de huellas; y tanto escapó al fin de todos los lugares que sucedió que todos lo extrañaban.

Lucio Sutilo nació esclavo en el Lacio, hijo y nieto de esclavos de diversas estirpes y naciones. Muy grande debió ser la humillación que sus antepasados hubieron de sufrir para legar al último una herencia tan pródiga en malicias y silencios. En su infancia le fue impuesto el nombre de Lucio por su amor a los sitios oscuros y a la noche. Se dice de él que siendo todavía un muchacho, imitaba con tanta gracia los modales y usos femeninos que se servía de ellos para salir de su casa disfrazado y asistir de incógnito a lugares de recreo nocturno, aunque siempre he creído que sería más atinado pensar, teniendo en cuenta su ligereza, que no eran solo las sombras de las altas horas las que lo incitaban a camuflarse de tal manera para visitar tales lugares.

Además de Saturio y Clodio Vario, otros autores encomiaron su ética, compusieron panegíricos y odas en su honor, a veces con un entusiasmo exagerado. Como Cayo Filonaso, el teórico, que entre las destrezas de Sutilo incluye "una habilidad para mudar a voluntad los rasgos de su cara y asumir, según las circunstancias, la apariencia que más le convenía". De tal suerte que su fisonomía fuera tránsfuga, a semejanza de sí mismo, para que bien pudiera decirse que a cada instante Lucio era otro, y su propio rostro todos los rostros bajo los que encubrió una mirada cargada de cuidados. O como Valerio Pronto, que puesto a inventar milagros le atribuye el don de la levitación, y asegura que era capaz de dormir suspendido en el aire o caminar sobre las aguas. No deja de ser sorprendente que tantos elogios recibiera aquél que tanto despreció a los hombres y con tanto trabajo desertó de ellos. Pero ¿no es cierto que sólo amamos lo recóndito, y que cuando más un objeto se nos niega más se aviva nuestro deseo de poseerlo? Que Lucio muriera es solo una presunción de Clodio Vario. Que hubiera vivido, nada más presentimiento y soplo. Y que naciera, en fin, acaso una confabulación de charlatanes, una necesidad histórica o una ironía encerrada en sí misma. En todo caso, como ya argüía Montaigne, alguien tuvo que escribir el Arte escapatoria, y eso es definitivo, y pesa sobre el mundo, y cualquiera puede sostenerlo entre sus manos.
   
(-la obra-)

"Llega siempre de improviso y cultiva el estupor de los otros. Y antes que en sus copas se aquiete el vino, huye" (AE, IV).

El Arte escapatoria es un libro hecho a imagen de su autor. Un libro sin principio ni final, y cuyo centro no está en ninguna parte. Tal vez la historia y el demonio sean culpables de ello, y ante tales censores no hay recursos: la historia, como bien es sabido, en el transcurso de los siglos expone sus extremos, y así no es de extrañar que este manuscrito perdiera sus primeros y últimos capítulos y sufriera los estragos de los depredadores del ingenio. Y el diablo también debió haber hecho de las suyas, porque también falta el texto del capítulo central, acaso el más osado; y aunque de él solo podamos asegurar su título y el asunto que trata -"Estrategias para huir de los demonios y sus muchos ingenios"- es suficiente para considerarlo, por lo menos, delicado y audaz. "Mucho debieron importunar al diablo las enseñanzas de este insolente recetario de fugas, y muy gravemente amenazada debió sentir la prosperidad de su señorío –comenta Jonathan Swift- cuando no halló mejor remedio contra él que el de eliminarlo por las bravas. Como si más temiera, en el fondo, la eficacia de sus lecciones que todas las inventivas de los Antiguos Padres y su coro de dieciséis mil escolásticos famosos".

Pero el Arte escapatorio no es solamente un mero "recetario de fugas". Bajo la aparente ironía de sus comentarios acerca de las costumbres de la época, subyace una filosofía de "carpe diem" impregnada en muchos casos de amargura y cinismo, aunque también con serias consideraciones morales al estilo de Marco Aurelio y Séneca.

Viene a decir Sutilo que todas las cosas niegan su origen y que alejándose de él cumplen con su fin universal. Que no hay mayor rectitud que la de pasar inadvertido, ni mayor felicidad que la de ser inasible. Y en definitiva, que aquél que más olvido haya soportado sobre sí y más silencio haya añadido al silencio del mundo, mejor habrá obedecido su mandato exterior. Párrafos como los siguientes exponen y definen con toda claridad los rigores de su ética: "No  recrees en los placeres que mucho se prolongan, pues todo a tu alrededor se empeña en atraparte con la promesa de un placer mayor. Has de hallar el consuelo en lo que pronto se cumple y agotar cada momento sin confiar en vanas esperanzas (…) No mientas mientras te sea bueno permanecer callado; y si has de salvar algún peligro y defender tu causa, adula y miente entonces, mas nunca esperes de los otros favor distinto a verte libre de ellos ni mayor recompensa que la de su inconsciencia o su omisión".

Por lo que se refiere a su teoría del amor, no dista mucho de lo anteriormente expuesto: "El amor se deleita en los disfraces y las dulces imposturas, gusta de afeites y casi siempre anda enredado en infortunios (…) Entrégate al oficio del amor cuando el amor requiera sus atributos, más complácete y goza con afectos efímeros. Nunca prestes tu celo a aquél que mucho tarda en claudicar ni juzgues verdaderas las pasiones que tratan de aplazarse". Chordelos de Laclos, autor del XVIII, militar, irreverente y libertino y un poco más conocido en nuestros días por la magia del cine, compuso a la edad de sesenta años, poco antes de morir, un polémico opúsculo cuya edición fue póstuma y anónima, intitulado Modos para entrar sin ser visto en el corazón de una mujer y salir sin ser oído de su alcoba, donde se cita y elogia en repetidas ocasiones fragmentos de este libro de fugas de las cárceles del amor, y no duda en conceder al que llama maestro de todos y partidario de nadie, la condición de Hombre absoluto y Dios de la libertad.

También Maquiavelo hace gala de conocer el Arte escapatoria, recomendando a príncipes y tiranos su estudio, "porque siempre parece más rentable adelantarse a las trampas de los súbditos y mostrarse avisado en la clase de artificios de que suelen servirse, a fin de que aquellos que en su interés alberguen propósitos fraudulentos reconsideren su ánimo, que confiar en la bondad de todos y carecer de elementos de juicio". Y entre los enciclopedistas, el gran Diderot manifiesta su admiración por este "libro insólito" y llega incluso a confesar, aunque su revelación no carece de cierto sarcasmo, que en varias ocasiones las advertencias de Sutilo le fueron decisivas contra las impertinencias de la muerte.

No obstante, tal grado de reconocimiento no ha dado celebridad al libro. Como su vida, la obra de Sutilo ha aparecido esporádicamente en diversos momentos históricos y, por si fuera poco, analizada siempre desde ángulos distintos. Todavía hoy en día resulta prácticamente imposible dar con el texto completo.

Un inglés, Arnold Canned Heat, publicó en 1914 un artículo titulado "After Sutilus traces", a través del cual pretendía haber descubierto a tan ilustre prófugo. Pero también esta vez Lucio Sutilo supo aprovechar en su favor la niebla de las circunstancias. Dice Canned que los sentimientos que movieron a Sutilo fueron sobre todo de orgullo y de venganza: "Precisamente el hecho de escribir, de develar en un libro toda una ética cuya doctrina consistía en ocultarse, la única frivolidad que Sutilo llegó a permitirse, el único acto verdaderamente contrario a sí mismo, fue aquél que lo enalteció, aquél que acabó convirtiendo su vida en paradigma. Nada de frivolidad senil, sino más bien el orgullo del viejo jugador que al final de sus años saborea el instante de descubrir a plena luz las armas en las que fundó su predominio".

El tono descreído y pesimista que impregna la obra, así como algunos fragmentos de sospechosa intención didáctica ("Escucha, jovenzuelo, y atiende este recado…") y otros de elogio de la senectud ("Mejor llegar ligero al encuentro con la muerte…") invitan a creer que Sutilo compuso este Arte escapatoria hacia finales de su vida y a la luz de algunos textos estoicos. Considerando su genio, cuesta trabajo imaginarse a Sutilo anciano, tratando de despistar a la parca con torpes aspavientos y paso vacilante. Nada más lejos de la verdad, a mi parecer, que esta estampa dolorosa y ridícula. Su arte propugna tanto la prontitud como la inmovilidad. "Hay ocasiones en la que más velozmente se huye cuanto mayor seas la quietud en que logremos tenernos. No dejes que la prisa te acompañe, pues bueno es saber que tanto conviene cuidarse del futuro como del pasado, y que al cabo no hay lugar donde llegar que no sea la muerte". En realidad Lucio Sutilo no huía de la muerte. Huía acaso de una muerte estúpida y gratuita, huía de lo contingente y lo casual, del azar y sus celadas. Basta, para ilustrar esta hipótesis y concluir esta reflexión, añadir nada más una cita del último capítulo: una cita cargada de sentido, tan hermética como sugerente, pero que en su aparente paradoja realza toda la profundidad y toda la firmeza de su filosofía: "Mucho tiene un fugitivo que aprender a detenerse para morir sin ser visto". He aquí el sentido de esta vida.

El arte escapatoria, cuento de Atilio J. Caballero

 

Comentario y aporte de Alberto Marrero - marrero@cubarte.cult.cu

El cuento que hoy proponemos a nuestros lectores pertenece a un libro inédito del poeta, narrador y dramaturgo Atilio J. Caballero (Cienfuegos, 1959). No obstante, el texto es conocido por haberse publicado en revistas, tanto en Cuba como en el extranjero. Se titula “El arte escapatoria” y, a mi juicio, es de esos cuentos que uno no olvida.

Recuerdo que la última vez que hablé con Atilio, lo primero que vino a mi mente fue su magnífica y todavía poco estudiada novela La última playa —con la que obtuvo, merecidamente, el Premio UNEAC de novela Cirilo Villaverde en 1998— y el extraño cuento, en el que Lucio Sutilo, una criatura imaginaria (hábil y escurridiza, maestro de la fuga y del arte de pasar inadvertido), se mueve entre personajes célebres de la antigua Roma.

Atilio es un narrador que sabe crear atmósferas y personajes. Dueño de un lenguaje, roza incesantemente la poesía. Fabulador contumaz, preciso con la palabra, no se desborda ni cae en excesos y digresiones intrascendentes. El sentido alegórico de su prosa no empaña ni retuerce, sino enriquece y eleva el aliento.

El cuento que ustedes leerán a continuación es una muestra de la pericia de este autor, de su pulso para hechizar y hacer verosímil una historia que, de no conocer de antemano que es pura ficción, cualquiera tomaría por una suerte de crónica de carácter histórico y hasta buscaría al pícaro de Lucio Sutilo en diccionarios o anales de la época. Conozco a más de un confundido por el arte de narrar de Atilio Caballero; escritor que hay que prestar obligada atención cada vez que publica un libro, porque tiene el don de adentrarnos en zonas fascinantes, donde se disfruta por igual del lenguaje y de la anécdota que urde con inteligencia. Su obra abarca más de diez títulos, de uno y otro género, todos signados por la impronta de la literatura perdurable.

Alberto Marrero

cuento de Atilio J. Caballero
Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ , 17 de abril de 2012

http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=19241&idseccion=72

Gentileza de Alberto Marrero, al cual agradecemos.

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