De profesión: ¡chismosos!

El chisme no es patrimonio de un sexo y lo único que diferencia a hombres y mujeres ante el comienzo de una murmuración, es que ellos están solo atentos al dato, y esa información la acopian en su mente si intuyen que les conviene inventariarla para un uso futuro. Ellas en cambio, aunque se trate de desconocidos,  exigen detalles, quieren que las cuitas ajenas se las cuenten como el capítulo de una telenovela, con comienzo, nudo y desenlace, y con todos los personajes descriptos y una respuesta exacta ante la pregunta inevitable : “¡¿ qué cara puso él cuando se enteró que ella.....!?.

Para los varones la infidencia es guardada en la mente si es negocio hacerlo, en cambio para las minas una posible calumnia es la pimienta que sazona reuniones aburridas a la hora del té, o anima largas esperas en el salón de la peluquería. Por eso el mirar tras los postigos es una costumbre femenina, y el espionaje militar o industrial es un invento masculino. Ellas disfrutan de un permanente “estar en cuanto estar” tras la mirilla, siempre dispuestas a ser sorprendidas por el dato prohibido. Ellos “van por el objeto”, salen a buscar las miserias del adversario, le instalan  micrófonos escondidos en su oficina, cámaras ocultas en su dormitorio. Pero el chismorreo ya no es sólo un postre de sobremesa: la tecnología (Internet, chat rooms, e-mails, mensajes de texto desde el celular) aceleran el proceso de un rumor, y así  identificar la fuente y erradicarlo es imposible.

Pero  desde hace un tiempo el sufrir de un estómago resfriado se volvió mediático, y los hombres crean a diario programas de TV basados en los supuestos pecados y tropiezos de los famosos. Ellos son los chismosos de profesión. Y esos ciclos de indomables indiscreciones, de baratísima producción, son premiados por un alto rating otorgado por el público mujeril.  Nadie sabe demasiado cómo se negocia el pago de la deuda externa, pero conocemos hasta el mínimo detalle en qué instante inolvidable el polista infiel arrojó un cenicero a la cara de la vedette.  Todo el mundo critica esos magazines afirmando que no son, precisamente, un camino para el refinamiento intelectual y espiritual sino que, por el contrario, ofrecen contenidos triviales, vulgares, superficiales....y a veces ni siquiera veraces. Pero la gente los ve. ¿Por qué? Porque como afirma el psicólogo Gerhart Wiebe, esos ciclos nos proveen mensajes restaurativos, es decir, proporcionan una represalia simbólica contra figuras exitosas, afortunadas, o autoritarias.  Y el conocer los trapos sucios del triunfador nos hace menos angustiante el saber lo que no podemos y vuelve más soportable nuestra envidia.  En definitiva, gracias a Lucho, Beto, Jorge o Mauro, nos enteramos que ese genio que inventó la vacuna contra el cáncer,  se come las uñas e insulta a su perro. Y con un relajante “nadie es perfecto”, apagamos la tele y nos vamos a dormir tranquilos.

Luis Buero

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