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Samuel Ramos y la mexicanidad como problema psíquico-histórico
M. Sc. Victorio Jesús Broca Quevedo
parmenidez@hotmail.com

 

Si ciertamente José Martí, en su “Nuestra América”, busca la esencia del ser de nuestra América, en sus mediaciones y condicionamientos y nos expone un rico manifiesto identitario latinoamericano, Samuel Ramos se preocupa por la mexicanidad como esencia  del ser existencial de su país, que desarrolla y despliega en “El perfil del hombre y la cultura en México”.

Samuel Ramos publicó su libro “El perfil del hombre y la cultura en México” en el año de 1934. El planteamiento de su problema de investigación fue hecho atendiendo a una preocupación asumida desde hace mucho tiempo, como se ha venido exponiendo a lo largo de este trabajo. Pero es hasta la elaboración de esta obra en que logra definirla con toda la capacidad que la madurez en su profesión filosófica le permite. Aquí se ponen de manifiesto sus  altas condiciones magisteriales y humanistas. Se conjuga indisolublemente las aprehensiones del teórico y del Maestro que desea lo mejor para México y los mexicanos.

Al respecto plantea Samuel Ramos, “dada una específica mentalidad humana y determinados accidentes en su historia, ¿qué tipo de cultura puede tener el mexicano y México?[1][2] Páginas antes, en ese mismo libro ya había referido “sabemos que una cultura está condicionada por cierta estructura mental del hombre y los accidentes de su historia”[3] de ahí que la problemática relativa a su investigación, necesariamente tenía que preguntar por la específica mentalidad del mexicano y los accidentes de su historia que con esta mentalidad  ha producido, a fin de poder plantear, consecuentemente, el problema  consistente en ¿Qué tipo de cultura puede tener el mexicano y México?.

Este es el problema que pretende desentrañar Samuel Ramos con su investigación, revelar el tipo de cultura del mexicano y de México, a partir de conocer la mentalidad de éste y los accidentes históricos que con esta ha producido. Por tanto el trabajo preliminar de Samuel Ramos en su investigación, tendrá un carácter histórico-psicológico, consistente en buscar la mentalidad del mexicano y los accidentes históricos que ha transitado en el tiempo con dicha mentalidad. Pero antes de entrar a este terreno del análisis de la mentalidad del mexicano que hace Samuel Ramos como primer paso de su investigación, es importante resaltar que la teoría y método científico con que pretende desvelar la mentalidad del mexicano, es el psicoanálisis. Lo cual debe comprenderse, para encontrar su pertinencia científica dentro de una investigación filosófica.

Así las cosas, Samuel Ramos, se funda específicamente en el psicoanálisis de Alfred Adler, discípulo del padre de esta teoría, Sigmund Freud. Según fue comentado con anterioridad, Samuel Ramos fue un asiduo estudioso de la teoría de Alfred Adler y presencialmente su discípulo en unos cursos que el psicoanalista afamado impartió en Viena, los cuales tuvieron, entre otras temáticas, el sentimiento de inferioridad de los niños como mecanismo de defensa de su yo. Esta ocasión del curso en Viena fue aprovechada por Samuel Ramos para platicar en forma personal con Adler y visitar las clínicas psicoterapéuticas fundadas por él y darse cuenta de muchos casos clínicos y sus correspondientes comprobaciones científicas. Lo cual pondera en mucho la capacidad de Samuel Ramos y hace legítimo reconocerle una competencia pertinente para aplicar esta metodología científica a su trabajo investigativo sobre la mentalidad del mexicano.

El mismo Samuel Ramos nos ilustra a cerca del Psicoanálisis de Alfred Adler y explica que la tensión entre el complejo de inferioridad y la alta idea de sí mismo se hace, a veces, tan violenta, que el individuo acaba en la neurosis. Sin embargo, en multitud de casos, el conflicto se resuelve sin rebasar los límites de la normalidad, de un modo que el individuo encuentra satisfactorio, aun cuando la solución no le sea benéfica. La única salida que se le ofrece así, es la de abandonar el terreno de la realidad para refugiarse en la ficción. Si se tiene en cuenta que el sentimiento de inferioridad aparece desde la niñez o la adolescencia, cuando el carácter empieza a formarse, se puede comprender que sus rasgos se orientan a compensar aquel sentimiento. Los individuos que contraen el sentimiento de inferioridad adquieren una psicología muy especial, de rasgos inconfundibles. Todas sus actitudes tienden a darle una ilusión de una superioridad que para los demás no existe. Inconsciente sustituye su ser auténtico por el de un personaje ficticio, que representa en la vida, creyendo real. Vive pues, una mentira, pero sólo a este precio puede librar su conciencia de la penosa idea de su inferioridad.

Consecuente con lo anterior, Samuel Ramos, en el prólogo a su tercera edición de “El perfil del hombre y la cultura en México.” expone: “Hace algunos años observando los rasgos psicológicos que son comunes a un grupo numeroso de mexicanos, me pareció que podían explicarse desde el punto de vista señalado por Adler. Sostengo que algunas expresiones del carácter mexicano son maneras de compensar un sentimiento inconsciente de inferioridad” y en otra parte de su prólogo sigue comentando para hacer la conexión de lo psicológico con lo histórico: “Me parece que el sentimiento de inferioridad en nuestra raza tiene un origen histórico que debe buscarse en la conquista y colonización. Pero no se manifiesta ostensiblemente sino a partir de la independencia cuando el país tiene que buscar por sí sólo una fisonomía nacional propia. Siendo un país todavía muy joven, quiso de un salto, ponerse a la altura de la vieja civilización europea, y entonces estalló el conflicto entre lo que se quiere y lo que se puede. La solución consistió en imitar a Europa, sus ideas, sus instituciones, creando así ciertas ficciones colectivas que, al ser tomadas por nosotros como un hecho, han resuelto el conflicto psicológico de un modo artificial.[4]

Una vez hecha todas estas aclaraciones y explicaciones sobre el planteamiento del problema y el psicoanálisis, de carácter preponderantemente metodológico, empezaremos por revisar cómo Samuel Ramos interpreta la mentalidad del mexicano. Él parte para este propósito de un principio esencial: “es forzoso admitir que la única cultura posible entre nosotros tiene que ser derivada”.[5] Desde luego que aquí se refiere a una cultura derivada de la conquista y tres siglos de colonización española-europea,   pero también, y mayormente a lo siguiente: “México se ha alimentado, durante toda su existencia, de cultura europea, se aproxima al descastamiento. No se puede negar que el interés por la cultura extranjera ha tenido para muchos mexicanos el sentido de una fuga espiritual de su propia tierra. […] De esta actitud mental equivocada se originó ya hace más de un siglo la «autodenigración» mexicana, cuyos efectos en la orientación de nuestra historia han sido graves”.[6] Y seguidamente cita al historiador Carlos Pereyra en su “Historia de América”, respecto a como éste considera que los pueblos hispanoamericanos han sufrido las consecuencias de la tesis autodenigratoria sostenida constantemente durante un siglo, hasta formar el arraigado sentimiento de inferioridad étnica que una reacción puede convertir en exceso de vanagloria.

Samuel Ramos considera que esta cultura mexicana influenciada por lo europeo, no es errónea en sí misma, sino lo erróneo es el modo en que se ha adquirido a través de un sistema de imitación. La imitación para Samuel Ramos se ha dado de un modo inconsciente, los mexicanos han imitado la cultura europea sin darse cuenta que la estaban imitando. No es la vanidad de aparentar una cultura lo que ha determinado la imitación, a lo que ha tendido inconscientemente es a ocultar no sólo de la mirada ajena, sino aun de la propia, la incultura. Y en consecuencia a ello, afirma: “Pero apenas se revela este valor a la conciencia mexicana, la realidad ambiente por un juicio de comparación, resulta despreciada, y el individuo experimenta un sentimiento de inferioridad. Entonces la imitación aparece como un mecanismo psicológico de defensa, que, al crear una apariencia de cultura, nos libera de aquel sentimiento deprimente. […] La cultura desde este momento pierde su significado espiritual y sólo interesa como una droga excitante para aliviar la penosa depresión íntima. […] Esta teoría del mimetismo mexicano demuestra que no proviene de la vanidad, puesto que el vanidoso busca el efecto de sus apariencias en los extraños, mientras que el mexicano explota él mismo el efecto de su imitación.”[7]

Seguidamente, Samuel Ramos ejemplifica con las Constituciones que se sucedieron en nuestro país, pues no se entendía con claridad, para la mayoría, la diferencia entre federalismo y centralismo. Por eso cuando se adopta por imitación las instituciones políticas modernas constitucionales se produce un efecto demostrativo de lo anterior: “Consistente en el desdoblamiento de nuestra vida en dos planos separados, uno real y otro ficticio. […] Si la vida se desenvuelve en dos sentidos distintos, por un lado la ley y por otro la realidad, esta última será siempre ilegal; y cuando en medio de esta situación abunda el espíritu de rebeldía ciega, dispuesta a estallar con el menor pretexto, nos explicamos la serie interminable de «revoluciones» que hacen de nuestra historia en el siglo XIX un círculo vicioso”.[8]

A todo lo anterior, el filósofo mexicano agrega como factores de la mentalidad mestiza, tanto la religión cristiana, como el idioma y el individualismo español, procedentes todos del acto de transplantación cultural realizado dentro del período de la colonia por los españoles peninsulares y criollos en la conciencia mestiza. Ahora bien, estos tres factores conjugados no sólo producen una transplantación de lo español, sino al mismo tiempo ocurre una trasplantación indirecta de lo que también contiene lo español, y que es lo europeo. Por eso, el movimiento de independencia se gesta -detonado por un mecanismo de defensa del yo experimentado por los insurgentes. Los cuales imitan naturalmente, otra opción cultural del mismo orden familiar de lo europeo, como son los principios del liberalismo francés, el movimiento de revolución francesa y la Constitución Política Norteamericana, cuya nación también tenía una herencia europea y cuya constitución también tenía una implicación ideológica francesa. Todas estas imitaciones, posteriormente se exacerban en base a estos mismos principios liberales y a los principios del positivismo decimonónico francés. Con los cuales se producen, más adelante en la historia mexicana, las reformas constitucionales que abandera Benito Juárez. Pero que además, curiosamente, son principios con los que se abandera la lucha contra otros mexicanos, los conservadores, que en el colmo de las imitaciones, pretenden instaurar un imperio bajo el auspicio de Francia.

Entonces, en suma, derivado de esta mentalidad de la autodenigración cultural se genera en el mestizo un sentimiento de inferioridad el cual compensa con un mecanismo de defensa del yo, consistente en la imitación europea. Al que según Samuel Ramos puede hacérsele el siguiente cuestionamiento: “¿por qué si el individuo es capaz de comprender la cultura y la considera un valor deseable, no la adquiere de modo auténtico? -Y seguidamente responde- Es que la verdadera asimilación de la cultura demanda un esfuerzo continuo y sosegado; y como el espíritu del mexicano está alterado por el sentimiento de inferioridad, y además su vida externa, en el siglo XIX, está a merced de la anarquía y la guerra civil, no es posible ni el sosiego ni la continuidad en el esfuerzo. Lo que hay que hacer, hay que hacerlo pronto, antes de que un nuevo desorden venga a interrumpir la labor. Y por otra parte, la conducta no obedece a la reflexión, sino que cede al impulso apremiante de curar un malestar interno. La cultura desde ese momento pierde su significado espiritual y sólo interesa como una droga para aliviar la penosa depresión íntima. Usada con este fin terapéutico la cultura puede ser suplida por su imagen”.[9]

Como se ve hasta aquí, se ha seguido lo que Samuel Ramos consideró fundamental para la develación de su objeto de estudio: el conocimiento de la mentalidad del mexicano y los accidentes de su historia. Con ello se dedica a describir y reducir conceptualmente tres perfiles de mexicanos, como son el «pelado», el mexicano de la ciudad y el burgués mexicano.

Con respecto al «pelado» hace primeramente una descripción -que aquí trataremos de resumir- y posteriormente hace una conceptualización de su perfil. Veamos primeramente esa descripción. Samuel Ramos empieza diciendo con respecto a esta categoría del mexicano, que su apelativo significa a un individuo que lleva su alma al descubierto, sin que nada esconda en sus más íntimos resortes, que ostenta cínicamente ciertos impulsos elementales que otros hombres procuran disimular. Que pertenece a una clase social de categoría ínfima y representa el desecho de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual, un primitivo. Que es grosero y agresivo, que ante aquellos que siente que lo menosprecian, reacciona con violencia para superar la depresión que esto le provoca, que la virilidad es el elemento ficticio que busca para recobrar la fe en sí, que aunque sea desgraciado se consuela diciendo que tiene “muchos huevos” o “yo soy tu padre”  para afirmar su predominio,  o también diciendo: “un europeo tiene la ciencia, el arte, la técnica, etc., etc., aquí no tenemos nada de esto, pero… somos muy hombres” es decir muy machos refiriéndose al disfrute de toda la potencia animal.

Aparte de estas descripciones, sigue agregando Samuel Ramos con respecto al «pelado», pero ahora en un tono un poco más argumentativo: El mexicano, amante de ser fanfarrón, cree que esa potencia se demuestra con la valentía. ¡Si supiera que esa valentía es una cortina de humo! No debemos dejarnos engañar por las apariencias. El pelado no es ni un hombre fuerte ni un hombre valiente. Se trata de un «camuflaje» para despistar a él y a todos los que lo tratan. Vive en un continuo temor de ser descubierto, desconfiado de sí mismo, y por ello su percepción se hace anormal; imagina que el primer recién llegado es su enemigo y desconfía de todo hombre que se le acerca.

Con todo lo anterior Samuel Ramos pasa a esquematizar su estructura y funcionamiento mental del «pelado»:

I.          “El «pelado» tiene dos personalidades: una real, otra ficticia.

II.        La personalidad real queda oculta por esta última, que es la que aparece ante el sujeto mismo y ante los demás.

III.     La personalidad ficticia es diametralmente opuesta a la real, porque el objeto de la primera es elevar el tono psíquico deprimido por la segunda.

IV.     Como el sujeto carece de todo valor humano y es impotente para adquirirlo de hecho, se sirve de un ardid para ocultar su sentimiento de menor valía.

V.       La falta de apoyo real que tiene la personalidad ficticia crea un sentimiento de desconfianza de sí mismo.

VI.     La desconfianza de sí mismo produce una anormalidad de funcionamiento psíquico, sobre todo en la percepción de la realidad.

VII.  Esta percepción anormal consiste en una desconfianza injustificada de los demás, así como una hiperestesia de la susceptibilidad al contacto con los otros hombres.

VIII.    Como nuestro tipo vive en falso, su posición es siempre inestable y lo obliga a vigilar constantemente su «yo», desatendiendo la realidad.”[10]

No hay que olvidar que para Samuel Ramos, esta categoría del «pelado» es “El mejor ejemplar para estudio […] pues el constituye la expresión más elemental y bien dibujada del carácter nacional. […] Aquí sólo nos interesa verlo por dentro, para saber qué fuerzas elementales determinan su carácter.[11]Por tanto esta esquematización de su estructura y funcionamiento mental tiene una trascendencia que abarca también la estructura y funcionamiento de las otras dos categorías del mexicano de la ciudad y del burgués mexicano.

El mismo Samuel Ramos deja expuesto lo necesario para trazar este puente sobre estas otras dos categorías, al referir que la condición de proletario del «pelado» no es la única situación que determina su sentimiento de menor valía, pues este también asocia su concepto de hombría al de nacionalidad, creando el error de que la valentía es la nota peculiar del mexicano. Lo cual puede advertirse con la susceptibilidad de sus sentimientos patrióticos y su expresión inflada de palabras y gritos. Por tanto la frecuencia de las manifestaciones patrióticas individuales y colectivas son un símbolo de que el mexicano está inseguro del valor de su nacionalidad, y la prueba decisiva  de esta afirmación se encuentra en el hecho de que aquel sentimiento también existe en los mexicanos cultivados e inteligentes que pertenecen a la burguesía.

Por lo anterior Samuel Ramos ya no expone otra esquematización sobre la estructura y funcionamiento mental del mexicano en las otras dos categorías, sólo se limita hacer descripciones y argumentaciones que seguidamente resumiremos para poder recoger de él, la mentalidad resultante del mexicano, a partir de la cual habrá de entenderse su perfil y el de su cultura.

En la categoría de “el mexicano de la ciudad” Samuel Ramos, vuelve sobre el sentido de que esta desconfianza puede ser calificada como irracional, que es como una forma a priori de su sensibilidad, juzga inútil el conocimiento de los principios científicos. Parece estar muy seguro de su sentido práctico. Pero como hombre de acción es torpe, y al fin no da mucho crédito a la eficacia de los hechos. Niega todo sin razón alguna.

Para  Samuel Ramos, la vida mexicana da la impresión, en conjunto, de una actividad irreflexiva, sin plan alguno. Cada hombre en México sólo se interesa por los fines inmediatos. Es natural que, sin disciplina ni organización, la sociedad mexicana sea un caos en el que los individuos gravitan al azar como átomos dispersos. Su desconfianza aumenta y lo hace apresurarse por arrebatar al momento presente un rendimiento efectivo. Así el horizonte de su vida se estrecha más y su moral se rebaja hasta el grado de que la sociedad, no obstante su apariencia de civilización, semeja una horda primitiva en que los hombres se disputaban las cosas como fieras hambrientas.

Respecto a lo anterior, Samuel Ramos argumenta que las anomalías psíquicas descritas, provienen, sin duda, de una inseguridad de sí mismo que el mexicano proyecta hacia fuera sin darse cuenta, convirtiéndola en desconfianza del mundo y de los hombres. -Y continua explicando- estas transposiciones psíquicas son ardides instintivos para proteger el «yo» de sí mismo. La fase inicial de la serie es un complejo de inferioridad experimentado como desconfianza de sí mismo, que luego el sujeto, para librarse del desagrado que la acompaña, objetiva como desconfianza hacia los seres extraños. Cuando la psique humana – sigue argumentando Ramos- quiere apartar de ella un sentimiento desagradable, recurre siempre a procesos de ilusión, como el que se ha descrito. Pero en el caso especial que nos ocupa, ese recurso no es de resultados satisfactorios, porque el velo que se tiende sobre la molestia que se quiere evitar no la suprime, sino sólo la hace cambiar de motivación. El mexicano tiene habitualmente un estado de ánimo que revela un malestar interior, una falta de armonía consigo mismo. Es susceptible y nervioso; casi siempre está de mal humor y es a menudo iracundo y violento.

Finalmente, con respecto al “burgués mexicano”  Samuel Ramos nos dice que el conjunto de notas que configuran su carácter son reacciones contra su sentimiento de menor valía, el cual no derivándose ni de una inferioridad económica, ni intelectual,  ni  social, proviene, sin duda, del mero hecho de ser mexicano. En el fondo, el mexicano burgués no difiere del mexicano proletario, salvo que, en este último, el sentimiento de menor valía se haya exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social. Parece haber un contraste entre el tono violento y grosero que es permanente en el proletario urbano, y cierta finura en el burgués, que se expresa con una cortesía a menudo exagerada. Pero todo mexicano de las clases cultivadas, es susceptible de adquirir, cuando un momento de ira le hace perder el dominio de sí mismo, el tono y el lenguaje del pueblo bajo. «¡Pareces un pelado!» es el reproche que se hace a este hombre iracundo. El burgués mexicano tiene la misma susceptibilidad patriótica del hombre del pueblo y los mismos prejuicios que éste, acerca del carácter nacional.

Dentro de estas categorías, Samuel Ramos orienta su estudio sobre la mentalidad o perspectiva del mexicano, sus accidentes históricos y su realidad o vida o cultura; a lo que el llama Cultura Criolla. La cual ubica en la clase media, ya que considera que esta clase social, por su calidad, ha sido el eje de la historia nacional y sigue siendo la sustancia del país a pesar de que es cuantitativamente una minoría heterogénea y dispersa geográficamente.

Ramos considera que uno de los motivos vitales de constitución y representatividad psíquica, asumida por esta cultura desde la conquista, es la religiosidad del cristianismo implantada por el conquistador. Sin embargo, esta religiosidad, según explica Samuel Ramos, ha tenido sus propios accidentes, como es el caso de la revolución de Reforma, la cual menciona como la fase negativa de la religiosidad en México. A lo que aquí debe aclararse, que esta expresión de Ramos “como la fase negativa de la religiosidad en México” no debe entenderse como una estimación sobre la revolución de la Reforma, sino como el calificativo del mero hecho de ser una posición contraria a esa religiosidad, pero sin juzgar su valor como tal.

También expresa nuestro filósofo michoacano, que dicha revolución de reforma estaba fundamentada en el liberalismo francés, y que produjo como resultado entre otras cosas la constitución y la educación laica en México. Pero aun cuando el bando de los conservadores fundó su posición en la religión y los liberales se pronunciaban en contra de ella, en ambos comportamientos podemos encontrar en la actitud de sus acciones ideológicas la religiosidad. Esto es, los liberales ponderaban la libertad contra el determinismo cristiano, pero lo hacían con un fervor religioso. Por eso Samuel Ramos dice: “Queremos decir que la psicología del jacobino no es la de un hombre idealmente emancipado de la religión, sino un caso de este fenómeno paradójico que ha explicado hoy la escuela psicoanalítica por los sentimientos «ambivalentes».”[12]

Y así, Samuel Ramos también nos sigue describiendo esta cultura criolla de la clase media, identificada esencialmente por su religiosidad y sus accidentes históricos del liberalismo y seguidamente del positivismo decimonónico. Este último, nos dice Ramos, fue introducido a México por Gabino Barreda, quien funda la Escuela Preparatoria con un plan de estudios ordenado conforme a la clasificación de las ciencias de Comte, esperando que de sus aulas saliera la juventud con un alma nueva. Y que en efecto la reforma educativa logró determinar un cambio de orientación muy sensible a la mente de nuestro país. Desde luego que con todas las intenciones positivistas de imponer la ciencia positiva como nueva religión, con lo que vemos nuevamente ese sentimiento de religiosidad que perméa en esta cultura criolla de la clase media, aunque por su puesto tratando de desarraigar el cristianismo.

A todo lo anterior Samuel Ramos termina diciendo: “La explicación que ahora damos de la irreligiosidad nos parece especialmente fecunda para entender muchas anormalidades psicológicas del mexicano actual. La vida religiosa no es un fenómeno transitorio del espíritu, sino función permanente y consustancial a su naturaleza. De manera que, cuando su impulso no es transferido conscientemente a otros objetos de la misma esfera espiritual, y aun más, cuando no se acepta su presencia, se convierte en un fuerza oscura que tergiversa la óptica de los valores y hace vivir al individuo en un mundo ilusorio, porque atribuye a su «yo» y a las cosas magnitudes falsas”.[13]

Más adelante, al continuar con esta descripción y conceptualización de la cultura criolla, Samuel Ramos, se refiere como accidente histórico de la mentalidad relativa, al «Ateneo de la Juventud ». Y del cual dice que fue fundado en 1908, dos años antes de que iniciara la Revolución Mexicana, y que su intervención debe entenderse como un movimiento intelectual revolucionario contra la desmoralización de la época porfirista, su programa tenía el objetivo de extender y renovar la cultura, es decir levantar por todos lados la calidad espiritual del mexicano. Todos sus integrantes eran escritores y la mayoría fueron maestros de la Universidad.

La obra del Ateneo en su totalidad, dice Ramos, fue una sacudida que vino a interrumpir la calma soñolienta en el mundo intelectual de México. Propagó ideas nuevas, despertó curiosidades e inquietudes y amplificó la visión que aquí se tenía de los problemas de cultura. Mediante su filosofía tendió a contrarrestar el influjo creciente del utilitarismo, inculcando en la juventud el sentido de los valores del espíritu.

Incluso, Samuel Ramos integra este accidente histórico de la religiosidad de la cultura criolla, en los mejores términos que pudo haber ocurrido, es decir, reconociendo esta religiosidad esencial en la cultura criolla, la cual pervive a pesar de haber transitado por fuerzas ideológicas y movimientos sociales que aun cuando manifestaban su contrariedad, en el fondo participaban de la misma esencia de la religiosidad. Pues al referirse a los integrantes del Ateneo de la Juventud, expone que nuestros pensadores se adhirieron con entusiasmo a toda filosofía que afirmará enérgicamente la vida en nombre de sus valores espirituales y se acercan a aceptar su sentido religioso. Su voz es la de la raza hispanoamericana, cuya tradición intelectual es una variación sobre el tema del espiritualismo. Cuando Vasconcelos –uno de esos integrantes del Ateneo- da a la Universidad de México como lema «Por mi raza hablará el espíritu», su pensamiento parece obedecer a una voluntad suprapersonal, se expresa como un inspirado cuya intuición ilumina súbitamente los misterios del inconsciente colectivo.

Por último, Samuel Ramos explica sobre esta cultura criolla, su religiosidad y su accidente histórico del Ateneo de la Juventud: “No es siempre nuestro «europeísmo» un frívolo estar a la moda, o un mimetismo servil, es también estimación de los valores efectivos de la vida humana y deseo de entrar al mundo que los contiene. El ser indiferente a este sería tal vez signo de inferioridad que nos condenaría a no salir nunca de los horizontes de la patria, a no poder acercarnos a una comunidad más vasta de hombres, que es lo que idealmente ha pretendido Europa, creando el único tipo de cultura universal en la edad moderna. Por fortuna, el hispanoamericano es apto para elevarse a la universalidad espiritual y tiene voluntad de realizarla en sus formas posibles. Ya hemos indicado que esta voluntad se encuentra expresada en nuestros más valiosos pensadores y es uno de los leiv-motiv de la cultura criolla.”[14]

Esta es la cultura criolla hispanoamericana, que incluye a la mexicana, la cual presenta la mejor mentalidad o perspectiva en el proceso de simulación de la cultura europea, pero desgraciadamente es una cultura minoritaria que no ha podido trascender a las otras clase sociales y convertirse en la mayoría que daría a México la mejor de las culturas posibles hasta ahora. Así lo expresa el Dr. Ramos, en un tono melancólico: “Sólo cuando a la comunidad le sea accesible la ilustración media, fluirá por todas sus partes el alma de la minoría culta, y la moverá como el sistema nervioso mueve los miembros de un organismo.”[15]

A pesar de este momento de despunte en la cultura mexicana, sobrevinieron otros momentos que produjeron un abandono de la cultura, identificados por un decaimiento del interés por los estudios superiores que ya no eran vistos por los mismos universitarios con la misma consideración que antes. La pérdida también, aunque no por completo, del respeto y la envidia a los «intelectuales». Empieza a constituirse como denominador común de las reformas en la enseñanza, la acción útil. En la juventud y en los maestros, y aun en los intelectuales, hay la preocupación de adquirir un saber inmediatamente aplicable a la vida. Por eso el pragmatismo y el vitalismo fueron las doctrinas más afortunadas en el mundo universitario.

Con todo esto, dice Samuel Ramos, se puede establecer una diferencia de perspectiva: Al principio de nuestro siglo  -refiriéndose al siglo XX- era general entre los mexicanos un desdén marcado por todo lo propio, mientras que su interés se enfocaba a todo lo extranjero, para buscar, sobre todo en Europa, modelos que dieran un sentido superior a su vida. Sin embargo, en el curso del segundo decenio de este siglo –se refiere al mismo siglo XX- se produce un cambio de actitud en el mexicano hacia el mundo. Comienza éste a interesarse por su propia vida y el ambiente inmediato que lo rodea. Descubre en su país valores que antes no había visto, y en ese mismo instante empieza a disminuir su aprecio por Europa, que en ese tiempo vivía los años terribles de la guerra. Por lo que este espectáculo fue para muchos hispanoamericanos una desilusión por la cultura que tanto admiraban.

Según Ramos, este cambio psicológico se debió a múltiples tentativas de imitar sin discernimiento una civilización extranjera. Lo cual nos enseñó con dolor que tenemos un carácter propio y un destino singular, que no es posible seguir desconociendo. Y de ahí nace un nuevo sentimiento nacional de donde emana una voluntad de formar una cultura nuestra, en contraposición a la europea. Lo cual da lugar al nacionalismo.

Sin embargo, Ramos considera que al iniciarse el nacionalismo fue un movimiento vacío, sin otro contenido más que la negación de lo europeo. Y que el resultado de esto fue que México se aislara del mundo civilizado, privándose voluntariamente de influencias espirituales fecundas, sin las que el desarrollo de esa alma que anhelaba tener, sería imposible. Todo lo cual se debe, en reflexiones de Ramos, a la falta de una noción clara sobre el ser mexicano, porque mientras no se defina su modo de ser, sus deseos, sus capacidades, su vocación histórica, cualquier empresa de renovación en sentido nacionalista será una obra ciega destinada al fracaso. Por eso, según Ramos, se han originado dos partidos que disputan con pasión las normas que deben adoptarse para una cultura de México: el de los «nacionalistas» y el de los «europeizantes».

Pero Samuel Ramos considera que por un lado, se equivocan los nacionalistas oponiéndose a la participación de México en la cultura universal y aislarlo del resto del mundo. Ya que es un atrevimiento peligroso buscar deliberadamente un estilo original, cuando poseer una originalidad o no, es efecto de un destino en que la voluntad consciente no puede intervenir. Y por otro lado, también se equivocan los europeizantes, porque no ven la cultura Europea. Son hombres que abandonan idealmente la vida que los rodea, y dejan de ser mexicanos. No existe en su espíritu el elemento que al sufrir la acción de la cultura Europea injerte en el tronco de ésta una rama nueva, que llegue a ser más tarde una unidad independiente de cultura.

Finalmente, estima Samuel Ramos que las normas europeas que antes imperaban se han ido sustituyendo con gran rapidez por  el ideal norteamericano de la vida. El trabajo práctico, el dinero, las máquinas, las velocidades, son los objetos que provocan las grandes pasiones en los hombres nuevos. La idea directriz de la actual educación mexicana es lo que –valiéndonos de una imagen- se puede llamar la concepción instrumental del hombre. Nadie es personalmente responsable del cambio de rumbo de la educación mexicana, sino el ejemplo de una brillante civilización material que tenemos junto a nosotros. Si la escuela sirve exclusivamente a la técnica material, quiere decir que prepara a los individuos para ser más fácilmente devorados por la civilización, y esto es un concepto monstruoso de la escuela.

Contrario a esto, Samuel Ramos concluye aquí, que la educación debe concebirse  como un esfuerzo de la vida misma que se defiende contra una civilización, la cual aparentemente prepara muy bien a los hombres para vivir, convirtiéndolos en autómatas perfectos, pero sin voluntad, ni inteligencia, ni sentimiento, es decir, sin alma.

Aquí concluye Samuel Ramos su estudio descriptivo tanto de la mentalidad del mexicano como de sus accidentes históricos, así como el lugar que debe ocupar la educación,  de los cuales podemos realizar a continuación un esquema:

A. Factores constitutivos de la mentalidad del mexicano:

1. Un pasado colonial víctima de la transplantación cultural de la religión cristiana y el idioma, españoles.

2. La independencia de España, como productora de una encrucijada para determinar el destino, en un contexto donde ya existen naciones más desarrolladas.

3. Valoración de la cultura propia por debajo de otras más desarrolladas. Pero a pesar de esto se quiere tener el nivel de las culturas desarrolladas.

4. Opción de imitar rápidamente la cultura francesa para lograr el nivel alto de cultura que se quiere.

5. Rechazo y desprecio por la cultura propia y el afán de ocultarla con la imitación francesa (autodenigración)

6. Sentimiento de inferioridad inconsciente y como mecanismo de defensa del yo, la imitación para compensar tal sentimiento.

7. Mentalidad mexicana de la imitación como mecanismo de defensa para compensar el sentimiento de inferioridad que se tiene respecto a la cultura propia.

B. Mentalidades mexicanas.

a. «Pelado»: sentimiento de inferioridad  derivado de su condición económica de proletario y por confundir la valentía con la nacionalidad, haciendo alardes relativos impropios.

b. Mexicano de la ciudad: sentimiento de inferioridad experimentado como desconfianza de sí mismo, que luego para librase del desagrado que le acompaña, convierte en desconfianza hacia otros.

c. Burgués mexicano: sentimiento de inferioridad que se advierte por un refinamiento que oculta un nacionalismo que desprecia.

d. Cultura criolla – clase media: una minoría dispersa de la población mexicana, que no fue apoyada para su desarrollo y que pese a su aptitud para la asimilación de la cultura europea, ha sido avasallada por la cultura instrumental norteamericana.

e. Abandono de la cultura en México: Es el abandono de la cultura europea, la cual se ha ido sustituyendo con gran rapidez por el ideal norteamericano de la vida. El trabajo práctico, el dinero, las máquinas, la velocidad son lo objetos que provocan las más grandes pasiones en los hombre nuevos.

C. Accidentes históricos:

1. La conquista y la colonización: Transplantación de la religión y el idioma. El individualismo español, la influencia del medio, la servidumbre colonial y el escepticismo indígena.

2. Independencia y Reforma: Imitación del liberalismo francés.

3. Porfiriato: Imitación del positivismo decimonónico.

4. Revolución Mexicana: Ateneo de la Juventud - Espiritualismo europeo

5. Posrevolución: Nacionalismo – Reacción contra el europeísmo, un regreso a las raíces indígenas (el otro extremo del europeismo).

6. La actual educación mexicana: imitación de pragmatismo norteamericano.

Aquí concluye Samuel Ramos la primer parte de su ensayo caracterológico, filosófico y cultural educativo. Y termina precisamente con los elementos presupuestales de su investigación, como lo son, la descripción de la mentalidad del mexicano y la descripción de sus accidentes históricos. Todo lo cual habrá de servirle para continuar su trabajo filosófico. Desde luego, sin caer de ninguna manera en absolutismos absurdos, como con toda humildad lo reconoce el propio Ramos en el prólogo que hace a esta tercera edición de su libro: “No pretendo, desde luego, que esta interpretación psicológica pueda generalizarse a todos los mexicanos, pues quizá existan otras modalidades de carácter cuyo mecanismo deba ser explicado con otros principios científicos. Esto significa que el trabajo es muy incompleto, y quedan aun grandes regiones del alma mexicana por explorar”.[16]

Referencias: 

[1] Las letras negritas son mías.

[2] Samuel Ramos. El perfil del hombre y su cultura en México. Cuadragésima segunda reimpresión, México, julio de 2003. Pág. 20.

[3] Ibídem, pág. 20

[4] Ibídem. Págs. 14 y 15.

[5] Ibídem. Pág. 20.

[6] Ibídem. Págs. 20 y 21.

[7] Ibídem. Págs. 22 y 23.

[8] Ibídem. Págs. 24 y 25.

[9] Ibídem. Págs. 21 y 22

[10] Ibídem. Págs. 56 y 57.

[11] Ibídem. Pág. 53

[12] Ibídem. Pág. 72.

[13] Ibídem. Pág. 73.

[14] Ibídem. Pág. 80.

[15]Ibídem. Pág. 81.

[16]Ibídem. Pág. 14.

 

M. Sc. Victorio Jesús Broca Quevedo
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