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El último cuadro
del libro "El vuelo de la mariposa"
de Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu

 
 
 

                                                                                              1

Lo de la afición por la pintura en Rocco era innato. En su familia no había ni pintores, ni escultores. Su padre era marinero y su madre maestra de Provincia. Tenía una hermana mayor que él  -Sofía- que vivía en París, Francia.  A Sofía también le gustaban las Artes Plásticas; era escultora. A ella nunca le ocurrió algo tan inesperado y terrible como lo sucedido a Rocco con su último cuadro.

 

Su abuelo Fiodor -de origen ruso-, tan honesto y cascarrabias como buen agricultor, nunca quiso que él  se dedicara a la pintura. Eso de tener un nieto artista lo decepcionaba. Aunque se le explicara una y otra vez,  no reconocía que estaba equivocado. Al rudo campesino de cuerpo corpulento y acerado no le quedó otro remedio que aceptar la vocación y dedicación de su único nieto varón.

 

Su abuela Amalia;  excelente tejedora, buena madre y esposa lo complacía en todo. A ella le gustaban mucho los cuadros que él pintaba y era su principal crítica. El punto de vista de su abuela lo había salvado en varias ocasiones  cuando  los colores y las formas de alguna de sus obras  no lograban trasmitir el mensaje propuesto.

 

Su abuela era algo así como una improvisada y autodidacta especialista a la que Rocco sometía sus pinturas con el mejor de los deseos.  Sin embargo lo que pasó con su último cuadro no pudo ser evitado ni por ella ni por nadie. Todo pasó sin premoniciones o presentimientos.  

Era muy pequeño cuando  la familia decidió ir a vivir en Isla Berenice. Es una isla muy bella. Tiene la forma de una manzana y está situada en el Mar Mediterráneo. En la Costa Este de la misma está Marshal City, su capital. Ese nombre lo lleva porque es el de uno de sus hombres más importantes. Fue uno de sus fundadores.  Allí vivió Rocco con sus padres. Luego se fue a la Costa Oeste a estudiar y relacionarse con artistas de renombre. Allí vivió con un tío que era Profesor de  idioma Ingles.

 

Berenice debió llamarse Jardilandia porque está llena de jardines. En cada casa; en los parques, en la orilla de los ríos, en las montañas, donde quiera hay un jardín con variadas  flores de perfumes agradables. Muchos habitantes de la Isla  piensan que en ella hay todas las variedades de flores que existen.

 

El paisaje de Berenice es exótico. Hay altas montañas que le arrebatan espacio a las nubes y su cima se viste de blanco por las mismas, caudalosos ríos, rica y muy variada vegetación y una fauna donde abundan desde el más insignificante gusanillo hasta los más poderosos depredadores aéreos y terrestres. En la Costa Este viven familias de muy altos ingresos  y sus casas son muy lujosas. En esa zona hay muchas industrias importantes.

 

En el Sur, imperan los agricultores. En el Oeste viven familias cuyos descendientes eran de Nápoles, Italia, y son gentes muy importantes. Los hay artistas, escultores, pintores, teatristas, científicos etc.  En esa zona, como en Nápoles, hay muchos castillos y vetustas mansiones; muchas de ellas tan descoloridas  como aburridísimas. Varios castillos de estos están llenos de misterios y algunos escritores de Berenice los han usado en sus novelas de terror.      

 

Rocco vivía en Santa Rosa, en el oeste del país. Allí llegó cuando había cumplido ya  los catorce años. Matriculó en una Escuela Secundaria. Estudiaba por las mañanas y pintaba por la tarde. En las noches leía o veía la televisión. Ahora tenía diecisiete años.

 

Era un muchacho callado; talentoso, aparentemente tonto, soñador y disciplinado. Físicamente atraía a las muchachas con facilidad por su porte atlético, sus ojos verdes, su pelo negro sedoso y su piel clara, y rostro atractivo. Su mirada es la de los buenos pintores; penetrante y  escrutadora  donde el más mínimo detalle es atrapado. A pesar de todo no era un caza  muchachas.

 

Rocco decía que su novia era la pintura;  su amante;  la pintura y  su mejor amiga;  la pintura. Como adolescente primero y joven luego no estuvo exento de resabios, asombros ante lo inesperado o misterioso, y desde luego, gustaba de las excursiones y la fantasía.

 

Cuando fue por primera vez a la Secundaria los otros muchachos trataron de hacer confianza con él inmediatamente, pero él no hizo intento alguno en complacerlos. Ellos lo tanteaban. El hacía lo mismo. Ellos deseaban conocerlo a fondo.

 

No soportaba algunos de su grupo. Su seriedad y  su carácter altivo provocó en sus compañeros cierto rechazo y una andanada de malas opiniones circularon por el aula y la escuela.  Todos decían que era antipático.

 

Para muchos muchachos era un entretenido. Lo decían porque muchas veces se quedaba  pensando y pensando, como ido de la realidad, quizás meditando sobre algún cuadro que estaba pintando o haciendo uso de su imaginación en la elaboración de alguna próxima pintura.

 

A pesar de todo era muy cortés; educado, de  buenos modales y trato para con los personas mayores. Rocco  era un muchacho sencillo.

 

No sentía orgullo por nada ni le gustaba llamar la atención por sus vestimentas, sus cuadros o sus atributos físicos e intelectuales. Ellos, los de la escuela no habían descubierto todavía que Rocco tenía un buen corazón.

 

Llevaba en aquella escuela seis meses y había logrado tener dos o tres amigos, entre ellos  Tania, una muchacha cuyo temperamento se parecía al suyo.

 

La madre de Alex, uno de los tres amigos, enfermó y hubo que ingresarla en una clínica. Alex era muy querido entre los muchachos del grupo y estos hicieron colectas para sufragar los gastos de hospitalización de su mamá.

 

Los ingresos del padre de Alex y las colectas hechas entre sus amigos de la escuela no eran suficientes para sufragar los gastos de hospitalización de su madre. Rocco buscó uno de sus cuadros, se fue a una plaza donde se vende de todo y lo puso en venta. Un turista griego lo vio y se lo compró. El dinero de la venta del cuadro Rocco se lo entregó  a Alex para que pagara los servicios de la clínica donde estaba  ingresada su mamá.

 

La noticia de la acción de Rocco con Alex corrió de boca en boca y toda la escuela se enteró. Eso trajo como resultado que las opiniones sobre él cambiaran y muchos de los que le resultaba antipático se le aceraran y trabaran amistad con él.

 

Cuando Tania, su amiga, se enteró fue hasta él, lo felicitó, le dio un beso en la mejilla y en  sus labios afloró una dulce sonrisa. Ella valoró de muy bueno  su gesto y le mostró una vez más su especial simpatía por él.  Rocco comprendió, como romántico al fin, que Tania había aprovechado la oportunidad  para insinuarle  sus sentimientos. Sin  hacer absolutamente nada, muchas muchachas de la escuela  se enamoraron de él.

 

Era imposible responderle a tantas por lo que Rocco decidió no acercarse a ninguna. Con Tania era diferente. Sentía un especial interés no declarado por ella  que la desesperaba, pero éste quería estar seguro se sus sentimientos por los valores morales que ésta  tenía.

 

-Alex, simpatizo mucho con Tania. No es como las demás. Tiene mis mismas inquietudes, ve la vida como adulto, no como un chiquillo alocado de esos que tanto abundan. No es ninguna chica extraña, lo que pasa es que no es como las demás _ le dijo en cierta ocasión a su amigo.

 

-Rocco, Tania es muy buena muchacha y muy buena amiga. Todos saben está enamorada de ti y cuando los ven juntos, se quedan mirándolos y comienzan a cuchichear- dijo Alex resueltamente.

 

Suspiró.

 

-Algunas han intentado levantar una barrera entre Tania y yo pero no lo han logrado y eso las mortifica- dijo Rocco sonriendo.

 

-Están fascinadas, Rocco.

 

Los dos rieron. Después comentaron sobre el interés de algunas porque Rocco les hiciera un cuadro y su disposición a posar para el mismo en su pequeño taller de pintura.

 

-Como sólo has pintado a Tania, sienten celos y algunas la miran con malos ojos. Sienten envidia por ella, Rocco.

 

Rocco se quedó unos instantes pensativo.

 

-Te soy sincero; estuve muchas horas con ella cuando le hice el cuadro y no pensé en nada que no fuera en lo que estaba haciendo. Quería que me quedara lo mejor posible. No hubo entre nosotros absolutamente nada- dijo satisfecho.

 

-Ellas piensan lo contrario. Los muchachos alaban tu suerte.

 

-Se que hay algunos que no me miran con buenos ojos por eso. Alex, no me voy a llenar la cabeza de musarañas por esto. Que piensen lo que quieran. Le hice el cuadro a Tania y no me interesa lo que piensen. No estoy obligado a hacerlo con ellas ._las palabras salieron de su hermosa y expresiva boca con firmeza.

 

-¿Ya se lo entregaste?

 

-Todavía. Esta noche voy a darle ciertos retoques para entregárselo mañana- dijo Rocco.

 

Charlaron un rato más y se despidieron. Elex se dirigió a su casa y Rocco se dispuso a terminar el cuadro de Tania en su pequeño taller de pintura. Era una habitación pequeña de tres metros cuadrados. Las paredes estaban llenas de cuadros colgados desalineadamente. Junto a los mismos había afiches de cantantes y grupos musicales nacionales y extranjeros muy populares. Los Beatles ocupaban el lugar de honor.

 

En el centro de la habitación había una mesa rectangular y sobre la misma: bocetos, papeles garabateados, libros sobre técnicas de pintura, pinceles, tubos de óleo, acuarelas y alguna que otra fotografía que espera el turno para ser pintada en el lienzo. En una de las esquinas, cerca de la ventana, el caballete donde hacía los cuadros.

 

El reguero constante en que se encontraba su taller estaba muy distante de los rasgos de su temperamento. Cualquiera diría que era ordenado en todo. En cambio la habitación donde dormía era todo lo contrario. Ordenada, limpia y su cama siempre estaba impecablemente tendida.

 

Entró despaciosamente al taller, se acomodó en la butaca que estaba frente al caballete de madera de cedro, y contempló el rostro de Tania, salido de sus manos. "Es bella, la más bella del aula" -pensó.

 

Tomó la paleta en la mano izquierda y un pincel muy fino en la derecha.  Cuando se disponía a retocar los ojos de Tania, se quedó perplejo. Frunció el entrecejo, sacudió su cabeza y se dispuso a examinar bien el detalle.

 

Monologó:

 

-Yo me habré equivocado en el color de los ojos de Tania. Ella los tiene azules y así los pinté, ahora en el cuadro son…verdosos. ¿Cómo es posible-…? -una sensación de incertidumbre lo embargó.

 

Reflexionó unos instantes. Estaba seguro que los había pintado tal como eran los de su amiga preferida. Ahora estaba confundido. Puso la paleta y el pincel sobre la mesa en desorden y contempló unos instantes el cuadro.

 

Monologó de nuevo:

 

-No es posible que me haya equivocado. He pintado docenas de cuadros y no me había pasado esto. ¿Cómo pudo ser, Dios mío? No puedo darle este cuadro a Tania con ese error. Se va a reír de mí. Me va a decir que soy un entretenido: un tonto.

 

Durante el monólogo sus labios se movían lentos, sus seño estaba fruncido, sus cejas arqueadas y su mirada estaba clavada en los ojos del cuadro. No entendía lo que había pasado. 

 

Se puso de pie, quitó el cuadro del caballete y sin pensarlo mucho lo rompió. Estaba visiblemente enfadado. "Le diré a Tania que no lo pude terminar y le prometeré que pasado mañana se lo entrego".

 

Rocco estaba seguro que podía pintar nuevamente a Tania pues se sabía de memoria su rostro. De olvidar algún detalle, sólo tenía que apelar a los pedazos del lienzo roto donde estaba la imagen de su amiga.

 

Optó por ir al baño, darse una buen duchazo, comer y por la noche comenzaría de nuevo el cuadro. En el baño, sentado a la mesa comiendo, luego cepillándose los dientes y en todo momento pensaba en lo ocurrido. No encontraba explicación alguna, como no fuera un descuido suyo, lo cual era poco probable. "Yo le pinté los ojos a Tania azules, ahora miro el cuadro y estos tienen un color verdoso". "!Qué extrañó!" -pensaba.

 

Por la noche comenzó la obra. Estuvo pintando hasta las cinco de la madrugada. Había logrado en tiempo record hacer el trabajo. A medianoche su tío Freddy le llevó -como de costumbre- una taza de chocolate caliente y galletitas dulces.

 

Su tío le daba muy buenas atenciones y siempre estaba pendiente de sus necesidades. A él le simpatizaba doblemente Freddy. Por su dedicación hacia él y por su parecido con John Lennon, músico y compositor  y cantante de los Beatles.  Freddy era alto, delgado, medio melenudo y usaba espejuelos para miopes de esos que le dicen  fondo de botella. Era Profesor de Inglés en la Universidad Central de Berenice.

 

Una vez terminado el cuadro, Rocco, alelado lo observó buscando algún detalle olvidado; algún rasgo indebido o un color exagerado, pero no encontró nada anormal. Tania había quedado tal y como era. No había diferencia alguna entre el retrato hecho por él y la realidad.

 

Hasta llegó a pensar que este segundo cuadro había quedado mejor que el primero. Encontraba a Tania más bonita. 

 

Se puso de pie, se estiró y bostezó de sueño. Podía dormir toda la mañana porque era domingo y no había clases. Fue a la cocina, tomó agua del refrigerador y se dirigió a su cuarto. Estaba cansado y cuando cayó a la cama se durmió en el acto.

 

Había olvidado un compromiso que hizo con Alex de ir de excursión a una montaña donde escalarían y cazarían bellas y extrañas mariposas para la colección de su amigo.  Alex fue a buscarlo a media mañana, pero su tío justificó su ausencia.

 

A Alex no le quedó otro remedio que ir solo. Como conocía tan bien a Rocco, apenas se enojó por lo sucedido. 

 

                                                                                            2

Al mediodía despertó. Se aseó, almorzó y vio un rato la televisión. Estaban dando la película "La Guerra de las Galaxias", creada por el guionista, productor y director estadounidense George Lucas y decidió verla por segunda vez.

 

Del imperio cinematográfico Lucas  había visto: La amenaza fantasma; El ataque de los Clones y La venganza de los Sith.  Las películas de misterios y aventuras le fascinaban. 

 

Permaneció sentado frente al televisor hasta que terminó la película y leyó el último, del aburrido tropel de créditos que tiene la misma. Apagó el SHARP y decidió ir al cuarto taller. Su tío y la esposa habían salido a comer en un restaurante.

 

Entró, y después de ojear una revista sobre Museos Famosos, se acercó al caballete donde estaba el cuadro de Tania.

 

Cuando se sentó frente al cuadro y vio aquello se quedó petrificado. Tenía la sensación de que estaba alucinando; que veía visiones o que se estaba volviendo loco. Se puso las manos en la cabeza, abrió los ojos desmesuradamente y respiró profundo. Estaba frente a una imagen que no era la de Tania. ¨! Dios, mío!¨, exclamó muy asustado.

 

Su amiga había desaparecido. Ahora tenía frente a sí el rostro de una muchacha de pelo castaño oscuro largo pero recogido sobre su cabeza con mechones a ambos lados de su cara y un cerquillo sobre su frente. Dos bandas de su pelo caían sobre sus hombros estrechos y su pecho; ojos verdosos,  rostro de tez clara y pómulos rosados. Sus labios eran perfectos, carnosos y medio rojizos. Sin lugar a dudas tenía frente a él una muchacha bellísima.

 

Como estaba solo, sintió miedo. Nunca había sentido tanto miedo. Se puso de pie, miró a todos lados de su desordenado taller con la sensación de que la muchacha del cuadro pudiera estar allí. Salió y recorrió toda la casa, pero no encontró nada. Retornó al cuarto _ taller y se puso de pie frente a la imagen fantasma.   

 

Rocco hizo intentó por recuperar la calma y medio lo logró. Miró atentamente el rostro que tenía frente a él. Los ojos eran los mismos que aparecieron en el primer cuadro que hizo de Tania y había roto. En sus labios había una ligera sonrisa como pedida prestada a la Gioconda de Leonardo da Vinci.  La sonrisa de la aparecida que desplazó a Tania era menos enigmática que la de Mona Lisa.

Monologó lleno de espanto:

 

-¿Y ahora, qué hago? No puedo decírselo a Tania. Volveré a quedar mal con ella. Le prometí el cuadro para mañana. Si vuelvo a pintarlo

 

¿Quién es esta mujer?

 

Sintió la sensación de que si lo pintaba sucedería lo mismo. La incertidumbre invadió su mente llena de interrogantes e ideas confusas.

 

-Esto no debo contarlo  a nadie. ¿Qué hacer?

 

Miraba alelado el cuadro. Fruncía el entrecejo, contraía los labios, se pasaba la mano por la cara y luego presionaba su barbilla. Apenas parpadeaba. Sintió deseos de romperlo, pero no lo hizo.

 

Cogió una tela blanca y cubrió el mismo. Se puso de pie y fue hasta la ventana. Afuera llovía. El día estaba fresco y los relámpagos a lo lejos serpenteaban  en el cielo gris oscuro.

 

Pensaba que a mucha gente le habían ocurrido cosas extrañas, misteriosas, pero nunca había oído decir que a un artista plástico le ocurriera lo que a él le sucedió.

 

De pequeño, su padre le había contado muchas historias de aparecidos y de fantasmas en los castillos, pero él  no cría mucho en eso. 

 

Monologó de nuevo:

 

-Estas cosas sólo se ven en las películas y en los libros de novelas de terror, pero lo cierto es que ahora a mi me acaba de suceder. ¿Quién es esta muchacha? ¿Qué tiene que ver conmigo? ¿Cómo es posible que esté ahí sin haberla pintado? Ninguna interrogante tenía explicación.

 

Sin percibirlo el tiempo pasó y llegó la noche. Sus tíos regresaron  y éstos le trajeron su cena. Se sentó a la mesa y comió con su cabeza llena de interrogantes.

 

Esa noche apenas pudo dormir. El desvelo fue cruel. Se puso a meditar profundamente sobre lo sucedido. Creía ver la imagen de la muchacha en la cama; en el techo, en las paredes de la habitación, sentada en la silla que estaba junto a su cama, y tenía la sensación de que la sentía.

 

Permaneció despierto muchas horas con la mirada clavada en el techo. Pensó que una vez dormido soñaría con ella pero no fue así. Se durmió y no pasó nada extraño.

 

Al filo de las nueve de la mañana se levantó, se aseó, y aún soñoliento  desayunó con sus tíos. Muy pocas veces habían coincidido en la mesa a esa hora, porque ellos se iban tempranos para sus trabajos. Ese día no lo harían porque ambos estaban de vacaciones.

 

Su tía era una mujer talentosa y de hablar bajo. Cuando hablaba hacía un sinnúmero de gestos. Freddy, su esposo, le decía que si le cortaban las manos se quedaba muda. No era ni gorda ni flaca, pero como tenía la cintura estrecha, Sofía atractiva. Su  pelo era corto ensortijado, sus ojos negros,  y trigueña de rostro. Parecía una brasileña deslavada.

 

-¿Qué te pasa, Rocco, te veo muy pensativo?- le preguntó su tía Lucy.

 

-Nada tía. No me pasa nada.

 

Su tío  Freddy, ajustándose los espejuelos en con el índice derecho le preguntó:

 

-¿Por qué no fuiste a la escuela?

 

Dejó de masticar y contestó:

 

-Me quedé dormido. Además, tengo otras cosas importantes que hacer.

 

-Tú amiga Tania llamó cuando estabas durmiendo- le dijo  la tía.

 

-¿Me dejó algún recado?

 

-No. Me dijo que por la tarde vendría a visitarnos.

 

Lo dicho por Lucy preocupó a Rocco. Ella vendría por el cuadro. No sabría cómo justificarse con ella porque no podía decirle lo sucedido. Entonces pensó: "Le diré que estoy enfermo"

 

-Tía cuando ella venga le dices que no estoy; que fui al médico porque me sentía mal de salud.

 

Su tío se puso serio y con el entrecejo fruncido lo incriminó:

 

-Nunca mientas, Rocco. Decir mentiras es algo muy feo. No acostumbras a hacerlo- dijo Freddy con la palma de la mano derecha cerrada y el dedo índice apuntándole.

 

Lucy también atacó:

 

-Es cierto lo que dice tu tío. Eso es feo. Dios lo castiga.

 

El se rascó la cabeza y comentó:

 

-Está bien, pero es que no he podido terminar su cuadro. No sé qué hacer.

 

-Dile la verdad- indicó Freddy.

 

-De todas maneras no voy a estar aquí cuando ella venga. Bueno, me voy.

 

-¿Dónde vas?- preguntó su tío.

 

-Voy a dar unas vueltas y luego a la Biblioteca.

 

Se puso de pie, acomodó la silla debajo de la mesa  y salió. Merodeó por la ciudad y luego fue hasta Biblioteca. El edificio es alto, de cinco pisos y arquitectura moderna. En la tercera planta estaba la literatura sobre Artes Plásticas. El salón de lectura era amplio y en el centro había una mesa larga, muy pulida, con sillas alrededor.  En cada esquina había una pequeña mesa con una silla. Los estantes repletos de libros y revistas cubrían  una buena parte de las cuatro paredes.

 

Pidió un texto sobre Leonardo da Vinci y se sentó en una de las mesitas que están situadas en cada esquina del salón.

 

Abstraído ojeaba lentamente el Códice sobre el vuelo de los pájaros realizado en 1505. Leía y observaba atentamente. En aquel lugar el silencio era sepulcral. Cada cual leía lo suyo y no se escuchaba comentario alguno.

 

Llevaba varios minutos metido en el texto y sintió molestas en el cuello. Levantó la cabeza, hizo varios movimientos de cuello  buscando alivio, y se dispuso a observar todo lo cuanto había a su alrededor.

 

Cerró los ojos unos instantes y se los frotó. Cuando los abrió creyó ver visiones. Frunció el seño y fijó la mirada en una muchacha que estaba sentada leyendo en una de las mesas opuestas a la suya.  Estaba frente a él.  Cuando la examinó bien se estremeció.

 

Murmuró:

 

-!No puede ser! ¡Es la misma! ¡Esa es ella, la del cuadro! ¿Será … gemela  con…? ¡Son idénticas! 

 

No salía de su asombro. La muchacha levantó la cabeza  y lo miró. Ella no se veía asombrada. Su estado de ánimo era normal.

Rocco se quedó mirándola  fijamente. Clavó sus ojos en los suyos. El nudo que se le hizo en la garganta le impidió sonreír, pero ella si lo hizo. Su sonrisa era magnética. "Es tan misteriosa como bella" "Son los mismos ojos, su mismo pelo, su misma cara…¨-pensó.

 

Ella se quedó mirándolo. Rocco supuso que le había caído bien. No le era fácil pensar que aquello era verdad. De todas formas lo era. Ella estaba allí;  leía, lo miraba, sonreía, respiraba, movía sus manos como los demás, así que estaba viva, era un ser viviente como él. Reflexionaba.

 

Con sus manos congeladas entregó el cuaderno y decidió acercare a ella. Ya dueño de sí mismo  se le acercó.

 

-Buenas- dijo bajito para no interrumpir la lectura de los demás.

 

Ella lo miró tiernamente. A el le pareció una mirada seductora.

 

-Buenas, Rocco.

 

Ese era el colmo de los colmos. Ella sabía su nombre. ¿Lo había averiguado? Eso lo sabría luego y prefirió no romperse la cabeza buscando una explicación.

 

-¿Me conoces?- le preguntó.

 

-Sé que ese es tu nombre. No es difícil saberlo porque eres artista plástico y te conoce mucha gente. "Sabe hasta lo que hago" -pensó.

 

-¿Vas a estar mucho rato aquí? -preguntó Rocco.

 

Ella cerró el libro. Era una novela de Balzac. Se puso de pie y la colocó en el estante donde estaba antes. Cuando se dirigía al lugar, él la examinó de arriba abajo. Su cuerpo era esbelto, la cintura estrecha, piernas bien formadas y su andar era muy gracioso. En todo superaba a Tania, su amiga.

 

El se le acercó y ambos salieron. Frente a  la biblioteca hay una plaza y en su centro está la estatua del General Marshal. Cientos de palomas revoleteaban y  se desplazaban entre las gentes.  En uno de los bancos de la misma se sentaron.

 

-¿Cómo te llamas?

 

-Sofía- respondió cruzando sus piernas.

 

-Es un nombre muy bonito. Me recuerda a la actriz de cine Sofía Loren.

 

-No seas exagerado. Tu nombre también lo es.

 

Rocco la tanteó.

 

-Te he visto en algún lugar, pero…

 

-No tengo la menor idea dónde- respondió ella.

 

-¿Estudias?

 

-No. Ya no estudio. Me gusta mucho el tenis de campo y me paso casi todo el día jugando. ¿Te gusta?

 

-Un poco. Soy muy malo jugando. ¿Me enseñas? -le preguntó Rocco.

 

-Me gustaría. Si lo deseas podemos ir mañana al campo de tenis de la Universidad.   

 

De repente Rocco comenzó a sentir una sensación de bienestar junto a ella. No se cansaba de mirarla. Era hermosa, atractiva y sensual.

 

Una suave sonrisa se dibujó en los labios de Sofía.

 

-Me caes bien. Me pareces respetuoso y sobre todo muy inteligente- dijo ella.

 

-Tú, también. Eres muy guapa- dijo Rocco asintiendo con su cabeza. Le parecía una chica extraña, diferente a las demás, pero le gustaba y estaba decidido a compartir con ella.

 

Estuvieron un rato más conversando sobre diferentes temas y se despidieron. El había olvidado preguntarle dónde vivía para visitarla y ese olvido no se lo perdonó.

 

Al día siguiente se encontraron en la cancha de tenis. Ella llevaba puesta una blusa escotada de color blanco y un short corto bien ajustado. Sus muslos eran esplendorosos. "Después de todo es buenísimo estar con ella" - pensó.

 

Estuvieron jugando más de dos horas. El no hizo ni la mitad de los tantos que ella logró. Lucí era  muy buena con la raqueta en la mano. Rocco era pésimo.

 

Extenuados se sentaron un uno de los bancos ubicados  alrededor de la cancha. El respiraba jadeante. Ella estaba menos agotada y respiraba normal.

 

-Me ganaste por amplio margen, Sofía.

 

Ella sonrió y dejó al descubierto sus pequeños, blanquísimos y bonitos dientes.

 

-Eres  malo jugando, pero la pasamos muy bien. Mi propósito era que compartiéramos. Me siento muy bien con tu amistad, Rocco.

 

-Yo también. Me has hecho olvidar la escuela.

 

-Eso no es correcto. Te invito a nadar en la charca que hay en Punta Caleta. Nos vamos para allá en bicicletas y tú verás que bien la vamos  a pasar. Pero tiene que ser en un horario que no tengas clases.

 

-Bueno, nadando no me vas a ganar. Se nadar muy bien. Está bien iremos mañana por la tarde. Si quieres le digo a mi tío que nos lleve en el auto -dijo Rocco.

 

-No. Mejor nos vamos en las bicis.  Me gusta más. ¿Me complaces?

 

-Está bien._le dijo él y tomó una de sus manos, pero ella discretamente la apartó. Sintió que su mano era cálida, suave y tierna.

 

Por unos instantes pensó en Tania. Se sentía medio culpable de que su amiga, con pretensiones de noviazgo, estuviera sufriendo por su ausencia, pero Sofía ya estaba metida dentro de su cabeza. Tenía la sensación de que Sofía lo había hechizado.

 

Cerca de donde estaban, fuera del área de la cancha de tenis,  había un pequeño jardín. Cortó una de las rosas y se la obsequió a su nueva amiga. Ella la cogió, la olió y se la colocó en su pelo.

 

-Gracias, Rocco. Eres muy gentil. Me gustan los hombres así.

 

-Te ves más bonita de lo que eres con la flor en tu pelo- lo dijo devorándola con la mirada. Rocco se había enamorado de Sofía.

 

3

-¡Eres injusto! Te desapareces  y ni tus tíos me han podido dar noticia de tu paradero. Si es por el cuadro, no debiste haberlo hecho. No tengo apuro alguno por el mismo. En la escuela todos los del grupo están preocupados por ti- le dijo Tania que por casualidad se encontró con él en la calle.

 

Trató de justificarse con una historia poco creíble. De todas  formas Tania seguía sintiendo por el lo mismo.

 

-He tenido problemas de salud. Además tengo que reparar el caballete. A la escuela no he ido porque…

 

Ella lo interpeló.

 

-No hagas más historias. Por los motivos que sean … tú eres el mismo para mí- lo dijo con la mirada clavada en los ojos de Rocco y puso en sus palabras todo cuanto sentía por él.

 

-Te prometo que volveré pronto a las clases. En cuanto a ti, eres la misma; lo mejor de mis amistades, algo muy importante para mi.

 

Tania de despidió dándole un beso en las mejillas. El hizo lo mismo y se dirigió a la Plaza donde Sofía lo esperaba para partir rumbo a Punta Caleta. 

 

En una esquina de la Plaza Mayor estaba ella de pie junto a la bicicleta. Vestía deportivamente. Traía puesto un pulóver negro  y un short  azul ajustado. Tentaba a cualquiera.

 

Juntos, salieron y en media hora llegaron a su destino. Era un lugar  de abundante vegetación costera. Junto a la dársena,  había atadas varias embarcaciones; pequeñas, medianas, de regular tamaño y otras lujosas en las que pescaban y paseaban sus adinerados dueños.

 

La mayoría de las embarcaciones son pesqueras ya que la mayoría de los habitantes de Punta Caleta son pescadores. A lo lejos, próximo al horizonte azul de un mediterráneo espejado, varios pescadores en sus chalanas esperan por la picada de los pargos, las rabiburrias, las chernas y otros. La mayoría pernoctan en el mar al que le extraen el alimento  y sustento.

 

No lejos de allí, tomando por un trillo entre uvas caletas y mangle rojo estaba, entre piedras pulidas por la acción del tiempo y las aguas, la charca de unos diez metros de ancho en forma circular y una profundidad no medida en su centro.

 

En las orillas el agua sólo cubre el cuerpo al nivel de la cintura. Al mediodía sus aguas están tibias, pero temprano en la mañana y en los atardeceres otoñales es ligeramente fría.

 

Dejaron  las bicicletas a la sombra, debajo de unos árboles, y se dirigieron a la charca.

 

-¿Sabes cómo le dicen algunos aquí  esta charca, Rocco- le preguntó ella sentada junto a él sobre las piedras húmedas.

 

-No. ¿Cómo?- preguntó con el ceño fruncido.

 

-Le dicen la Charca del Diablo - dijo sonriendo.

 

A Rocco le extrañó el nombre. Le pareció tétrico.

 

-Bueno, es que…sobre este lugar hay muchas leyendas de aparecidos y gente que se han encontrado ahogadas … no sé, muchas cosas más se dicen de este lugar.

 

Rocco sonrió.

 

-No creo en muchas cosas de las que se cuentas por ahí. Tampoco creo que el Diablo exista. El Diablo es el hombre malo. Sólo existe Dios. Yo creo en un Dios que está dentro de mí, de ti, de todos; no en el policía cósmico ese del cual se habla por ahí, y que lo controla todo con el talonario de castigos en las manos, presto a castigar siempre- comentó Rocco.

 

-Pienso como tú. Pero no vamos a hablar de esos asuntos ahora. ¿Nos bañamos? 

 

-!Claro! A eso vinimos.

 

Ella se quitó el short y él hizo lo mismo. Casi al unísono se lanzaron al agua. Nadaron unos instantes sin rumbo fijo. De aquí para allá, de allá para acá. En el agua, reían, cantaban, hacían anécdotas de todo tipo y se devoraban con las miradas. Rocco estaba locamente enamorado de ella. El no podía asegurar mismo de ella, pero lo presentía.

 

En el agua charlaron sobre ellos. Rocco le contó de sus padres, de sus abuelos, de la escuela donde estudiaba y todo lo ocurrido allí. Ella, por su parte,  le habló de los suyos.

 

Sus padres eran gente de mucho dinero. Vivían, según ella, en una vetusta mansión. Creció rodeada de antigüedades. En su cuarto llegó a tener más de una docena de las más caras muñecas que existían. Tenía dieciocho años y no había tenido novio alguno. Le contó muchas cosas de su vida.

 

El, alelado; absorbiendo con la mirada  los movimientos de sus ojos, de sus labios hermosos, de su cara bonita, no le prestaba mucha atención a las narraciones de Sofía. 

 

Salieron del agua y de nuevo se sentaron sobre las piedras. Rocco pensó en declararle su amor y lo hizo. Estaba hechizado por ella.

 

-No puedo contestarte ahora, Rocco. No estropees estos buenos momentos.

 

-Cuándo responderás?

 

-Otro día. Quizás…un día de estos- dijo ella pensativa.

 

-¿Por qué?

 

-Voy a dar un viaje. Cuando regrese te contestó.

 

A  Rocco  le preocupó lo dicho por ella, pues estaría varios días sin verla.

 

-¿Dónde vas?

 

-Muy lejos. Fuera del país. Pero te prometo que regresaré.

 

Como ella no le dijo a dónde iría, el no insistió. Sofía tomó sus manos y miró fijamente a sus ojos. Estaban de pie uno frente al otro.

 

-Eres muy hermoso, inteligente y bueno. Me gusta mucho lo respetuoso que eres y además sabes hacer sentir muy bien a quien te acompaña. Nunca tuve esa suerte. A tu lado me he sentido muy bien. Es una lástima que todos lo de tu edad no sean como tú.

 

-Yo también me siento feliz contigo.

 

Ella lo besó en las mejillas. El intentó besar sus labios, pero ella ladeo su cabeza y el beso de Rocco cayó en su cara.

 

-Te dije que esperaras. Nunca te precipites. Haz las cosas una vez que las hayas pensado una y otra vez.

 

-Perdóname, Sofía.

 

-Te perdono -dijo ella sonriendo. Es hora de que nos marchemos. Esperan por mi. Ahora voy para mi cárcel.   

 

-¿Por qué dices eso?

 

-No puedo hacer todo esto que hago donde vivo porque … Bueno, vamos.

 

El supuso que sus padres eran lo suficientemente rectos y no le daban mucha libertad, pero optó por no hablar del asunto.

 

Salieron, y cuando llegaron a la ciudad, se despidieron en el mismo lugar donde se encontraron.

 

Al día siguiente Rocco la extrañaba mucho. Pensada y recordaba los momentos junto a ella;  sus palabras, su lindo cuerpo, su afinidad con ella. En el aula estaba ausente. Apenas atendía a los profesores. Evadía a  Tania. Sus conversaciones con ella eran breves. Tenía a Sofía metida en su mente día y noche.

 

Apenas había entrado en su cuarto-taller de pintura. Pensaba una y otra vez: "¿Por dónde andará?", "¿Pensará en mi?", "¿Cuándo vendrá?"

 

De repente, uno de los profesores de la escuela murió. Todos los de su grupo asistieron al velorio y luego al entierro en el cementerio de la localidad. Tania fue y no se despegó de él, pero Rocco añoraba encontrarse con Sofía.

 

Una vez sepultado el profesor, Rocco; con el propósito de alejarse de Tania, comenzó a distanciarse disimuladamente  de ella. Fingió que buscaba una bóveda donde estaba enterrado un familiar suyo.  Miraba una lápida, luego otra, siempre observando de reojos al lugar donde estaba Tania. Ella se marchó con los dolientes y el grupo de la escuela. El continuó leyendo epitafios.

 

Caminaba y leía. De pronto vio algo sorprendente. En una bóveda, al parecer de una familia adinerada; adornada con ángeles tallados en mármol, y con una lujosa tapa de granito con agarraderas de bronce brillante, leyó en una de las jardineras llena de flores blancas lo siguiente: "A Sofía Herman, de sus familiares que no la olvidan". Debajo de la dedicatoria, unas fechas: 1911-1985. "Descanse en paz".

 

A un lado de las fechas que indicaban su nacimiento y el día de su muerte había impresa  en la porcelana de la jardinera una foto de la difunta. Su pelo era blanco  y corto; su frente estrecha, la cara era tenía el aspecto de una  ciruela pasa. Estaba llena de arrugas. Los ojos eran aceitunados y en sus labios se dibujaba una sonrisa inexpresiva.

 

El corazón de Rocco se  desbocó. Sintió un erizamiento muy fuerte en todo su cuerpo. Fue como si le hubieran aplicado electricidad. A Rocco se le hizo un nudo en la garganta y de repente sintió un fuerte dolor de cabeza.

 

Miró  todas partes y no había nadie. Temblaba, sentía mucho miedo y no sabía el por qué. Intuía que algo muy grave estaba pasando. ¡Sofía! ¿Por qué se me ha metido en la cabeza que esto tiene que ver con ella? ¡No! ¡No puede ser! ¿Qué me está pasando?

 

Salió corriendo del cementerio y fue hasta su casa. Sus tíos no estaban. Abrió apresuradamente la puerta principal, entró  y se dirigió al cuarto-taller. Iba a entrar, pero se detuvo en el umbral de la puerta. Tenía miedo que…

 

Monologó:

 

-Tengo miedo que cuando me pare frente al caballete sea ella. ¡Dios mío, ayúdame!

 

Reunió fuerzas  y entró. Tomó por una de las esquinas el paño blanco que cubría el cuadro pero no se atrevía a develarlo.

 

Respiró profundo, cerró sus ojos y de un tirón el cuadro quedó al descubierto. Rocco estaba muy nervioso.  Temblaba, no se atrevía a abrir sus ojos.

 

Le pidió auxilio a Dios y poco a poco los fue abriendo. Esta vez la sorpresa fue mayor. El lienzo estaba en blanco. No había imagen alguna. Cogió el cuadro en sus manos y lo examinó de cerca buscando algún rasgo aunque fuera imperceptible, pero no encontró nada. Se sentó en la banqueta frente al caballete, colocó el lienzo enmarcado en  el mismo y mirándolo fijamente hizo múltiples reflexiones. 

 

El cuadro estaba en blanco como indicando que Sofía no aparecería jamás. El acontecimiento lo había afectado de tal manera que decidió no pintar durante mucho tiempo. Su sistema nervioso estaba muy afectado y apenas dormía.

 

Su tío lo llevó ante un siquiatra, y después de varios días con tratamiento médico, se mejoró y se incorporó a la escuela. Comenzó a tratar como antes a Tania y se hizo novio de la misma, pero jamás pudo olvidar a Sofía.         

 

Fin             

Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu
del libro "El vuelo de la mariposa"

 

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