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El pequeño Dudú
del libro "El vuelo de la mariposa"
de Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu

 
 
 

1

Me crié con mi abuelo Pedro que jamás olvidó esta historia ocurrida en una de mis inolvidables vacaciones. No tuve la dicha de conocer a mis padres porque siendo muy pequeño murieron en un accidente aéreo. Mi abuelo Pedro se quedó solo cuando mi abuelita Lucía murió de unas fiebres extrañas. El andaba por los ochenta años.

 

Mi abuelo era alto; delgado, canoso, de tez clara, ojos azules, y rostro con pocas arrugas. Su andar era ágil y su vigor, el de un hombre más joven. Era inteligente y sabía mucho pues vivía leyendo libros de todo tipo. Era complaciente, sosegado y sobre todo muy comprensivo. Cuando perdió a su única hija, que fue mi madre, quiso quedarse conmigo  que entonces tenía dos años.

 

Mi abuelo Pedro vivía orgulloso de mí. A todos sus amigos les decía que yo era un chico muy bueno y  educado e inteligente y  por  eso yo no hacía muchas maldades que pasaban por mi mente.

 

No pretendo hacer mi biografía, sino contar cosas que a mi me pasaron y que no le han sucedido a muchos muchachos de mi edad. Parecen insólitas e irreales, pero son verdades. 

 

Mi primo Julito tenía trece, pero parecía que tenía menos porque era medio tonto, miedoso y a nada extraño o misterioso le encontraba explicación. A pesar de todo, en la escuela era muy buen estudiante y con muy buenos resultados en los exámenes.  Yo de eso no quiero hablar. Aprobaba, pero no merecía felicitaciones por ello.

 

Nos gustaba mucho programar excursiones, casi siempre a las cuevas que están en las lomas un poco distantes de donde vivimos. A los montes a cazar; ir al mar a nadar y protagonizar todo tipo de aventuras que nuestra imaginación era capaz de diseñar.

 

Mi abuelo me compró una lona impermeable de unos dos metros de ancho por tres de largo y con ella mi primo y yo  hicimos una casa de campaña. La armábamos en la arena cuando íbamos a la playa o en el campo en las excursiones, y también en el fondo del patio inmenso que tiene nuestra casa. Ese era nuestro campamento de verano.

 

Alicia y Rosita, dos amigas nuestras y vecinas del barrio, se unían a nosotros y nos acompañaban muchas veces en las excursiones o los viajes a la playa.  Rosita y Julito se trataban como si fueran noviecitos. Alicia y yo como hermanos. Alicia es rubia; de ojos claros, de tez rojiza y labios entomatados.  Parecía una muñequita rusa. Tenía una sonrisa gozosa que indicaba que siempre estaba contenta.

 

Rosita, en cambio era su antónimo natural. Trigueña; de pelo lacio muy negro, ojos verdosos vivaces, medio gordita y entretenida. Era una muchacha alegre, pero no como Alicia. Tanto Alicia como Rosita respetaban mucho a mi abuelo.

 

El nunca permitía que los cuatros estuviéramos mucho tiempo  dentro de la casa de campaña. Mi abuelo Pedro era muy celoso y estaba enchapado a la antigua. Cuando nos veía a los cuatro juntos y  no pensaba nada bueno.

 

Julito y yo planificamos ir de pesca el día siguiente; domingo. El sábado por la tarde preparamos los cordeles y los anzuelos. En dos vasijas echamos las carnadas que no eran otra cosa que lombrices.

 

Por la tarde el cielo se nubló y fue como si la naturaleza nos hubiera puesto el dedo en la llaga.  Yo enseguida pensé en mi abuelo. "Si llueve no pueden ir a pescar" , nos hubiera dicho. Afortunadamente el viento espantó las oscuras nubes y de nuevo el sol salió.

 

Entusiasmados, nos levantamos temprano, desayunamos y después de escuchar el sermón del abuelo sobre los cuidados y los peligros nos fuimos de pesca. Siempre que lo hacíamos competíamos. Unas veces mi primo pescaba tres o cuatro truchas, otras veces yo lo aventajaba. Ese día la picada estuvo mala y sólo pescamos una cada uno. Cansados, recogimos los cordeles y las truchas y los metimos en las mochilas.

 

Como la pesca había estado mala; sin las emociones de otras veces, decidimos ir a la Cueva de la Lechuza _ así la nombran_, y bañarnos en un charco que hay dentro de la misma. En el centro de la cueva está este charco cuyas aguas son siempre muy frías y cristalinas.  El pequeño lago parece un espejo entre las piedras. En él se reflejan las estalagmitas  y la escasa vegetación formadas por helechos  y bejucos.

 

Nos bañábamos con mucho cuidado pues este lago ,en el centro, es muy profundo. Nos limitábamos a nadar por las orillas.

 

Salíamos y entrábamos al agua. Estábamos tan entusiasmados que no nos dábamos cuenta de lo que sucedía. Nuestras pertenencias estaban desapareciendo. Fue Julito quien se percató de eso.

 

-¿Mayito, dónde está nuestra ropa?- me dijo extrañado y mirado a todas partes.

 

Entonces me di cuenta de eso y me hice la misma pregunta. Miré a todas partes queriendo encontrarlas, pero fue inútil.

 

-Julito alguien las escondió.

 

-Pero aquí no hay nadie mas que nosotros- me dijo asustado.

 

Salimos del agua, nos paramos en un peñasco, examinados los alrededores y caminamos con cuidado  por lo resbaloso de las piedras y no encontramos nada.

 

Entonces nos sentamos y nos pusimos a pensar en lo sucedido sin llegar a conclusión alguna. Llevábamos unos minutos reflexionando cuando sucedió lo inesperado: escuchamos una risa larga y extraña que nos llenó de incertidumbre.

 

-JI, ji, ji, ji…

 

Miramos a todas partes y no vimos a nadie.

 

De nuevo la risa que parecía de un extraterrestre.

 

-Ji, ji,  ji, ji…

 

Estábamos tan asustados que sentimos el deseo de salir corriendo de allí de aquella cueva. Julito se abrazó de mí y sentí que su cuerpo temblaba. Yo sentí miedo, pero no tanto como él.

 

-¿Quién está escondido aquí?- pregunté y no hubo respuesta.

 

-¿Quién anda por ahí?- preguntó mi primo.

 

De nuevo la extraña risita.

 

-Ji, ji, ji, ji …- la risa ahora venía desde otro ángulo de la cueva. Era como si el extraño visitante se moviera de lugar  a otro muy rápidamente.

 

Entonces mi primo, con los ojos desorbitados, temblando de miedo me indicó con su índice derecho y balbució  una palabra de golpe que penetró en mis oídos como un disparo de escopeta.

 

-! Mira!_dijo.

 

-¿Dónde?_pregunté ansioso.

 

- !Allí, mira para allí!- dijo indicándome  con el índice derecho.

 

Miré y cuando vi aquello pensé que me moriría del susto. No sabía si era realidad o ficción. Por momentos pensé que era una alucinación o la aparición de un ser del mas allá.

 

Lo que teníamos delante de nuestros ojos era una figura pequeña de más o menos medio metro de estatura. Su cuerpo tenía forma de un negro africano en miniatura. Sus ojos eran grandes e inquietos, parecían dos moscateles,  y su piel tan negra como las plumas de un cuervo.

 

-!Es un diablo!- exclamó mi primo.

 

-!Cállate, nos puede atacar!- le dije asustado.

 

-!Es un güije!- me dijo mi primo mirándome con los ojos desorbitados.

 

Mi abuelo una vez me habló de los güijes. El me dijo que eran unos diablillos con cuerpo de humanos que venían del más allá y le hacían maldades a las gentes. Decía él que estos seres disfrutaban escondiéndoles los objetos a las personas y haciéndole todo tipo de maldades.

 

Me contó que una vez un güije se metió en la casa y no los dejaba dormir. Cuando ellos se acostaban los destapaban y le encendían las luces de la casa. Por las mañanas cuando mi abuela se levantaba e iba a colar café no encontraba el colador y cuando lo buscaban lo encontraban en el techo de la casa o en el latón de la basura. Al parecer ahora teníamos frente a nosotros uno de ellos.

 

-!Lánzale una piedra… espántalo!- exclamó mi primo acobardado.

 

-No. Si es un güije no nos hará daño.

 

De repente el extraño personaje se fue acercando a nosotros  hasta tenerlo frente a frente. Se paró delante en silencio. Nos miraba y reía con la risita que escuchamos al principio. Nosotros estábamos petrificados. El muñeco aquel no dejaba de reír y bailar. Movía la cintura de un lado a otro con las manos apoyadas en la misma. Sus movimientos eran graciosos. Eso nos hizo perderle el miedo y nos fuimos familiarizando con aquel fenómeno.

 

Entonces yo comencé el diálogo. Le hice una pregunta que para sorpresa mía me la contestó en español.

 

-Qué cosa eres; un diablillo, un güije, o un espíritu venido del más allá?

 

Dejó de reír y bailar y se acuclilló. De su boca de labios gruesos muy negros salió la primera frase:

 

-No soy nada de eso. Soy malabeño.

 

Con el seño fruncido le hice la otra pregunta.

 

-¿Ese es tu nombre?

 

-No. Yo era de Malabo. Malabo…bubis…Soy de Bioko. 

 

Ni mi primo ni yo entendimos nada de aquello.

 

-No sabemos lo que dices. Explícate mejor- dijo Julito. Bueno … mas bien lo balbució.

 

-Malabo … nací allí.

 

-¿Eres un fantasma con ese nombre?- pregunté.

 

-No vuelvas a decirlo. No soy fantasma -dijo enojado- soy de Bioko.

 

-¿Qué es eso, un país?- pregunté de nuevo.

 

-Es una isla de África.  ¡Viva el Rey Malabo, hijo de Moka!- dijo eufórico. Los de allí nos dicen bubi.

 

-No comprendemos mucho lo que dices, pero sabemos dónde está África. ¿Cómo te llamas? -le dije.

 

-No tengo nombre alguno … Bueno …

 

-Nos gustaría decirte alguno- dijo mi primo.

 

-Dudú. Soy el pequeño Dudú.  

 

Nos gustó el nombre. No sabemos si lo inventó en ese momento o si tenía que ver con algunos de sus antepasados. Lo cierto es que nos dijo llamarse Dudú y Dudú se quedó.  

 

El pequeño Dudú se puso de pie y fue hasta una inmensa piedra que estaba cerca de nosotros, en la entrada de la cueva, y nos trajo las ropas que había escondido allí. Las puso donde mismo nosotros las dejamos antes de meternos al agua. Entonces nosotros comprendimos que lo había hecho por maldad.

 

-¿Dónde vives, Dudú?_preguntó mi primo.

 

-Dónde estamos. Cuando me aburro, me voy a otro lugar donde haya aguas y peces. A veces salgo y recorro muchos lugares, pero no me ven. La gente no quiere nada conmigo. Una vez trataron de cogerme unos estudiosos porque decían que yo era un animal de otro mundo o un güije. Yo no les voy a decir a ustedes todo lo que soy. No lo comprenderían.

 

-¿Entonces, no tienes amigos?- le pregunté.

 

-No. No puedo tenerlos.

 

-¿Quieres ser amigo de nosotros?- preguntó Julito.

 

-Si, me gustaría. Vivo muy aburrido- en su oscuro rostro se dibujó la tristeza. 

 

-Ya eres nuestro amigo, Dudú- le dije entusiasmado.

 

Dudú rió y bailó de nuevo. Se veía contento, feliz. Nosotros también. Habíamos perdido el miedo y le habíamos tomado afectos a aquella criatura extraña.

 

Dudú revisó nuestras mochilas y vio que sólo habíamos pescado dos truchas. Nos dijo:

 

-¿Eso fue lo que pescaron?

 

-Si -le dije- la picada estaba mala.

 

-Síganme.

 

Salió delante. Nosotros detrás. Salimos de la cueva y fuimos hasta el río. Cuando estábamos en la orilla, Dudú se lanzó al agua y estuvo zambullido un buen rato. Julito y yo pensábamos que se ahogaría  pero no, después nos dimos cuenta que al parecer podía respirar debajo del agua.

 

Cuando menos lo pensamos empezó a lanzar truchas hacia fuera. Nosotros estábamos pasmados. Salía a la superficie y lanzaba una: luego se zambullía y volvía a salir de nuevo y lanzaba otra y así nos lanzó diez truchas. Nosotros nos pusimos muy contentos.

 

Metimos las truchas en las mochilas y le dimos las gracias a nuestro extraño y nuevo amigo. Estuvimos un rato más con él y nos despedimos de Dudú ya fuera del agua. No queríamos irnos, pero se nos había hecho un poco tarde y mi abuelo seguro estaba preocupado por nosotros.

 

-¿Cuando quieran verme vengan a la cueva- dijo Dudú.

 

-Lo sabemos. Pronto nos volveremos a ver- le dijimos a coro.

 

Retornamos a la casa comentando todo el tiempo por el camino lo sucedido. Cuando llegamos se lo contamos a mi abuelo. El reía a mandíbula batiente y nos decía que nos habíamos acostado a dormir en la cueva y habíamos soñado con  "ese tal Dudú".

 

-Mayito, soy muy viejo para que me engañen. Esa historia es un poco extraña y están exagerando.  Yo sé que los güijes han existido y que han hecho de las suyas, pero no como ustedes cuentan. No creo en nada de lo que dicen- dijo el abuelo y río a carcajadas.

 

A mi abuelo le llamó mucho la atención cuando  mencionamos lo dicho por Dudú en cuando a Malabo y Bioko.

 

Como él había leído tanto nos explicó que Bioko era una isla que formaba parte del territorio de Guinea Ecuatorial en África. Dijo mi abuelo que Malabo era uno de los principales lugares de Bioko.

 

En cuanto a Malabo nos contó que fue un rey que hubo en Bioko. Ese asunto era lo único que a mi abuelo le extrañaba un poco de la historia que le contamos, porque mi primo y yo no sabíamos nada de eso. Los dos en Historia éramos regulares en la escuela.

 

Después se lo contamos a Rosita y a Alicia y éstas  nos creyeron a medias. Nos dijeron que sólo nos creían si le ensañábamos al Pequeño Dudú. No le prometimos nada porque teníamos que consultarlo con él.

 

2

 

Dos días después de lo sucedido volvimos al río  a pescar y para sorpresa nuestra allí nos estaba esperando el nuevo y extraño amigo. Nos dijo que guardáramos los cordeles y las carnadas y nos sacó de las aguas cuatro hermosas truchas. Después los tres nos fuimos para la cueva y nos lanzamos al agua.

 

Llevábamos un largo rato en el charco, y como el agua estaba muy fría, a Julio se le entumecieron los  músculos  y se encogió una cuerda tratando de atravesar de un lado al otro el charco. Julito manoteaba en el agua desesperadamente. Yo estaba insultado porque mi primo estaba a punto de ahogarse. Si yo me lanzaba al agua a rescatarlo nos ahogaríamos los dos. Ya Julito había tragado agua.

 

-!Ayúdenme! ¡Me Ahogo! ¡Mayito, ayúdame!

 

Yo estaba tan desesperado como él, pero no podía hacer nada. Entonces Dudú se lanzó al agua y con la ayuda de una rama que había en el fondo del lago sacó a Julito salvándole la vida.

 

Mi primo estaba pálido. Tosía y respiraba con dificultad. Su cuerpo temblaba por el susto que pasó. Poco a poco se fue recuperando. Juró que jamás se bañaría en el lago. Entonces Dudú bailaba y reía. Se sentía contento por haberle  salvado la vida a  Julito.

 

-Dudú te agrademos mucho lo que hiciste por mi primo. Le salvaste la vida -le dije-

 

Julio, todavía medio asustado, le mostró su gratitud.

 

-Gracias, Dudú. Ahora eres más amigo nuestro que antes. Te defenderemos siempre. A nadie le permitiremos que digan que tú eres un diablito o que haces daño.

 

Mi primo, que de no haber sido por Dudú ahora estuviera muerto debajo de las aguas del charco en la cueva, y yo salimos rumbo a mi casa y cuando llegamos no nos atrevíamos a contarle a mi abuelo lo sucedido, pero por fin lo hicimos.

 

Mi abuelo se enfureció cuando supo todo lo ocurrido. Cuando le dijimos que el Pequeño Dudú había salvado a Julito nos dijo que lo estábamos engañando nuevamente y que lo hacíamos para dramatizar aún más el hecho.

 

Nos prohibió que volviéramos a la Cueva de la Lechuza y como castigo nos prohibió salir de la casa por una semana. En vacaciones un castigo así es cruel para cualquier muchacho de nuestra edad. De todas formas él tenía la razón.

 

Empezamos a extrañar a Dudú. Planificamos varias veces un plan de fuga para ir a verlo, pero no fue posible; mi abuelo no nos perdía ni pies ni pisadas. Vivía velándonos. Pensábamos que Dudú también nos extrañaba y a lo mejor creía que no lo volveríamos a ver jamás.

 

Esa noche mi abuelo dormía y roncaba como la locomotora de un tren. Julito y yo no nos podíamos dormir. Escuchamos un ruido en  el patio y nos asustamos. Creíamos que había un ladrón. Sigilosamente nos levantamos y nos dirigimos a la cocina. Por una rendija que había en  la pared de madera  que daba al patio nos  asomamos y para sorpresa nuestra vimos a Dudú, muy encantado, meciéndose en la hamaca que estaba en la terraza y donde mi abuelo dormía la siesta.

 

Abrimos cuidadosamente la puerta y lo llamamos. Afuera todo estaba oscuro.

 

-! Dudú! ¡Dudú!

 

El miró hacia la puerta y nos vio. Entonces su alegría fue tal que se puso a bailar como siempre lo hacía.

 

-!Ven, ven, pero no hagas ruido!

 

El diminuto negrito entró y fue hasta nuestro cuarto. Lo miraba todo. Examinó la habitación iluminada por una débil bombilla que daba una luz amarillosa y se subió a mi cama. Se acostaba, se ponía de pie sobre ella y bailaba y bailaba demostrando que estaba alegre porque nos había encontrado y porque por primera vez estaba sobre una cama.

 

-¿Qué les pasó, mis amiguitos?- preguntó sentado sobre las sábanas y con las pequeñas piernas cruzadas.

 

Julito le contestó:

 

-Estamos castigados por el abuelo. Nos prohibió salir de la casa. Tampoco podemos ir a la cueva ni pescar.

 

-Mi abuelo es así, pero no es malo. El no cree que tú  existes -le dije.

 

-Si me descubre…

 

-No te preocupes. Estarás con nosotros. Te mantendremos escondido aquí en el cuarto.

 

-Sus ronquidos parecen los bramidos de un toro- dijo el Pequeño Dudú y sonrió con su diminuta boquita negra .

 

-Estamos acostumbrados a sus ronquidos. Otra persona no pudiera dormir en esta casa. Bueno dormirás con nosotros.

 

-Yo nunca he dormido en esto. Yo vivo en el monte y las aguas. Allí duermo felizmente.

 

Convencimos a Dudú y se acostó en mi cama. No podía asegurarlo porque me quedé dormido, pero pienso que él también se durmió.

 

Temprano en la mañana, como de costumbre mi abuelo se levantó, hizo el café y después nos lo llevó a la cama. De no haber sido porque Dudú estaba metido casi debajo de mí, lo hubiera descubierto. Dudú, haciendo mil muecas tomó de mi vaso. Era la primera vez que lo hacía.

 

Mi abuelo preocupado porque no abríamos la puerta del cuarto, de vez en vez tocaba en la misma y le decíamos que estábamos leyendo.

 

Los tres hablábamos bajito para que no descubriera a Dudú.

 

Al mediodía nos llamó a almorzar y dejamos al amigo escondido debajo de la cama. En la tarde, cuando nos llamó a comer hicimos lo mismo. Así estuvimos haciéndolo dos días, pero mi abuelo comenzó a sospechar que algo raro estaba ocurriendo y a casa rato nos lo daba a conocer.

 

-Aquí hay gato encerrado. Algo raro está sucediendo y tienes que decírmelo, Mayito- me dijo una mañana muy enojado.

 

-No pasa nada, abuelo. Como tú nos prohibiste salir nos pasamos todo el tiempo leyendo y haciendo cuentos que inventamos.

 

Como él nos conocía muy bien, pensó que lo estábamos engañando. A partir de ese día iba a mi cuarto a cada rato lo que nos ponía en aprietos porque teníamos que esconder a Dudú. Nos poníamos tensos y nos asustaba la idea de que el abuelo lo descubriera y le hiciera daño.

 

Convencimos a Dudú que se fuera y que nos esperara en el río pues el castigo había llegado a su término y con el pretexto de que iríamos a casa de nuestras amiguitas Alicia y Rosita, iríamos al río a encontrarnos con él.

 

Así lo hicimos una y otra vez. A mucho ruego de nuestras amigas, tuvimos que llevarlas para que lo conocieran. 

 

Les  advertimos  que a la más mínima burla  no las perdonaríamos y jamás lo verían. Ellas, cuando lo vieron por primera vez se impresionaron un poco, pero luego les resultó simpático Dudú e hicieron amistad con él.

 

El Pequeño Dudú se sentía muy feliz porque ahora tenía dos amigas. Los cinco caminábamos por el monte; nos sentábamos a escuchar los relatos que nos hacía Dudú de sus ancestros y su tierra y nunca le preguntamos cómo llegó a esta tierra ni de qué manera. Siempre nos abstuvimos de indagar sobre su actual existencia.

 

Todo marchó bien hasta que la tonta de Rosita  le contó a sus padres lo que ocurría  y éstos, a su vez, a otros vecinos. La noticia de la existencia del Pequeño Dudú se diseminó por todo el pueblo.

 

Como siempre ocurre, se tejieron mil versiones; unas buenas y otra malas. Muchas personas comenzaron  a sentir miedo porque decían que era un diablo o un güije malvado que podía causar muchos daños.

 

Nosotros entonces teníamos que encontrarnos a escondidas con Dudú. El estaba muy triste por todo lo que estaba ocurriendo. Muchas veces íbamos al lugar de la cita y él faltaba.

 

Una noche en el pueblo hubo un incendio. Se hicieron cenizas: la iglesia vieja de madera carcomida, varias casas y un  establo. Nadie dijo que había sido porque hubo un corto circuito en un tendido eléctrico. No. Todos dijeron que había sido el diablillo nombrado Dudú.

 

Mi abuelo y varios hombres formaron una cuadrilla para buscar y capturar  a Dudú. Varios días estuvieron buscándolo infructuosamente. Nosotros, cuando podíamos,  le avisábamos para que se escondiera.

 

Aquella  búsqueda duró casi una semana. Una noche lo capturaron. Aquello causó tremendo escándalo en el pueblo. A Dudú lo trajeron encerrado en una jaula de hierro. Parecía como si estuviéramos en el zoológico frente a la jaula de un macaco.

 

Todo el mundo salió de sus casas para verlo. Algunas beatas se persignaban porque crían que era un hijo del diablo. El cura de la iglesia, con una cruz de madera en sus manos, reprendía una y otra vez a Dudú y pedía lo peor para él. Otros lo culpaban de cuanta cosa mala había ocurrido en esos días.

 

Dudú gritaba, brincaba, y se lamentaba del estado en que se encontraba. Julito y yo salimos y nos acercamos al lugar donde lo exhibían. Estábamos asustados y temíamos por él.

 

-¡Hay que matarlo!  ¡Mátenlo!_gritaban muchos de los vecinos indignados.

 

Como había varios hombres armados, entre ellos mi abuelo, sentimos miedo de que lo mataran.

 

-Tenemos que hacer algo, Julito- le dije desesperado y triste.

 

-No se me ocurre  nada …. ahh, ya sé lo que vamos a hacer.

 

-¿Qué se te ocurrió, Julito?- le pregunté ansioso.

 

-Saliendo del pueblo hay un viejo rancho abandonado. Le daremos candela y cuando todos vayas a apagarlo aprovechamos  y rescatamos a Dudú. El me salvó la vida, ahora yo tengo que salvar la suya.

 

-Es muy buena idea; lo haremos.

 

No lo pensamos más. Fuimos a la casa buscamos lo necesario y nos encaminamos al lugar. Poco  a poco le prendimos fuego al rancho por los cuatro costados.

 

Al poco rato las llamas casi llegaban al cielo. Hubo tremenda algarabía. Todos corrieron para allá para sofocar el incendio. Dudú se había quedado abandonado donde lo tenían y nosotros aprovechamos esa oportunidad  para romper la pequeña puerta de la jaula donde lo tenían encerrado y lo sacamos. El se puso muy contento.

 

Dudú fue con nosotros para nuestra casa y lo escondimos de nuevo en mi cuarto. Cuando el incendio fue sofocado todos retornaron enardecidos para donde tenían a nuestro amigo con intenciones de liquidarlo, pero se quedaron asombrados cuando encontraron la jaula vacía.

 

Muchos le atribuyeron el hecho  al mismísimo diablo. Otros dijeron que Dudú se había hecho invisible. A mi abuelo y su cuadrilla no les quedó más remedio que guardar la jaula y aceptar la derrota.

 

Lo que mi abuelo nunca se imaginó fue que esa noche durmió en compañía del Pequeño Dudú. De haberlo descubierto el castigo que nos hubiera puesto hubiera sido difícil de calcular.

 

Temprano en la mañana le dijimos al abuelo Pedro que íbamos a cazar jutías y metimos a Dudú en un saco y nos lo llevamos. A mitad de camino lo sacamos y anduvo junto a nosotros hasta la cueva.

 

Allí donde lo encontramos; donde después de asustarnos hizo que le tomáramos cariño, no bailó como aquel día, tampoco rió con su risa singular, sino que con sus dos moscateles negro -sus ojos- llenos de lágrimas se despidió de nosotros. 

 

Mi primo y a mi se nos hizo sendos nudos en las gargantas y la tristeza provocó lágrimas en nuestros ojos.

 

No hubo adioses. Tampoco nos dijo cuando nos volveríamos a ver; quizás nunca más. El Pequeño Durdú se lanzó al agua y desapareció.

 

Nosotros regresamos a la casa y ese día apenas pudimos ingerir alimento alguno. Dos días después terminaron las vacaciones y mi primo retorno con su familia.

 

Las clases comenzaron y con Durdú, adueñado de mis recuerdos, andaba de un lado para otro  rogándole a Dios que en las próximas vacaciones lo encontráramos de nuevo.             

                                                                                             Fin                                                       

Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu
del libro "El vuelo de la mariposa"

 

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