“Jorge Luis Borges. Historia universal de la infamia, en Síntesis, Montevideo, Año I, Nº 3, setiembre de 1935.

[Probablemente de Juan Carlos Welker].  

Lecturas de Stevenson y Chesterton, algunos films de von Stenberg y rasgos biográficos de Evaristo Carriego, son las dispares fuentes de las que el autor supone derivan esas prosas narrativas.

No fluye directamente la inspiración de los tales orígenes: se deforma, para embellecerse, en el temperamento del artista, cuya personalidad, a pesar de las necesarias objeciones, se manifiesta digna y madura.

Aunque la denominación referida al universo no es la más cabal, verdad es que el autor ha encontrado sus historias y sus personajes en épocas muy diversas y lugares muy distantes.

Desde la importación de negros propuesta por el emperador Carlos V, hasta las proezas del bandido Al Capone; del infame amarillo Kotsuké, al malevo del barrio norte porteño y el deán de Santiago, que busca las artes mágicas del brujo de Toledo para procurarse injusto medro, el panorama es homogéneo en su vastedad.

La historia del aventurero de Mississipi, de quien alguien cuenta que “sabía que era un adúltero, un ladrón de negros y un asesino en la faz del señor”, pero “también mis ojos lloraron”, la del “proveedor de iniquidades Monk Eastman”, así como “El brujo postergado”, son las de más fuerte interés, y mientras coinciden esos capítulos con los retratos más autorizados, en el “hombre de la esquina rosada”, que describe el cuadro de costumbres en el antiguo bajo fondo porteño, el ornato retórico da en la flor de buscar originalidad en un relato de primera persona que comprende, naturalmente, la palabra soez, que es inútil hostilidad en la lectura.

El notorio esfuerzo de investigación que asocia su ineficacia al ingenio reflexivo es un mérito señalado que suscita, además, inesperada riqueza de significación. 

Sin los alardes que no logró rescatar el autor en algunas páginas anteriores, estas van, por el contrario, dedicadas a una modesta sobriedad que preside el plan con eficacia y asegura la amenidad del libro.

Síntesis, Montevideo, Año I, Nº 3, setiembre de 1935. (Probablemente de Juan Carlos Welker).

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