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El obligado éxodo de los Quilmes
Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar

La historia de la conquista en nuestras tierras, con la excusa de la civilización, tuvo aspectos  demasiado tremendos y desesperanzadores. Si consideramos que civilizar es elevar el nivel de cultura de una sociedad; es mejorar la formación  y comportamiento de las personas o pueblos, se termina comprendiendo que dentro de aquella conquista existieron calamidades que aun avergüenzan a la raza humana. El exterminio de las culturas aborígenes en el continente americano cobra una dimensión muy especial, la cual trascendió a través de los tiempos manteniendo una herida abierta y sangrante con un dolor difícil de superar. El arrebato y desarraigos de  de sus tierras, la negación de sus libertades, la conversión compulsiva a una religión desconocida por ellos, la perdida de sus lenguas nativas, el sometimiento despiadado a la servidumbre y esclavitud, el atropello a todas sus formas de vida y costumbres, fueron los ingredientes que convergieron para lograr una progresiva catástrofe despiadada en donde el ser humano ¨civilizado y culto¨ pudo dar rienda suelta a un gran número de  arrebatos en nombre de aquella empresa.

 

En la provincia de Tucumán  nos encontramos con testimonios físicos y rastros profundos de aquellas calamidades. Así es como podemos llegar a los restos  de lo que fue una importante ciudad y fortaleza conocida ahora como “Ruinas de los Quilmes” ubicada a sesenta kilómetros de Cafallate. Cuando el visitante llega y contempla aquellos notables rastros de lo que fue una importante civilización aborigen y se impregna de su historia, siente como una especie de impotencia, rabia y lastima de no poder contemplar con vida esa enorme fortaleza destruida y abandonada. Quizás la primer pregunta que uno se puede llegar hacer es: ¿A quiénes habrán molestado estos aborígenes para que los expulsaran de estas montañas? Y así llegamos a la triste conclusión que molestaban al ambicioso y desmedido conquistador quienes  iban diezmando y esclavizando a las distintas tribus en los valles y en las llanuras para apoderarse de sus tierras; por eso es, que aquellos  buscaban las montañas en donde hacían sus asentamientos con sistemas de defensas adecuados. Para algunos investigadores  los Quilmes habitaron el valle Calchaquí  a partir del  año 900 de nuestra era, mientras que en los últimos siglos   de su existencia en aquel lugar, se ubicaron en el cerro denominado Alto Rey como último bastión y fortaleza en donde lo fueron poblando con un conjunto de viviendas, plazas, anfiteatros, graderías, torreones de avistajes, terrazas para el cultivo y corrales de piedras para los animales domésticos.  Construyendo progresivamente una ciudad fortificada en donde habitaron unos tres mil aborígenes quienes fueron desarrollando su vida de manera organizada y con ciertas seguridades que la llanura no les proporcionaba por el constante acoso de otras tribus invasoras  y posteriormente  el del hombre blanco.

 

Las tribus calchaquíes de los valles venían resistiendo al invasor español y de hecho lo hicieron por más de un siglo en donde no faltaron luchas y guerras despiadadas. Pero la necesidad de los conquistadores de diezmar y someter a los aborígenes para lograr mano de obra esclava para las zonas de cultivos, la explotación de minas y las mismas ciudades, hacía peligrar constantemente las poblaciones indias.

 

Los españoles habían llegado a aquellos valles en el año 1547 y su objetivo de formar colonias en donde tenían como propósito someter y explotar a los indígenas de toda la región. Así fue como a un siglo desde aquel arribo y luego de muchas luchas entre el ejército invasor y las tribus aborígenes, los colonos españoles vivían en gran medida una etapa de prosperidad, gracias a la gran cantidad de indios encomendados que trabajaban a sus exclusivos servicios en  las plantaciones del algodón y otras explotaciones agrícolas y cuando tenían sobrantes de esclavos aborígenes, como muchas veces ocurría, estos infelices  eran destinados a las minas de Potosí y Chile como mulas de carga.

 

Luego de cruentas luchas,  en muchas de las cuales  los conquistadores fueron derrotados en los valles calchaquíes. Al final por contar con medios más avanzados y recursos adecuados, se llega al año 1665 en donde los Quilmes fueron totalmente sitiados, destruyéndoseles sus sembradíos y cosechas, quedando al final sin alimentos y casi sin agua. En esta calamitosa situación  se les imponía que bajaran del cerro a cambio de que se les perdonaría la vida. Todo fue muy tremendo, muchos de los Quilmes prefirieron morir antes de entregarse a la esclavitud. Los días previos al desenlace fatal, todo el pueblo danzaba en ceremonias, mientras  los soldados españoles desde abajo contemplaban sin entender. Danzas con fulgurantes hogueras por la noche daban un marco sensacional de estas ceremonias rituales que los Quilmes realizaban como despidiéndose de su sistema de vida. Ante esta tremenda agonía  y conociendo el indiscutible destino que les esperaba por la maldad del hombre blanco, muchas mujeres con niños pequeños, como así también indios adultos se desbarrancaban por los precipicios de la agreste montaña inmolando sus vidas antes de caer en las manos despiadadas del conquistador.

 

Alrededor de unos 2000 indios Quilmes quedaron sometidos y prisioneros para ser trasladados la mayoría de ellos encadenados  en horribles y penosas caravanas a pie hacia la provincia de Buenos Aires, con el objeto de formar la Reducción de los Quilmes en frente del Río de la Plata, mientras que otros grupos fueron  destinados a Córdoba y  Santa Fe. Las penurias y crueldades de aquellas caravanas dejaban esparcido cadáveres por sus rutas de muerte. La expatriación de sus tierras y el obligado éxodo se efectuó por orden del gobernador imperial de Tucumán, lo que terminó contribuyendo al exterminio total de estos pueblos  quienes habían resistido con estoico valor más de 130 años de constante acoso de la conquista española.

 

Las antiguas ruina de los Quilmes se mantienen como fiel testigo del paso de esa conquista y se observan a través de ellas las cicatrices profundas de aquella mal llamada civilización. Aún persisten millares de piedras apiladas por aquel pueblo que siguen dando forma a los recuerdos de las laboriosas indias que hilaban en sus telares, tejían y procuraban sus alimentos, mientras que los hombres se dedicaban a realizar nuevas construcciones y recolectar las cosechas. Pero hoy nada queda, solamente perdura el dolor de los recuerdos de un vergonzoso  exterminio de un pueblo laborioso que solamente defendía su tierra y su forma de vida la cual fue brutalmente arrebatada.

 

Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar

El Puntal, Río Cuarto (Córdoba)
28 de septiembre de 2007

 

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