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La epidemia del Cólera en la Villa de la Concepción de Río Cuarto
Walter Bonetto

Nada era fácil en aquellos tiempos en las agitadas décadas que se sucedían  por el 1800. Los habitantes de la Villa ya habían pasado por varias pruebas muy dolorosas y tremendas. Consolidar una posición en la inmensidad de la pampa no fue algo simple ni simpático, todo lo contrario, se precisaba mucha fuerza, valor y entereza para luchar contra el dolor y la desesperación de los tiempos. Ya en 1821 se había soportado la invasión del general chileno Carreras, que con su ejercito de forajidos pretendía arrasar la Villa   protagonizando un terrible y feroz combate; solamente diez años después, en 1831, Facundo Quiroga la había sitiado y arrebatado salvajemente. Las tremendas hordas de  ataques  indios con sus incendios,  cautivos y matanzas se sucedían de manera constante y  dejaban la más lacerante sensación de espanto, soledad y  desesperación en esta inmensidad del desierto. Así la Villa fue sufriendo y sintiendo un gran dolor con “aquellas pruebas capitales”, que  también la fueron modelando y moldeando, templando su valor y coraje de permanencia a lado de su río y de sus esperanzas, para mantenerse firme,  como seña y llave futurística del camino entre las regiones del Plata y Cuyo que permitía consolidar el comercio y la cultura misma para las provincias de esta nueva América.

 

Hombres y mujeres de cara al viento, con rostros sufridos, de piel reseca,  mirada larga y constante, pero no disimulada hacia el campo abierto, siempre buscando el horizonte para detectar la polvareda  y advertirse  de los malones. Fueron así, con su permanencia y perseverancia consolidando ilusiones en medio de aquellos dolores. Llegamos  al mes de diciembre de 1867, se había festejado como todos los años se lo hacia con devoción el aniversario de la Virgen Santísima, patrona y compañera de la Villa en las alegría y los  dolores. Pero  justamente, por aquellas fechas otra amenaza se proyectaba: una fuerza de un mal escuchado pero desconocido, aunque daba la sensación de pánico “una epidemia”  “dicen que es mortal”, comentaban en voz baja y misteriosa los parroquianos, además  intuían que estas pestes se trasmitían con los animales, con las carretas, con los alimentos,  y ahora con el “gran adelanto” el ferrocarril, que la transportaba rápidamente pero iba como desparramando los gérmenes para enfermar a los hombres, sin saber exactamente de donde venia el mal, aunque todo era sospechoso.

 

Ante esta situación el día 16 de diciembre las autoridades municipales de Río Cuarto toman medidas extremas y urgentes y se comienza prohibiendo el paso de la mensajería que venia al centro de la ciudad desde Villa Nueva. Solamente debía llegar hasta Banda Norte, mientras que ningún pasajero ni  peón por ninguna causa podían pasar sin ser revisado por el medico. Se expropió  toda la cal encontrada y se la distribuye  a la gente pobre para que blanquearan sus viviendas de manera inmediata; se clausuraron dos importantes barracas de ramos generales. Se prohibió la venta de toda clase de frutas sin excepción y se hicieron zanjas para enterrar los desperdicios del faenamiento de animales y tantas medidas más,  pero a pesar de las mismas, al día siguiente se confirma la “primer muerte por Cólera”.

 

Por la terrible amenaza se dispone de un local para la inmediata habilitación de un hospital para enfermos indigentes, aunque día a día se sucedían precipitadamente los enfermos con este mal, debiéndose pedir urgente auxilio al gobierno para que enviase un medico competente a la vez que  se instalaba con la colaboración del ejercito un lazareto aislado para enfermos graves y contagiosos en los sectores externos de la ciudad, asignándose un medico permanente para su atención. El gobierno de Córdoba envío al Dr. Victor R. Guillet, pero a su arribo también se enferma de Cólera y contagia del mismo mal a su familia, aunque al final el doctor se salva y días después se incorpora junto a su ayudante y otros médicos a la atención de los enfermos.

 

Desde el día 17 de diciembre hasta el 9 de enero a las 11 hs. Ya sumaban 194 muertos en la ciudad por el cólera. La epidemia se acrecentaba, el gobierno envió  a otro medico más, el doctor Norton y también se contrataron  a los Doctores  Muños y  Jorge Macias. Los enfermos indigentes se alojaron en una casa particular un tanto aislada la cual resultaba insuficiente, entonces se forma otro hospital en otra casa particular del Capitán Ledesma en la que se asilaban los más afectados por esta peste. En la medida que la epidemia avanzaba la desesperación iba en aumento y tanto los médicos, enfermeros y los improvisados lugares de curaciones y atención resultaban totalmente insuficiente, ante la gravedad que azotaba la ciudad. Otra casa quinta particular en las afueras de la ciudad fue cedida para improvisarlo como hospital, funcionando cuatro lugares de atención de manera simultanea. Con esta epidemia  se vieron terribles cuadros en donde  muchos enfermos se los encontraban en estado de abandono, dado que habían sido dejados en  las orillas de la población tirados a la intemperie a la vera de las calles o terrenos desolados y expuestos a las inclemencias del tiempo. A otros se los dejaban como muertos,  aunque aun conservaban un hilo de vida, pero por temor al contagio o por carecer de familiares quedaban en tremendo abandono  hasta el último respiro.  Las autoridades no alcanzaron a controlar la situación. La carencia de hospitales adecuados;  profesionales preparados para esta intempestiva emergencia; y medidas sanitarias para la población, fueron absolutas; casi todo fue improvisado ante la emergencia que avanzaba con el correr de cada hora. De todos modos se realizaron todos los esfuerzos posibles para sortear momentos tan difíciles y dolorosos. Miembros de familias totalmente desmembradas  y desesperadas clamaban por  ayuda antes de la muerte. Personas valerosas y notables por su coraje en la atención de enfermos terminales dieron testimonio de su abnegación ante tanto dolor. Muy destacada fue la labor de varias religiosas y sacerdotes misioneros que ofrendaron sus vidas con gran valor y algunos de ellos la perdieron  para asistir a los infectados por el cólera y rescatar a moribundos abandonados.

 

Al final se llega al día  22 de enero en donde según los valerosos médicos y auxiliares de la medicina que también ofrendaron sus vidas en esa digna misión de curar a los enfermos se dieron cuenta que la terrible epidemia, había momentáneamente desaparecido, creando un alivio casi indescriptible, aunque  dejando un rastro doloroso y tremendo en la ciudad de La Villa de la Concepción del Río Cuarto  con un saldo  de 384 personas muertas en muy pocos, aunque interminables días, para los habitantes de la ciudad.

Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar

El Puntal, Río Cuarto (Córdoba)
7 de mayo de 2008

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