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3. Regreso a la casa presidencial
Rafael Bolívar
rbolivarg@hotmail.es

 
 
 

Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 -      ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.

 

Regreso con las primeras luces de la noche
Manifestación de muchedumbres en la calle
Se jugaba la vida con Patricio Aragonés
Miedo a la muerte
Quejas de Patricio Aragonés  
El trato a sus sirvientas
Agonía y muerte de Patricio Aragonés
Preparación del cadáver para el funeral  
Festejo por su muerte
Se ve en cámara ardiente
Vio el asalto a la casa del poder
Vio los estragos externos de la defenestración
Vio la profanación de su cadáver

 

Regreso con las primeras luces de la noche

·    regresaba con las primeras luces de la noche a la casa presidencial, se metía por la puerta de servicio oyendo al pasar por los corredores el taconeo de los centinelas que lo iban saludando sin novedad mi general, todo en orden, pero él sabía que no era cierto, que lo engañaban por hábito, que le mentían por miedo, que nada era verdad en aquella crisis de incertidumbre que le estaba amargando la gloria y le quitaba hasta las viejas ganas de mandar desde la tarde aciaga de la gallera, permanecía hasta muy tarde tirado bocabajo en el suelo sin dormir, oyó:

- por la ventana abierta del mar los tambores lejanos y las gaitas tristes que celebraban alguna boda de pobres con el mismo alborozo con que hubieran celebrado su muerte,

- el adiós de un buque perdulario que se fue a las dos sin permiso del capitán,

- el ruido de papel de las rosas que se abrieron al amanecer,

Manifestación de muchedumbres en la calle

·    sudaba hielo, suspiraba sin querer, sin un instante de sosiego, presintiendo con un instinto montaraz:

- la inminencia de la tarde en que regresaba de la mansión de los suburbios y lo sorprendió un tropel de muchedumbres en la calle,

- un abrir y cerrar de ventanas y un pánico de golondrinas en el cielo diáfano de diciembre

·    y entreabrió la cortina de la carroza para ver qué pasaba y se dijo esto era, madre, esto era, se dijo, con un terrible sentimiento de alivio, viendo:

- los globos de colores en el cielo, los globos rojos y verdes, los globos amarillos como grandes naranjas azules, los innumerables globos errantes que se abrieron vuelo por entre el espanto de las golondrinas y flotaron un instante en la luz de cristal de las cuatro y se rompieron de pronto en una explosión silenciosa y unánime y soltaron millares y millares de hojas de papel sobre la ciudad,

- una tormenta de panfletos volantes que el cochero aprovechó para escabullirse del tumulto del mercado público sin que nadie reconociera la carroza del poder,

- porque todo el mundo estaba en la rebatiña de los papeles de los globos mi general,

- los gritaban en los balcones, repetían de memoria abajo la opresión, gritaban, muera el tirano, y hasta los centinelas de la casa presidencial leían en voz alta por los corredores la unión de todos sin distinción de clases contra el despotismo de siglos,

- la reconciliación patriótica contra la corrupción y la arrogancia de los militares, no más sangre, gritaban, no más pillaje,

·    el país entero despertaba del sopor milenario en el momento en que él entró por la puerta de la cochera y se encontró con la terrible novedad mi general de que a Patricio Aragonés lo habían herido de muerte con un dardo envenenado.

Se jugaba la vida con Patricio Aragonés

- Años antes, en una noche de malos humores, él le había propuesto a Patricio Aragonés que se jugaran la vida a cara o sello, si sale cara te mueres tú, si sale sello me muero yo,

- pero Patricio Aragonés le hizo ver que se iban a morir empatados porque todas las monedas tenían la cara de ambos por ambos lados,

- le propuso entonces que se jugaran la vida en la mesa de dominó, veinte partidas al que gane más, y Patricio Aragonés aceptó a mucha honra y con mucho gusto mi general siempre que me conceda el privilegio de poderle ganar, y él aceptó, de acuerdo,

- así que jugaron una partida, jugaron dos, jugaron veinte, y siempre ganó Patricio Aragonés pues él sólo ganaba porque estaba prohibido ganarle,

- libraron un combate largo y encarnizado y llegaron a la última partida sin que él ganara una

Miedo a la muerte  

- y Patricio Aragonés se secó el sudor con la manga de la camisa suspirando lo siento en el alma mi general pero yo no me quiero morir,

- y entonces él se puso a recoger las fichas, las colocaba en orden dentro de la cajita de madera mientras decía como un maestro de escuela cantando una lección

- que él tampoco tenía por qué morirse en la mesa de dominó sino a su hora y en su sitio de muerte natural durante el sueño como lo habían predicho desde el principio de sus tiempos los lebrillos de las pitonisas,

- y ni siquiera así, pensándolo bien, porque Bendición Alvarado no me parió para hacerle caso a los lebrillos sino para mandar, y al fin y al cabo yo soy el que soy yo, y no tú, de modo que dale gracias a Dios de que esto no era más que un juego, le dijo riéndose.

Quejas de Patricio Aragonés 

- dicho sea sin el menor respeto mi general, pues ahora le puedo decir que nunca lo he querido como usted se imagina

- sino que desde las témporas de los filibusteros en que tuve la mala desgracia de caer en sus dominios estoy rogando que lo maten aunque sea de buena manera para que me pague esta vida de huérfano que me ha dado,

- primero aplanándome las patas con manos de pilón para que se me volvieran de sonámbulo como las suyas,

- después atravesándome las criadillas con leznas de zapatero para que se me formara la potra,

- después poniéndome a beber trementina para que se me olvidara leer y escribir con tanto trabajo como le costó a mi madre enseñarme,

- y siempre obligándome a hacer los oficios públicos que usted no se atreve,

- y no porque la patria lo necesite vivo como usted dice

- sino porque al más bragado se le hiela el culo coronando a una puta de la belleza sin saber por dónde le va a tronar la muerte, dicho sea sin el menor respeto mi general,

- pero a él no le importaba la insolencia sino la ingratitud de Patricio Aragonés a quien puse a vivir como un rey en un palacio y le di lo que nadie le ha dado a nadie en este mundo hasta prestarte mis propias mujeres.

- más bien aproveche ahora para verle la cara a la verdad mi general, para que sepa que nadie le ha dicho nunca lo que piensa de veras sino que todos le dicen lo que saben que usted quiere oír mientras le hacen reverencias por delante y le hacen pistola por detrás,

- agradezca siquiera la casualidad de que yo soy el hombre que más lástima le tiene en este mundo porque soy el único que me parezco a usted,

- el único que tiene la honradez de cantarle lo que todo el mundo dice que usted no es presidente de nadie ni está en el trono por sus cañones sino que lo sentaron los ingleses y lo sostuvieron los gringos con el par de cojones de su acorazado,

- que yo lo vi cucaracheando de aquí para allá y de allá para acá sin saber por dónde empezar a mandar de miedo cuando los gringos le gritaron que ahí te dejamos con tu burdel de negros a ver cómo te las compones sin nosotros,

- y si no se desmontó de la silla desde entonces ni se ha desmontado nunca no será porque no quiere sino porque no puede, reconózcalo,

- porque sabe que a la hora que lo vean por la calle vestido de mortal le van a caer encima como perros para cobrarle esto por la matanza de Santa María del Altar,

- esto otro por los presos que tiran en los fosos de la fortaleza del puerto para que se los coman vivos los caimanes,

- esto otro por los que despellejan vivos y le mandan el cuero a  la familia como escarmiento,

- decía, sacando del pozo sin fondo de sus rencores atrasados el sartal de recursos atroces de su régimen de infamia,

- hasta que ya no pudo decirle más porque un rastrillo de fuego le desgarró las entrañas, se le reblandeció el corazón

- y terminó sin intención de ofensa sino casi de súplica que se lo digo en serio mi general, aproveche ahora que me estoy muriendo para morirse conmigo,

- nadie tiene más criterio que yo para decírselo porque nunca tuve la pretensión de parecerme a nadie ni menos ser un prócer de la patria

- sino un triste soplador de vidrios para hacer botellas como mi padre, atrévase, mi general, no duele tanto como parece, y se lo dijo con un aire de tan serena verdad.

El trato a sus sirvientas 

- aunque mejor no hablemos de eso mi general que vale más estar capado a mazo que andar tumbando madres por el suelo como si fuera cuestión de herrar novillas,

- nomás que esas pobres bastardas sin corazón ni siquiera sienten el hierro ni patalean ni se retuercen ni se quejan como las novillas,

- ni echan humo por los cuadriles ni huelen a carne chamuscada que es lo menos que se les pide a las buenas mujeres,

- sino que ponen sus cuerpos de vacas muertas para que uno cumpla con su deber mientras ellas siguen pelando papas

- y gritándoles a las otras que me hagas el favor de echármele un ojo a la cocina mientras me desocupo aquí que se me quema el arroz,

- sólo a usted se le ocurre creer que esa vaina es amor mi general porque es lo único que conoce, dicho sea sin el menor respeto,

- y entonces él empezó a bramar que te calles, carajo, que te calles o te va a costar caro, pero Patricio Aragonés siguió diciendo sin la menor intención de burla

- que para qué me voy a callar si lo más que puede hacer es matarme y ya me está matando,

- que a él no le alcanzó la rabia para contestar sino que trató de sostenerlo en la silla cuando vio que empezaba a torcerse y se agarraba las tripas con las manos y sollozaba con lágrimas de dolor y vergüenza

- que qué pena mi general pero me estoy cagando, y él creyó que lo decía en sentido figurado queriéndole decir que se estaba muriendo de miedo, pero Patricio Aragonés le contestó que no, quiero decir cagándome, cagándome mi general.

Agonía y muerte de Patricio Aragonés

- sin haber imaginado entonces ni nunca que aquella broma terrible había de ser verdad la noche en que entró en el cuarto de Patricio Aragonés y lo encontró enfrentado con las urgencias de la muerte, sin remedio, sin ninguna esperanza de sobrevivir al veneno, y él lo saludó desde la puerta con la mano extendida, Dios te salve, macho, grande honor es morir por la patria.

- Lo acompañó en la lenta agonía, los dos solos en el cuarto, dándole con su mano las cucharadas de alivio para el dolor, y Patricio Aragonés las tomaba sin gratitud diciéndole entre cada cucharada que ahí lo dejo por poco tiempo con su mundo de mierda mi general

- porque el corazón me dice que nos vamos a ver muy pronto en los profundos infiernos, yo más torcido que un lebranche con este veneno y usted con la cabeza en la mano buscando dónde ponerla.

- y él alcanzó a suplicarle que te aguantes Patricio Aragonés, aguántate, los generales de la patria tenemos que morir como los hombres aunque nos cueste la vida,

- pero lo dijo demasiado tarde porque Patricio Aragonés se fue de bruces y le cayó encima pataleando de miedo y ensopado de mierda y de lágrimas.

Preparación del cadáver para el funeral 

- En la oficina contigua a la sala de audiencias tuvo que restregar el cuerpo con estropajo y jabón para quitarle el mal olor de la muerte,

- lo vistió con la ropa que él llevaba puesta, le puso el braguero de lona, las polainas, la espuela de oro en el talón izquierdo,

- sintiendo a medida que lo hacía que se iba convirtiendo en el hombre más solitario de la tierra,

- y por último borró todo rastro de la farsa y prefiguró a la perfección hasta los detalles más ínfimos que él había visto con sus propios ojos en las aguas premonitorias de los lebrillos,

- para que al amanecer del día siguiente las barrenderas de la casa encontraran el cuerpo como lo encontraron tirado bocabajo en el suelo de la oficina,

- muerto por primera vez de falsa muerte natural durante el sueño con el uniforme de lienzo sin insignias, las polainas, la espuela de oro, y el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada.

Festejo por su muerte

- Tampoco aquella vez se divulgó la noticia de inmediato, al contrario de lo que él esperaba, sino que transcurrieron muchas horas de prudencia, de averiguaciones sigilosas,

- de componendas secretas entre los herederos del régimen que trataban de ganar tiempo desmintiendo el rumor de la muerte con toda clase de versiones contrarias,

- sacaron a la calle del comercio a su madre Bendición Alvarado para que comprobáramos que no tenía cara de duelo,

- me vistieron con un traje de flores como a una marimonda, señor, me hicieron comprar un sombrero de guacamaya para que todo el mundo me viera feliz,

- me hicieron comprar cuanto coroto encontrábamos en las tiendas a pesar de que yo les decía que no, señor,

- que no era hora de comprar sino de llorar porque hasta yo creía que de veras era mi hijo el que había muerto, y me hacían sonreír a la fuerza cuando la gente me sacaba retratos de cuerpo entero

- porque los militares decían que había que hacerlo por la patria mientras él se preguntaba confundido en su escondite qué ha pasado en el mundo que nada se alteraba con la patraña de su muerte,

- cómo es que había salido el sol y había vuelto a salir sin tropezar, por qué este aire de domingo, madre, por qué el mismo calor sin mí, se preguntaba asombrado,

- cuando sonó un cañonazo intempestivo en la fortaleza del puerto y empezaron los dobles de las campanas maestras de la catedral y subió hasta la casa civil la tropelina de las muchedumbres que se alzaban del marasmo secular con la noticia más grande del mundo,

·    y entonces:

- se interrumpieron los dobles y las campanas de la catedral y las de todas las iglesias anunciaron un miércoles de júbilo,

- estallaron cohetes pascuales, petardos de gloria, tambores de liberación.

Se ve en cámara ardiente 

- y entonces entreabrió la puerta del dormitorio y se asomó a la sala de audiencias y se vio a sí mismo en cámara ardiente más muerto y más ornamentado que todos los papas muertos de la cristiandad,

- herido por el horror y la vergüenza de su propio cuerpo de macho militar acostado entre las flores,

- la cara lívida de polvo, los labios pintados, las duras manos de señorita impávida sobre el pectoral blindado de medallas de guerra,

- el fragoroso uniforme de gala con los diez soles crepusculares de general del universo que alguien le había inventado después de la muerte,

- el sable de rey de la baraja que no había usado jamás, las polainas de charol con dos espuelas de oro,

- la vasta parafernalia del poder y las lúgubres glorias marciales reducidas a su tamaño humano de maricón yacente, carajo,

- no puede ser que ése soy yo, se dijo enfurecido, no es justo, carajo, se dijo, contemplando el cortejo que desfilaba en torno de su cadáver,

- y por un instante olvidó los propósitos turbios de la farsa y se sintió ultrajado y disminuido por la inclemencia de la muerte ante la majestad del poder,

·    vio:

- la vida sin él,

- con una cierta compasión cómo eran los hombres desamparados de su autoridad,

- con una inquietud recóndita a los que sólo habían venido por descifrar el enigma de si en verdad era él o no era él,

- a un anciano que le hizo un saludo masónico de los tiempos de la guerra federal,

- un hombre enlutado que le besó el anillo, vio una colegiala que le puso una flor,

- una vendedora de pescado que no pudo resistir la verdad de su muerte y esparció por los suelos la canasta de pescados frescos y se abrazó al cadáver perfumado llorando a gritos que era él,

- Dios mío, qué va a ser de nosotros sin él, lloraba, de modo que era él, gritaban, era él, gritó la muchedumbre sofocada en el sol de la Plaza de Armas.

Vio el asalto a la casa del poder 

·    y él vio:

- a los grupos de asalto que se metieron por las ventanas ante la complacencia callada de la guardia,

- los cabecillas feroces que dispersaron a palos el cortejo y tiraron por el suelo a la pescadera inconsolable,

- a los que se encarnizaron con el cadáver, los ocho hombres que lo sacaron de su estado inmemorial y de su tiempo quimérico de agapantos y girasoles y se lo llevaron a rastras por las escaleras,

- los que desbarataron la tripamenta de aquel paraíso de opulencia y desdicha

·    que creían destruir para siempre la madriguera del poder:

- derribando capiteles dóricos de cartón de piedra,

- cortinas de terciopelo y columnas babilónicas coronadas con palmeras de alabastro,

- tirando jaulas de pájaros por las ventanas,

- el trono de los virreyes,

- el piano de cola,

- rompiendo criptas funerarias de cenizas de próceres ignotos

- y gobelinos de doncellas dormidas en góndolas de desilusión

- y enormes óleos de obispos y militares arcaicos

- y batallas navales inconcebibles,

- aniquilando el mundo para que no quedara en la memoria de las generaciones futuras ni siquiera un recuerdo ínfimo de la estirpe maldita de las gentes de armas,

Vio los estragos externos de la defenestración

·    y luego se asomó a la calle por las rendijas de las persianas para ver hasta dónde llegaban los estragos de la defenestración y con una sola mirada vio:

- más infamias y más ingratitud de cuantas habían visto y llorado mis ojos desde mi nacimiento, madre, a sus viudas felices que abandonaban la casa por las puertas de servicio llevando:

- de cabestro las vacas de mis establos,

- los muebles del gobierno,

- los frascos de miel de tus colmenas, madre,

·    vio:

- a sus sietemesinos haciendo músicas de júbilo con los trastos de la cocina y los tesoros de cristalería y los servicios de mesa de los banquetes de pontifical

- cantando a grito callejero se murió mi papá, viva la libertad, vio la hoguera encendida en la Plaza de Armas para quemar los retratos oficiales y las litografías de almanaques que estuvieron a toda hora y en todas partes desde el principio de su régimen,

Vio la profanación de su cadáver  

·    y vio pasar su propio cuerpo arrastrado que iba dejando por la calle:

- un reguero de condecoraciones y charreteras,

- botones de dormán,

- hilachas de brocados

- y pasamanería de alamares

- y borlas de sables de barajas

- y los diez soles tristes de rey del universo, madre, mira cómo me han puesto, decía, sintiendo en carne propia:

- la ignominia de los escupitajos

- y las bacinillas de enfermos que le tiraban al pasar desde los balcones,

·    horrorizado por la idea de ser descuartizado y digerido por los perros y los gallinazos entre los aullidos delirantes y los truenos de pirotecnia del carnaval de mi muerte.

Fuente: El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués

Enviado por: Rafael Bolívar Grimaldos - rbolivarg@hotmail.es

En Letras-Uruguay desde el 4 de mayo de 2012

 

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