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16. Proceso de canonización de mi madre del alma
Rafael Bolívar
rbolivarg@hotmail.es

 
 
 

Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 -      ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.

 

El buque funerario

Resurrección durante el encallamiento

El alma milagrosa de su madre

El paso de la turbamulta

El regreso del cuerpo de su madre

La muchedumbre frenética

Resuelto a conseguir la canonización de su madre

El chocolate con el nuncio apostólico

Su única creencia

El dictamen del nuncio sobre el santo sudario

Usted carga con el peso de sus palabras padre

La semana de malos presagios

Las turbas de fanáticos a sueldo

Canonización de Bendición Alvarado

Confianza inmediata en aquel abisinio cetrino

El escrutinio del abogado del diablo

 

El buque funerario

- Donde al cabo de tantos años de olvido vieron volver a medianoche el vetusto buque fluvial

- de rueda de madera con todas las luces encendidas

- y lo recibieron con tambores pascuales creyendo que habían vuelto los tiempos de gloria,

- que viva el macho, gritaban, bendito el que viene en nombre de la verdad, gritaban,

- se  echaban al agua con los armadillos cebados,

- con una ahuyama del tamaño de un buey,

- se encaramaban por los barandales de encajes de madera para brindarle tributos de sumisión al poder invisible

- cuyos dados decidían al azar de la patria

- y se quedaban sin aliento ante el catafalco de hielo picado y sal de piedra

- repetido en las lunas atónitas de los espejos del comedor presidencial,

- expuesto al juicio público bajo los ventiladores de aspas del arcaico buque de placer

- que anduvo meses y meses por entre las islas efímeras de los afluentes ecuatoriales

 

Resurrección durante el encallamiento

- Hasta que se extravió en una edad de pesadilla en que las gardenias tenían uso de razón y las iguanas volaban en las tinieblas,

- se terminó el mundo,

- la rueda de madera encalló en arenales de oro, se rompió,

- se fundió el hielo, se corrompió la sal, el cuerpo tumefacto quedó flotando a la deriva en una sopa de aserrín,

- y sin embargo no se pudrió, sino todo lo contrario mi general,

- pues entonces la vimos abrir los ojos y vimos que sus pupilas eran diáfanas y tenían el color del acónito en enero y su misma virtud de piedra lunar,

- y aun los más incrédulos habíamos visto empañarse la cubierta de vidrio del catafalco con el vapor de su aliento

- y habíamos visto que de sus poros manaba un sudor vivo y fragante, y la vimos sonreír.

 

El alma milagrosa de su madre

- Usted no puede imaginarse cómo fue aquello mi general, fue el despelote, hemos visto:

- parir a las mulas,

- crecer flores en el salitre,

- a los sordomudos aturdidos por el prodigio de sus propios gritos de milagro, milagro, milagro,

- hicieron polvo los vidrios del ataúd mi general

- y por poco no volvieron tasajo el cadáver para repartirse las reliquias,

- así que hemos tenido que disponer de un batallón de granaderos contra el fervor de las muchedumbres frenéticas que estaban llegando en tumulto desde el semillero de islas del Caribe

cautivadas por la noticia de que el alma de su madre Bendición Alvarado había obtenido de Dios la facultad de contrariar las leyes de la naturaleza, vendían:

- hilos de la mortaja,

- escapularios,

- aguas de su costado,

- estampitas con su retrato de reina,

 

El paso de la turbamulta

- pero era una turbamulta tan descomunal y atolondrada que más bien parecía un torrente de bueyes indómitos

- cuyas pezuñas devastaban cuanto encontraban a su paso y hacían un estruendo de temblor de tierra que hasta usted mismo puede oírlo desde aquí si escucha con atención mi general, óigalo,

- y él se puso la mano en pantalla detrás de la oreja que le zumbaba menos, escuchó con atención, y entonces:

- oyó, madre mía Bendición Alvarado, oyó el trueno sin término, vio:

- la ciénaga en ebullición de la vasta muchedumbre dilatada hasta el horizonte del mar,

- el torrente de velas encendidas que arrastraban otro día más radiante dentro de la claridad radiante del mediodía,

 

El regreso del cuerpo de su madre

- pues su madre de mi alma Bendición Alvarado regresaba a la ciudad de sus antiguos terrores:

- como había llegado la primera vez con la marabunta de la guerra, con el olor a carne cruda de la guerra,

- pero liberada para siempre de los riesgos del mundo

- porque él había hecho arrancar de las cartillas de las escuelas las páginas sobre los virreyes para que no existieran en la historia,

- había prohibido las estatuas que te perturbaban el sueño, madre,

- de modo que ahora regresaba sin sus miedos congénitos en hombros de una muchedumbre de paz,

- regresaba sin ataúd, a cielo abierto, en un aire vedado a las mariposas,

- abrumada por el peso del oro de los exvotos que le habían colgado en el viaje interminable desde los confines de la selva a través de su vasto y convulsionado reino de pesadumbre,

- escondida bajo el montón de muletitas de oro que le colgaban los paralíticos restaurados,

- las estrellas de oro de los náufragos,

- los niños de oro de las estériles incrédulas que habían tenido que parir de urgencia detrás de los matorrales,

- como en la guerra, mi general, navegando al garete en el centro del torrente arrasador de la mudanza bíblica de toda una nación que no encontraba dónde poner:

- sus chécheres de cocina,

- sus animales, los restos de una vida

- sin más esperanzas de redención que las mismas oraciones secretas que Bendición Alvarado rezaba durante los combates para torcer el rumbo de las balas que disparaban contra su hijo,

 

La muchedumbre frenética

- como había venido él:

- en el tumulto de la guerra con un trapo colorado en la cabeza

- gritando en las treguas de los delirios de las calenturas que viva el partido liberal carajo, viva el federalismo triunfante, godos de mierda,

- aunque arrastrado en realidad por la curiosidad atávica de conocer el mar,

- sólo que la muchedumbre de miseria que había invadido la ciudad con el cuerpo de su madre era:

- mucho más turbulenta y frenética que cuantas devastaron el país en la aventura de la guerra federal,

- más voraz que la marabunta,

- más terrible que el pánico,

- la más tremenda que habían visto mis ojos en todos los días de los años innumerables de su poder, el mundo entero mi general, mire, qué maravilla.

 

Resuelto a conseguir la canonización de su madre

- Convencido por la evidencia,

- él salió al fin de las brumas de su duelo,

- salió pálido, duro, con una banda negra en el brazo,

- resuelto a utilizar todos los recursos de su autoridad para conseguir la canonización de su madre Bendición Alvarado

- con base en las pruebas abrumadoras de sus virtudes de santa,

- mandó a Roma a sus ministros de letras,

 

El chocolate con el nuncio apostólico

 

- volvió a invitar al nuncio apostólico a tomar chocolate con galletitas en los pozos de luz de cobertizo de trinitarias, 

- lo recibió en familia, él acostado en la hamaca, sin camisa, abanicándose con el sombrero blanco, y el nuncio sentado frente a él con la taza de chocolate ardiente, inmune:

- al calor y al polvo dentro del aura de espliego de la sotana dominical, inmune al desaliento del trópico

- a las cagadas de los pájaros de la madre muerta que volaban sueltos en los pozos de agua solar del cobertizo,

- tomaba a sorbos contados el chocolate de vainilla,

- masticaba las galletitas con un pudor de novia tratando de demorar el veneno ineludible del último sorbo,

- rígido en la poltrona de mimbre que él no le concedía a nadie, sólo a usted, padre,

- como en aquellas tardes malvas de los tiempos de gloria en que otro nuncio viejo y cándido trataba de convertirlo a la fe de Cristo con acertijos escolásticos de Tomás de Aquino,

- no más que ahora soy yo el que lo llama a usted para convertirlo, padre, las vueltas que da el mundo,

 

Su única creencia

 

- porque ahora creo, dijo, y lo repitió sin pestañear, ahora creo,

- aunque en realidad no creía nada de este mundo ni de ningún otro

- salvo que su madre de mi vida tenía derecho a la gloria de los altares por los méritos propios de su vocación de sacrificio y su modestia ejemplar,

- tanto que él no fundaba su solicitud en los aspavientos públicos de que:

- la estrella polar se movía en el sentido del cortejo fúnebre

- y los instrumentos de cuerda se tocaban solos dentro de los armarios cuando sentían pasar el cadáver

- sino que la fundaba en la virtud de esta sábana que desplegó a toda vela en el esplendor de agosto para que el nuncio viera lo que en efecto vio impreso en la textura del lino,

- vio la imagen de su madre Bendición Alvarado sin trazas de vejez ni estragos de peste acostada de perfil con la mano en el corazón,

- sintió en los dedos la humedad del sudor eterno,

- aspiró la fragancia de flores vivas en medio del escándalo de los pájaros alborotados por el soplo del prodigio,

- ya ve qué maravilla, padre, decía él, mostrando la sábana al derecho y al revés, hasta los pájaros la conocen,

- pero el nuncio estaba absorto en el lienzo con una atención incisiva

- que había sido capaz de descubrir impurezas de ceniza volcánica en la materia trabajada por los grandes maestros de la cristiandad,

- había conocido las grietas de un carácter y hasta las dudas de una fe por la intensidad de un color,

- había padecido el éxtasis de la redondez de la tierra tendido bocarriba bajo la cúpula de una capilla solitaria de una ciudad irreal donde el tiempo no transcurría sino que flotaba,

- hasta que tuvo valor para apartar los ojos de la sábana al cabo de una contemplación profunda

 

El dictamen del nuncio sobre el santo sudario

 

- y dictaminó con un tono dulce pero irreparable que el cuerpo estampado en el lino no era un recurso de la Divina Providencia para darnos una prueba más de su misericordia infinita, ni eso ni mucho menos, excelencia,

- era la obra de un pintor muy diestro en las buenas y en las malas artes que había abusado de la grandeza de corazón de su excelencia,

- porque aquello no era óleo sino pintura doméstica de la más indigna,

- sapolín de pintar ventanas, excelencia,

- debajo del aroma de las resinas naturales que habían disuelto en la pintura quedaba todavía el relente bastardo de la trementina,

- quedaban costras de yeso,

- quedaba una humedad persistente que no era el sudor del último escalofrío de la muerte como le habían hecho creer a él

- sino la humedad de artificio del lino saturado de aceite de linaza y escondido en lugares oscuros,

- créame que lo lamento, concluyó el nuncio con un pesar legítimo, pero no acertó a decir más

 

Usted carga con el peso de sus palabras padre

 

- ante el anciano granítico que lo observaba sin parpadear desde la hamaca,

- que lo había escuchado desde el limo de sus lúgubres silencios asiáticos sin mover siquiera la boca para contradecirlo

- a pesar de que nadie conocía mejor que él la verdad del prodigio secreto de la sábana en que yo mismo te envolví con mis propias manos, madre,

- yo me  asusté con el primer silencio de tu muerte que fue como si el mundo hubiera amanecido en el fondo del mar, yo vi el milagro, carajo,

- pero a pesar de su certidumbre no interrumpió el veredicto del nuncio,

- apenas parpadeó dos veces sin cerrar los ojos como las iguanas,

- apenas sonrió, está bien, padre, suspiró al fin, será como usted dice,

- pero le advierto que usted carga con el peso de sus palabras, se lo repito letra por letra para que no lo olvide en el resto de su larga vida que usted carga con el peso de sus palabras, padre, yo no respondo.

 

La semana de malos presagios

- El mundo permaneció en un sopor durante aquella semana de malos presagios en que:

- él no se levantó de la hamaca ni para comer,

- se espantaba con el abanico a los pájaros amaestrados que se le paraban en el cuerpo,

- se espantaba los lamparones de luz de las trinitarias creyendo que eran pájaros amaestrados,

- no recibió a nadie, no dio una orden,

           

Las turbas de fanáticos a sueldo

 

- pero la fuerza pública se mantuvo impasible cuando las turbas de fanáticos a sueldo asaltaron el palacio de la Nunciatura Apostólica,

- saquearon el museo de reliquias históricas,

- sorprendieron al nuncio haciendo la siesta a la intemperie en el remanso del jardín interior,

- lo sacaron desnudo a la calle,

- se le cagaron encima mi general, imagínese,

- pero él no se movió de la hamaca, ni siquiera parpadeó cuando le vinieron con la novedad mi general

- de que al nuncio lo estaban paseando en un burro por las calles del comercio

- bajo un chaparrón de lavazas de cocina que le vaciaban desde los balcones,

- le gritaban mano pancha, miss vaticano, dejad que los niños vengan a mí,

- y sólo cuando lo abandonaron medio muerto en el muladar del mercado público

- él se incorporó de la hamaca apartándose los pájaros a manotadas,

- apareció en la sala de audiencias apartando a manotadas las telarañas del duelo con el brazal de luto y los ojos abotagados de mal dormir,

- y entonces dio la orden de que pusieran al nuncio en una balsa de náufrago con provisiones para tres días y lo dejaran al garete en la ruta de los cruceros de Europa

- para que todo el mundo sepa cómo terminan los forasteros que levantan la mano contra la majestad de la patria,

- y que hasta el papa aprenda desde ahora y para siempre que podrá ser muy papa en Roma con su anillo al dedo en su poltrona de oro, pero que aquí yo soy el que soy yo, carajo, pollerones de mierda.

 

Canonización de Bendición Alvarado

 

- Fue un recurso eficaz, pues antes del fin de aquel año se instauró el proceso de canonización de su madre Bendición Alvarado

- cuyo cuerpo incorrupto fue expuesto a la veneración pública en la nave mayor de la basílica primada,

- cantaron gloria en los altares, se derogó el estado de guerra que él había proclamado contra la Santa Sede,

- viva la paz, gritaban las muchedumbres en la Plaza de Armas, viva Dios, gritaban,

- mientras él recibía en audiencia solemne al auditor de la Sagrada Congregación del Rito y promotor y postulador de la fe, monseñor Demetrio Aldous,

- conocido como el eritreno, a quien se había encomendado la misión de escudriñar la vida de Bendición Alvarado

- hasta que no quedara ni el menor rastro de duda en la evidencia de su santidad,

 

Confianza inmediata en aquel abisinio cetrino

- Hasta donde usted quiera, padre, le dijo él, reteniendo su mano entre la suya, pues había experimentado una confianza inmediata en aquel abisinio cetrino:

- que amaba la vida por encima de todas las cosas,

- comía huevos de iguana, mi general,

- le encantaban las peleas de gallo,

- el humor de las mulatas, la cumbia, como a nosotros mi general, la misma vaina,

 

El escrutinio del abogado del diablo

 

- así que las puertas mejor guardadas se abrieron sin reservas por orden suya para que el escrutinio del abogado del diablo no encontrara tropiezos de ninguna índole,

- porque nada había oculto como nada había invisible en su desmesurado reino de pesadumbre

- que no fuera una prueba irrefutable de que su madre de mi alma Bendición Alvarado estaba predestinada a la gloria de los altares,

- la patria es suya, padre, ahí la tiene, y ahí la tuvo, por supuesto,

- la tropa armada impuso el orden en el palacio de la Nunciatura Apostólica frente al cual

- amanecían las filas incontables de lazarinos restaurados que vinieron a mostrar la piel recién nacida sobre las llagas,

- los antiguos inválidos de San Vito vinieron a ensartar agujas ante los incrédulos,

- vinieron a mostrar su fortuna los que se habían enriquecido en la ruleta porque Bendición Alvarado les revelaba los números en el sueño,

- los que tuvieron noticias de sus perdidos,

- los que encontraron a sus ahogados,

- los que nada habían tenido y ahora lo tenían todo,

- vinieron, desfilaron sin tregua por la ardiente oficina decorada con los arcabuces de matar caníbales y las tortugas prehistóricas de Sir Walter Raleigh

- donde el eritreno incansable escuchaba a todos:

- sin preguntar, sin intervenir, ensopado en sudor,

- ajeno a la peste de humanidad en descomposición que se iba acumulando en la oficina enrarecida por el humo de sus cigarros de los más ordinarios,

- tomaba notas minuciosas de las declaraciones de los testigos y los hacía firmar aquí:

- con el nombre completo, o con una cruz,

- o como usted mi general con la huella del dedo, como fuera, pero firmaban,

- entraba el siguiente, igual que el anterior,

- yo estaba tísico, padre, decía, yo estaba tísico, escribía el eritreno, y ahora oiga cómo canto,

- yo era impotente, padre, y ahora míreme cómo ando todo el día, yo era impotente, escribía con tinta indeleble para que su escritura rigurosa estuviera a salvo de enmiendas hasta el término de la humanidad,

- yo tenía un animal vivo dentro de la barriga, padre, yo tenía un animal vivo, escribía sin piedad.

 

Fuente: El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués

Enviado por: Rafael Bolívar Grimaldos - rbolivarg@hotmail.es

En Letras-Uruguay desde el 3 de julio de 2012

 

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