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19. Pérdida de su virginidad y otra de sus muertes
Rafael Bolívar
rbolivarg@hotmail.es

 
 
 

Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 -      ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.

 

Con una mujer de soldados

El encuentro del testículo enorme

Hacía todo lo que se le ocurría para hacerla feliz

Cumplía sus órdenes como si fueran de amor

Su primer año de cautiverio

Se acostumbró al anciano indescifrable

Poco después del segundo aniversario del secuestro

Tantos años sin conocer este tormento

Preparación del cadáver para su exposición

Reunión para el reparto del botín de su poder

Forma de divulgar la noticia de su muerte. Primer boletín. Segundo boletín. Dobles de campanas

Ninguna determinación sobre el destino de la patria

No había otra patria que la hecha por él

Los nubarrones de langostas

Una hilera de gallos sin cabeza

No teníamos ni cajones de muerto

Ahorcamientos dominicales

Prohibiciones para impedir espectáculos ignominiosos

 

Con una mujer de soldados

 

- más solo, más sin saber qué hacer, tan aturdido e inerme como estuvo la primera vez en que fue hombre con una mujer de soldados

- a quien sorprendió a medianoche bañándose desnuda en un río

- y cuya fuerza y tamaño había imaginado por sus resuellos de yegua después de cada zambullida,

- oía su risa oscura y solitaria en la oscuridad,

- sentía el regocijo de su cuerpo en la oscuridad pero estaba paralizado de miedo

- porque seguía siendo virgen aunque ya era teniente de artillería en la tercera guerra civil,

- hasta que el miedo de perder la ocasión fue más decisivo que el miedo del asalto,

- y entonces se metió en el agua con todo lo que llevaba encima,

- las polainas, el morral, la correa de municiones, el machete, la escopeta de fisto,

- ofuscado por tantos estorbos de guerra y tantos terrores secretos

- que la mujer creyó al principio que era alguien que se había metido a caballo en el agua,

- pero en seguida se dio cuenta de que no era más que un pobre hombre asustado

- y lo acogió en el remanso de su misericordia,

- lo llevó de la mano en la oscuridad de su aturdimiento porque él no lograba encontrar los caminos en la oscuridad del remanso,

- le indicaba con voz de madre en la oscuridad que te agarres fuerte de mis hombros para que no te tumbe la corriente,

- que no se acuclillara dentro del agua sino que te arrodilles con fuerza en el fondo respirando despacio para que te alcance el aliento,

- y él hacia lo que ella le indicaba con una obediencia pueril

- pensando madre mía Bendición Alvarado cómo carajo harán las mujeres para hacer las cosas como si las estuvieran inventando,

- cómo harán para ser tan hombres, pensaba, a medida que ella lo iba despojando de la parafernalia inútil de otras guerras menos temibles y desoladas que aquella guerra solitaria con el agua al cuello,

- había muerto de terror al amparo de aquel cuerpo oloroso a jabón de pino

- cuando ella acabó de quitarle las hebillas de las dos correas y le solté los botones de la bragueta

 

El encuentro del testículo enorme

 

- y me quedé crispada de horror porque no encontré lo que buscaba sino el testículo enorme nadando como un sapo en la oscuridad,

- lo soltó asustada, se apartó, anda con tu mamá que te cambie por otro, le dijo, tú no sirves,

- pues lo había derrotado el mismo miedo ancestral que lo mantuvo inmóvil ante la desnudez de Leticia Nazareno

- en cuyo río de aguas imprevisibles no se había de meter ni con todo lo que llevaba encima

- mientras ella no le prestara el auxilio de su misericordia,

 

Hacía todo lo que se le ocurría para hacerla feliz

 

- él mismo la cubrió con una sábana,

- le tocaba en el gramófono hasta que se gastó el  cilindro la canción de la pobre Delgadina perjudicada por el amor de su padre,

- le hizo poner flores de fieltro en los floreros para que no se marchitaran como las naturales con la mala virtud de sus manos,

- hizo todo lo que se le ocurría para hacerla feliz

- pero mantuvo intacto el rigor del cautiverio y el castigo de la desnudez para que ella entendiera

- que sería bien atendida y bien amada pero que no tenía ninguna posibilidad de escaparse de aquel destino,

 

Cumplía sus órdenes como si fueran de amor

 

- y ella lo comprendió tan bien que en la primera tregua del miedo le había ordenado sin pedirle por favor

- general que me abra la ventana para que entre un poco de fresco,

- y él la abrió, que la volviera a cerrar porque me da la luna en la cara, la cerró,

- cumplía sus órdenes como si fueran de amor

 

Su primer año de cautiverio

 

- tanto más obediente y seguro de sí mismo cuanto más cerca se sabía

- de la tarde de lluvias radiantes en que se deslizó dentro del mosquitero y se acostó vestido junto a ella sin despertarla,

- participó a solas durante noches enteras de los efluvios secretos de su cuerpo,

- respiraba su tufo de perra montuna que se fue haciendo más cálido con el paso de los meses,

- retoñó el musgo de su vientre, despertó sobresaltada gritando que se quite de aquí, general,

- y él se levantó con su parsimonia densa pero volvió a acostarse junto a ella mientras dormía

- y así la disfrutó sin tocarla durante el primer año de cautiverio

 

Se acostumbró al anciano indescifrable

 

- hasta que ella se acostumbró a despertar a su lado sin entender hacia dónde corrían los cauces ocultos de aquel anciano indescifrable

- que había abandonado los halagos del poder y los encantos del mundo para consagrarse a su contemplación y su servicio,

- tanto más desconcertada cuanto más cerca se sabía él

- de la tarde de lluvias radiantes en que se acostó sobre ella mientras dormía

- como se había metido en el agua con todo lo que llevaba puesto,

- el uniforme sin insignias, las correas del sable, el mazo de llaves, las polainas, las botas de montar con la espuela de oro,

- un asalto de pesadilla que la despertó aterrorizada tratando de quitarse de encima aquel caballo guarnecido de recados de guerra,

- pero él estaba tan resuelto que ella decidió ganar tiempo con el recurso último

- de que se quite los arneses general que me lastima el corazón con las argollas,

- y él se los quitó, que se quitara la espuela general que me está maltratando los tobillos con la estrella de oro,

- que se sacara el mazo de llaves de la pretina que me tropieza con el hueso de la cadera,

- y él terminaba por hacer lo que ella le ordenaba

- aunque necesitó tres meses para hacerle quitar las correas del sable que me estorban para respirar

- y otro mes para las polainas que me rompen el alma con las hebillas,

- era una lucha lenta y difícil en que ella lo demoraba sin exasperarlo y él terminaba por ceder para complacerla,

- de modo que ninguno de los dos supo nunca cómo fue que ocurrió el cataclismo final

 

Poco después del segundo aniversario del secuestro

 

- poco después del segundo aniversario del secuestro

- cuando sus tibias y tiernas manos sin destino tropezaron por casualidad con las piedras ocultas de la novicia dormida

- que despertó conmocionada por un sudor pálido y un temblor de muerte

- y no trató de quitarse ni por las buenas ni por las malas artes el animal cerrero que tenía encima

- sino que acabó de conmocionarlo con la súplica de que te quites las botas que me ensucias mis sábanas de bramante y él se las quitó como pudo,

- que te quites las polainas, y los pantalones, y el braguero, que te quites todo mi vida que no te siento,

- hasta que él mismo no supo cuándo se quedó como sólo su madre lo había conocido a la luz de las arpas melancólicas de los geranios,

- liberado del miedo, libre, convertido en un bisonte de lidia

- que en la primera embestida demolió todo cuanto encontró a su paso y se fue de bruces

- en un abismo de silencio donde sólo se oía el crujido de maderos de barcos

- de las muelas apretadas de Nazareno Leticia, presente,

- se había agarrado de mi cabello con todos los dedos para no morirse sola en el vértigo sin fondo

- en que yo me moría solicitado al mismo tiempo y con el mismo ímpetu por todas las urgencias del cuerpo,

- y sin embargo la olvidó, se quedó solo en las tinieblas buscándose a sí mismo en el agua salobre de sus lágrimas general,

- en el hilo manso de su baba de buey, general,

 

Tantos años sin conocer este tormento

 

- en el asombro de su asombro de madre mía Bendición Alvarado cómo es posible haber vivido tantos años sin conocer este tormento,

- lloraba, aturdido por las ansias de sus riñones,

- la ristra de petardos de sus tripas,

- el desgarramiento de muerte del tentáculo tierno que le arrancó de cuajo las entrañas

- y lo convirtió en un animal degollado cuyos tumbos agónicos salpicaban las sábanas nevadas con una materia ardiente y agria

- que pervirtió en su memoria el aire de vidrio líquido de la tarde de lluvias radiantes del mosquitero, pues era mierda, general, su propia mierda.

 

Preparación del cadáver para su exposición

 

- Poco antes del anochecer, cuando acabamos de sacar los cascarones podridos de las vacas

- y pusimos un poco de arreglo en aquel desorden de fábula,

- aún no habíamos conseguido que el cadáver se pareciera a la imagen de su leyenda.

- Lo habíamos raspado con fierros de desescamar pescados para quitarle la rémora de fondos de mar,

- lo lavamos con creolina y sal de piedra para resanarle las lacras de la putrefacción,

- le empolvamos la cara con almidón para esconder los remiendos de cañamazo

- y los pozos de parafina con que tuvimos que restaurarle la cara picoteada de pájaros de muladar,

- le devolvimos el color de la vida con parches de colorete y carmín de mujer en los labios,

- pero ni siquiera los ojos de vidrio incrustados en las cuencas vacías lograron imponerle

- el semblante de autoridad que le hacía falta para exponerlo a la contemplación de las muchedumbres.

 

Reunión para el reparto del botín de su poder

 

- Mientras tanto, en el salón del consejo de gobierno invocábamos la unión de todos contra el despotismo de siglos

- para repartirse por partes iguales el botín de su poder,

- pues todos habían vuelto al conjuro de la noticia sigilosa pero incontenible de su muerte,

- habían vuelto los liberales y los conservadores reconciliados al rescoldo de tantos años de ambiciones postergadas,

- los generales del mando supremo que habían perdido el oriente de la autoridad,

- los tres últimos ministros civiles,

- el arzobispo primado,

- todos los que él no hubiera querido que estuvieran estaban sentados en torno de la larga mesa de nogal

 

Forma de divulgar la noticia de su muerte

 

- tratando de ponerse de acuerdo sobre la forma en que se debía divulgar la noticia de aquella muerte enorme

- para impedir la explosión prematura de las muchedumbres en la calle,

- Primer boletín. Primero un boletín número uno al filo de la prima noche sobre un ligero percance de salud

- que había obligado a cancelar los compromisos públicos y las audiencias civiles y militares de su excelencia,

- Segundo boletín. Luego un segundo boletín médico en el que se anunciaba que el ilustre enfermo se había visto obligado a permanecer en sus habitaciones privadas a consecuencia de una indisposición propia de su edad,

- Dobles de campanas. Y por último, sin ningún anuncio, los dobles rotundos de las campanas de la catedral

- al amanecer radiante del cálido martes de agosto de una muerte oficial que nadie había de saber nunca a ciencia cierta si en realidad era la suya.

- Nos encontrábamos inermes ante esa evidencia,

- comprometidos con un cuerpo pestilente que no éramos capaces de sustituir en el mundo

 

Ninguna determinación sobre el destino de la patria

 

- porque él se había negado en sus instancias seniles a tomar ninguna determinación sobre el destino de la patria después de él,

- había resistido con una invencible terquedad de viejo a cuantas sugerencias se le hicieron desde que el gobierno

- se trasladó a los edificios de vidrios solares de los ministerios y él quedó viviendo solo en la casa desierta de su poder absoluto,

- lo encontrábamos caminando en sueños,

- braceando entre los destrozos de las vacas

- sin nadie a quien mandar como no fueran los ciegos, los leprosos y los paralíticos

- que no se estaban muriendo de enfermos sino de antiguos en la maleza de los rosales,

- y sin embargo era tan lúcido y terco que no habíamos conseguido de él nada más que evasivas y aplazamientos

- cada vez que le planteábamos la urgencia de ordenar su herencia,

- pues decía que pensar en el mundo después de uno mismo era algo tan cenizo como la propia muerte, qué carajo,

- si al fin y al cabo cuando yo me muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos de los godos, ya lo verán, decía,

- se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto,

- porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo, ya lo verán, decía,

- citando a alguien de sus tiempos de gloria,

- burlándose inclusive de sí mismo cuando nos dijo ahogándose de risa

- que por tres días que iba a estar muerto no valía la pena llevarlo hasta Jerusalén para enterrarlo en el Santo Sepulcro,

- y poniéndole término a todo desacuerdo

- con el argumento final de que no importaba que una cosa de entonces no fuera verdad, qué carajo, ya lo será con el tiempo.

 

No había otra patria que la hecha por él

 

- Tuvo razón, pues en nuestra época no había nadie que pusiera en duda la legitimidad de su historia,

- ni nadie que hubiera podido demostrarla ni desmentirla

- si ni siquiera éramos capaces de establecer la identidad de su cuerpo,

- no había otra patria que la hecha por él a su imagen y semejanza

- con el espacio cambiado y el tiempo corregido por los designios de su voluntad absoluta,

- reconstituida por él desde los orígenes más inciertos de su memoria

- mientras vagaba sin rumbo por la casa de infamias en la que nunca durmió una persona feliz,

- mientras les echaba granos de maíz a las gallinas que picoteaban en torno de su hamaca

- y exasperaba a la servidumbre con las órdenes encontradas de que me traigan una limonada con hielo picado

- que abandonaba intacta al alcance de la mano,

- que quitaran esa silla de ahí y la pusieran allá y la volvieran a poner otra vez en su puesto

- para satisfacer de esa forma minúscula los rescoldos tibios de su inmenso vicio de mandar,

- distrayendo los ocios cotidianos de su poder con el rastreo paciente de los instantes efímeros de su infancia remota

- mientras cabeceaba de sueño bajo la ceiba del patio,

- despertaba de golpe cuando lograba atrapar un recuerdo como una pieza del rompecabezas sin límites de la patria antes de él,

- la patria grande, quimérica, sin orillas,

- un reino de manglares con balsas lentas y precipicios anteriores a él

- cuando los hombres eran tan bravos que cazaban caimanes con las manos atravesándoles una estaca en la boca,

- así, nos explicaba con el índice en el paladar,

 

Los nubarrones de langostas

 

- nos contaba que un viernes santo había sentido el estropicio del viento y el olor de caspa del viento

- y vio los nubarrones de langostas que enturbiaron el cielo del mediodía

- e iban tijereteando cuanto encontraban a su paso y dejaron el mundo trasquilado

- y la luz en piltrafas como en las vísperas de la creación,

- pues él había vivido aquel desastre,

 

Una hilera de gallos sin cabeza

 

- había visto una hilera de gallos sin cabeza colgados por las patas desangrándose gota a gota

- en el alero de una casa de vereda grande y destartalada donde acababa de morir una mujer,

 

No teníamos ni cajones de muerto

 

- había ido de la mano de su madre, descalzo, detrás del cadáver harapiento

- que llevaron a enterrar sin cajón sobre una parihuela de carga azotada por la ventisca de la langosta,

- pues así era la patria de entonces, no teníamos ni cajones de muerto, nada,

 

Ahorcamientos dominicales

 

- él había visto un hombre que trató de ahorcarse con una cuerda ya usada por otro ahorcado en el árbol de una plaza de pueblo

- y la cuerda podrida se reventó antes de tiempo y el pobre hombre se quedó agonizando en la plaza para horror de las señoras que salieron de misa, pero no murió,

- lo reanimaron a palos sin molestarse en averiguar quién era pues en aquella época nadie sabía quién era quién si no lo conocían en la iglesia,

- lo metieron por los tobillos entre los dos tablones de cepo chino y lo dejaron expuesto a sol y sereno

- junto con otros compañeros de penas pues así eran aquellos tiempos de godos en que Dios mandaba más que el gobierno,

 

Prohibiciones para impedir espectáculos ignominiosos

 

- los malos tiempos de la patria antes de que él diera la orden de cortar los árboles de las plazas de los pueblos

- para impedir el terrible espectáculo de los ahorcados dominicales,

- había prohibido el cepo público,

- los entierros sin cajón,

- todo cuanto pudiera despertar en la memoria las leyes de ignominia anteriores a su poder,

 

Fuente: El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués

Enviado por: Rafael Bolívar Grimaldos - rbolivarg@hotmail.es

En Letras-Uruguay desde el 14 de julio de 2012

 

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