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El Teatro Político
Rafael Bolívar
rbolivarg@hotmail.es

 
 

Política y teatro

Una demostración dramatizada

Estados Unidos en 1968

Robert Jordan y Jerry Rubin

Gratificación, la envidia de millones de personas

Hipocresía y teatro político

Construcción de realidades a gran escala

La era de la biopolítica

Walter Truett Anderson (1933-  ), politólogo, psicólogo social y escritor estadounidense. Su libro REALITY, Isn’t What It Used To Be, traducido al español como: La Realidad Emergente. Ya nada es como era, cuenta con el mayor número de ediciones y fue galardonado como “Uno de los 100 libros más importantes sobre el futuro”.  

Política y teatro

La política y el teatro se han hecho inseparables. Cualquiera que apoye hoy una causa determinada debe pensar  en cómo representarla, y tener en cuenta que existe un sin número de  puestas en escena tanto en la izquierda como en la derecha.

Ronald Reagan y la costosa progenie de Clem Whitaker no son por cierto los únicos que entendieron cómo manipular a los medios y dramatizar los temas. 

Una demostración dramatizada

Las demostraciones por los derechos civiles en los años 60 están entre los dramas políticos más grandes de todos los tiempos.

A partir del caos en el Sur, apareció una historia muy fuerte: ciudadanos norteamericanos estaban siendo despojados de sus derechos de manera sistemática, de los derechos que todos los ciudadanos norteamericanos poseen, según nos han dicho en innumerables ocasiones.

Pasión, drama, conflictos. Montemos un espectáculo y el señor y la señora América vendrán a verlo.

La obra dramática fue poderosa y conmovedora a medida que se desarrollaba en escenas de demostraciones y confrontaciones. Estaba llena de imágenes vívidas: 

· Negros y trabajadores por los derechos civiles en el camino a Selma.

· Policías gordos y agentes de seguridad contra ellos.

· Los blancos del sur, que se resistieron contra las demostraciones de derechos civiles y que estaban resentidos por el rol que les habían asignado en la obra, hablaban con frecuencia de agitadores externos que los habían invadido.

· Agitadores externos. Hordas de radicales, bien-intencionados, reporteros, fotógrafos, gente que no los comprendía ni en su forma de tratar las cosas.

· Lo que estaba sucediendo, no era tanto que los externos vinieran al sur sino, que el sur estaba siendo mostrado al mundo, despojado de su antiguo contexto y arrojado por los medios de comunicación a un escenario global en el cual se representaba la obra para que todos pudieran verla.

· Los militantes cantaban y todo el mundo está mirando.

· Se anunciaba el arribo de la era posmoderna, en la cual el tiempo y el espacio pueden modificarse de manera mágica mediante los medios de comunicación.

· En los medios de comunicación los límites ya no son los mismos y las antiguas construcciones de la realidad pueden marchitarse en un instante bajo las potentes luces, al ser escudriñadas por el mundo.

· La construcción social de la realidad de los sureños: Se sabía cómo manejar la situación para que los negros parecieran contentos, nunca han estado en la mejor de las formas. Los negros sabían que esto no era verdad y que también había blancos que tenían que defender esta construcción social de la realidad de los sureños.

· Parecían existir pocos límites a las realidades que la sociedad podía crear y mantener con vida, pero el sur nunca había estado separado del norte por una pared que se derrumbó y el sur entró en nuestras casas.

· Si los manifestantes hubieran marchado camino a Selma con armas automáticas, habríamos tenido una obra clasificable en la etapa 1 de Kohlberg, pero marcharon en paz y montaron un espectáculo que conmovió a toda la nación.

 

No desmerece llamar al movimiento por los derechos civiles una pieza de teatro político. Está relacionada de alguna manera con la clase de venta ambulante que estaba dando los primeros pasos para llegar a convertir al desaprensivo Ronald Reagan en presidente de Estados Unidos. Las obras de teatro y su puesta en escena, al igual que la competencia entre estas obras, se han convertido en una parte central de la democracia de masas. Lo que hizo del movimiento por los derechos civiles una obra tan atrayente fue la calidad de conflicto moral que traía aparejado. Las tácticas inspiradas en Gandhi mostraron gente, que no sólo luchaba por sus intereses personales, sino que también arriesgaban sus vidas al servicio de un principio más elevado.

Otro punto a favor de la causa de los manifestantes fue que estuvieron del lado de la Constitución. Se montó un ataque sobre la estructura de la realidad sureña, a pesar de que no estaba tan clara en ese momento, sobre imágenes de la gente negra. Pero no se estaban desafiando los valores y creencias norteamericanos básicos. Sólo se exigían cosas que están exaltadas en la Carta de Derechos (Bill of Rights), en la Decimocuarta Enmienda y en toda nuestra retórica sobre la libertad y la igualdad. Se pedía al país que viviera de acuerdo con su propio ethos.

Estoy seguro de que existía: una gran cantidad de agendas preparadas para beneficio propio de los manifestantes bien-intencionados, sociedades con mentalidades de todos los sectores y toda clase de las fantasías personales que se estaban poniendo en escena.

De todo esto emergía un discurso moral constructivo, un pequeño cierre de la brecha entre nuestros ideales públicos y nuestras acciones, algunas ganancias tangibles corporizadas en la legislación sobre derechos civiles.

El progreso fue poco, pero no se hubiera conseguido, si los creadores no hubieran logrado que el señor y la señora América vinieran a verlo.

El teatro político no ayuda de manera automática a convertirnos en más sabios y en más compasivos. Tales resultados requieren de ciertas situaciones y de ciertos compromisos. Muchas personas saben cómo representar ciertos temas y manipular a los medios, o dejarse manipular por ellos, para producir una clase de acción política que excite al público. Pero no muchas personas saben cómo representar un cierto propósito, como la expansión de nuestra comprensión moral o intelectual. Tampoco veo muchos activistas políticos dispuestos a considerar la posibilidad de que algunos temas serán mejor comprendidos, sólo por representarlos en los medios en que los vean las masas.

Por cierto que no existía mucha evidencia de tales pensamientos en los últimos años de la década del 60, cuando el país se emborrachaba con los dramas y melodramas políticos, la tragedia y la comedia: más asesinatos, más protestas y contraprotestas, una guerra, una elección presidencial.

Estados Unidos en 1968

· Para 1968, Estados Unidos se encontraba en una clase de frenesí político y de los medios, que jamás otra sociedad había experimentado antes.

· El desafío abierto a los valores y creencias norteamericanos básicos produjo un nuevo tipo de radicales, un enfoque de la revolución muy diferente.

· Habían desaparecido, al menos de los ojos del público, los prototipos severos y delicados que peleaban por oscuras causas. En su lugar surgieron, en los medios, personajes caprichosos que parecían basarse en Tristán Tzara y en los surréalistes.

Robert Jordan y Jerry Rubin

Consideremos la diferencia entre Robert Jordan, el personaje creado por Ernest Hemingway en, Por quién doblan las campanas y Jerry Rubin, protagonista de las demostraciones de 1968 y del juicio de los Siete en Chicago.

Jordan es el arquetipo de la persona con un compromiso político. Su historia se desarrolla entre una banda de simples campesinos revolucionarios que intentan volar un puente. Una compleja historia militar que apenas comprenden. Jordan cumple con su parte y muere.

En la versión cinematográfica del libro, el engolado Gary Cooper personifica a Robert Jordan. Rubin. La historia de Jerry Rubin se desarrolla frente a las cámaras, en un impresionante acontecimiento, que los medios se encargan de difundir al mundo entero, pero él no se preocupa por volar ningún puente.

Es un revolucionario pos-moderno, interesado en volar mentes. Junto con sus colegas está decidido a trastocar nuestras construcciones sociales de la realidad. Por supuesto, se personifica a sí mismo, y en lugar de morir de una manera oscura, decide cambiar su imagen e ir a trabajar en Wall Street. 

Gratificación, la envidia de millones de personas

Los acontecimientos de Chicago en 1968, durante la convención nacional demócrata, constituyeron una obra distinta de las marchas por los derechos civiles de unos años atrás. Fueron en realidad pseudo-acontecimientos, ambiguos y capaces de ser interpretados de muchas maneras. Toda clase de cosas excitantes sucedieron en Chicago.

¿Qué significaban? ¿Qué consiguieron? ¿Acaso los disturbios y luchas contra la policía frente al sitio donde se desarrollaba la convención cambiaron el rumbo de las opiniones de los delegados, o del público que veía estos hechos por televisión? ¿Tendían a tomar una posición opositora a la guerra de Vietnam, del mismo modo que unos años antes habían estado a favor de la posición que defendía los derechos civiles? ¿Quién podía saberlo?

Sin lugar a dudas, muchos de los que protestaban creían que estaban conduciendo a la historia por el camino adecuado.

Abbie Hoffman, antes de morir en 1989, había comentado con mucha ironía: 1968 fue un año grande, maravilloso. Ya no se consiguen esa clase de años. Si no hubiera sido por nuestros esfuerzos, hoy tendríamos un presidente que enviaría tropas a países exóticos como  Líbano o Grenada y bombardearía ciudades como Trípoli.

Cuando la acción política se convierte en algo tan lúdico y divertido como lo fue para Abbie Hoffman y algunos de sus amigos a fines de los 60, un enorme y obscenamente confuso  drama en el cual hay un héroe  revolucionario surgente que todo el mundo mira, no existe en realidad una victoria política tangible para sentirse poderoso. Sólo  se consigue como gratificación la envidia de millones de personas que amarían entrar en escena de manera tan sólida. La obra se convierte en un fin en sí misma.

Hipocresía y teatro político

No estoy acusando a Hoffman y compañía de  ser hipócritas. La anticuada idea de la hipocresía no nos dice mucho a cerca de las motivaciones de los activistas políticos, en especial acerca de lo que sucede cuando estos activistas ingresan  al teatro político. Estoy seguro de que creían en lo que estaban haciendo,  deseaban poner fin a la guerra y es probable que hubieran soportado algún sufrimiento  personal para lograrlo. Pero  no sufrían; el mensaje estaba claro entre  tanto acontecimiento confuso y contradictorio: estaban pasando muy bien en ese gran escenario. Y aún más divertido, se decían y nos decían que la diversión y el juego constituían una nueva e indolora forma de progreso político.

Rubin escribió  que Yippie es el teatro gestáltico de las calles, que obliga a la gente mediante el ejemplo a cambiar su consciencia. Ingresar en una nueva sala de audiencias del Congreso con un atuendo de Paul Reveré o en un procedimiento judicial  con una toga de juez es una manera de llevar  a escena nuestras fantasías  y de terminar  con la represión.

Christopher Lasch, en La cultura del narcisismo (The Culture of Narcissism) retrucaba de la siguiente manera:

Conducta anti-social. En los años 60 y a comienzos de los 70, los radicales que transgredían estos límites, bajo la ilusión de que estaban fomentando la insurrección o haciendo terapia gestáltica para la nación, según palabras de Rubin… obtuvieron muy pocos resultados prácticos a cambio de su sacrificio. Esto nos lleva a la conclusión de que abrazaron la política radical, en primer lugar, no debido a que les prometiera resultados prácticos, sino porque les servía como un nuevo modo de auto-escenificación.

El radicalismo de la década del 60 se ha convertido en otro artefacto cultural, una suerte de acontecimiento histórico de los medios, reescenificado y reinterpretado sin fin, escrito y documentado en filmes y en la televisión. La nostalgia ubica a los jóvenes radicales de la época en un papel heroico, pero cada tanto los disidentes como Peter Collier y David Horowitz aparecen con un mensaje contrario.

Peter Collier y David Horowitz. En su libro aparecido en 1989, Generación destructiva (Destructive Generation), ambos editores de la publicación radical Ramparts en los años 60 y luego republicanos de Reagan, maldicen a sus antiguos aliados de la Nueva Izquierda como un hato de jóvenes atildados, aferrados a las consignas y a las fantasías de poder.

El libro fue objeto de críticas correctas a nivel político, los escritores de la izquierda los llamaron autores renegados, la publicación conservadora National Review los llamó conversos elocuentes.

David Burner, en una crítica para el New York Times, señaló que:

· Collier y Horowitz habían ido de la izquierda a la derecha sin cambiar en esencia su estilo melodramático de percibir la realidad política, todo permanece: las grandes denuncias, la obsesión con los enemigos, el delirio del entresueño.

· Para Collier y Horowitz el tema fue bien simple. La política radical de los años 60 estaba mal, pero la política conservadora actual era correcta.

· Esto supone que podría haberse encontrado una posición correcta entre las realidades de un comunismo vietnamita represivo y brutal, un anti- comunismo de Saigón débil y brutal y una guerra norteamericana que sólo conseguía apilar cadáveres.

· Lo que los autores podrían haber encontrado, al igual que muchos norteamericanos en ambos bandos de la cuestión vietnamita, lo tenían claro desde un principio, era el escepticismo, y la ironía en la percepción y en sus juicios.

· El concepto de descubrimiento que nos ofrecen los autores de Generación destructiva es cambiar de bando.

Construcción de realidades a gran escala

El compromiso profundo con las ironías y complejidades trágicas de la condición humana puede tornarse algo secundario. Cuando esta posición no puede ser escenificada, se mantiene como propiedad de pequeñas minorías, ignorada por los millones de personas que miran otros espectáculos por televisión y aquellos con los que eligen presidentes.

Este es el punto con el cual las democracias masivas se han ido reconciliando: apoyar las realidades públicas que nos ayuden a gran escala a crecer, a cambiar y a enfrentar las dificultades de la vida de un modo adulto, por el contrario nos desplazaremos de manera inevitable hacia las fábulas simples que muestran a los buenos y a los malos.

David Burner destaca que:

· Muchos se formaron una concepción más profunda e inteligente a partir de la experiencia de Vietnam, pero sospecho que muchos lograron esa concepción, sobre la guerra misma, durante esos años difíciles y trágicos.

· Los movimientos de protesta, incluido el contingente Yippie, contribuyeron sin duda a esto. Pero el porcentaje de, respuesta al ruido, no fue satisfactorio. Existía una especie de vacío moral en gran parte de las posturas en contra del régimen establecido, algo que para muchos no era idealismos juvenil sino pura inmadurez.

· La vieja fantasía norteamericana alimentada por la propaganda de que siempre somos los buenos en una guerra tuvo una seria derrota. Los que protestaban pusieron en ridículo sin piedad esta fantasía, pero en el proceso, muchos se enredaron en una fantasía propia con un bando bueno o uno malo.

La era de la biopolítica

Hoy estamos inmersos en la era de la biopolítica:

· En la cual los gobiernos se ven obligados a tratar nuevos temas  para los cuales no fueron creadas sus instituciones ni preparados sus líderes, como: deforestación, cambios climáticos globales, biotecnología, protección de los recursos genéticos.

· Estos temas son en extremos complejos y preocupantes, y por ello en cierto modo no podemos culpar a los hacedores de imágines durante el período Reagan por querer dejar todo lo referido al medio ambiente fuera de las fantasías de una nueva era de poder, prosperidad y popularidad para Estados Unidos, esta tendía a deconstruir la historia.

Pero los problemas ambientales también pueden escenificarse:

· Se pueden crear historias simples con argumentos simples que creen oportunidades para que algunas personas asuman el papel de héroes en obras conmovedoras que proporcionen gran satisfacción personal a los participantes.

· A medida que las preocupaciones por el medio ambiente han ganado la primera línea en la conciencia pública, han entrado a escena nuevas organizaciones como ¡La tierra primero! (Earth First!), que desdeñan las tediosas técnicas políticas, como hacer lobby, y practican en cambio diversas formas de ambientalismo Yippie. Esto abarca: demostraciones con los activistas vestidos con disfraces de animales para dramatizar la condición de las especies en peligro. Actos vandálicos como destrozar las plantaciones de fresas que iban a ser rociadas con bacterias  “menos hielo” en un ensayo biotecnológico en California. O hasta perforar un árbol con púa muy profunda para causar daño a las sierras eléctricas y a la persona que intentara talar ese árbol.

Jeremy Rifkin. Sus bufonadas en su propia obra montada para salvar al mundo de la biotecnología, proporcionan un excelente ejemplo  de la degradación que existe en las protestas políticas.

Rifkin entró en escena en 1977, en un foro de la Academia Nacional de Ciencias sobre investigaciones acerca del ADN recombinante, cuando con un grupo de seguidores irrumpió en la reunión cantando, no seremos clonados (We shall not be cloned) con melodía  de Venceremos (We  shall Overcome).  Cualquiera que hubiera observado el acontecimiento tuvo una idea de lo que se avecinaba:

En primer lugar, un intento por insertar un tema difícil dentro de las políticas científicas, una imagen dramática, sexista, fácil de comprender y completamente irrelevante.

Nadie estaba proponiendo la reproducción asexual de los seres humanos ni tenía interés alguno en ese tema, ésa no era la realidad que Rifkin quiso imponer al acontecimiento, y con algún éxito.

También se las arregló para tomar parte en la intensidad moral del movimiento por los derechos civiles, los sentimientos involucrados en la melodía de Venceremos.

Mediante una suerte de trasplante semiótico de genes, introducir la melodía en un conjunto de temas por completo distintos.

El enfoque de la cruzada biotecnológica, Rifkin mezcla el teatro con intentos por respaldar su posición con verdades absolutas. Del teatro: conflictos, acusaciones, guiones estilo Frankenstein y su advertencia de que el uso de la bacteria “hielo menos”, para prevenir el daño causado por las heladas en los cultivos, tendría efectos importantes sobre el clima.

Hizo circular una carta teológica sobre la biotecnología para transmitir la impresión de que Dios se opone a ella, y en varios escritos, incluido un libro titulado  ¿Quién debe cubrir el papel de Dios?> (Who Should Play God?) trajo la palabra naturaleza en repetidas oportunidades para decirnos que no tenemos el permiso de ella para partir genes o hacer cultivo de tejidos.

Estos actos personifican las dos técnicas principales de la persuasión política disponibles en una sociedad en la cual (a) las ideologías han muerto y (b) nadie conoce con certeza nada sobre los temas en discusión. Escenificar todos los temas con la simplicidad de una noticia periodística y sacar de la manga verdades absolutas para apoyar lo que de otro modo serían impresiones puramente personales.

Tanto en la derecha como en la izquierda políticas, vemos un reconocimiento general de que la realidad ya no es lo que solía ser y una voluntad general de crear para el público cualquier realidad que sea útil para el propio propósito político.

Los conservadores se envuelven en la bandera de la cruzada de George Bush para conseguir una enmienda contra la quema de banderas. Es un ejemplo clásico de un intento por obtener un millaje político personal a partir de un símbolo.

Pero también fabrican realidades con una habilidad que deja a los opositores liberales en la columna de los perdedores.

Los radicales también abrazan en ocasiones los valores políticos tradicionales o las normas oficiales norteamericanas, como la Carta de Derechos, y otras veces celebran el nihilismo destructor de los rippies o de los punk. Otras veces tienen romances con el nuevo fundamentalismo de la ecoteología.

A pesar de que todo aquél con una agenda política intenta demostrar que profesa de rutina un gran respeto por la sabiduría del pueblo norteamericano, el comportamiento real nos muestra: no respeto sino un desprecio apenas disimulado.        

Fuente: La Realidad Emergente de Walter Truett Anderson.

Autor: Rafael Bolívar Grimaldos

 

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