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Conquista rápida y saqueo cuantioso de Gonzalo Jiménez de Quesada |
1.
Santa
Marta Barrancabermeja 2.
Otras
penalidades de la expedición 5.
Conquista
de Tunja y Bogotá 9.
Fundación
de la ciudad de Santafé de
Bogotá 11.
Final
del gobierno de Gonzalo Jiménez de Quesada
Santa
Marta Barrancabermeja
Su expedición contaba con hombres acostumbrados a la guerra, habían servido algunos de ellos en los ejércitos de Carlos V. Constaba de setecientos hombres y ochenta caballos que emprendieron marcha |
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por tierra el 6 de Abril de 1536, más doscientos soldados y marineros que se embarcaron en lanchas por el río Magdalena. La flotilla de la expedición fue a buscar la desembocadura del río y entrar por ellas para remontar la corriente. Jiménez de Quesada con su tropa, después de dar vuelta a la Ciénaga, se internó por tierras y montañas que habitaban los indios Chimilas, raza guerrera e indomable que dio que hacer durante muchos años a los colonos de Santa Marta. Las tropas conquistadoras llevaban en pos suya recuas de indios cargueros que se fugaban en todas las paradas, y había que ir a los caseríos vecinos en busca de otros. Siguiendo la jornada por aquellas tierras intransitables, pasaron con dificultad un río llamado Ariguaní, en donde se ahogó parte del equipaje.
Después
de atravesar la población
indígena de Chiriguaná, perdieron los guías en las montañas y gastaron
ocho días en llegar a las lagunas de Tamalameque. En aquel lugar los
indios guardaban aún frescos los malos recuerdos de Alfinger, y salieron
a defender la población con denuedo, pero fueron sometidos. Quesada
descansó allí con su tropa, y envió al río Magdalena algunos hombres a averiguar si
la flotilla que venía por el rio había
llegado al lugar. Volvieron los mensajeros con la triste nueva de que la
flotilla no existía. La mayor parte de las embarcaciones habían
naufragado en la desembocadura del río, y los hombres que lograron llegar
a tierra fueron víctimas de las flechas de los indios o de la voracidad
de los caimanes. Los otros
barcos fueron a parar a Cartagena.
Luis
de Manjarrés, Cardoso, Ortún Velasco y otros se volvieron a Santa Marta,
alistaron otra flotilla bajo el mando del Licenciado Gallegos y al
cabo de casi dos meses se reunieron con Jiménez de Quesada en las orillas
del río Magdalena. Este
río estaba muy poblado en la parte baja, por lo que fue preciso librar
con frecuencia reñidos combates con los indígenas. Estos salían a
detener el paso a los españoles, a veces con gran número de canoas con
las que rodeaban sus embarcaciones. Eran
tantas las dificultades que habían sufrido, que las dos
expediciones, la de tierra y la de mar, se reunieron en Sompallón para
suplicar al adelantado que desistiese de la empresa. Éste, con el capellán,
el padre Domingo de Las Casas y los oficiales, lograron
persuadir a los descontentos al plantearles que devolverse
empezando la jornada sería desacreditarse y ganarse la fama de
cobardes.
Continuaron
camino, unos por tierra y otros por agua. Los de tierra iban
precedidos por macheteros, a órdenes del capitán Gerónimo de Inzá,
rompiendo selva cerrada que jamás había pisado ser humano, pues los
indios se desplazaban siempre por el río en canoas. En aquellos bosques
tropicales, enmarañados, crecían árboles apiñados, espinos y plantas
trepadoras, tigres, jabalíes, asquerosos mapuros, y los murciélagos y
mosquitos que se cebaban en la sangre de muchos. Se veían troncos
derribados unos sobre otros, plagados de animales nocivos como arañas,
cien-pies, gusanos, alacranes y serpientes. Por lo anterior los macheteros
a veces gastaban hasta ocho días en abrir una senda que la
expedición transitaba en pocas horas.
A
los que caminaban por tierra las espinas y ramazones despedazaban sus
vestidos y arañaban sus cuerpos, eran picados por los tábanos y seguidos
de enjambres de zancudos con ponzoñas llenas de quemazón. Se
guarecían debajo de
los árboles para defenderse de las tempestades, comían frutas y raíces
silvestres. Muchos enfermaron
y gran parte murieron comidos
por tigres o picados por culebras. Pasaban a nado los ríos, esteros y
lagunas que desaguan en el río
Magdalena. Los que lo navegaban eran atemorizados por caimanes y
seguidos por indios flecheros, que por instantes los rodeaban con gran número
de canoas. De noche, oscuras
tempestades los atemorizaban con espantosos rayos y truenos. Algunos
afligidos con enfermedades propias de aquellos climas, cubiertos los
cuerpos de llagas, cojos o ciegos y desesperados, al ver que el camino se
alargaba indefinidamente permitían que pasasen adelante sus compañeros y
ellos se dejaban morir debajo de algún árbol. Los tigres se habían
vuelto tan atrevidos, que se apoderaban de su presa, sin que los demás
oyesen los gritos de angustia. Sacaban a los españoles de sus hamacas en
las noches, aprovechándose del estruendo de los aguaceros y la luz de los
rayos.
Otras
penalidades de la expedición
Los
macheteros, encargados de abrir las sendas, romper el monte y vadear los ríos,
eran los que más morían, muchos de ellos de picaduras de culebras, del
golpe de los árboles al caer, en los dientes de los caimanes, o ahogados
al atravesar los ríos. El hambre, la falta completa de alimentos les hacía
sufrir horriblemente.
Por
dos veces los hambreados descubridores mataron caballos para comérselos.
Jiménez de Quesada supo atajar este mal con tiempo, prohibiendo bajo pena
de muerte que comiesen carne de caballo, y jurando que cualquiera que lo
hiciese sería ajusticiado en el momento. El caballo era la defensa más
poderosa que llevaban consigo los españoles, después de las armas de
fuego. Nada espantaba tanto a los aborígenes como un jinete a caballo,
pensaban que el jinete y el animal formaban un solo cuerpo y aquello les
causaba el terror más grande. Después
de caminar ocho meses consecutivos, apenas habían adelantado poco más de
ciento cincuenta kilómetros. Al fin llegaron al sitio de la Tora, que los
españoles llamaron Barranca Bermeja, en donde encontraron a su llegada un
caserío y cultivos
abandonados por los indígenas. Aquel sitio, frente a dos islas que dividían
el río en cuatro brazos era fácil para la defensa, propio para hacer
alto, rehacerse y dejar descansar la tropa. Mientras que los
expedicionarios tomaban alientos, Jiménez de Quesada, mandó que se
adelantasen algunas embarcaciones río arriba. Veinte días duró
ausente este grupo de expedicionarios, al cabo de los cuales
regresaron sin haber encontrado cosa notable. Dijeron
que el río se prolongaba hacia el sur por medió de tierras
iguales a las que habían recorrido, con una monotonía desesperante, pero
que en ninguna parte se veían señales de las ricas poblaciones que les
habían anunciado. Semejante
noticia desconcertó grandemente a los expedicionarios que trataron de
amotinarse, queriendo obligar al adelantado a que renunciase a continuar
la jornada. Manifestaron sus quejas, diciendo que seguir por aquella vía
no era ya demostración de valor y constancia, sino de imprudencia y
locura. En la Tora estaban peor que en otras partes, las enfermedades
los habían diezmado, los vivos renunciaban a enterrar a los muertos y los
arrojaban al río, cebando con esto los caimanes. Todo el que se acercaba
a la orilla, fuese a bañarse o a lavar su ropa, corría el peligro de ser
sacrificado por aquellos anfibios repugnantes y voraces. Planteaban
que a medida que subieran el
río la situación sería peor y perecerían todos, sin haber obtenido el
objetivo en bien del Rey y de España. Pero ninguna de estas razones hizo
mella en la firme voluntad del caudillo, resuelto a continuar en la
empresa aunque fuera a costa de su vida. Después de pasar tantos trabajos más le valía morir que presentarse
en Santa Marta derrotado por su propia cobardía. Otros más valientes que
ellos, siguiendo sus pasos, lograrían descubrir las tierras feraces y
llenas de oro que él sabía existían más adentro. No había duda de que
los mismos que deseaban volverse le maldecirían por haberles hecho caso.
Con la elocuencia hija de la convicción, y con la astucia y habilidad del
abogado, enseñado a defender aun las peores causas en los estrados, Jiménez
de Quesada, empleando prudentes palabras, sin manifestar cólera o
disgusto siquiera, desbarató los argumentos que le presentaban los
descontentos, y después de oírles a todos, supo persuadirlos a que con
buena voluntad prosiguiesen la marcha.
Barrancabermeja
– Chipatá
Todos
estuvieron de acuerdo que era
tiempo perdido continuar por el lecho del Magdalena, y resolvieron subir
navegando por el río Opón. A poco trecho los adelantados encontraron una
canoa abandonada por los indígenas asustados con la presencia extraña de
los invasores. En la canoa encontraron algunas moyas de sal blanca
y ciertas mantas de algodón labradas, y más adelante ranchos con buen número
de otras moyas iguales.
Esto probaba que cerca había un depósito de sal y artesanía textil
donde se abastecían estos indígenas. Semejantes
señales de civilización llenó de alegría a los conquistadores y les
proporcionó las fuerzas necesarias para continuar río arriba. Al poco
tiempo de continuar navegando notaron
que el río Opón no poseía suficiente caudal para las embarcaciones que llevaban. Jiménez
de Quesada prosiguió trepando
por las márgenes del río detrás de los macheteros con los doscientos
hombres más aguerridos y sanos que decidieron quedarse con él. A
los cuarenta hombres restantes les ordenó regresar a Santa Marta, a cargo
del licenciado Gallegos, con inválidos e inútiles y ciento sesenta
soldados que no servían sino de estorbo. Pocos
sobrevivirían a aquel viaje de regreso, atacados por los indios
a las orillas del Magdalena, quienes
les echaron a pique las embarcaciones. Lograron escapar sólo
Gallegos y unos pocos, y al fin llegaron a dar la triste noticia a
Santa Marta. En pocos días los expedicionarios que continuaron la
conquista vieron de lejos humaredas,
caseríos y cultivos. Descendieron
y subieron los conquistadores
los cerros que los separaban, con los
sesenta caballos que les quedaban, pues habían muerto veinte durante el
tránsito. Armados con
arcabuces mohosos por las
lluvias caminaron llenos de
brío y sin acordarse de los peligros que les rodeaban. Después de pasar
las últimas penalidades llegaron a la cumbre de Agatá
de donde se veía a lo lejos caseríos pajizos
entre campos de maíz, papas, otros cultivos y árboles frutales. El clima
era benigno. No quedaban sino ciento sesenta de los doscientos hombres que
habían empezado la jornada de ascenso por el Opón. Los
habitantes de aquellos valles se espantaron con el ruido de las armas de
fuego y el aspecto aterrador para ellos de jinetes a caballo. Algunos se
arrojaban al suelo como delante de sus dioses, otros quisieron
impedir que entrasen en sus caseríos. La mayoría resolvió someterse y
dejarles tomar lo que quisiesen cuando les veían pasar, pues los
consideraban seres sobrenaturales, enviados por una divinidad para que los
ayudasen y amparasen. En
el pueblo de Chipatá que aún existe, el Capellán del Ejército fray
Domingo de Las Casas, dijo la primera misa en el país, diez meses escasos
después de haber salido de Santa Marta. Como el clima de Chipatá era más
agradable y sano de los que
hasta entonces habían experimentado, resolvió Jiménez de Quesada
permanecer allí el tiempo necesario para reponer la tropa. Hicieron vestidos con las mantas que les llevaban los indios, pues con
los que habían salido de Santa Marta estaban destrozados y algunos de los
expedicionarios andaban casi desnudos. Jiménez de Quesada se ocupó además
activamente de informarse
acerca de los pueblos que quedaban en el interior del país y el sitio
donde se fabricaba la sal.
Chipatá
– Funza
Descansados,
vestidos y repuestos ampliamente en su salud, el día 3 de Marzo 1537 Jiménez
de Quesada dio la orden de marcha hacia la tierra de los Chibchas o
Muiscas. A medida que adelantaban en su marcha, los conquistadores
encontraban con sorpresa un país semi civilizado mucho más culto que
todas las tribus que habían visto en el resto de tierra firme y en las
Antillas. Así como aquellos alegres y cultivados campos causaron tanta
sorpresa a los españoles, su presencia espantó y llenó de curiosidad a
los habitantes de ellos. El aspecto de los europeos causaba a los indígenas
disgusto o cólera, pero los naturales más civilizados del interior se
llenaban de curiosidad y salían a recibir a los invasores con respeto,
deseaban saber quiénes eran y de dónde venían. Jiménez
de Quesada mandó a ajusticiar al soldado Juan Gordo, quien quitó a unos
indios las mantas que llevaban. Con ello se ganó la estimación y confianza de los naturales y su marcha
hasta Nemocón fue un verdadero paseo militar, en el que fue recibido con
paz y admiración. Venían los indios
a traerles abundantes comidas y de cuanto tenían, como venados,
palomas, conejos, curíes, , frijoles, hierbas aromáticas y toda especie
de raíces. Después de haber pasado por la salina de Nemocón, las tropas
de Gonzalo Jiménez de Quesada fueron atacadas por primera vez por las
tropas del zipa. Los indígenas
fueron derrotados por los españoles y fue tomada la fortaleza indígena
de Cajicá, llamada Busongote. Las notables proezas de los soldados de Jiménez
de Quesada subyugaron a los innumerables indígenas que poblaban la sabana
de Bogotá. El
adelantado contempló de lejos la magnífica extensión de la llanura,
cubierta de alegres cultivos y poblada con bohíos pajizos, de forma cónica,
con un cielo puro y despejado, en el cual lucía un sol ardiente y soplaba
un aire fresco y delicioso. Esto y el aspecto casi civilizado de los
pobladores indujeron
a Jiménez de Quesada a bautizar
la Sabana del zipa con
el nombre de Valle de los Alcázares. Jiménez
de Quesada atravesó una parte de la llanura, se detuvo en Chía donde
celebraron la Semana Santa y fue a acampar al caserío del zipa, llamado Muequetá ó Funza. Los
desmoralizados y humillados indígenas no pudieron resistir a los ciento
sesenta hombres del adelantado, a pesar de los centenares de guerreros con
que contaba la sabana. Jiménez de Quesada trató de entablar
negociaciones con el zipa, pero éste no se dejó ver de los invasores, ni
dio jamás una respuesta clara y categórica. Mientras tanto el zipa
enviaba mensajeros a diferentes sitios para entenderse secretamente con
los demás caciques, pero sin lograr coaligarse con ellos para atacar a
los Conquistadores. Les creían enviados directamente por una divinidad y
no se atrevían a hacerles la guerra. Conquista
de Tunja y Bogotá
Jiménez
de Quesada enviaba a su vez frecuentes expediciones a someter a los
caciques de los alrededores. Se dirigió personalmente al norte, en busca
de un reino rico del que tuvo noticia, en donde no solamente se encontraba
oro, sino minas de esmeraldas, cuyas muestras habían llenado de codicia a
los conquistadores. El 20 de Agosto de 1537 llegaron a un punto de donde
los conquistadores vieron por la vez primera el sitio donde reinaba el
Zaque de Tunja o Hunsa, Quemuenchatocha, un valle ferroso, árido y
desgarrado, sin vegetación ni suelo cultivable. Arrimado a los cerros de
occidente se encontraba el rancherío
pajizo de Tunja. Jiménez de Quesada estaba tan embriagado de alegría
como los suyos, y no pudo detener a los españoles en su marcha. Los españoles
picaron sus caballos y atropellando a los espantados indígenas, que habían
salido a ver aquellos seres sobrehumanos, llegaron hasta el bohío del
zaque. Allí
Jiménez de Quesada con Antón de Olalla y doce compañeros más se
desmontaron de sus caballos y penetraron hasta el sitio en que estaba el
zaque rodeado de sus cortesanos. Tanto él como los que le rodeaban
estaban vestidos con mantas de algodón y adornados con medias lunas de
oro. Antón de Olalla se apoderó del anciano Zaque y atravesó con él
hasta donde lo esperaban sus compañeros, amenazando matar al cautivo si
sus súbditos trataban de atacarlo. Al
enterarse de que los europeos merodeaban por sus tierras, Quemuenchatocha
no se movió de su cercado, ni adelantó actos de agresión contra los
invasores. Prohibió bajo graves penas que se les indicara el camino a su
cercado y cuando se enteró de que se aproximaban, les envió regalos y
emisarios de paz, buscando detenerlos mientras guardaba sus tesoros y se
ponía a salvo. La estrategia no surtió efecto. El 20 de agosto de 1537
los españoles lograron tomarlo preso y saquearon su población. Este varón
anciano, de gruesa corpulencia, sagaz, astuto y cruel, fue llevado hasta
Suesca, con la esperanza de que revelara el sitio donde había ocultado
parte de sus tesoros. Durante su ausencia se designó heredero a su
sobrino Aquimín. Una vez liberado Quemuenchatocha se retiró a Ramiriquí,
donde al poco tiempo murió. Los
españoles encontraron en Tunja, oro, esmeraldas, plata, mantas y otras
curiosidades. No lograron apoderarse de todas las riquezas del Zaque, pues
los cortesanos lograron salvar parte de ellas en petacas de cuero de
venado, que ocultaron en los cerros vecinos. Tunja
– Sogamoso
Después
que el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada en Tunja, apresó al
soberano de aquellas tierras y saqueó todo el oro de sus asentamientos,
se dirigió con parte de su regimiento hacia el templo de Sogamoso.
El
mismo día llegaron al poblado de Paipa, donde pasaron la noche. Al día
siguiente continuaron hacia el asentamiento del Tundama en Duitama donde
llegaron antes del medio día.
El
cacique Tundama había logrado reunir guerreros
de los caciques Onzaga,
Zerinza, Sátiva, Chitagoto, Susa y Soatá.
Trató de impedir el asalto a sus dominios, enviando al conquistador
algunos regalos junto con el mensaje de que se detuviera mientras él le
enviaba 8 cargas de oro que estaba recogiendo entre sus caciques vasallos.
El conquistador cedió al halago de esa oferta pacífica y esperó.
Mientras tanto el soberano indígena ordenó a todos sus súbditos poner a
salvo sus riquezas, sus objetos sagrados, sus mujeres y sus niños.
El
ejército español contaba con un buen escuadrón de indios amigos,
bogotaes y tunjanos. Hacia
las tres de la tarde el Tundama ordenó a los suyos enfrentar a los
conquistadores. El contingente de Jiménez de Quesada arremetió con
violencia contra los indígenas dispuestos a resistir el asalto. Al poco
tiempo huían en desbandada, dejando numerosas víctimas en el campo. En
una de las escaramuzas que precedieron el enfrentamiento estuvo a punto de
morir el general Gonzalo Jiménez de Quesada.
Jiménez
de Quesada ordenó saquear precipitadamente el poblado y antes de la
puesta del sol sometía los
dominios del soberano religioso Suamox, donde se encontraba el monumental
templo del Sol lleno de riquezas sagradas.
Un
templo construido sobre recios maderos de guayacán provenientes de los
llanos Orientales, el piso y las paredes recubiertos en espartillo, con
techo trenzado en paja, cuyas entradas eran muy pequeñas.
En ciertas partes altas del templo había platos o patenas de oro que
resplandecían con los rayos del sol y en su interior se encontraban ricos
enterramientos de personajes principales.
Saqueo
e incendio del templo de Sogamoso.
Los
asaltantes encontraron cadáveres embalsamados, adornados con objetos de
oro y piedras preciosas y procedieron inmediatamente a despojarlos de
todas sus joyas. Finalmente incendiaron con sus antorchas el templo.
En
aquella noche del 25 de agosto de 1537 los soldados de Quesada recogieron
más de 600 libras de oro equivalentes a 80.000 ducados, sin contar las
esmeraldas, telas finas y otras joyas.
Temerosos
de que los indios preparasen un gran ataque contra ellos y les hiciesen
perder aquel apreciable botín, regresaron rápidamente a Tunja. Duitama
Suesca
Después
de derrotar al cacique Tundama de Duitama, en una de cuyas refriegas Jiménez
Quesada corrió el riesgo de perder la vida, volvió á Suesca. Después de un año de la llegada de los españoles a la
sabana de Bogotá, no habían
podido saber nada del zipa, oculto y desconfiado siempre. De continuo los
conquistadores se veían atacados por indígenas ocultos, cuando iban en
poco número por sitios en que no podía actuar la caballería. Uno de los
agresores apresado por medio de tortura confesó ser enviado por el
zipa Thisquesusa y llevo al General Jiménez de Quesada con una pequeña
tropa de soldados al campamento de Thisquesusa. Los
indios trataron de defenderse, Thisquesusa pudo huir a tiempo, y el
soldado español, llamado Alonso Domínguez Beltrán al verlo pasar lo mató,
con el pasador de una ballesta, sin conocerlo. Los indígenas lograron
escapar, llevándose el cadáver de su soberano, y unos días después se
supo lo sucedido. Suesca
– Bosa
Como
los indígenas seguían molestando a los españoles por estar acampados en
sus rancheríos, Jiménez de Quesada trasladó el campamento á Bosa, en
donde podía defenderse mejor. En aquel lugar se le presentó Sagipa, el
nuevo zipa, a pedir auxilio a los Españoles contra los indios Panches,
sus enemigos naturales, que eran, además, feroces caníbales. Llevó a
cabo gozoso el Jefe español aquella coyuntura de atacar a los Panches,
ayudado por los Chibchas. Después de vencerles pidió como recompensa los
tesoros del Zipa Thisquesusa. Sagipa aseguró que no los tenía en su
poder; que Thisquesusa los habla distribuido entre sus vasallos a la
llegada de los españoles. Naturalmente no le creyeron, y Quesada lo hizo
apresar y torturar para que confesara. El desgraciado zipa murió en el
tormento que le dieron. Los indios quedaron con una tristeza y un sentimiento muy
grandes hasta sus propias muertes. La
reputación de Quesada sufrió mucho con la muerte del zipa,
y le impidió ganarse recompensas que su conquista podía hacerle merecer.
Humillados quedaron los chibchas, y desde entonces fueron sometidos a las
leyes españolas. Fundación
de la ciudad de Santafé de
Bogotá
Sometidos
los pobladores de la sabana de Bogotá, Jiménez de Quesada resolvió
fundar una ciudad en el sitio de recreo del zipa en Teusaquillo. Mandó a
edificar en aquél sitio doce casas de paja, en conmemoración de los doce
apóstoles, en torno de una iglesia también pajiza. El 6 de
Agosto de 1538 tomó posesión de aquel lugar en nombre del emperador
Carlos V y el padre Las Casas dijo su primera misa. Jiménez de
Quesada llamó Santafé de Bogotá a esta ciudad por su semejanza, con la
ciudad española de Santafé. En adelante todo el territorio descubierto
por Jiménez de Quesada se llamaría Nuevo Reino de Granada en
recordación a su ciudad natal.
La
nueva población era, sin embargo, un campamento militar.
Reparto
del botín
Empezaba
el año de 1538, y no era raro que los conquistadores, que habían sufrido
penalidades indecibles durante cerca de dos años, desearan saber qué habían
ganado en toda la expedición. Repartieron el erario real de cuarenta mil
pesos de oro fino, quinientas sesenta y dos esmeraldas y algún oro de
baja ley. Correspondió quinientos
veinte pesos a cada soldado de a pié, el doble a los de acaballo, el cuádruplo
a los oficiales, siete porciones al general jefe y algunos premios a los
que más se habían distinguido. Entre todos se hizo una contribución
para unas misas por las almas de los que habían muerto en la campaña, y
se entregó al padre Las Casas. Tanto Jiménez de Quesada como sus compañeros,
obtuvieron mucho más oro del que declararon
oficialmente; pues tal suma no corresponde a la fortuna que todos
ostentaron tener después. Ni al derroche de los grandes caudales que Jiménez
de Quesada hizo durante los doce años de su posterior permanencia en
Europa. Hacía
ya más de un año que Jiménez de Quesada estaba en posesión de
las tierras del Imperio Chibcha por él conquistado, cuando supo la nada
agradable noticia que Nicolás de Federmann, se acercaba a la sabana de
Bogotá por los llanos de Venezuela. Se apresuró, a tratar de ganarse la
buena voluntad de los conquistadores que llegaban. Celebró con ellos un
convenio amistoso dándoles diez mil pesos en oro y ofreciéndoles que
todos sus oficiales y sus soldados podían permanecer en el Nuevo Reino de
Granada, gozando de los mismos privilegios que los conquistadores que
partieron de Santa Marta. Pocos
días después Jiménez de Quesada se alarmó con la noticia que le
llevaron unos indígenas de que por el Sur llegaba una nueva tropa de
europeos. Jiménez de Quesada envió a su hermano Hernán Pérez de
Quesada a que averiguase lo que acontecía.
Hernán
Pérez de Quesada se encontró con Sebastián de Belalcázar que venía
desde Quito por los ardientes caminos del valle de Neiva. Jiménez de
Quesada entabló negociaciones con Belalcázar cuando subió a la Sabana y
acampó a la entrada de ésta.
Final
del gobierno de Gonzalo Jiménez de Quesada
Los
tres jefes lograron ponerse de acuerdo, en viajar todos juntos a España a
pedir la recompensa que cada cual creía merecer por sus descubrimientos.
Jiménez de Quesada antes de alejarse nombró Gobernador interino a su
hermano, eligió Alcalde y Ayuntamiento, Regidores y todo el tren
necesario para la constitución de un Gobierno. Nombró como cura al
Capellán de la expedición de Federmann, el bachiller Juan Verdejo. La
expedición de Jiménez de Quesada se aumentó y reforzó, con la mayor
parte de los conquistadores de Federmann y Belalcázar que decidieron
quedarse en Santafé. Jiménez de Quesada se embarcó con Belalcázar,
Federmann, el padre Las Casas, varios españoles e indígenas suficientes
para guiar las embarcaciones. Tres años después de haber salido de
Santa-Marta hacia el territorio de los Chibchas, Gonzalo Jiménez de
Quesada se dirigía a Cartagena, a mediados
del mes de mayo de 1539,
con
Federman y Belalcázar pues allí los
esperaba un navío que los llevaría a España. De: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/ilustre/ilus14a.htm |
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Rafael Bolívar Grimaldos
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