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Conquista rápida y saqueo cuantioso de Gonzalo Jiménez de Quesada
Rafael Bolívar Grimaldos
rbolivarg@hotmail.es
  

 

1.   Santa Marta Barrancabermeja

2.   Otras penalidades de la expedición

3.   Barrancabermeja – Chipatá

4.   Chipatá – Funza

5.   Conquista de Tunja y  Bogotá

6.   Tunja – Sogamoso

7.   Duitama Suesca

8.   Suesca –  Bosa

9.   Fundación de la ciudad de  Santafé de Bogotá

10. Reparto del botín

11. Final del gobierno de Gonzalo Jiménez de Quesada

Santa Marta Barrancabermeja       

Su expedición contaba con hombres acostumbrados a la guerra, habían servido algunos de ellos en los ejércitos de Carlos V.  Constaba  de setecientos hombres y ochenta caballos que emprendieron marcha

Fundación de Santa Fe de Bogotá
(Óleo de Pedro Quijano)

por tierra el 6 de Abril de 1536, más doscientos soldados y marineros que se embarcaron en lanchas por el río Magdalena. La  flotilla de la expedición fue a buscar la desembocadura del río y entrar por ellas para remontar la corriente. Jiménez de Quesada con su tropa, después de dar vuelta a la Ciénaga, se internó por tierras y montañas que habitaban los indios Chimilas, raza guerrera e indomable que dio que hacer durante muchos años a los colonos de Santa Marta. Las tropas conquistadoras llevaban en pos suya recuas de indios cargueros que se fugaban en todas las paradas, y había que ir a los caseríos vecinos en busca de otros. Siguiendo la jornada por aquellas tierras intransitables, pasaron con dificultad un río llamado Ariguaní, en donde se ahogó parte del equipaje.

Después de atravesar  la población indígena de Chiriguaná, perdieron los guías en las montañas y gastaron ocho días en llegar a las lagunas de Tamalameque. En aquel lugar los indios guardaban aún frescos los malos recuerdos de Alfinger, y salieron a defender la población con denuedo, pero fueron sometidos. Quesada descansó allí con su tropa, y envió al río Magdalena algunos hombres  a  averiguar si la flotilla que venía por el rio  había llegado al lugar. Volvieron los mensajeros con la triste nueva de que la flotilla no existía. La mayor parte de las embarcaciones habían naufragado en la desembocadura del río, y los hombres que lograron llegar a tierra fueron víctimas de las flechas de los indios o de la voracidad de los caimanes. Los  otros barcos fueron a parar a Cartagena.  Luis de Manjarrés, Cardoso, Ortún Velasco y otros se volvieron a Santa Marta,  alistaron otra flotilla bajo el mando del Licenciado Gallegos y al cabo de casi dos meses se reunieron con Jiménez de Quesada en las orillas del río Magdalena.

Este río estaba muy poblado en la parte baja, por lo que fue preciso librar con frecuencia reñidos combates con los indígenas. Estos salían a detener el paso a los españoles, a veces con gran número de canoas con las que rodeaban sus embarcaciones. Eran  tantas las dificultades que habían sufrido, que las dos expediciones, la de tierra y la de mar, se reunieron en Sompallón para suplicar al adelantado que desistiese de la empresa. Éste, con el capellán, el padre Domingo de Las Casas y los oficiales, lograron  persuadir a los descontentos al plantearles que devolverse  empezando la jornada sería desacreditarse y ganarse la fama de cobardes. 

Continuaron camino, unos por tierra y otros por agua. Los de  tierra iban precedidos por macheteros, a órdenes del capitán Gerónimo de Inzá, rompiendo selva cerrada que jamás había pisado ser humano, pues los indios se desplazaban siempre por el río en canoas. En aquellos bosques tropicales, enmarañados, crecían árboles apiñados, espinos y plantas trepadoras, tigres, jabalíes, asquerosos mapuros, y los murciélagos y mosquitos que se cebaban en la sangre de muchos. Se veían troncos derribados unos sobre otros, plagados de animales nocivos como arañas, cien-pies, gusanos, alacranes y serpientes. Por lo anterior los macheteros  a veces gastaban hasta ocho días en abrir una senda que la expedición transitaba en pocas horas.                                                       

A los que caminaban por tierra las espinas y ramazones despedazaban sus vestidos y arañaban sus cuerpos, eran picados por los tábanos y seguidos de enjambres de zancudos con ponzoñas llenas de quemazón. Se  guarecían  debajo de los árboles para defenderse de las tempestades, comían frutas y raíces silvestres. Muchos  enfermaron y gran parte murieron  comidos por tigres o picados por culebras. Pasaban a nado los ríos, esteros y  lagunas que desaguan en el río  Magdalena. Los que lo navegaban eran atemorizados por caimanes y seguidos por indios flecheros, que por instantes los rodeaban con gran número de canoas. De  noche, oscuras tempestades los atemorizaban con espantosos rayos y truenos. Algunos afligidos con enfermedades propias de aquellos climas, cubiertos los cuerpos de llagas, cojos o ciegos y desesperados, al ver que el camino se alargaba indefinidamente permitían que pasasen adelante sus compañeros y ellos se dejaban morir debajo de algún árbol. Los tigres se habían vuelto tan atrevidos, que se apoderaban de su presa, sin que los demás oyesen los gritos de angustia. Sacaban a los españoles de sus hamacas en las noches, aprovechándose del estruendo de los aguaceros y la luz de los rayos.

Otras penalidades de la expedición              

Los macheteros, encargados de abrir las sendas, romper el monte y vadear los ríos, eran los que más morían, muchos de ellos de picaduras de culebras, del golpe de los árboles al caer, en los dientes de los caimanes, o ahogados al atravesar los ríos. El hambre, la falta completa de alimentos les hacía sufrir horriblemente. Por dos veces los hambreados descubridores mataron caballos para comérselos. Jiménez de Quesada supo atajar este mal con tiempo, prohibiendo bajo pena de muerte que comiesen carne de caballo, y jurando que cualquiera que lo hiciese sería ajusticiado en el momento. El caballo era la defensa más poderosa que llevaban consigo los españoles, después de las armas de fuego. Nada espantaba tanto a los aborígenes como un jinete a caballo, pensaban que el jinete y el animal formaban un solo cuerpo y aquello les causaba el terror más grande.

Después de caminar ocho meses consecutivos, apenas habían adelantado poco más de ciento cincuenta kilómetros. Al fin llegaron al sitio de la Tora, que los españoles llamaron Barranca Bermeja, en donde encontraron a su llegada un caserío y  cultivos abandonados por los indígenas. Aquel sitio, frente a dos islas que dividían el río en cuatro brazos era fácil para la defensa, propio para hacer alto, rehacerse y dejar descansar la tropa. Mientras que los expedicionarios tomaban alientos, Jiménez de Quesada, mandó que se adelantasen algunas embarcaciones río arriba. Veinte días duró  ausente este grupo de expedicionarios, al cabo de los cuales regresaron sin haber encontrado cosa notable. Dijeron  que el río se prolongaba hacia el sur por medió de tierras iguales a las que habían recorrido, con una monotonía desesperante, pero que en ninguna parte se veían señales de las ricas poblaciones que les habían anunciado.

Semejante noticia desconcertó grandemente a los expedicionarios que trataron de amotinarse, queriendo obligar al adelantado a que renunciase a continuar la jornada. Manifestaron sus quejas, diciendo que seguir por aquella vía no era ya demostración de valor y constancia, sino de  imprudencia y locura. En  la Tora estaban peor que en otras partes, las enfermedades los habían diezmado, los vivos renunciaban a enterrar a los muertos y los arrojaban al río, cebando con esto los caimanes. Todo el que se acercaba a la orilla, fuese a bañarse o a lavar su ropa, corría el peligro de ser  sacrificado por aquellos anfibios repugnantes y voraces. Planteaban que a  medida que subieran el río la situación sería peor y perecerían todos, sin haber obtenido el objetivo en bien del Rey y de España. Pero ninguna de estas razones hizo mella en la firme voluntad del caudillo, resuelto a continuar en la empresa aunque fuera a costa de su vida.

 Después  de pasar tantos trabajos más le valía morir que presentarse en Santa Marta derrotado por su propia cobardía. Otros más valientes que ellos, siguiendo sus pasos, lograrían descubrir las tierras feraces y llenas de oro que él sabía existían más adentro. No había duda de que los mismos que deseaban volverse le maldecirían por haberles hecho caso. Con la elocuencia hija de la convicción, y con la astucia y habilidad del abogado, enseñado a defender aun las peores causas en los estrados, Jiménez de Quesada, empleando prudentes palabras, sin manifestar cólera o disgusto siquiera, desbarató los argumentos que le presentaban los descontentos, y después de oírles a todos, supo persuadirlos a que con buena voluntad prosiguiesen la marcha.  

Barrancabermeja – Chipatá

Todos estuvieron de acuerdo  que era tiempo perdido continuar por el lecho del Magdalena, y resolvieron subir navegando por el río Opón. A poco trecho los adelantados encontraron una canoa abandonada por los indígenas asustados con la presencia extraña de los invasores. En la canoa encontraron algunas moyas de sal blanca y ciertas mantas de algodón labradas, y más adelante ranchos con buen número de otras moyas iguales. Esto probaba que cerca había un depósito de sal y artesanía textil donde se abastecían estos indígenas.

Semejantes señales de civilización llenó de alegría a los conquistadores y les proporcionó las fuerzas necesarias para continuar río arriba. Al poco tiempo de continuar navegando notaron  que el río Opón no poseía suficiente caudal  para las embarcaciones que llevaban. Jiménez  de Quesada prosiguió  trepando por las márgenes del río detrás de los macheteros con los doscientos hombres más aguerridos y sanos que decidieron quedarse con él.

A los cuarenta hombres restantes les ordenó regresar a Santa Marta, a cargo del licenciado Gallegos,  con inválidos e inútiles y ciento sesenta soldados que no servían sino de estorbo. Pocos  sobrevivirían a aquel viaje de regreso, atacados por los indios  a las orillas del Magdalena, quienes  les echaron a pique las embarcaciones. Lograron escapar sólo Gallegos y unos pocos, y al fin llegaron a dar  la triste noticia a Santa Marta. En pocos días los expedicionarios que continuaron la conquista vieron de lejos humaredas,  caseríos y cultivos. Descendieron y subieron  los conquistadores los cerros que los separaban, con  los sesenta caballos que les quedaban, pues habían muerto veinte durante el tránsito. Armados  con arcabuces mohosos  por las lluvias caminaron  llenos de brío y sin acordarse de los peligros que les rodeaban. Después de pasar las últimas penalidades llegaron a la cumbre de  Agatá de donde se veía a lo lejos caseríos pajizos entre campos de maíz, papas, otros cultivos y árboles frutales. El clima era benigno. No quedaban sino ciento sesenta de los doscientos hombres que habían empezado la jornada de ascenso por el Opón. Los habitantes de aquellos valles se espantaron con el ruido de las armas de fuego y el aspecto aterrador para ellos de jinetes a caballo. Algunos se  arrojaban al suelo como delante de sus dioses, otros quisieron impedir que entrasen en sus caseríos. La mayoría resolvió someterse y dejarles tomar lo que quisiesen cuando les veían pasar, pues los consideraban seres sobrenaturales, enviados por una divinidad para que los ayudasen y amparasen.

En el pueblo de Chipatá que aún existe, el Capellán del Ejército fray Domingo de Las Casas, dijo la primera misa en el país, diez meses escasos después de haber salido de Santa Marta. Como el  clima de Chipatá era  más agradable y  sano de los que hasta entonces habían experimentado, resolvió Jiménez de Quesada permanecer allí el tiempo necesario para reponer la tropa. Hicieron  vestidos con las mantas que les llevaban los indios, pues con los que habían salido de Santa Marta estaban destrozados y algunos de los expedicionarios andaban casi desnudos. Jiménez de Quesada se ocupó además activamente de  informarse acerca de los pueblos que quedaban en el interior del país y el sitio donde se fabricaba la sal.

Chipatá – Funza

Descansados, vestidos y repuestos ampliamente en su salud, el día 3 de Marzo 1537 Jiménez de Quesada dio la orden de marcha hacia la tierra de los Chibchas o Muiscas. A medida que adelantaban en su marcha, los conquistadores encontraban con sorpresa un país semi civilizado mucho más culto que todas las tribus que habían visto en el resto de tierra firme y en las Antillas. Así como aquellos alegres y cultivados campos causaron tanta sorpresa a los españoles, su presencia espantó y llenó de curiosidad a los habitantes de ellos. El aspecto de los europeos causaba a los indígenas disgusto o cólera, pero los naturales más civilizados del interior se llenaban de curiosidad y salían a recibir a los invasores con respeto, deseaban saber quiénes eran y de dónde venían.

Jiménez de Quesada mandó a ajusticiar al soldado Juan Gordo, quien quitó a unos indios las mantas que llevaban. Con ello se  ganó la estimación y confianza de los naturales y su marcha hasta Nemocón fue un verdadero paseo militar, en el que fue recibido con paz y admiración. Venían los indios  a traerles abundantes comidas y de cuanto tenían, como venados, palomas, conejos, curíes, , frijoles, hierbas aromáticas y toda especie de raíces. Después de haber pasado por la salina de Nemocón, las tropas de Gonzalo Jiménez de Quesada fueron atacadas por primera vez por las tropas del zipa. Los  indígenas fueron derrotados por los españoles y fue tomada la fortaleza indígena de Cajicá, llamada Busongote. Las notables proezas de los soldados de Jiménez de Quesada subyugaron a los innumerables indígenas que poblaban la sabana de Bogotá.

El adelantado contempló de lejos la magnífica extensión de la llanura, cubierta de alegres cultivos y poblada con bohíos pajizos, de forma cónica, con un cielo puro y despejado, en el cual lucía un sol ardiente y soplaba un aire fresco y delicioso. Esto y el aspecto casi civilizado de los pobladores  indujeron  a Jiménez de Quesada a  bautizar  la Sabana  del zipa con el nombre de Valle de los Alcázares.

Jiménez de Quesada atravesó una parte de la llanura, se detuvo en Chía donde celebraron la Semana Santa y fue a acampar al  caserío del zipa, llamado Muequetá ó Funza. Los desmoralizados y humillados indígenas no pudieron resistir a los ciento sesenta hombres del adelantado, a pesar de los centenares de guerreros con que contaba la sabana. Jiménez de Quesada trató de entablar negociaciones con el zipa, pero éste no se dejó ver de los invasores, ni dio jamás una respuesta clara y categórica. Mientras tanto el zipa enviaba mensajeros a diferentes sitios para entenderse secretamente con los demás caciques, pero sin lograr coaligarse con ellos para atacar a los Conquistadores. Les creían enviados directamente por una divinidad y no se atrevían a hacerles la guerra. 

Conquista de Tunja y  Bogotá

Jiménez de Quesada enviaba a su vez frecuentes expediciones a someter a los caciques de los alrededores. Se dirigió personalmente al norte, en busca de un reino rico del que tuvo noticia, en donde no solamente se encontraba oro, sino minas de esmeraldas, cuyas muestras habían llenado de codicia a los conquistadores. El 20 de Agosto de 1537 llegaron a un punto de donde los conquistadores vieron por la vez primera el sitio donde reinaba el Zaque de Tunja o Hunsa, Quemuenchatocha, un valle ferroso, árido y desgarrado, sin vegetación ni suelo cultivable. Arrimado a los cerros de occidente se encontraba el rancherío  pajizo de Tunja. Jiménez de Quesada estaba tan embriagado de alegría como los suyos, y no pudo detener a los españoles en su marcha. Los españoles picaron sus caballos y atropellando a los espantados indígenas, que habían salido a ver aquellos seres sobrehumanos, llegaron hasta el bohío del zaque.

Allí Jiménez de Quesada con Antón de Olalla y doce compañeros más se desmontaron de  sus caballos y penetraron hasta el sitio en que estaba el zaque rodeado de sus cortesanos. Tanto él como los que le rodeaban estaban vestidos con mantas de algodón y adornados con medias lunas de oro. Antón de Olalla se apoderó del anciano Zaque y atravesó con él hasta donde lo esperaban sus compañeros, amenazando matar al cautivo si sus súbditos trataban de atacarlo.

 Al enterarse de que los europeos merodeaban por sus tierras, Quemuenchatocha no se movió de su cercado, ni adelantó actos de agresión contra los invasores. Prohibió bajo graves penas que se les indicara el camino a su cercado y cuando se enteró de que se aproximaban, les envió regalos y emisarios de paz, buscando detenerlos mientras guardaba sus tesoros y se ponía a salvo. La estrategia no surtió efecto. El 20 de agosto de 1537 los españoles lograron tomarlo preso y saquearon su población. Este varón anciano, de gruesa corpulencia, sagaz, astuto y cruel, fue llevado hasta Suesca, con la esperanza de que revelara el sitio donde había ocultado parte de sus tesoros. Durante su ausencia se designó heredero a su sobrino Aquimín. Una vez liberado Quemuenchatocha se retiró a Ramiriquí, donde al poco tiempo murió. Los españoles encontraron en Tunja, oro, esmeraldas, plata, mantas y otras curiosidades. No lograron apoderarse de todas las riquezas del Zaque, pues los cortesanos lograron salvar parte de ellas en petacas de cuero de venado, que ocultaron en los cerros vecinos.  

Tunja – Sogamoso

 Después que el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada en Tunja, apresó al soberano de aquellas tierras y saqueó todo el oro de sus asentamientos, se dirigió con parte de su regimiento hacia el templo de Sogamoso. El mismo día llegaron al poblado de Paipa, donde pasaron la noche. Al día siguiente continuaron hacia el asentamiento del Tundama en Duitama donde llegaron antes del medio día. El cacique Tundama había logrado reunir guerreros de los caciques  Onzaga, Zerinza, Sátiva, Chitagoto, Susa y Soatá. Trató de impedir el asalto a sus dominios, enviando al conquistador algunos regalos junto con el mensaje de que se detuviera mientras él le enviaba 8 cargas de oro que estaba recogiendo entre sus caciques vasallos. El conquistador cedió al halago de esa oferta pacífica y esperó. Mientras tanto el soberano indígena ordenó a todos sus súbditos poner a salvo sus riquezas, sus objetos sagrados, sus mujeres y sus niños. El ejército español contaba con un buen escuadrón de indios amigos, bogotaes y tunjanos. Hacia las tres de la tarde el Tundama ordenó a los suyos enfrentar a los conquistadores. El contingente de Jiménez de Quesada arremetió con violencia contra los indígenas dispuestos a resistir el asalto. Al poco tiempo huían en desbandada, dejando numerosas víctimas en el campo. En una de las escaramuzas que precedieron el enfrentamiento estuvo a punto de morir el general Gonzalo Jiménez de Quesada. Jiménez de Quesada ordenó saquear precipitadamente el poblado y antes de la puesta del sol sometía   los dominios del soberano religioso Suamox, donde se encontraba el monumental templo del Sol lleno de riquezas sagradas. Un templo construido sobre recios maderos de guayacán provenientes de los llanos Orientales, el piso y las paredes recubiertos en espartillo, con techo trenzado en paja, cuyas entradas eran muy pequeñas. En ciertas partes altas del templo había platos o patenas de oro que resplandecían con los rayos del sol y en su interior se encontraban ricos enterramientos de personajes principales.                                     

Saqueo e incendio del templo de Sogamoso.

Los asaltantes encontraron cadáveres embalsamados, adornados con objetos de oro y piedras preciosas y procedieron inmediatamente a despojarlos de todas sus joyas. Finalmente incendiaron con sus antorchas el templo. En aquella noche del 25 de agosto de 1537 los soldados de Quesada recogieron más de 600 libras de oro equivalentes a 80.000 ducados, sin contar las esmeraldas, telas finas y otras joyas. Temerosos de que los indios preparasen un gran ataque contra ellos y les hiciesen perder aquel apreciable botín, regresaron rápidamente a Tunja. 

Duitama Suesca

Después de derrotar al cacique Tundama de Duitama, en una de cuyas refriegas Jiménez Quesada corrió el  riesgo de perder la vida, volvió á Suesca.  Después de un año de la llegada de los españoles a la sabana de Bogotá,  no habían podido saber nada del zipa, oculto y desconfiado siempre. De continuo los conquistadores se veían atacados por indígenas ocultos, cuando iban en poco número por sitios en que no podía actuar la caballería. Uno de los  agresores apresado por medio de tortura confesó ser enviado por el zipa Thisquesusa y llevo al General Jiménez de Quesada con una pequeña tropa de soldados al campamento de Thisquesusa. Los  indios trataron de defenderse, Thisquesusa pudo huir a tiempo, y el soldado español, llamado Alonso Domínguez Beltrán al verlo pasar lo mató, con el pasador de una ballesta, sin conocerlo. Los indígenas lograron escapar, llevándose el cadáver de su soberano, y unos días después se supo lo sucedido. 

Suesca –  Bosa

Como los indígenas seguían molestando a los españoles por estar acampados en sus rancheríos, Jiménez de Quesada trasladó el campamento á Bosa, en donde podía defenderse mejor. En aquel lugar se le presentó Sagipa, el nuevo zipa, a pedir auxilio a los Españoles contra los indios Panches, sus enemigos naturales, que eran, además, feroces caníbales. Llevó a cabo gozoso el Jefe español aquella coyuntura de atacar a los Panches, ayudado por los Chibchas. Después de vencerles pidió como recompensa los tesoros del Zipa Thisquesusa. Sagipa aseguró que no los tenía en su poder; que Thisquesusa los habla distribuido entre sus vasallos a la llegada de los españoles. Naturalmente no le creyeron, y Quesada lo hizo apresar y torturar para que confesara. El desgraciado zipa murió en el tormento que le dieron.  Los indios quedaron con una tristeza y un sentimiento muy grandes hasta sus propias muertes. La  reputación de Quesada sufrió mucho con  la muerte del zipa, y le impidió ganarse recompensas que su conquista podía hacerle merecer. Humillados quedaron los chibchas, y desde entonces fueron sometidos a las leyes españolas.  

Fundación de la ciudad de  Santafé de Bogotá

 Sometidos los pobladores de la sabana de Bogotá, Jiménez de Quesada resolvió fundar una ciudad en el sitio de recreo del zipa en Teusaquillo. Mandó a edificar en aquél sitio doce casas de paja, en conmemoración de los doce apóstoles, en torno de una iglesia también pajiza. El 6 de Agosto de 1538 tomó posesión de aquel lugar en nombre del emperador Carlos V y el padre Las Casas dijo su  primera misa. Jiménez de Quesada llamó Santafé de Bogotá a esta ciudad por su semejanza, con la ciudad española de Santafé. En adelante todo el territorio descubierto por Jiménez de Quesada se llamaría Nuevo Reino de Granada en recordación a su ciudad natal.

La nueva población era, sin embargo, un campamento militar.              

Reparto del botín

Empezaba el año de 1538, y no era raro que los conquistadores, que habían sufrido penalidades indecibles durante cerca de dos años, desearan saber qué habían ganado en toda la expedición. Repartieron el erario real de cuarenta mil pesos de oro fino, quinientas sesenta y dos esmeraldas y algún oro de baja ley. Correspondió  quinientos veinte pesos a cada soldado de a pié, el doble a los de acaballo, el cuádruplo a los oficiales, siete porciones al general jefe y algunos premios a los que más se habían distinguido. Entre todos se hizo una contribución para unas misas por las almas de los que habían muerto en la campaña, y se entregó al padre Las Casas. Tanto Jiménez de Quesada como sus compañeros, obtuvieron mucho más oro del que declararon  oficialmente; pues tal suma no corresponde a la fortuna que todos ostentaron tener después. Ni al derroche de los grandes caudales que Jiménez de Quesada hizo durante los doce años de su posterior permanencia en Europa.

Hacía  ya más de un año que Jiménez de Quesada estaba en posesión de las tierras del Imperio Chibcha por él conquistado, cuando supo la nada agradable noticia que Nicolás de Federmann, se acercaba a la sabana de Bogotá por los llanos de Venezuela. Se apresuró, a tratar de ganarse la buena voluntad de los conquistadores que llegaban. Celebró con ellos un convenio amistoso dándoles diez mil pesos en oro y ofreciéndoles que todos sus oficiales y sus soldados podían permanecer en el Nuevo Reino de Granada, gozando de los mismos privilegios que los conquistadores que partieron de Santa Marta.   Pocos días después Jiménez de Quesada se alarmó con la noticia que le llevaron unos indígenas de que por el Sur llegaba una nueva tropa de europeos. Jiménez de Quesada envió a su hermano Hernán Pérez de Quesada a que averiguase lo que acontecía.  Hernán Pérez de Quesada se encontró con Sebastián de Belalcázar que venía desde Quito por los ardientes caminos del valle de Neiva. Jiménez de Quesada entabló negociaciones con Belalcázar cuando subió a la Sabana y acampó a la entrada de ésta.             

Final del gobierno de Gonzalo Jiménez de Quesada

Los tres jefes lograron ponerse de acuerdo, en viajar todos juntos a España a pedir la recompensa que cada cual creía merecer por sus descubrimientos. Jiménez de Quesada antes de alejarse nombró Gobernador interino a su hermano, eligió Alcalde y Ayuntamiento, Regidores y todo el tren necesario para la constitución de un Gobierno. Nombró como cura al Capellán de la expedición de Federmann, el bachiller Juan Verdejo. La expedición de Jiménez de Quesada se aumentó y reforzó, con la mayor parte de los conquistadores de Federmann y Belalcázar que decidieron quedarse en Santafé. Jiménez de Quesada se embarcó con Belalcázar, Federmann, el padre Las Casas, varios españoles e indígenas suficientes para guiar las embarcaciones. Tres años después de haber salido  de Santa-Marta hacia el territorio de los Chibchas, Gonzalo Jiménez de Quesada se dirigía a Cartagena, a mediados  del mes de mayo de 1539, con Federman y Belalcázar pues allí los  esperaba un navío que los llevaría a España.

De: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/ilustre/ilus14a.htm

    

Rafael Bolívar Grimaldos
rbolivarg@hotmail.es
  

 

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