El berrinche[1] de Aquiles

ensayo de Zahyra Bolaños López

Profesora de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura

El horizonte no existe, lo fija la mirada,

Es un hilo que se rompe a cada parpadeo.

Alberto Ruy Sánchez

RESUMEN

El presente trabajo analiza el concepto homérico de la βρις[2] de Aquiles y la relación existente entre su yo y el destino, cuyas nefastas consecuencias y su ulterior reflexión sobre el valor de la vida humana, podría considerarse como el más enérgico e indiscutible grito de paz legado a la posteridad por el poeta de la Ilíada.

Palabras clave: Homero, Aquiles, Troya, épica, cólera.

ABSTRACT

This paper analyzes the Homeric concept of Achille’s hybris and the existing relationship between self and fate, whose dire consequences and further reflection on the value of human life could be considered as a strong and undeniable cry for peace. For this reason, it constitutes the legacy to posterity by the Poet of the Iliad.

Key Words: Homero, Aquiles, Troya, epic, rage.

1. Prólogo

La gesta de Aquiles[3] transcurre en una etapa heroica de la humanidad, cuando los hombres hablaban con los dioses y ellos se comunicaban con los mortales. En el momento en que evocamos a quienes vivieron en esas épocas tan lejanas a la nuestra, basta el hecho de conocer su relación con el entorno para aprobarlos o censurarlos.

Homero retoma esos tiempos para desarrollar la trama de la Ilíada y basándose en la cólera de Aquiles, escribe su gran obra épica. El poeta simplemente cantó cuán asombrosa es la pasión de ese desordenado aspecto llamado “venganza”.

Aquiles - audaz e intransigente- tiende hacia la desmesura, su elemento dominante es la pasión y doblegado por ésta aparece sordo a cualquier llamado a la razón. Asimismo, sumido en la ira, el héroe encuentra las opiniones de los otros no sólo irrelevantes sino, además, insultantes. En el contexto de la epopeya homérica, el protagonista de la Ilíada sería el mejor ejemplo.

A su trágica figura debe la Ilíada el no ser solamente un manuscrito de espíritu guerrero primitivo, sino además, un monumento inmortal, útil para el conocimiento de la vida y del dolor humano.

A partir de dicha coyuntura, los XXIV Cantos épicos del libro iban adquiriendo, día con día, mayor preponderancia hasta convertirse en la base de toda la educación griega, ya fuera artística, civil o política.

2. La contienda homérica: épica y mito

La Ilíada no trata la totalidad de la guerra, sino solamente algunos acontecimientos pertinentes, relacionados en su mayoría en torno al motivo de la “cólera[4] de Aquiles”, denominada en este artículo con la palabra “berrinche”.

La acción, muy estructurada, refiere al Pelida quien, hijo del mortal Peleo y de la diosa Tetis[5], “fue educado por el centauro Quirón” (Píndaro, 1981: 81). Prueba de ello, es la íntima relación establecida por el poeta entre la épica y el mito. Cada mitad está representada por una personalidad y cada una de ellas tiene su propio lenguaje.

En adelante, los dioses destacados por Homero serán: Apolo, Zeus, Hera, Afrodita, Poseidón, Hermes, Atenea y Ares, quienes en esa lucha interferirían en las batallas a favor de uno u otro bando; ya fuera con el fin de encarrilar los acontecimientos bélicos o sancionar el resultado de estos. En cierto modo, el texto homérico, tras la intervención de un dios, menciona casi siempre un gesto humano el cual reduplica al divino:

Entonces Palas Atenea infundió a Diómedes[6] Tidida valor y audacia, para que brillara entre todos los argivos y alcanzara inmensa gloria, e hizo salir de su casco y de su escudo una incesante llama (...) Tal resplandor despedían la cabeza y los hombros del héroe, cuando Atenea lo llevó al centro de la batalla, allí donde era mayor el número de guerreros que tumultuosamente se agitaban. (Homero, 1972: 101).

Si se eliminaran los dioses de la escena, la importancia del “berrinche de Aquiles” -tema de este estudio-, carecería de interés pues en el contexto del relato, el mito, al igual que el lenguaje, se ofrece en esta obra en cada uno de sus fragmentos: discurso y mito son uno y lo mismo, ya que el mito desde su inicio significó para el hombre “la palabra verdadera”.

Como ejemplo, se recuerda el momento en el cual, los mejores guerreros de ambos bandos: Aquiles (aqueo), se enfrenta con Héctor (troyano) y Apolo, el dios de la luz que siempre había auxiliado al segundo de ellos, lo abandona sin antes haberle advertido: ¡Héctor! Tú corres ahora tras lo que no es posible alcanzar: los corceles del aguerrido Eácida. Difícil es que ninguno, ni de los hombres ni de los dioses los sujete y sea por ellos llevado, fuera de Aquiles, que tiene una madre inmortal. (Homero, 1972: 312)

Las palabras de Apolo resonaron en el ánimo del dios más poderoso del Olimpo, quien en su réplica a la divinidad de la luz, expone una de las mayores aristeias de la Guerra de Troya: el triunfo de Aquiles sobre el poderoso Héctor:

El padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la misma dos suertes de la muerte que tiende a lo largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos-; cogió por el medio la balanza, la desplegó y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que descendió hasta el Hades. Al instante Febo Apolo desamparó al troyano. (Homero, 1972: 393)

En efecto, al auténtico linaje de Aquiles pertenece el triunfo, no su caída. El Pelida se resuelve ejecutar a Héctor, en venganza por la muerte de Patroclo -su amigo íntimo-; resolución heroica, sólo alcanzable en su plenitud trágica, en su conexión con el motivo de su ira y en el vano intento de los aqueos de lograr una pronta reconciliación con el berrinchoso Aquiles, quien no se agota en hechos o datos inconmovibles, a pesar de las continuas derrotas sufridas por los suyos.

2.1. Los dos grandes temas de la Ilíada

Según lo enunciado, es posible comprender por qué Homero desarrolla el contexto de su gran obra épica en relación con dos temas específicos: uno, sobre los Mitos, y dos, el concerniente a la terrible cólera de Aquiles y sus funestas consecuencias, la cual se constituye en el motivo primordial de la acción, aunada al resplandor del semidios hijo de Tetis, de cuya figura mítica da razón el poeta de la Ilíada y para quien ha trazado un destino cargado de acentos trágicos.

Como ejemplo, el Canto I del libro recuerda el momento en que Atenea se le aparece al Pelida, y ciego de rabia desenvaina su espada.

No comprende el mensaje de la hija de Zeus, quien al manifestársele, sólo desea guiarlo hacia una sensata reflexión:

Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputas, no desvaines la espada e injúriale de palabra como te plazca. Lo que voy a decir se cumplirá. Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes. Domínate y obedécenos. (Homero, 1972: 42).

Y respondiéndole Aquiles, el de los pies ligeros, le dice:

Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado. Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece, es por ellos atendido.

Dijo; y puesta la robusta mano en el argento puño, envainó la enorme espada, y no desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio que mora Zeus, que lleva la égida entre las demás deidades. (Homero, 1972: 42-43)

Empero, Aquiles no amainado en su furia, ultrajó al Atrida Agamenón con injuriosas voces y “tirando al suelo el cetro tachonado con clavos de oro, tomó asiento.” (Homero, 1972: 43)

Al momento en que el Pelida arroja su cetro -luego de rendir juramento-, este se trueca en una especie de prenda. Una prenda con la cual empeña todo su ser... todo lo que él realmente desea vengar.

A partir de esta escena, Aquiles ya no tiene ningún interés en que los dioses le den satisfacción; en su ser priva la rabia y cegado por la cólera traspasa toda medida humana. no quiso ceder. En adelante, la libertad y el destino se disputarán su Yo.

El destino se concibe como opuesto a la libertad y se llama destino a lo que se sustrae directamente de la libertad del hombre. Lo que no se haya en su poder ni es de ello responsable. Pero no se puede olvidar que toda libertad humana se mueve siempre en el espacio del destino. Ya que sólo puede el hombre desplazarse en él contando con él. (Idoate, 1992: 65).

Para Homero toda intervención y todo éxito y fracaso es obra de los dioses; ellos son los responsables de los bienes o males que a los hombres acontecen. Incluso en la tragedia de Aquiles, ve el poeta en el decreto de la suprema voluntad de Zeus, cuando al inicio del Canto I de su libro declama:

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquileo. (Homero, 1972: 37)

El grito de Homero a lo largo de los siglos, aún no ha encontrado réplica, sino más bien se ha agudizado.

2.2. El conflicto: Criseida-Briseida

Homero, en la Ilíada, no trata la totalidad de la guerra sino solamente algunos acontecimientos parciales, a los cuales les ha infundido vida a partir de algunos episodios pertinentes, relacionados en su mayoría con el Berrinche de Aquiles y el destino de los hombres; destino que remite a aquellas fuerzas rectoras del mundo, obligando a cada ser en particular, y a todos en general, a ser lo que son.

Las consecuencias de su ira, narradas directamente por el poeta, ocurren en el décimo año de la Guerra de Troya. Después de breves palabras de introducción, Homero penetra en el asunto y nos expone la rabia del héroe y sus consecuencias mediante una serie de magníficas escenas, cuyos sucesos provocaron la disputa entre el rey Agamenón y el Pelida Aquiles en torno al cambio de una letra; de la C por la B.

La trama se inicia cuando Agamenón -rey de los aqueos- durante una expedición contra Misia, ciudad de Tebas, tomó como parte del botín de guerra a Criseida, la hija de Crises, sacerdote de Apolo. Todo se originó en un día de violencia. Hacía nueve años que los aqueos asediaban Troya y, para satisfacer sus necesidades, requerían víveres, animales y mujeres; abandonaban el sitio y saqueaban las ciudades vecinas.

Ese día, le tocó a Tebas, mi ciudad, donde yo, Criseida, hija de Crises -sacerdote de Apolo- entre las raptadas, fui llevada a su campamento. Yo era hermosa (. ) Agamenón me vio y quiso que fuera para él.

Algunos días después, llegó allí mi padre con espléndidos regalos y le pidió a los aqueos que, a cambio de tales presentes, me liberasen. Todos estuvieron de acuerdo, excepto uno: el soberano que de mí gozaba y quien así respondió:

-A aquella no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte sano y salvo. (Homero, 1972: 38)

Las consecuencias fueron obvias, Apolo castigó al ejército con una peste y para salvarlo de la ruina, el Atrida tuvo que devolverla a su tierra en una nave acompañada por sus hombres. Entonces, el rey Agamenón se dirigió a la tienda de Aquiles y le arrebató a Briseida, la esclava favorita del héroe. El hecho golpeó al guerrero en medio de su corazón. La actitud del soberano de los aqueos obedecía al deseo de demostrarle a aquel, que él era más poderoso, a pesar de no ser hijo de una diosa.

Enfurecido, el mejor de los mirmidones, con rabia le vaticina a quien en su posición de ava!; avSpov (soberano de hombres), es la majestad misma:

Algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquileo, y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de hombres. Entonces, desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los aqueos.

Así dijo el Pelida; y tirando al suelo el cetro tachonado de clavos de oro, tomó asiento. (Homero, 1972: 43)

El despojo de Briseida enfureció al Pelida y sus consecuencias, reveladas por Homero, son uno de los relatos más conmovedores de la Ilíada. Pues la hija de Briseo, el rey de la Tróade, era la esclava y concubina de Aquiles. Contra su voluntad, habían llegado los heraldos a su tienda a cumplir la misión encomendada por el soberano de los aqueos. El hijo de la diosa Tetis, ofendido y enfurecido, con el apoyo de su madre decide en adelante oponerse a todo mandato.

. yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré con Zeus, que se complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por entero de combatir. (Homero, 1972: 47-48)

Tetis partió dejando a su hijo con el corazón irritado a causa de esa mujer que le había sido arrebatada.

El poderoso Zeus no consoló a Tetis, sino fue Hefesto, hijo suyo y de Hera, quien le aconseja: “Sufre, madre mía, y sopórtalo todo aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no te vean mis ojos apaleada, sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al Olímpico.” (Homero, 1972: 52)

Los hechos referidos provocaron el momento culminante del relato, cuando Aquiles colérico se ausenta de la lucha y pone a los griegos en el mayor apuro. La fuerza física y el ímpetu del ofendido implican un ser así, y no poder actuar de otro modo.

La retirada del héroe más sobresaliente de los aqueos, obliga a los suyos a realizar esfuerzos supremos. En esos momentos críticos, los adversarios animados por la ausencia de Aquiles, aportan todo el peso de sus fuerzas, hasta que el creciente riesgo de los griegos, mueve a Patroclo a intervenir en la contienda.

Para Homero, la guerra es deslumbrante; de lejos brillan las corazas y de cerca los cuerpos en lucha. El poeta nos acerca ahora al último año de la guerra de Troya, en cuyo contexto se desarrolla uno de los sucesos más significativos de la Ilíada: la muerte de Patroclo.

2.3. Patroclea

Todo sucedió aquel día, cuando la luz del sol se desplegaba en el horizonte y las cabezas de los aqueos, una tras otra, rodaban bajo la espada troyana. Entonces, ése, el mejor amigo de Aquiles, entra llorando a su tienda por causa de una feroz batalla y derrota de su bando.

-¿Qué ocurre? Le pregunta Aquiles:

¿Vienes a participarnos algo a los mirmidones o a mí mismo? ¿Supiste tú solo alguna noticia de Ptía? Dicen que Menetio, hijo de Actor, existe aún; vive también Peleo Eácida entre los mirmidones; y es la muerte de aquél o de éste lo que más nos podría afligir. ¿O lloras, quizá, porque los argivos perecen, cerca de las cóncavas naves, por la injusticia que cometieron? (Homero, 1972: 287-288)

Patroclo, con voz quebrada, le responde a quien en despecho de sus dones semidivinos se niega a proseguir la lucha, sin importarle sus amigos quienes continúan sufriendo pérdidas y descalabros:

Los que antes eran los más fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos, yacen en las naves [...] Si te abstienes de combatir por algún vaticinio de tu venerada madre, enterada por Zeus, te haya revelado, envíame con los demás mirmidones, por si llego a ser la aurora de la salvación de los dánaos, y permite que cubra mis hombros con tu armadura para que los teucros me confundan contigo y cesen de pelear. (Homero 1972: 287-288)

Aquiles lo escuchó con atención. Se notaba que su ruego lo desconcertaba y perturbaba: “Patroclo, échate impetuosamente sobre ellos y aparta de las naves esa peste; no sea que, pegando ardiente fuego a los bajeles, nos priven de la deseada vuelta.” (Homero 1972: 290)

¿Quién era yo para detenerlo?, pensó Aquiles ¿Puede un maestro, un padre o un amigo detener el destino?

Patroclo se vistió con los bronces refulgentes de las armas de Aquiles: en el pecho colocó la coraza de aquél.; centelleaba como una estrella. Se echó a los hombros la espada adornada con plata y luego el escudo grande y pesado. Sobre su cabeza brillaba el yelmo bien labrado.

Aquiles no sabía que le estaba suplicando morir... Debe perder a Patroclo y al vengarle en Héctor, también sobre él se cernirá la sombra de su muerte. El destino permite al Pelida seleccionar entre dos posibilidades: o gloria inmortal con vida corta, o larga pero sin fama.

Al frente de todos, iba Patroclo deslumbrante en su carro al lado de Automedonte.

¡Es Aquiles! Pensaron...

El eco de sus chillidos resonaba y las filas de los guerreros se cerraban. escudo contra escudo, yelmo contra yelmo, hombre contra hombre.

El desconcierto se apoderó de las tropas enemigas y la turbación devoró sus almas. Patroclo gritaba y mataba; pero, en verdad, lo que él ansiaba era encontrarse con Héctor, su enemigo mortal; deseaba justificar su propio orgullo. Su opositor, hijo de simples mortales, poseía las cualidades de un hombre más que las de un héroe; aún en su bravura deliberada, el deber le inspiraba pelear por Troya. Corrió tras él, tras el hijo de Príamo y el mejor de sus guerreros; Patroclo contra Héctor y Héctor contra Patroclo. al fin, el velo de la muerte derrumbó al aqueo.

El primero en enterarse fue Menelao. Corrió hacia su cadáver. Empero, al ver la furia de Héctor acercándose a ese cuerpo, tuvo que abandonarlo. el hijo de Príamo le arrebataba sus armas gloriosas como trofeo personal, y logró vestirse con las inmortales de Aquiles haciéndolas suyas. Siempre que un héroe aniquila a otro, debe quitarle sus armas:

En todos los combates de la Ilíada reviste grave importancia quitar al enemigo no sólo la vida, sino también su armadura. Quien la gana, obtiene del adversario, su fuerza, su sustancia numinosa, y con ello la raíz de su vida se transfiere al vencedor. (Hübner, 1996: 118)

Escogieron a Antíloco -uno de los hijos de Néstor- para comunicarle al Pelida la triste verdad. No consiguió decir nada, tan sólo comenzó a llorar. ha muerto Patroclo, tu fiel amigo, a quien apreciabas sobre todos tus otros compañeros y tanto como a ti mismo.

Todos sollozaron sobre aquel cuerpo exánime durante la noche entera. Surgió el alba y llegó ese día, el cual iba a recordar Aquiles para siempre como el de su propio fin; se encontraba a la sombra de una muerte temprana, vaticinada desde aquella primera conversación sostenida con su madre Tetis, y a medida en que avanza, el augurio de su ocaso va adquiriendo contornos más precisos.

No obstante, el anciano Fénix[7], quien le amaba como podía amarle un ayo, con el rostro cubierto de lágrimas, pronunció la última súplica, pues sentía gran temor por las naves aqueas: “Si piensas en el regreso, preclaro Aquileo, y te niegas en absoluto a defender del voraz fuego las veleras naves, porque la ira penetró tu corazón ¿cómo podría quedarme sólo y sin ti, hijo querido?” (El resaltado no pertenece al original. Homero, 1972: 176)

Por mandato de su madre, le llevaron a Aquiles nuevas armas fabricadas con arte divino por Hefesto... Se levantó, todos callaron y dijo:

Incita a los melenudos aqueos a que peleen; y veré, saliendo al encuentro de los troyanos, si querrán pasar la noche junto a los bajeles. [...] Así habló; y los aqueos, de hermosas grebas, holgáronse de que el magnánimo Pelión renunciara a la cólera. Y el rey de hombres Agamenón les dijo desde su asiento: [...] Y si quieres, aguarda, aunque estés impaciente por combatir, y mis servidores traerán de la nave los presentes para que veas si son capaces de apaciguar tu ánimo los que te brindo. (Homero, 1972: 349-350)

3. canto XiX: Aquiles renuncia al “berrinche”

La muerte de Patroclo a manos de Héctor consigue al fin lo que las súplicas y los intentos de reconciliación de los griegos no habían alcanzado: Aquiles se reincorpora en la lucha con la intención de vengar a su amigo caído. Mata a Héctor, salva a los griegos de su ruina, entierra a su amigo Patroclo no sin profundos lamentos y ve avanzar sobre sí mismo el destino. encadenamiento de sucesos considerados como necesarios y fatales.

Cuando ya es demasiado tarde, Aquiles expresa su arrepentimiento. Maldice su encono, causa de serle infiel a su propio destino heroico, permanecer ocioso, y sacrificar a su más preciado amigo.

Aquiles no está satisfecho con su victoria sobre el hijo de Príamo, el mejor de sus guerreros. La historia termina con la tristeza inconsolable del héroe aqueo, con aquellas lamentaciones ante los cuerpos de Patroclo y Héctor, y la sombría certeza del vencedor sobre su propio destino. El Pelida reconoce que con su cólera, sólo había provocado el infortunio entorno a sí., maldice la disputa y el rencor que oscurecieron su raciocinio. En esto reside la agudeza de Homero: contemplar al hombre en grandes proezas, amenazado a la vez por esa inevitable predestinación.

Quien pretenda suprimir el último Canto, o continuar la acción hasta la muerte de Aquiles, convertiría la Ilíada en una Aquileida, considerando el problema desde el punto de vista histórico y no a partir de la forma artística legada por el genio de Homero, de generación en generación.

4. El último canto

Desde lo alto de una torre, Príamo observaba la derrota: veía a Aquiles irascible perseguir a los troyanos. Hizo abrir las puertas de Ilión, capital de su imperio, para que todo su ejército hallara refugio y ordenó cerrarlas en cuanto el último de sus guerreros hubiera ingresado. Pero el último, el mejor y más fuerte de todos, Héctor, su primogénito, jamás traspasaría ese umbral.

Y todos miraron al rey enloquecido de dolor, suplicando lo dejasen ir a las naves aqueas para recuperar el cuerpo de su amado hijo Héctor.

He venido hasta aquí, le dijo Príamo, para llevármelo a mi ciudad a cambio de espléndidos presentes: Apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos.” (Homero, 1972: 438-439)

Los ojos de Aquiles se llenaron de lágrimas. Con un gesto de su mano, alejó a Príamo de sí, con dulzura; los dos hombres lloraban; devolvió al hijo: “Tu hijo, oh anciano, rescatado está como pedías: yace en un lecho y al despuntar la aurora podrás verlo, y llevártelo.”(Homero, 1972: 441) Aquiles y Príamo, después de todo el vigor de la lucha, de todo sufrimiento y de toda crueldad de una venganza carente de sentido, reconocen y honran uno en el otro al “ser humano”. En los dos extremos opuestos de la escena están los dos hombres. En el centro, en el silencio ceremonial se realiza el gesto que cierra la gran obra homérica.

Dice Frankl, citado por Idoate: “Libertad sin destino no es posible. La libertad sólo puede ser libertad ante un destino. El hombre es libre, pero está circundado por infinitos condicionamientos, sin los cuales no puede vivir y ejercitar su libertad. No está en el vacío, se haya en medio de muchos vínculos” (1992: 64)

Epílogo

En la Ilíada, Homero ha legado una historia de guerra escrita por los vencedores. En su contexto, no hay casi ningún héroe, ya sea aqueo o troyano, cuyo esplendor moral y físico no se recuerde -ricamente decorado y adornado de poesía- a la hora del combate.

Aquiles, se diría, es el protagonista de la obra y quien más tarda en ingresar al combate. Su actitud ante sus hermanos que mueren nos parece inhumana. Sin embargo, a pesar de su posición beligerante, las palabras salidas de su boca ante la embajada enviada por Agamenón, con el fin de deponer su cólera, su “berrinche”, es talvez el más enérgico e indiscutible grito de paz legado por Homero en el contexto del Canto IX del libro analizado, la Ilíada.

Pues no creo que valga lo que la vida, ni cuanto dicen que se encerraba en la populosa ciudad de Ilión en tiempo de paz, antes de llegar los hijos de los aqueos, ni cuanto contiene el pétreo templo de Apolo en la rocosa Pito. Se pueden apresar los bueyes y las pingües ovejas, se pueden adquirir los trípodes y los tostados alazanes, pero no es posible prender ni aprisionar el alma humana para que vuelva, una vez que ha traspasado la barrera formada por los dientes. (Homero, 1972: 175)

La voz de Aquiles, en el entorno de esos terribles momentos de batalla, resuena con una autoridad sin par. Bajo el monumento a la guerra, nos dice: ¡adiós a la guerra, prefiero la vida! ¿Cómo se podría llevar a cabo su intuición? ¿Cómo impulsar al mundo hacia la paz? Talvez, el deseo de Homero fue legar a sus lectores sabias palabras como un deber o una tarea útil para recapacitar sobre el valor de la vida humana.

La Ilíada, primer poema épico-trágico, no debe entenderse como una obra que deja una sensación de pesadumbre y desolación ante la muerte inevitable; más bien, como incentivo a la vida intensa, cuyas hazañas quedarán indeleblemente grabadas para la posteridad.

Al final del libro, es posible observar que la soberbia o altanería de Aquiles es castigada más allá de lo que el destino tenía previsto.

Notas

[1]  Berrinche “Enojo grande, esp. el de los niños”, princ. S. XVII, deriv., junto berrear y berrido, del lat. verres ‘verraco’, por lo rebelde de este animal, del lat. verres, verraco; masc. fam. Coraje, enojo grande; enojadizo, irritable. (Corominas, p. 93.)

De la misma etimología es el nombre latino de Verres, Cic. Ap. Quint., que llegaría un día en que todo lo arrastraría Verres; quidquid ponitur, hinc et inde verris, Mart., arrebatas de todas partes, cuanto se pone en las mesas // poét. Dejar arrastrar. (Latín, dicc. Latín-Español. Sopena. MCMLXXXV: 1682)

 

[2] βρις εως, : acto de violencia, ultraje; afrenta// El que ultraja, o injuria. Que debe ser ultrajado o, maltratado; que ultraja - que injuria. Insolente, violento brutal; salvaje. Inclinado al exceso, insolente - arrogante. Dicc. Griego - Español. (Sopena. 1983: 557)

 

[3]  Aquiles El más famoso de los héroes griegos, figura central de la Ilíada de Homero. Era bisnieto de Zeus, hijo de Peleo, rey de los mirmidones y de la nereida Tetis. (Bartra 1985: 21.)

 

[4] Tetis Ninfa, hija de Tierra y Cielo, hermana del Océano y es la madre de todos los demás dioses. De ella y su esposo nacen las tres mil oceánidas. Estas sostienen los ríos y son auxiliares de Apolo para dar la debida virilidad a los jóvenes. (Garibay 1986: 231.)

 

[5] Cólera Del lat. cholera, y este del griego Chólera, de cholé, bilis; f. Bilis, fig. Ira, enojo, enfado. χολη - ης (η). s. Bilis; hiel; veneno. // Bilis; // Derrame de bilis.

 

[6] Diómedes, hijo de Tideo, rey de la Argólide. Es uno de los guerreros griegos más valientes, llegando a herir al mismo dios de la guerra Ares. (Homero, 1972: 31)

 

[7]  Fénix Este marchó a Troya con Aquiles en calidad de consejero. Cuando la embajada de los jefes trata de reconciliar a Aquiles y Agamenón, Fénix se esfuerza en persuadir a su amigo sin conseguirlo. Permanece a su lado cuando Aquiles recibe la noticia de la muerte de Patroclo. (Dicc. de Mitología Griega y Romana. Paidós. 2002: 196.)

Bibliografía

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Bartra, Agustí. 1985. Diccionario de mitología. Barcelona: Grijalbo.

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Garibay, Ángel. 1986. Mitología griega (Dioses y héroes). México: Editorial Porrúa.

Grimal, Pierre. 2002. Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona: Editorial Paidós.

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Hübner, Kurt.1996. La verdad del mito. Madrid: Siglo veintiuno editores XXI.

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Kristeva, Julia. 1987. Historias de amor. México: Siglo XXI editores.

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Diccionarios

Corominas, Joan. 2000. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Editorial Gredos.

Diccionario general ilustrado lengua española. 1987. Barcelona: Vox.

Diccionario Griego - Español. 1983. Barcelona: Editorial Sopena.

Diccionario Latín - Español. 1985. Barcelona: Editorial Sopena.

 

ensayo de Zahyra Bolaños López

Profesora de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura

 

Publicado, originalmente, en: Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica.  Vol. 35 Núm. 1 - 11-18 (Enero-Junio 2011)

La entidad editora de Káñina, Rev. Artes y Letras es la Universidad de Costa Rica, se publica en la Facultad de Letras, Escuela de Filología, Lingüística y Literatura

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