Sólo una mujer encenderá las lámparas[1]

Lo femenino y lo masculino

por Isidoro Blaisten

Lo femenino y lo masculino, dos universos encontrados o perdidos, diferentes o iguales, en todo caso, siempre en expansión.

Desde ese borde inevitable, el del lenguaje, Blaisten nos propone su propio juego de espejos, con una sonrisa invitándonos a la reflexión. O al revés.

Cierto lugar común pide a gritos que, cada vez que se trate este tema en forma literaria, se deba citar a Madame Bovary, se deba citar a Flaubert y se deba repetir lo que dijo Flaubert: "Madame Bovary soy yo".

Dicho esto, se deben sacar conclusiones. Decir, por ejemplo, que la línea que divide lo masculino de lo femenino es una línea imprecisa, un borde esfumado, una frontera peligrosa. Y concluir que las palabras de Flaubert son harto elocuentes y asaz significativas.

Yo, que soy nadie, no tengo por qué eludir los lugares comunes que, no por comunes, dejan de ser verosímiles.

Entonces, al llegar al ilustre ejemplo del francés, hay que decir que entre el hombre y la mujer hay una diferencia y rematar la conclusión con una cita en francés:'Vive la difference!".

Después, conviene citar a Proust y a Simone de Beauvoir. Decir, como se dice, que Proust es un escritor femenino y Simone de Beauvoir una escritora masculina. Humildemente, me permito disentir con este lugar común.

En mi libro Anticonferencias, en un reportaje que se llama "La fiera ruge y el ángel canta", se pregunta:

"—En sus cuentos hay pocos personajes femeninos; sin embargo, las mujeres son un tema recurrente en su vida.

—Yo me he criado entre cinco hermanas. Lo poco que soy se lo debo a las mujeres que han pasado por mi vida. Tengo un profundo respeto por la mujer, pienso que es distinta, que no es mejor ni peor que el hombre. Es distinta y es distinto su leguaje. Por eso yo diría que hay una literatura masculina, y una literatura femenina.

—¿Por qué?

—Por cuestiones de lenguaje. La escritura de Katherine Mansfield y de Silvina Ocampo es esencialmente femenina. Como el hombre y la mujer son biológicamente distintos y el organismo de la mujer es más complicado, se me hace que por eso usa otro lenguaje. Ningún hombre dice: «Es amoroso», «ese vestido te hace mucha cola» o «yo, que te di los mejores años de mi vida». Un hombre dice: «Lo mejor para los dos es que me vaya»; una mujer, «Bueno, si vos sentís que tenés que tomar distancia, andáte». Un hombre dice: «Yo en esa época andaba con Fulana»; una mujer: «Salía con Segismundo». A veces el hombre no la entiende bien: ¿de donde salía?. Un hombre puede llegar a decir: «... Soy un miserable»; una mujer puede llegar a decir: «... Y bueno, sí. Fui débil. Era otoño. Afuera soplaba el viento y caían las hojas. Yo estaba sola. Estaba desesperada. Desesperada, entendés?». Lo que nunca va a llegar a entender un hombre es qué tiene que ver el otoño".

Como puedo apreciar, citándome a mí mismo, deduzco que si el lenguaje de la mujer es distinto al del hombre, lo que escriben las mujeres tiene ciertas diferencias con lo que escriben los varones. Creo que ni aún la homosexualidad puede variar la mirada y la visión de cada sexo. La puede distorsionar, pero la mirada permanece. Hay ejemplos ilustres: Oscar Wilde, García Lorca, Manuel Puig.

Sin embargo, la cosa no es tan simple. Si en una revista literaria apareciese una sección titulada "Poesía hecha por hombres" o "Cuentos escritos por varones", provocaría estupor. Sin embargo, si la sección se titula "Poesía hecha por mujeres" o "Cuentos escritos por mujeres", se lo ve como algo natural y progresista, promisorio, amplio, plural y digno de destacar.

Este dato de la realidad, como se dice ahora, da nacimiento, al menos para mí, a una extraña pregunta. Una pregunta de dos palabras ¿Por qué?.

No tengo la respuesta, pero evidentemente es una forma de discriminación. Pareciera ser que tanto daría poner esos poemas escritos por mujeres en un nivel de rareza y exotismo como publicar poemas escritos por serenos de establecimientos metalúrgicos o por jóvenes guardavallas o porteros de sinagogas.

Ahora bien. Si, como lo confirman las estadísticas, hay más mujeres que hombres, esta forma de discriminación bizarra, como se dice ahora, sería por consiguiente la discriminación de la mayoría, el contrasentido de la discriminación, una discriminación al revés.

Oscar Wilde

Fotograma de la película Ana Karénina, dirigida por Larence Brown e interpretada por Greta Garbo.

Antes no era así. Antes los hombres escribían sobre las mujeres y las mujeres estaban tranquilas. Los hombres escribían Ana Karenina, Eugenia Grandet, La Galatea, Marianela, Graziella, La ehica del 17, Pepita Jiménez, La pulpera de Santa Lucía, La del soto del parral y La madre de Gorki, y las mujeres, contentas.

Hasta hace 50 años, la femineidad y la masculinidad estaban bien definidas. Cada cual atendía su juego. La mujer podía descolgar la ropa, criar a los chicos, hacer dulce de zapallo con abundante cal, y no viajaba en colectivo después de las cinco de la tarde. Sus diversiones eran: leer la revista Chabela, escuchar a los Pérez García y hacer un curso de repostería. No se separaba jamás y siempre moría viuda.

El hombre, el jefe de la familia, velaba por el bienestar de los suyos y los sábados llevaba a la patrona a ver a Sofía Bozán al teatro de revistas, y los domingos llevaba al pibe a la cancha. Una vez por mes se reunía a cenar con los muchachos de su promoción del secundario y una vez por mes acompañaba a la patrona a los grandes almacenes Raggio para la provista. No había supermercados y nadie pensaba que la mujer era un objeto sexual.

Pero a partir de 1939 el mundo se conmocionó y las cosas cambiaron. La mujer fue asumiendo su protagonismo, como se dice ahora. Cuenta Borges que, por esos años, una señora argentina le dijo: "Se fijó, Borges, que hasta Victoria Ocampo la mujer no estaba de moda".

Creo que estos cambios fueron tremendos y trajeron, como se dice ahora, un correlato en la literatura. Se habló de la mujer sojuzgada y se escribió El varón domado; se habló de la mujer en un mundo gobernado por hombres, y se escribieron tratados sobre el poder de la mujer en la historia.

Pero de la mujer que escribe siempre se sospechó. Baudelaire decía que en toda mujer de letras hay un hombre fracasado. Con más humor, Sábato escribe: "Hay algo peor que los escritores, las escritoras".

A pesar de esta sospecha, creo que, así como el lenguaje es solidario y diferencial, así lo femenino no existe sin lo masculino y viceversa. En la novela de Mark Twain, la señora Loftus, descubre que Huck Finn es un muchacho disfrazado de mujer y le explica que sospechó de él por varios motivos. Al enhebrar la aguja Huck Finn había llevado la aguja hacia el hilo. Las mujeres llevan el hilo hacia el ojo de la aguja. Al tirarle el trozo de plomo a la rata, Huck lo había hecho con un movimiento de abajo hacia arriba, rotando la muñeca. Las mujeres arrojan una piedra o cualquier objeto de arriba hacia abajo y con el brazo rígido. Y por último, cuando la señora Loftus le tiró el ovillo de lana sobre la falda, Huck Finn juntó las rodillas. Las mujeres las separan.

Creo que lo masculino y lo femenino se reflejan en la literatura como en la vida. Así una obra como Un cuarto propio de Virginia Woolf tendrá su equivalente en El viejo y el mar de Heminway. La diferencia es especular, pero la literatura es un mágico espejo.

Yo no sé si lo masculino y lo femenino justifican tanta teoría. Sólo sé que soy profundamente feminista: me gustan las mujeres.

No sé si es en El sonido y la furia o en Mientras yo agonizo donde hay una familia de seres destrozados, melancólicos, incapaces de un gesto vital. De pronto, por la ventana entra un viento fuerte, tan fuerte que tira al suelo la Biblia abierta que estaba sobre la mesa. Todos se miran. Nadie, en ese mundo de hombres, tiene ni siquiera fuerzas para levantar el libro sagrado. Permanece así. La oscuridad llega. De pronto, la mujer se levanta, enciende la lámpara, levanta la Biblia del suelo y cierra la ventana.

Creo que, por encima de las palabras y de las diferencias, el varón presiente que haga lo que haga va a necesitar a la mujer, va a necesitar de esa exasperante valentía que posee la mujer en la desdicha.

Un hombre puede mandar quemar las naves, puede pintar el mural de Guernica, escribir el Fausto, pero presiente que cuando la oscuridad le llegue, solamente una mujer encenderá las lámparas, solamente una mujer va a levantar la Biblia del suelo y va a cerrar la ventana.

Nada más, muchas gracias.

Nota:

[1] "Exposición para la mesa redonda sobre “Feminidad y masculinidad”, en ocasión de cumplirse los 50 años de la Asociación Psicoanalítica Argentina, diciembre de 1992.

 

por Isidoro Blaisten

 

Publicado, originalmente, en: UNICORNIO. Un caballo con suerte. Año 2, número 5 Agosto /Setiembre de 1993

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/unicornio-no-5/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

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