Para referirse a artistas únicos en su clase suele hablarse de planetas, dando así idea de su completud y redondez. El planeta Borges, el planeta Vermeer, el planeta Beatles, el planeta Gaudí, el planeta John Ford. Hay planetas de naturaleza homogénea (nunca ninguno del todo), otros caracterizados por la coexistencia de las mayores variedades climáticas, topográficas y de seres vivos. Para decirlo en términos cinematográficos, los planetas Yasujiro Ozu, Alfred Hitchcock y François Truffaut se caracterizan, más allá de algunas hierbas extrañas e imprevistos accidentes del terreno, por su relativa homogeneidad. Suele creerse que el planeta Bergman también la presenta, y sin embargo no. Este astro se parece más, digamos, al planeta Picasso, con su asombrosa variedad de estilos e intereses y su clara división en períodos, que, para mantener el símil de procedencia, al planeta Turner, con sus reiteradas marinas, brumas, paisajes, combates navales. 

Si se parece menos a sí mismo de lo que creíamos, quiere decir que hay un Bergman a redescubrir. O, mejor, varios Bergmans. Simplificador, el saber común identifica a este hijo de un pastor protestante con una serie de películas caracterizadas por su angustia existencial, su pesimismo tremendista, su tratamiento de grandes temas (el paso del tiempo, la posibilidad o no del amor, el sufrimiento humano, la cuestión de la identidad, la existencia o no de Dios), en ocasiones su estética filoexpresionista. Para ponerle nombre, películas como El séptimo sello, Detrás de un vidrio oscuro, Cuando huye el día, Persona, Vergüenza, La hora del lobo, Pasión… Un cuerpo de obra sólido y homogéneo, una filmografía cerrada sobre sí misma, si se quiere. Algunas películas tan conocidas como las mencionadas –el caso de La fuente de la doncella– encajan más bien poco en esta serie, pero se las incluye por una cuestión tanto cronológica como de simple conocimiento. De otras, como El huevo de la serpiente, se reconoce su escaso parentesco con el cuerpo central, su carácter “raro” (en sentido de distinto). 

Ahora bien, ¿qué hacer con comedias frescas y luminosas, como la bastante temprana Sonrisas de una noche de verano, o Todas esas mujeres, o su versión de La flauta mágica? Asoma allí un Bergman dionisíaco, casi latino, por oposición al otro tan severo, nórdico y protestante. Un Bergman festivo que va a reaparecer sobre el final de su carrera, en un marco mayor, en la cuasi felliniana Fanny y Alexander. Un Bergman celebratorio de los placeres de la carne, lúdico incluso: conviene no olvidar que en Fanny y Alexander hay un tío que se tira pedos. Pedos y Dios: claramente dos vertientes divergentes de su obra. Tal vez menor, justamente por eso más ligero y transparente, hete aquí uno de los Bergmans a redescubrir.

Otro, vinculado con el anterior, es el Bergman físico, el que en su voluntad de penetrar la máscara humana (recordar la máscara de payaso de De la vida de las marionetas) filma el sitio en el que la máscara se instala: el rostro de los actores y sobre todo las actrices (su mayor amor, en sentido metafórico pero también literal). Lo hace en obsesionantes primeros planos, en los que junto con la máscara logra filmar, finalmente, lo que buscaba: la verdad de ese rostro, de esa persona. Pero no ya la esquiva verdad metafísica que persiguen El séptimo sello, El demonio nos gobierna o Luz de invierno, la verdad identitaria de Persona o la verdad psicológica de Cara a cara o Sonata otoñal, sino la verdad física, material. El silencio, la propia Persona o Gritos y susurros pueden verse como un equivalente de lo que en artes plásticas son los estudios del rostro. El cuerpo irrumpe, a su vez (sobre todo el femenino, claro) asociado al calor en Juventud, divino tesoro y Un verano con Mónica. El otro mundo para redescubrir, algo así como un planeta aparte, es el de las películas femeninas, algunas de ellas corales donde, como un pre-Almodóvar, Bergman retoza entre rivalidades, solidaridades, hipersensibilidades, risas y lágrimas. Películas como La sed, Secretos de mujeres, Sueños, Tres almas desnudas y la mencionada Todas esas mujeres. Casi todas de los años 50, son de las menos conocidas del autor. Y, por suerte, de las menos protestantes. 

* En la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530) se desarrolla un ciclo con motivo del centenario del nacimiento de Bergman. Están programados siete clásicos recientemente restaurados, traídos desde Estocolmo, además de un documental.