Llega la golondrina
Capítulo 14 de “El país de los pechanes” 
María Cristina Berçaitz

 Una vez que los vio alejarse se dirigió a Ileana.

- Ven,  vamos  al  encuentro  de  la  golondrina – le dijo  mientras la arrancaba del rayo que la envolvía.

- ¡Qué hermoso es perderse en la luz del sol ! -  Como si regresara de un hermoso  sueño suspiró, abandonándolo con  nostalgia  - Pero  -  agregó  sonriendo con entusiamo - nada podría hacerme tan  feliz como oírte  mencionar  a  la  golondrina  que  significa  mi salvación.

Cuando  llegaron a  la terraza de la Ciudadela,  el cielo teñía  la cúpula y  las cinco torres azules con reflejos verdes y dorados. Poco faltaba para el  arribo del ave.  El sol, cansado, se alejaba del día. 

A  espaldas de ellos,  apareció la gata de angora. Avanzó despacio contoneándose coqueta,  con los ojos fijos en el río  por donde  aparecería  la golondrina. La cola blanca se movía  inquieta,  hacia un lado y otro,  los  bigotes  en  punta, la boca  entreabierta mostrando los dientes,  pequeños  y afilados.

- Allá viene - dijo el gnomo haciendo pantalla con las manos.

-  ¡Si!  ¡La  veo aparecer! - gritó de alegría  Ileana - Es ese pequeño punto en el horizonte. Se  acerca  sin  prisa ¡apúrate, golondrina!-  reclamó la joven que  ya vislumbraba una chispa de esperanza.

- No  la  apures. La golondrina vendrá,  como siempre, a invitarme a volar con ella.

- ¡Pero, hoy le pedirás que me ayude a mí!  ¿verdad?  ¡hoy  pensarás  en mí, no en ti! ¿verdad? - rogó.

- ¿Tanto sufres en la Ciudadela que te has vuelto tan egoísta?

- Tú  sabes  que  no  pertenezco  a  este lugar -  respondió,  altanera,  viendo  cercana  su liberación.

- Te equivocas Ileana. Pertenecemos exactamente  al lugar en el que nos encontramos.  Ningún otro nos cabe.

- Por favor, gnomo  verde,  confío  en   ti,  en  tu  bondad, en tu  generosidad. No permitas que siga sufriendo - rogó.

Mientras la golondrina se acercaba cortando el aire con suavidad, el gnomo  sintió  lástima  por Ileana que tanto sufría por no aceptar su destino.

- Tranquila. Te ayudaré en lo que esté a mi alcance - respondió con afecto.

- ¡Mira! Ya está muy cerca. ¡Pósate acá, en mis manos, golondrina!- dijo la joven levantando las palmas al cielo.

- Amiga  mía, bienvenida. Nuevamente debes partir sin mí. Aún no he concluido mi tarea en la Ciudadela - saludó el gnomo cuando estuvo próxima.

- ¡Háblale de mí, te lo ruego!- dijo Ileana  con la vista fija en el  ave  sin notar que,  detrás de ellos, la gata  de  angora  extendía las garras con las uñas  desnudas.

 El sol iluminó los destellos acerados de las patas felinas avisando al ave del peligro,  y la golondrina huyó, no sin antes rozar, levemente, el sombrero verde del gnomo en señal de despedida.

- ¡El  año   entrante! ¡Volveré  el año  entrante! – dijo,  y se alejó hacia el poniente.

-¡No golondrina! ¡no te  vayas sin oír de mí! – Ileana, con un grito desgarrador,  rompió a llorar.

- ¡Ay!  Gata de angora ¡¿cómo pudiste ser tan cruel?! - preguntó enojado el gnomo verde, apretando los puños.

- Oh, perdón,  no fue maldad, fue mi naturaleza – respondió  la gata de angora  y regresó  trepando, despacio, con  elegancia,  hasta  desaparecer por la linterna de la cúpula.

Las lágrimas de Ileana  inundaban  la terraza de la Ciudadela. El gnomo, no sabiendo qué hacer, la dejó sola. El dolor ajeno es difícil de soportar.

El sol se ocultaba  poco a poco.  Ileana, ahogada en llanto, se estremecía desconsolada.

Un  gorrión  que  hacía  nido en las plantas  parasitarias de las torres, conmovido por el llanto de Ileana, se acercó y,  haciendo  pañuelo  de sus  alas,  enjugó las  lágrimas que  impregnaron  por completo sus plumas. Luego, comenzó a volar a su alrededor, tratando de alegrarla. Al cabo, desalentada  por no poder alejar su angustia,  se posó ante  ella.

 “Ileana - pensó mirándola - llora  para  descargar tu tristeza, llora que el llanto alivia el dolor del corazón. Pero no  temas,  te ayudaré.  Encontraré la manera de hacerlo. Te lo prometo”.

Ileana nada veía. Sólo lloraba.

La luna se elevó iluminando el río. La noche, con su manto de estrellas, se reflejó en el agua.

María Cristina Berçaitz 

de El país de los pechanes

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