Políticamente incorrecto, poéticamente aclamado
Allen Tate, el fugitivo de la modernidad
Introducción y traducciones de Luis Benítez

John Orley Allen Tate nació en Winchester, Kentucky, EE.UU., en 1899, el mismo año que nuestro Jorge Luis Borges, y falleció en Nashville en 1979. Distinguido tanto como poeta como en su calidad de crítico literario, tuvo una postura acerba y enconada contra los postulados de vida aceptados por sus compatriotas, a medida que los Estados Unidos iban convirtiéndose en el paradigma occidental. Feroz crítico de la comodidad y la autocomplacencia que veía extenderse a su alrededor, fue asimismo duramente atacado por aquellos que lo motejaron de reaccionario, aunque no podían dejar de reconocerle su genio literario. Autor de una de las obras más originales y notables de la poesía norteamericana del siglo XX, Tate, sin embargo, es muy poco conocido en nuestra lengua, quizá porque su obra proviene de la corriente emanada de Edgar Allan Poe, culta y por momentos hermética, en oposición a la influencia whitmaniana, vitalista y decididamente coloquial, mucho más difundida desde las repetidas traducciones al español de su directa representante, la poesía beat.

John Orley Allen Tate cursó sus estudios en la Vanderbilt University. En ella fue discípulo de John Crowe Ransom y también compañero de estudios de Robert Penn Warren, con quien formó el grupo de Los Fugitivos, y fundó la revista The Fugitive (1922). Fue editor de la prestigiosa Sewanee Review (1944-1946). En 1950 se convirtió al catolicismo, y a partir de 1951 fue profesor de literatura inglesa en la Minnesota University. En 1928 publicó su primer libro de poemas, Mr. Pope y otros poemas, y en 1936 el primero de sus libros de ensayos, titulado Ensayos reaccionarios sobre poesía e ideas. Su obra poética se condensa en los títulos El Mediterráneo y otros poemas, editado en1936; Poesías, 1920-1945, publicado en1947; Poesías, 1922-1947, impreso en1948. Además, Tate publicó en 1932 la novela Los padres y diversos libros de ensayos críticos, entre ellos: Sobre los límites de la poesía, aparecido en 1948 y El hombre de letras en el mundo moderno, editado en 1955.

Allen Tate constituye una de las figuras más importantes de la literatura sureña norteamericana, que tiene en su haber a nombres de la talla de Carson McCullers, Tennesse Williams y Willam Faulkner, pero como los nombrados, su tratamiento del género de expresión elegido -en su caso, la poesía- entendió que su abanico refrencial no podía limitarse al color local, sino que debía partir de él para referirse a la misma condición humana, en un plan mucho más ambicioso. Partiendo de sus poemas, donde el trasfondo es definitivamente ese Deep South ensangrentado por la guerra civil en el siglo XIX, reducido en sus pretensiones por el vencedor - el norte industrial y más acorde con el siglo XX al que terminaría imponiéndole su impronta- Tate logra proyectar sobre su época, como un remordimiento, el precio que también acarreó la derrota de la imago mundi de un sector de los Estados Unidos, que no logró perdurar en la gran sombra que este país habría de proyectar sobre el mundo entero luego de la Segunda Guerra Mundial. Con la derrota del sur, del Old Dixie, nos dice Tate, no sólo se extinguió para siempre un sistema económico retrógrado, un esquema del mundo que iba pereciendo ya con el siglo XVIII, sino también unos valores que nunca habría de rescatar para sí el colosal influjo de los Estados Unidos sobre la escala de valores que sobrevendría tras su consagración como potencia mundial a mediados del siglo XX. Estos valores perdidos son definitivamente opuestos a los hechos propios por la humanidad inmersa en una alienación tecnológica y materialista donde el individuo ha perdido todo el sentido de ser algo más que una mera pieza de la producción en serie, reducido él mismo a su mera función de ejecutar las ordenanzas sociales que ni siquiera entiende, reproducirse y morir. Sin embargo, como lo humano no deja de ser algo vivo en este panorama ordenado, la resultante viene a ser un ordenamiento donde lo ordenado convive con lo oculto, por lo cual se instaura una estructura esquizofrénica, compuesta por individuos fragmentados que, aunque reducidos a su mínima expresión como tales, no dejan de padecer el recuerdo de lo que eran o debían ser originalmente, dado que el orden dictado no alcanza a cerrar la fisura entre el ser y el deber ser. Contra esta dicotomía se rebela la poesía de Allen Tate, desde unos presupuestos que, desde su primera aparición pública, fueron abundantemente motejados de reaccionarios y retrógrados, por el positivista impulso que había tomado la sociedad donde habían nacido: una sociedad que creía haber descubierto el Santo Grial del confort y el bienestar materialistas como la panacea, también, para todos los males del espíritu, valga la monstruosa ingenuidad del presupuesto. El mismo Tate, sarcásticamente, tituló a su primer libro de reflexiones literarias Ensayos reaccionarios sobre poesía e ideas, a fin de dar mayor pasto a sus detractores. Pésimamente entendido por la izquierda norteamericana de su época, que creyó apenas ver en él a un representante de los viejos valores estadounidenses que había que derrocar, fue peor entendido por la derecha liberal, quien más miope todavía lo asumió como un retrógrado que hablaba de esos mismos viejos valores que ella había descartado hacía mucho, no porque estuviera en contra de los mismos, según su lectura meramente superficial, sino definitivamente porque no tenían razón de ser en el proyecto de nación y luego de mundo trazado a la escala misma de ese proyecto de país que había bosquejado. En este contexto, el profesor de la prestigiosa Vanderbilt University pasó a ser uno de los poetas más importantes de los EE.UU., mal que le pesara al autor de tantos textos referidos a la alienación y la confusión que embargaban a los ciudadanos que sin pensar un minuto en lo que había escrito lo aclamaron institucional y oficialmente. Tate, que repudiaba el rumbo de la época, se constituyó en uno de los poetas académicos de los Estados Unidos, y por eso mismo fue repudiado por aquellos que veían en otro tipo de poesía -la que quizá estaba rescatando parte de los mismos valores que él defendía- una voz mucho más entendible, más adecuada para ser difundida, más acorde con los nuevos tiempos. Para los nuevos popes de la poesía norteamericana, los beats, nombres como el de Tate representaban lo viejo y lo consagrado, sin comprender que aquel anciano que asistía a los happenings y otros rituales de sus jóvenes alumnos, inmersos en el flower power al que tanto le debieron su fama Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Ferlinghetti, Gregory Corso y otros, había dicho muy fundamentadamente bastante de la médula de lo que ellos repetían: Tate, décadas antes y la mayoría de las veces, más vertebradamente.

El fracaso de Tate como poeta político y el triunfo mediático de quienes lo sucedieron se explica meridianamente. Tate es una de las mentes más brillantes emanadas de la corriente que abrió en el siglo XIX Edgar Allan Poe, la línea culta y "hermética" -al menos, para los lectores que vinieron luego- que cedió sus posiciones ante el mayor "poder de fuego" de la línea poética abierta por Walt Whitman y sus seguidores, decididamente coloquial y llana, acorde con los tiempos por venir. Mucho más adecuada para ser difundida por los mass-media, por la doble razón de que es "más entendible" y "más emocionante" que la poesía de los descendientes de Poe, la escuela de Whitman es adecuada para las multitudes: no apela al arduo trabajo que debe haber desarrollado un entrenado lector de poesía para acceder a los mejores textos del género, sino que garantiza que casi cualquiera que se lo proponga puede creer que entendió lo referido por el poeta. La poesía de raigambre whitmaniana es la apoteosis de la polisemia, esa democracia in extremis del significado. Algo que cabía justo para el proyecto de nación que habían elegido los Estados Unidos: fácil, rápido y accesible, aunque fuera el conjunto absolutamente ilusorio. Desde el acceso al supuesto confort hasta la vía rápida y sin tropiezos a las más altas cumbres del pensamiento humano se trazó una inquietante supercarretera entre la planeada mediocridad masiva en la que había que sumir al espíritu humano y su relación con la cultura per se, que resulta siempre tan peligrosa si no la reducimos a su fantasma kistch. En la trampa, desde luego, cayeron los buenos whitmanianos -las figuras más conocidas, traducidas y celebradas de la poesía estadounidense, incluyendo al nacido alemán Bukowski- pero no los autores como Allen Tate, que en su temprana juventud, con otros disidentes del "progresista" espíritu que iba cobrando la cultura norteamericana y luego su fotocopia occidental, había integrado un grupo llamativamente denominado "los fugitivos".

Hoy Tate es historia.

Obras de Allen Tate

Mr. Pope y otros poemas (1928)

Los padres (novela, 1932)

El Mediterráneo y otros poemas (1936)

Ensayos reaccionarios sobre poesía e ideas (1936)

Poesías 1920-1945 (1947)

Poesías 1922-1947 (1948)

Sobre los límites de la poesía (ensayos literarios, 1948)

El hombre de letras en el mundo moderno (ensayos literarios, 1955)

El paradigma

Porque cuando se encuentran, el aire tensable

Aguanta como acero del bueno el peso

De mensajes que ambos corazones sostienen,

Una vez pasión pura, ahora odio puro;

Hasta que el aire tensado como una fría mano

Aferrada a otra igualmente fría, hueso contra hueso,

Los sepulta en su congelada tierra

(sólo algunos pies cuadrados) donde

Se petrifican sus dos corazones y no tardan

En traspasarse su mundo impenetrable;

De ese modo se difumina el espejo de cada uno

Cuya imagen es la superficie desparramada

Por el aire; no es cristal el aire;

Del mismo modo es su efímero antagonismo

Quebrado como un duro espejo por aquello

Que la cualidad del aire debe ser.

Porque en el aire se encuentran todos los amantes

Luego de convertir en odio su amor;

El amor es solamente el eco de la partida

Capturado por el rayo de sol que se extiende

Sobre el exilio helado de la tierra

Y se extingue. Cada uno es el crimen del otro.

Esta es su equidad al nacer,

Y el odio su ignorante paradigma.

 

 

Sonetos de la sangre

                       I.

¿De qué está compuesta la sangre, de qué la carne,

sino de algunos momentos de la vida del tiempo?

Esta emboscada de las células, amor en litigio,

Apoya sobre la carne la larga zarpa del crimen.

Toma en cuenta a los primeros colonos de nuestros huesos,

Observa qué ocupados están desalojando el polvo,

Separado definitivamente de la última piedra pulida.

Es penoso que dos hermanos tengan

Que percibir un cáncer de flor perenne

Para ser hermanos en la mortalidad:

Perfeccionen esta traición en la hora asesina

Si desean conquistar la ardua identidad de hermanos,

Una lejana meta para que se afanen hombres,

No alcanzada del todo cuando se llegó a la perfección.

                       II.

Cercano a mí como la perfección en la sangre

Y más misterioso y lejano, es éste, mi hermano:

Una abovedada luz en tu aislamiento.

Adrede arde para que no apagues su furia.

Es una flama escondida a toda mirada,

Como la que entibia la más profunda tumba

(el frío de la tumba es la más honda de nuestras mentiras)

de ella nuestra sangre es la esclava legal:

el fuego que más secreto arde en ti

no te agota, escondido y solo,

el fuego premeditado no consume a uno, sino a dos:

a mí también, porque consume la médula del mismo hueso.

Nuestra propiedad en el fuego es la muerte en vida

Fisurando con su conflicto el cimiento rocoso.

                       III.

Entonces, hermano, nunca pensarías que soy vano

Ni rudo, si mencionara la dignidad;

Piensa poco en ella. La dignidad es la mancha

Del pecado mortal que la humildad conoce.

Permíteme designar la hora de tu nacimiento

Dado que, si es en vano, ello solamente de un modo pueril:

Como una helada débil sobre el maíz en abril

La considerada muerte difícilmente te dejaría ir.

Reconoce el costo –si respaldaras

Otra vez nuestra esclavitud a la circunstancia

No despreciando a un prescriptivo destino

Sino en tu padecimiento por una hora azarosa.

Es una porción tan humilde y tan soberbia

Que en tu mortaja pensarás poco en ella.

 

                        IV.

Han cambiado los tiempos. ¿Por qué te irrita

El privilegio si no ley de la forma?

¿Quién de nuestra estirpe fue pusilánime,

un toro de raza que galopa bajo una tormenta?

Ninguno, desde luego; a menos que estimes arrogante

El orgulloso cultivo de la humildad,

Observar por casualidad y desdeñosamente

Botas y espuelas cabalgando hacia el infierno.

Hubo una vez, recuerda, un virginiano

Que se tomó a sí mismo por la ley brutal de la naturaleza,

Poco le preocupaba lo que pensaran de él,

Un hombre alto que meditaba calmadamente todo lo que veía

Hasta que dio la libertad a sus negros, temeroso de ser

Excesivamente estricto con la naturaleza

Y menos libre que ellos.

 

                           V.

Estas generaciones que tu corazón han sellado

contra el placer mundano y fácil

te destinaron a tomar la parte quieta

de la mente secreta cuando aún eras un niño,

antes de que para esto hubiera un comienzo.

Inclusive tu coraje para aceptar ese sino

en Shenandoah y a través de Bull Run

se sumergió en un tiempo enemigo de las fechas,

por ello eres guiado a través de un tiempo ansioso de horas,

del mismo modo que por un oportuno detenerse sobre la línea

espera el jugador a que se levante

como de granito, en el crepúsculo

y se levante más cuando el juego comienza

y su equipo es vencido y ello cuando él gana.

                           VI.

Nuestro hermano mayor, aquel que no habíamos visto

durante estos veinte años, hasta que volvió

del ciclónico Oeste, donde había sido enviado

por la sacudida furia a través del camino

que conocemos tan bien, llaga de nuestras arterias:

para ti, hermano otro, yo me volví un extraño

y debes buscar el medio de medir la mortalidad,

que conoce cómo desalinear

los corpúsculos a través de designios que puede elegir:

tu sangre es alterada por la muerte repentina

de uno que, de entre todos, no podría utilizar

la vida tan acertadamente como la muerte. Miremos

debajo de esa vida. Quizá la suya es nuestro descanso:

para escudriñar esto, lo mejor será emplear la vida entera.

                           VII.

El fuego al que le rezo fue una flama perdurable

hasta que extinta fue como nuestra generación;

no importa, es todo uno, apenas un nombre

menos permanente que una madreselva tardía;

cavila cómo arde en él azul el fuego,

en lo más caliente, cuando lejos la llama está de extinguirse;

a Dios gracias el combustible está bajo, nosotros no vamos

a renovar ese ardor en nuestro firmamento;

piensa también que la cumbre del techo se fisura

y caerá sobre nosotros, los que contemplamos la altura

del sagrado furor sentado en su alto asiento,

con la chalina negra de la cabeza a los pies,

ardiendo con luz maternal,

más fantasmal que la penumbra de noviembre

amasada con el crepúsculo, para brillar en su crucifijo pálido.

 

                             VIII.

Este mensaje se apresura por miedo a que ambos

aterrados, sin carácter, descendamos a lo muerto;

la muerte no es educada, tiene un ignorante desdén

por las identidades preciosas del aliento.

Mas tú dirás tal vez que lo confuso perduró,

un buitre cercano al corazón de nuestra entera estirpe:

escuché los ecos en un bosque penumbroso, enmarañado,

pero jamás vi un rostro espiando al interior.

Ya que estos males son anónimos,

nosotros hacemos estallar, exiliados de la tierra,

añejas exclusiones de las memorias de la sangre:

aquellas supersticiones de explosivo nacimiento;

hasta que de nosotros no quede la nada

sino una muerte tonta, que reine entre la confusión.

                             IX.

Ni el poder ni la mano casual de Dios

nos sostendrán enteros en nuestro aire que dispersa,

esto es una pestilencia sobre un césped verde y grato

tan inmunda, que el halcón que acecha la encuentra favorable;

te pregunto si entonces culminará esta noche

y si la polilla volverá a rondar la llama vacilante,

o si las arañas que devoran sus amores,

escondidas en la noche, finalmente,

se devorarán a sí mismas con vergüenza.

Llama a la casa donde vivimos la de Atreo:

A quién de nosotros criminalmente envolvió el Griego

el futuro pregunta: ¡acerca ese colador traslúcido

para cernir las partículas pertinentes del tiempo!

Vamos a través de Corinto o de Tebas,

el trayecto es corto, pero no el fijado sino.

                            X.

Industriales conductores, vuestro poder sin meta

despierta hoscas veleidades del tiempo;

permite hermano, que conduces tu hora,

que tus números sean todos primos,

de modo que una falsa división con maliciosa matemática

no entre a saco en la morada interior de la sangre;

los Tracios, inflados de soberbia, ponen sitio al Atica

-el invasor profana el sagrado bosque-:

mas el secreto primero cuya simplicidad

golpeas para reducirla a la nada,

aunque dirigido, tiene en sí ese bastión de mar

que fisurado, dejará salir la furia muda

que ahogará al que jura rectificar

el infinito, que ni oído tiene ni ojo.

 

                   Oda al miedo

 

Que brille el día: Oh, memoria, tu huella

golpea en el pulso de la sofocante noche,

la noche que espía con su cabeza oscura pero ardiente,

su luz tensada y oculta quema en el día.

Ahora ellos no se animan a glosar tu salvaje sueño,

oh bestia del corazón, aquellos santos que tu nombre maldijeron;

eres el torrente del blando río,

sombra invisible, acechante y atenta llama.

El mayor de mis compañeros, presente en la soledad,

vigilante perro tebano cuando el héroe ciego se puso de pie:

tú, omnisciente, en la encrucijada presente

mientras Layo, el viejo asesinado, humedecía la hierba.

Ahora invulnerable a la mirada de la profecía,

embozado y acosado, nos cazas en la calle

desde los rincones del mediodía de agosto,

el alerta mundo encima, acurrucado a los pies del aire.

Eres nuestra seguridad de una vida inmortal,

odio de Dios a la mácula universal,

la herencia, oh miedo, de la antigua batalla

creado con los tejidos de la vena.

¡Y cuando todo había sido pronunciado yo vi tu forma,

la más ágil y artera para el mundo

mientras, en una prolongada jornada de la infancia,

una seca tormenta explotó entre los cedros,

abalanzándose bajo la lumbre del sol!

 

                    ………………………

                The paradigm

 

For when they meet, the tensile air

Like fine steel strains under the weight

Of messages that both hearts bear-

Pure passion once, now purest hate;

Till the taut air like a cold hand

Clasped to cold hand and bone to bone

Seals them up in their icy land

(A few square feet) where into stone

The two hearts turning quickly pass

Once more their impenetrable world;

So fades out each heart´s looking-glass

Whose image is the surface hurled

By all the air; air, glas is not;

So is their fleeting enmity

Like a hard mirror crashed by what

The quality of air must be.

For in the air all lovers meet

After they´ve hated out their love;

Love´s but the echo of retreat

Caught by the sunbeam stretched above.

Their frozen exile from the earth

And lost. Each is the other´s crime.

This is their equity in birth-

Hate is its ignorant paradigm.

 

 

Sonnets of the blood

 

               I

 

What is the flesh and blood compounded of

But a few moments in the life of time?

This prowling of the cells, litigious love,

Wears the long claw of flesh-arguing crime.

Consider the first settlers of our bone,

Observe how busily they sued the dust,

Estopped forever by the last dusted stone.

It is a pity that two brothers must

Perceive a canker of perennial flower

To make them brothers in mortality:

Perfect this treason to the murderous hour

If you would win the hard identity

Of brothers—a long race for men to run

Nor quite achieved when the perfection’s won.

               II

Near to me as perfection in the blood

And more mysterious far, is this, my brother:

A light vaulted into your solitude.

It studied burns lest you its rage should smother.

It is a flame obscure to any eyes,

Most like the fire that warms the deepest grave

(The cold grave is the deepest of our lies)

To which our blood is the indentured slave:

The fire that burns most secretly in you

Does not expend you hidden and alone,

The studious fire consumes not one, but two—

Me also, marrowing the self-same bone.

Our property in fire is death in life

Flawing the rocky fundament with strife.

              III

Then, brother, you would never think me vain

Or rude, if I should mention dignity;

Think little of it. Dignity’s the stain

Of mortal sin that knows humility.

Let me design the hour when you were born

Since, if that’s vain, it’s only childlike so:

Like an attempting frost on April corn

Considerate death would hardly let you go.

Reckon the cost—if you would validate

Once more our slavery to circumstance

Not by contempt of a prescriptive fate

But in your bearing towards an hour of chance.

It is a part so humble and so proud

You’ll think but little of it in your shroud.

             IV

The times have changed. Why do you make a fuss

For privilege when there’s no law of form?

Who of our kin was pusillanimous,

A fine bull galloping into a storm?

Why, none; unless you count it arrogance

To cultivate humility in pride,

To look but casually and half-askance

On boots and spurs that went a devil’s ride.

There was, remember, a Virginian

Who took himself to be brute nature’s law,

Cared little what men thought him, a tall man

Who meditated calmly what he saw

Until he freed his Negroes, lest he be

Too strict with nature and than they less free.

              V

These generations that have sealed your heart

Against the neighborly and easy joy

Prefigured you to take the quiet part

Of the secret mind while you were still a boy,

Nay before that for it had all begun

Even your courage to accept that fate

In Shenandoah and along Bull Run

Sunk in a time inimical to date,

Wherefore you´re ridden by time anxious of hours

As a right takle cruched upon the line

Awaits the snapper-back before he towers

Like granite, risen in the fall sunshine

And towering higher when as the play begins,

His team´s thrown back, and loses as he wins.

              VI

Our elder brother whom we had not seen

These twenty years until you brought him back

From the cyclonic West, where he had been

Sent by the shaking fury in the track

We know so well, wound in these arteries:

You, other brother, I have become strange

To you, and you must study ways to seize

Mortality, that knows how to derange

Corpuscles for designs that it may choose;

Your blood is altered by the sudden death

Of one who of all persons could not use

Life half so well as death. Let’s look beneath

That life. Perhaps hers only is our rest—

To study this, all lifetime may be best.

             VII

The fire. l praise was once perduring flame—

Till it snuffs with our generation out;

No matter, it’s all one, it’s but a name

Not as late honeysuckle half so stout;

So think upon it how the fire burns blue,

Its hottest, when the flame is all but spent;

Thank God the fuel is low, we’ll not renew

That length of flame into our firmament;

Think too the rooftree crackles and will fall

On us, who saw the sacred fury’s height—

Seated in her tall chair, with the black shawl

From head to foot, burning with motherly light

More spectral than November dusk could mix

With sunset, to blaze on her pale crucifix.

             VIII

This message hastens lest we both go down

Scattered, with no character, to death;

Death is untutored, with an ignorant frown

For precious identities of breath.

But you perhaps will say confusion stood,

A vulture, near the heart of all our kin:

I’ve heard the echoes in a dark tangled wood

Yet never saw I a face peering within.

These evils being anonymities,

We fulminate, in exile from the earth,

Aged exclusions of blood memories—

Those superstitions of explosive birth;

Until there’ll be of us not anything

But foolish death, who is confusion’s king.

           IX

Not power nor the casual hand of God

Shall keep us whole in our dissevering air,

It is a stink upon this pleasant sod

So foul, the hovering buzzard sees it fair;

I ask you will it end therefore tonight

And the moth tease again the windy flame,

Or spiders, eating their loves, hide in the night

At last, drowsy with self-devouring shame?

Call it the house of Atreus where we live—

Which one of us the Greek perplexed with crime

Questions the future: bring that lucid sieve

To strain the appointed particles of time!

Whether by Corinth or by Thebes we go

The way is brief, but the fixed doom, not so.

           X

Captains of industry, your aimless power

Awakens harsh velleities of time:

Let you, brother, captaining your hour

Be zealous that your numbers are all prime,

Lest false division with sly mathematic

Plunder the inner mansion of the blood,

The Thracian, swollen with pride, besiege the Attic—

Invader foraging the sacred wood:

Yet the prime secret whose simplicity

Your towering engine hammers to reduce,

Though driven, holds that bulwark of the sea

Which breached will turn unspeaking fury loose

To drown out him who swears to rectify

Infinity, that has nor ear nor eye.

 

Ode to fear

Let the day glare: O memory, your tread

Beats to the pulse of suffocating night-

Night peering from his dark but fire-lit head

Burns on the day his tense and secret light.

Now they dare not to gloss your savage dream,

O beast of the heart, those saints who cursed your name;

You are the current of the frozen stream,

Shadow invisible, ambushed and vigilant flame.

My eldest companion present in solitude,

Watch-dog of Thebes when the blind hero strove:

You, omniscient, at the cross-roads stood

When Laius, the slain dotard, drenched the grove.

Now to the eye of prphecy immune,

Fading and harried, you stalk us in the street

From the recesses of the August noon,

Alert world over, crouched on the air´s feet.

You are our surety to immortal life,

God´s hatred of the universal stain-

The heritage, O Fear, of ancient strife

Compounded with the tissue of the vein.

And I when all is said have see your form

Most agile and most treacherous to the world

When, on a child´s long day, a dry storm

Burst on the cedars, lit by the sun and hurled!

Luis Benítez

Ir a índice de América

Ir a índice de Benítez, Luis

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio