La moral del gobierno de facto
Rebeca Becerra 

Desde el punto de vista político jamás el pueblo de Honduras había presenciado la exhibición de las más bajas pasiones en boca de sus líderes políticos. Se ha disentido tanto, que bien podríamos considerar esta conducta como la vanguardia de la corrupción mental. La moral administrativa ha desaparecido y en su lugar campea la deshonestidad autorizada o encubierta; practicada por aquellos elementos que tienen a su alcance el más mínimo poder o la custodia del más pequeño bien mueble o inmueble de servicio público. Es tan grave la situación que podría compararse con una banda de rateros. Personas que aceptan el soborno, venden su dignidad personal y nacional, y se prestan como elementos para el chantaje y el crimen organizado. No cabe duda que la moral se fundamenta en las bases firmes de una particular dictadura megalómana, que dista mucho de la democracia representativa y popular que espera el pueblo hondureño. 

Como hondureña no puedo ser cómplice de esta tragedia que estrangula a nuestro pueblo. Este gobierno de facto se ha convertido en el mayor receptáculo de todas las inmundicias de la década de los 70 y 80; es la síntesis más perfecta de la corrupción que reside con descaro natural en los grupos oligárquicos que lo sustentan. Él mismo se consume poco a poco en una lucha solitaria y estéril, huyendo cobardemente del contacto democrático que internacionalmente lo humilla ante su pueblo y el mundo. 

La crisis decisiva que lo devora por su incapacidad, no hace otra cosa que empujarlo al refugio de la tiranía y el pobre pueblo recoge los mediocres frutos de su fracaso. Este pueblo orgulloso y bravío no ha sido vencido por la violencia, no va a ser vencido por la violencia institucionalizada de sus vulgares traidores, no está adormecido por la astucia ignorante de sus verdugos, al contrario está dispuesto a defender sus derechos, a hacer prevalecer el respeto de su nacionalidad y soberanía, antes que permitir que lo devore la pandilla gobernante, que en mala hora ha parido nuestra patria. 

Nuevamente se está elevando a una institución como las Fuerzas Armadas a una categoría suprema de poder, convirtiéndola en la cuarta fuerza del Estado, bien porque se le tenga miedo o porque es el aliado idóneo para sostener un régimen de fuerza donde la razón es opacada por el humo de las balas. El ejército hondureño es altamente represivo, creado para garantizar y defender los intereses de la clase económica dominante y proteger economías monopolistas internacionales. Nunca ha estado a favor de los problemas sociales del pueblo, por el contrario, es cuerpo de exterminio de vidas, valores humanos e instituciones democráticas. Qué hondureña/a ha sido testigo alguna vez en su vida de haber visto al ejército ponerse del lado de los trabajadores en huelga, de pobladores que recuperan un pedazo de tierra para hacer sus casas o sembrar, o de una marcha estudiantil, por el contrario, los hemos visto asesinando hermanos, obedeciendo órdenes de los pudientes de este país: Los Horcones, La Talanquera, Tacamiche, etc., son hechos y no palabras del “heroico” papel que juega en nuestra sociedad. 

Nuestro ejército es clasicista y represivo, DEFIENDE A LOS RICOS Y MATA A LOS POBRES. VIVE DE LOS POBRES Y ENGORDA A LOS RICOS. 

Hoy el poder real de la nación hondureña duerme en brazos de este ejército; se reconoce como un gobierno paralelo al poder civil. El militarismo es una realidad política. 

Este gobierno de facto no entiende de sistemas democráticos (doctrina filosófica, económica, una doctrina de valores políticos, morales y sociales), y se coloca por encima de la unidad y armonía de la voluntad popular pisoteando fuera de tiempo y lugar los sagrados principios de la democracia representativa.

Rebeca Becerra
Tegucigalpa, 29 de julio de 2009

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