Acerca de la Patagonia rebelde

por Osvaldo Bayer

Osvaldo Bayer en la tumba masiva de la estancia San José.

Aquí fueron fusilados el domador Prendo Alba y sus compañeros.

 

Las investigaciones sobre los fusilamientos de la Patagonia llevadas adelante por Osvaldo Bayer, su paso al libro y luego al cine, constituyeron un fenómeno múltiple. En un plano, como revisión de una de las etapas fundamentales de las luchas obreras en la Argentina y como historia de las formas y los agentes de la represión armada.

 

En otro, como intento masivo de denuncia, como forma de utilizar los medios de comunicación —en este caso el cine al servicio de objetivos no comerciales. Estos y otros aspectos del fenómeno hicieron que crisis pidiera al propio Osvaldo Bayer su parecer sobre este hecho, sus concomitancias y sus proyecciones.

 

Estoy sumamente satisfecho. Sobre todo por esto: quedó esclarecido para siempre el hecho más escondido de la historia del proletariado argentino de este siglo. La masacre de obreros rurales patagónicos en 1921 ya no es el tema tabú que se mentaba entre la nebulosa de la leyenda. Ahora ya sabemos qué ocurrió, quiénes fueron los responsables, por qué se hizo, el porqué de la crueldad, del terror impuesto.

 

¿Por qué fue escondido así, durante décadas, con tanto celo? Porque es un tema absolutamente incómodo para todos. Para los dueños de la tierra, para el gobierno radical, para el ejército argentino, para los nacionalistas, y. por fin, para los sindicalistas de Buenos Aires que componían la gran burocracia gremial de aquel tiempo y que dejaron morir la huelga patagónica porque no convenía de ninguna manera a sus planes y fines.

 

¿Y entonces quién Iba a defender a esos pobres locos lanzados en 1921 a una huelga activa nunca vista, con métodos nuevos de lucha, para pedir reivindicaciones que todavía ahora, a más de cincuenta años, no se han logrado? El tema era tan peligroso —y sigue siéndolo— que ninguna organización obrera patagónica ha reivindicado los nombres de quienes por primera vez lanzaron en esas soledades los pliegos de condiciones para hacer más dignas las vidas de las oscuras peonadas ovejeras.

 

Al irse descorriendo el telón sobre la tragedia, comenzaron a quedar desnudos los métodos, las triquiñuelas, las mentiras y los crímenes. Fácil era caer en el panfleto. Ya lo había intentado Borrero en su Patagonia Trágica, en 1928, una publicación cuyo único valor era su denuncia, pero nada más que un escrito interesado, apasionado, enredado, tergiversante.

Cuando en 1968 inicié —por encargo de Félix Luna— la investigación de la masacre de Santa Cruz, las puertas para la investigación estaban cerradas. Cuando en junio de ese año comienzo a publicar un ensayo rudimentario de los acontecimientos, en la revista Todo es Historia, las puertas comienzan a abrirse. Todas las puertas. Este fenómeno se produce porque los protagonistas sobrevivientes de los hechos notaron que detrás de esa investigación no había ningún propósito sucio ni mezquino. No se quería poner una historia en blanco y negro para volver a confundir. Aquí valía solamente la objetividad en el registro de los hechos: si los obreros habían cometido asesinatos. robos, incendios, se iban a registrar rigurosamente: si los obreros habían sido manejados por "agentes encubiertos de la subversión internacional'', se iba a registrar sin tapujos. Pero también si el ejército argentino había cometido asesinatos en masa, sevicia con los prisioneros y derecho a botín de los vencidos, lo íbamos a decir sin pelos en la lengua. Y. por supuesto, investigar, investigar sobre los responsables —los visibles y los invisibles— por más caudillos populares que fuesen o por más pioneros patagónicos que cayeran en la volteada.

 

Ésa era la misión que me propuse. La exposición de los hechos. Luego, los intérpretes de siempre, que sacaran sus conclusiones.

Grupo de suboficiales y soldados del 10 de Caballería, hacen un alto en Puerto Santa Cruz, año 1921.

En la tragedia santacruceña nos encontramos con las siguientes fuerzas y sus contradicciones: las sociedades obreras anarcosindicalistas con dirigentes ingenuos y absolutamente honestos que creían que. para triunfar, solamente bastaba con tener razón en sus exigencias (todos con la euforia de la reciente Revolución Rusa en sus cabezas): los pequeños comerciantes cuyas clientelas eran los obreros, apoyando indirectamente el movimiento huelguístico: las sociedades anónimas dueñas de la tierra, del gran comercio y de las vías de comunicaciones, alertas y con gran disgusto ante el insólito levantamiento: los estancieros que vivían de la tierra, pioneros en su mayor parte, que así como habían sido duros en la conquista de esa tierra iban a ser duros en la defensa de lo logrado con tanto sacrificio: los frigoríficos norteamericanos, Swlft y Armour, que también miraban con desasosiego las repercusiones que el levantamiento rural podía acarrear en la Industria de la carne: los pequeños pobladores con sus magros rebaños, ahorcados por sus obligaciones bancarias y de relación hacia los poderosos, que veían con buenos ojos y protegían el movimiento gremial creyendo que la confusión les iba a traer beneficios. En medio de todo eso. el gobierno populista de Yrigoyen. Y el ejército, avizor.

 

Entre todos estos factores se cocina la cosa. La victima propiciatoria será el huelguista rural. Se lo limpiará con una crueldad nunca vista en este siglo. El diputado radical Leónidas Anastasi lo calificará en plena Cámara joven, un mes después, como lisa y llanamente el "fusilamiento de prisioneros". Y remarcará que lo sucedido en la Patagonia, protagonizado por el ejército argentino, no se encuentra ni siquiera en las denuncias de los libros negros franceses contra las tropas alemanas durante la Primera Guerra mundial.

Toda la trama era muy intrincada. De ahí que necesitó cuatro largos tomos para demostrar la verdad. Todo era extraño, confuso. En un país democrático, con los tres poderes constituidos, que acababa de derogar la pena de muerte, se había aplicado Indiscriminadamente el fusilamiento sobre la base de un bando militar en un territorio en el cual ni siquiera se había establecido estado de sitio o se había proclamado algún estado de excepción.

Después de analizar toda la documentación lograda, de estudiar sobre el terreno, de escuchar decenas de testimonios, se llega a la conclusión de que la campaña del 10 de Caballería Húsares de Pueyrredón configura, desde el punto de vista humanitario, un crimen absurdo. Desde el momento que ocurre se lo ha querido explicar de distintas maneras: la intervención de Chile en el conflicto, los fines subversivos-revolucionarios de los huelguistas. la información tergiversada que los estancieros habrían dado al teniente coronel Varela.

 

Los dos primeros motivos son absolutamente falsos. Lo de Chile es exactamente lo mismo que si los chilenos nos echaran la culpa de las huelgas de 1919 que tuvieron lugar en Punta Arenas y Puerto Natales. Al contrario. Chile mantuvo informada a nuestra Cancillería de los movimientos de los dirigentes anarquistas cuando viajaron a territorio argentino y, mucho tiempo antes, alertó al gobierno de Yrigoyen sobre posibles movimientos obreros que podían afectar a ambos territorios patagónicos. Varela no pudo mostrar ni una carabina del ejército chileno —salvo la capturada a un carabinero desertor— entre las armas secuestradas y tampoco ningún prisionero perteneciente a las fuerzas armadas trasandinas. Lo de Chile fue precisamente un pretexto posterior para disculpar en algo la masacre.

 

Lo de los fines subversivos-revolucionarios o "el primer intento de guerra subversiva", como lo califica el general Anaya y como lo hace entrever el general Sánchez de Bustamante en un reciente artículo periodístico, es un disparate histórico sin ningún respaldo documental, testimonial o interpretativo, que denota un ansia de cubrir de cualquier manera la desnudez de la verdad o una supina ignorancia de la historia sindical patagónica.

 

El otro justificativo: la leyenda negra de la matanza de estancieros, incendio de estancias y violación de mujeres quedó destruida cuando comprobé que absolutamente todo era una burda patraña. No se pueden inventar muertos aunque el lugar quede muy lejos. Y menos si esos muertos son estancieros con nombre y apellido.

El cráneo del español Martense. El capitón Anaya señala en el parte de guerra que Martense fue "muerto al tratar de huir". Aquí se ve claramente el tiro de gracia.

 

 

Destruí también los argumentos del radical Borrero en su Patagonia Trágica cuando trata, sin lograrlo, de convencer al lector que ni el gobierno radical ni el teniente coronel Varela tuvieron responsabilidad de la masacre, echándole todo el fardo a los estancieros. Correa Falcón —el principal incriminado por Borrero como autor de la tragedia— durante nuestras largas conversaciones, me dijo una frase que la considero clave: "En mi calidad de gerente de la Sociedad Rural de Río Gallegos hice todo lo que estaba a mi alcance para vencer a la Sociedad Obrera y movimos todos los Intereses que nos eran afectos. Por supuesto que Yrigoyen tuvo que mandar las tropas ante nuestra insistencia. Pero nosotros jamás hubiéramos pensado en que la represión se hubiese realizado con esa dureza. Los estancieros de ninguna manera son responsables de los fusilamientos. No se puede decir que Varela. para esas extremas medidas, se dejó convencer por los hombres de la Sociedad Rural. Él traía ya instrucciones precisas, no sé si las interpretó mal o bien. Pero era un hombre enérgico y no tenía carácter influenciable. Le digo más: los primeros sorprendidos cuando comenzaron los fusilamientos, fuimos nosotros. Esto que le digo no quiere ser una crítica al ejército al que, en definitiva, debemos que Santa Cruz se pacificara definitivamente."

En mis libros explico exhaustivamente la presión política y económica que soportaba Yrigoyen, y la impresión de que Varela —si bien recibe el bando de la pena de muerte— se extralimita, se "le va la mano” o. desde su punto de vista, aplica el único medio táctico-militar para reprimir una huelga en terreno desconocido y con una desventaja de 10 a 1: el terror. Pero todo esto no salva de la responsabilidad a Yrigoyen y al partido gobernante —más, cuando en el Parlamento, los radicales se opondrán a la comisión investigadora de los fusilamientos de obreros sin dar ningún argumento, haciendo pesar sólo el mayor número de bancas. 

 

La investigación llevó a precisar el lugar de las tumbas masivas. Los testimonios recogidos en cada lugar son irrefutables. En ese sentido hemos preferido las declaraciones de los estancieros, policías, altos empleados, profesionales. Es decir, a los del sector vencedor para que no se pudiera argüir que recurríamos a los vencidos. Particularmente valiosas son las palabras de los soldados intervinientes, todos de la clase 1900.

 

Y esta investigación en los archivos y en los lugares de los hechos se vio coronada por una polémica muy fructífera mantenida con el general Elbio Carlos Anaya —interviniente en la represión con el grado de capitán— en un diario y en una revista de esta capital. Abrumado por las pruebas, debió reconocer el procedimiento de los fusilamientos para poder reprimir el movimiento rural patagónico. Por primera vez, después de 52 años, un jefe militar debió admitir: “los fusilados por mi orden", “se fusiló estrictamente de acuerdo con el Código Militar'*, “en el caso de Bella Vista supe que se ejecutó entre 15 ó 20 sujetos", "...y Varela mandó fusilar a Facón Grande allí mismo".

 

Esta confesión del general Anaya deja muy mal parado a su ex jefe, el teniente coronel Varela que al finalizar su campaña, con su firma, aseguraba en el informe oficial elevado al ministro de Guerra, don Julio Moreno, que Facón Grande había muerto en el combate de Tehuelches, que en Bella Vista cayeron en combate 12 huelguistas, y que no hubo fusilamientos sino que los muertos fueron tales al tratar de huir cuando se hallaban prisioneros.

 

Tenga en cuenta el lector cuán beneficiosa ha sido la polémica basada en la investigación previa: las patrañas han sido destruidas. los autores de la tragedia han caído en el tartamudeo de sus propias contradicciones.

 

Como si algo faltara para el esclarecimiento a nivel masivo de los fusilamientos de obreros rurales patagónicos, Los vengadores de la Patagonia trágica fue llevado al cine. Creo que es la primera vez que se filma un libro antes que se termine su publicación (habían aparecido sólo dos tomos). Nació así esa producción titulada La Patagonia rebelde. En dos años, los dos primeros tomos de mi libro se habían vendido en alrededor de cien mil ejemplares. En dos meses. La Patagonia rebelde fue vista —según las revistas especializadas— por un millón de espectadores en todo el país. Encarar esa producción en momentos tan difíciles es un mérito exclusivo de Héctor Olivera y Femando Ayala. Pese a algunas críticas de los pequeños, de los interesados y de los siempre disconformes, estoy orgulloso de que mi investigación histórica se haya plasmado de esa manera en La Patagonia rebelde. No sólo lo ha dicho la crítica nacional sino también la extranjera. a propósito del premio obtenido en Berlín. Y lo principal: lo ha dicho el público. Ya nadie podrá tapar con el silencio la tragedia obrera de la Patagonia. Ahora la conoce el pueblo.

El teniente coronel Héctor Benigno Varela foto obtenida en 1907 el día de su casamiento.

 

Infantería de Marina en la localidad de Jaramillo. Llegó pocos días después del fusilamiento en ese lugar

del dirigente José Font ("Facón Grande") por orden del teniente coronel Varela. 

Frente de la Sociedad Obrera en Río Gallegos con los asistentes a un acto por los Mártires de Chicago, el 1º de mayo de 1920.

Columna de soldados del 10 de Caballería sale de San Julián para reprimir a los huelguistas, al mando del capitán Anaya.

 

 

 

Habla la madre de un preso en Trelew - testimonio recogido por Eduardo Giaccio


Se publica en estas páginas un testimonio poco habitual: no el de un prisionero político, sino el de la madre de uno que —entre otros penales recaló en el de Trelew en 1972, bajo el gobierno militar del general Lanusse. La situación de los presos políticos no termina en ellos: se prolonga en sus familias, muy dramáticamente en ocasiones. y esto último es lo que pocas veces se ha asentado por escrito. Habla, ahora, esa madre. Ya se han producido los fusilamientos de Trelew.


El 22 de agosto de 1972 —ya en Buenos Aires— nos enteramos por radio que los prisioneros de Trelew habían sido cruelmente masacrados y el pueblo sabe que quedan varios con vida y que se los deja desangrar. Pocos días después de la masacre, el capitán Sosa, uno de los fusiladores de la Base Zar. en persona dirige operativos en Trelew buscando a integrantes de la JP.

 

Cuando la gente de la Comisión de Familiares de los Presos Políticos que vivía en Rawson supo la noticia del fusilamiento. nos describió la reacción de los compañeros que quedaban en el penal. Desde la plaza de Rawson hasta el penal no hay más que 5 cuadras y desde ahí se escuchaban los lamentos, los aullidos, del tremendo dolor que sentían ante tamaña brutalidad ... ¡Y lloran horas ... horas!

 

Lo que ahora era tristeza e impotencia luego sería alegría. En esa misma plaza viví el retorno del General Perón en noviembre de 1972. Y no eran lamentos, precisamente, los que se escuchaban, sino cánticos de todo tipo. Todos los prisioneros, fuesen erpianos, no erpianos. FAR, Montoneros ... Todos ... Cantaron durante una hora la Marcha Peronista sin parar. Era tremendo escuchar ese fragor que venía del penal... Esa alegría, ese recibimiento que le hacían a Perón.

 

Con las lamentaciones y la indignación de todo un pueblo comienza para los que quedan en el penal y. sobre todo, para los que quedan en el Pabellón 5. una represión monstruosa, porque la mayoría de los fugados eran del Pabellón 5. Prácticamente los que siguen en ese pabellón están sentenciados a muerte, ya que los milicos quieren, bajo todos los medios, conocer Información y les dan con todo.

 

Nuestro temor era muy grande. Producida la incomunicación del penal por un lapso de 30 días, es decir, hasta el 16 de setiembre, planeamos hacer guardias entre los abogados y familiares de los prisioneros. a fin de enterarnos qué ocurría con ellos adentro. Ahí nos enteramos que las mujeres de la “gloriosa marina de guerra" concurrían a la peluquería los sábados custodiadas por infantes de marina y en micros especiales. ¡Qué julepe tenían encima! Además, las maestras del lugar nos dijeron que habían tenido problemas con un curso al que asistía el hijo de un marino. Sus mismos compañeritos le dijeron que el padre era un asesino.

 

El pueblo de Trelew comienza sistemáticamente a hacerles la vida imposible. Los milicos enloquecen. Pan no hay. Tampoco carne. Se les niega todo, absolutamente todo. Es el momento en que no se ve un solo uniforme en la ciudad.

 

(...)

 

El 16 de setiembre, día en que terminaría “el mes largo de reclusión y de castigo”, arribo a Trelew. Inmediatamente me dirijo al penal y cuando llego me atiende una persona a quien le digo con tono enérgico: “Vengo a exigir visita porque ya ha vencido el mes de incomunicación para los prisioneros". Me contesta que el director del penal, de apellido Carbailo. no estaba, a lo que le pregunto: "¿A qué hora va a estar?". Me responde que no sabe. Le Insisto: "¿Dónde vive?". Tampoco sabia. Nuestro diálogo era presenciado por otra persona, que Interviene en la conversación: “Señora, vive en tal lado. Yo la acompaño." Era el doctor Solari Yrigoyen. un gran luchador, que estaba defendiendo a muchos prisioneros.

 

Solari Yrigoyen, durante ese mes extenso de castigo, vivió en el Sur. Fue. sistemáticamente, todos los fines de semana al penal con el objeto de romper esa disposición. pero no pudo. Por lo tanto, nuestro interés era el mismo. En eso. llega al penal el segundo comandante, que nos promete una reunión.

 

Otros familiares también llegan al penal y por fin logramos entrar a conversar con las autoridades. Cuatro horas dialogamos con las autoridades del penal. Cuatro horas de lucha, de tire y afloje para que nos concedan esa visita. Al final triunfamos y pasamos la madre de Monti. la madre de Curutchet, la esposa de un abogado tucumano y yo.

 

Cuando entramos a ese locutorio empieza el padecer. Era un pasillo largo y en el medio había una reja, dos metros más lejos, otra reja, y luego otro pasillo. Al costado, sobre una ventanlta, apostado, un gendarme con ametralladora y al lado de éste, muchos gendarmes armados. Nos traen a los prisioneros después de un mes y pico. No los podíamos reconocer, primero por la distancia, por la oscuridad. y segundo porque estaban en un estado deplorable. Venían esposados y tirando de una cadena que sujetaba un gendarme, vistiendo trajes azules de preso y caminando con restos de alpargatas... sin calzoncillos... Y con una mugre bárbara, ya que estuvieron un mes y pico sin lavarse, ni peinarse, ni afeitarse y sin ver la luz ... Parecían topos ... Nos miraban con los ojos semicerrados porque la poca luz que había les molestaba.

 

Para nosotros fue un impacto verlos: demacrados y tiritando del frió que hacía, ya que no tenían ni medias ni pulóveres... Sólo ese raquítico uniforme. Tratamos de sobreponernos, pero fue muy difícil. Ellos con la ansiedad de la noticia de afuera, y nosotros con la ansiedad de saber si había habido heridos o muertos en el penal. Nos preguntaron por Camps, Haidar y Berger, los únicos sobrevivientes de la masacre, también por sus propios compañeros del penal: si habían sido trasladados.

 

A partir de ese día, el régimen les dio siete minutos para ir al baño. Siete minutos por día a cada uno para que lavasen sus ropas, hiciesen sus necesidades y se asearan. El tiempo era más que escaso, casi insignificante porque, por lo general, alguna actividad quedaba postergada.

 

Entonces nosotros hablamos con ellos, reja por medio, cuando apareció un abogado gendarme y me dice como cargándome: "Señora, ya tiene la visita". Ni bien se asomó Curutchet, nos grita: "Ese ... ése... Vayan a los diarios, hagan saber al país entero que ese Infame que viene con una sonrisa falsa dirige personalmente. detrás de las ametralladoras, las golpizas que nos dan aquí adentro." El tipo, cobarde, escapa con la cola entre las patas.

 

Antes de irnos, los prisioneros nos piden que publicitemos que en la Base Zar hay dos aviones Corsarios, uno negro y otro rojo, que a la madrugada sobrevuelan el penal y enfilan hacia el Pabellón 5 en forma amenazadora, como para ametrallar. Además, durante algunas noches suelen escuchar ráfagas de ametralladoras y gritos.

 

Pasada la media hora que nos habían otorgado para ver a los prisioneros, nos retiramos con la promesa de cumplir con todo lo que nos habían pedido. ¡Y así lo hicimos!

 

(...)

 

Después de la masacre, todos los prisioneros que estaban en el Chaco son trasladados a Rawson. Al llegar al penal, los hacen formar doble fila en el patio y, a medida que van entrando, los golpean, quitándoles sus pertenencias. Y llega a tal grado la inhumanidad que un muchacho de Córdoba se desvanece y en ese estado es arrastrado hacia su celda y depositado ahí.

 

En el grupo había varios profesionales. A uno de ellos, los milicos le queman la tesis que había hecho en la cárcel. Patean y rompen las guitarras, destrozan libros, así, en forma vandálica, sin respetar nada. Las cosas de menos valor (para ellos) las queman o las rompen, mientras que lo que era de valor, lo robaban. Yo conozco el caso de una madre a quien pretenden hacerle firmar un papel, donde establecía que se le entregaban 40 pantalones, 8 camisas y 7 chombas que pertenecían a su hijo. Esta compañera se niega a firmar el papel porque ella no había retirado todo eso del penal. Pero, ¿qué pasa? ¡Los milicos robaron todo eso!

 

El régimen de "máxima peligrosidad" tenía sus "finas" peculiaridades: los prisioneros eran encarcelados en buzones de castigo, esto era un hoyo cavado en el piso de la celda donde se los colocaba enchalecados, ¡como si fueran locos! Así permanecían dias enteros con una comida grasienta, poco consistente y fría. Por las noches, recibían visitas de patotas de milicos que les inspeccionaban la celda y si les llegaban a encontrar el jarro de mate con orín, se lo arrojaban en sus ropas limpias.

 

Las celdas son de 1,80 por 2 metros, y en la parte superior, sobre la puerta, había un ventanuco a través del cual sacaban sus jarros para que se los llenasen de agua o mate... Y había que trepar a él. Norberto Mario Franco, prisionero del régimen en Rawson. era manco e igual se subía al ventanuco. Las manos las tenían todas llagadas y callosas... Parecían madera.

 

La solidaridad entre ellos crece a medida que se termina con el aislamiento individual. Crean consignas que son gritadas por todos ahí adentro, en caso de peligro. Por ejemplo, cuando alguien se enfermaba, gritaban: "Médico... Médico". O cuando algún prisionero era sacado de su celda con rumbo desconocido, sonaba bien fuerte un "Abogado ... Abogado". El pedido de auxilio llegaba a nosotros. que hacíamos guardia en la plaza y pronto nos movilizábamos en búsqueda de lo que pedían.

 

Los primeros días nos permiten que entremos un paquete de galletitas, medio kilo de caramelos, seis bolsitas de té y un rollo de papel higiénico. Esto que podíamos entrar era como un manjar para ellos y. además, la oportunidad de conversar con alguien, por cuanto estaban "sepultados". No tenían recreos, no tenían qué leer, no podían escribir por carecer de los elementos para hacerlo. Ante esta situación, los prisioneros deciden ejercitarse en sus propias celdas para no desgastarse físicamente. Comienzan sesiones de gimnasia dirigidas por un compañero, quien describe el ejercicio a realizar y luego lo ordena.

 

También el encierro creaba innumerables problemas psíquicos. Es el caso de un chico que le escribe a la madre y en la carta le dice: "Estoy raro. No sé lo que me pasa. He puesto la cama en medio de la celda y las paredes me aprietan." Aparecían los trastornos mentales, las alucinaciones ... el aniquilamiento psicológico.

 

Era tremendo. No era sólo el encierro, el hambre y la roña, sino que era la constante amenaza de que en cualquier momento. los podían masacrar, y no poderse defender... No tener un arma.

 

Llegar al penal de Rawson era como internarse en una película de guerra. Se hicieron fosas en la tierra para albergar a los soldados. Los oficiales y suboficiales tomaban toda clase de precauciones, sobre todo en lo que respecta a la presentación de papeles en los puestos de control. Uno llegaba al primer puesto de vigilancia y se originaba este diálogo:

 

—¿Dónde va?

 

—Al penal.

 

—¿Qué va a hacer?

 

—Voy a ver a un preso.

 

—¿Qué preso?

 

—Preso político.

 

El encargado del puesto de vigilancia llamaba por un woki-toki a la guardia de prevención, compuesta por personal de Gendarmería. Penitenciaría y Ejército.

 

—Acá hay una mujer que viene a ver a un preso político ...

 

A través del aparatlto se escuchaba una voz que decía: "Aquí no hay presos políticos. ¡Aquí hay asesinos hijos de puta!"

 

¿Qué tenía que hacer una? Arrimarse al woki-toki y gritarle: "¡No. los asesinos hijos de puta son ustedes!". Se lo teníamos que decir, aunque nos costara la visita.

 

Sorteando el obstáculo que significaba el interrogatorio, pasábamos de a uno, mientras que soldados apostados en las inmediaciones nos iban apuntando con sus armas, así llevásemos de la mano a criaturas. Llegábamos a la entrada y. sobre la derecha, estaba el puesto de requisa donde nos tomaban los datos y la hora de arribo. A la izquierda había un salón donde esperábamos pacientemente. Al rato. por un pasillo bastante largo, se acercaba un gendarme con uno de Penitenciaría. traían la lista y las órdenes de los que podían pasar. Daban el visto bueno por el woki-toki y entonces sí. podíamos marchar hacia el hall del penal.

 

Adentro del penal, cada fuerza tenía su propia jurisdicción. Gendarmería tenía un candado con una llave de un lado. Penitenciaría tenía su sector del otro lado ... Así que se tenían que abrir entre ellos. Pasado todo ese enrejado, había un locutorio sobre la derecha, pero, sobre la Izquierda, muchos soldados espiándonos. Les sacábamos la lengua para demostrarles que no les teníamos miedo.

 

La última visita que tuvieron los prisioneros en Rawson fue tremendamente emotiva. Esto ocurrió en julio, días antes del levantamiento y posterior masacre. No sé por complacencia de qué autoridad del penal se permitió que bajaran algunos prisioneros y prisioneras que no tenían visita. Se bajaron guitarras y cada organización cantó su marcha. Presentíamos un adiós, ignorando lo que ocurriría luego.

 

Ese momento so vivió intensamente. Yo me abracé o uno de mis hijos con un ansia terrible. "¿Qué te pasa. mamá?". "Tengo la impresión de que no te veo más", le contestó. Y estaban todos ...

 

Antes del fusilamiento, los chicos ocupaban su tiempo en algo útil, porque si no morían de inacción. Los sábados a la tarde hacían un programa que se llamaba "Un pucho junto al piano". Cada uno desempeñaba un papel determinado, es decir, uno hacia de locutor, otro animaba, otro contaba cuentos y otro cantaba.

 

Ellos vivían y nos hacían vivir.

 

(...)

 

El régimen cometió innumerables actos de inhumanidad. Recuerdo el caso de una compañera que fue al penal de Rawson el día que había un homenaje a la memoria del suboficial Valenzuela, muerto en el tiroteo que se produjo en la sublevación. Los guardias lucían sus mejores ropas y el clima que se vivía en el penal era, aunque cueste creerlo, de fiesta. Después de la ceremonia central, participaron de un asado, oficiales, suboficiales y la máxima cabeza del Servicio Penitenciario.

 

Esta compañera era la portadora de una triste noticia para su hijo que estaba preso. La recibe el segundo comandante Cirone, a quien le pide "cinco minutos para comunicarle a su hijo que su esposa había muerto". Este comandante le responde que lo iba a consultar con el director general de Institutos Penales que estaba presente en la "fiesta-homenaje". Las horas se sucedieron sin prisa y la compañera seguía esperando. Cuando la paciencia llegaba al colmo, apareció un hombre joven, alto y corpulento, quien gritaba: "¿Dónde está esa mujer que quiere hablar conmigo?". Mira a la mujer e insiste: “¿Es usted?". La compañera aclara: "La mujer que tiene que hablar con usted soy yo... fulana de tal. Usted, ¿quién es?".

 

—Soy el doctor Pintos, asesor del director general de Institutos Penales. Le comunico que lo que usted está pidiendo no se le puede conceder.

 

—Escúcheme, sólo le pido cinco minutos para decirle a mi hijo que su esposa ha muerto.

 

—No.

 

—Pero, ¿cómo tengo que decírselo, a través de las rejas?

 

—Ése es problema suyo. Gríteselo.

 

Presa de un ataque de nervios, se debate entre lágrimas y gritos. Al final, Cirone. viendo su estado, le concedió los cinco minutos que pedía. El hijo llega al locutorio esposado y acompañado por cinco guardias armados y de esa forma conoce la terrible noticia. Frunció el ceño y antes de ser arrastrado hasta su celda, le dice a su madre: "No hay que flaquear... Ella ha sido una víctima más del régimen ...".

 

Cirone, presente en el lugar, le reprocha a la mujer: "Ve. ahí tiene. Les falta humanidad." A lo que la compañera le responde: "Usted se equivoca, hay mucha humanidad ... Mucho valor."

 

Llega otro padre desde La Pampa con la necesidad de ver a su hijo y comunicarle que su hermana había muerto. No le dan permiso para verlo a través de la reja...

 

Ni siquiera eso, porque no tiene un papel firmado por el cuerpo de Ejército, por Lanusse y por la camarilla.

 

(...)

 

Yo no fui al penal (de Villa Devoto) el día 25 en que los liberarían a todos. Todo el mundo se extrañó mucho porque me conocían bien y se asombraron que yo no estuviese presente. Honestamente, creí no poder resistir ese momento, pero lo viví a través de la televisión y do una radio ... Todo. Además, ese 25 de mayo lo viví sola, con unas ansias tan grandes que picaba y picaba papel de diario, y a medida que pasaban las columnas de gente cantando "La Marcha Peronista", por abajo de mi casa, yo tiraba ese papel picado. No me animé a ir al penal. No creí soportar ese broche de oro.

 

A las doce de la noche me acostó por acostarme. Bueno, a la una siento ruidos y se aparece uno de ellos... La emoción es tremenda. Enseguida, a darle de comer, cedo mi cama y me voy a otra provisoria.

 

A las dos. otra vez ruidos y aparece otro. Nuevamente le preparo algo de comer, le cedo la cama provisoria y me voy a un sillón. A las cuatro, otro... Entonces, junto dos sillones para acostarme ... Pero no era acostarme. Me pasé de cama en cama, mirándolos, porque no podía creer que estuviesen allí.

 

En ese momento tuve el coraje de contemplarlos, el mismo quizá que no tuve cuando los liberaron, porque no creí tener fuerzas. Pero lo festejé a mi forma, el triunfo del pueblo y la liberación de sus combatientes.

ver, además:

Crónicas del juicio por la masacre de Trelew

 

Crónicas del juicio por la masacre de Trelew - Introducción, por Julio Saquero Lois (Uruguay)

 

Crónicas del juicio por la masacre de Trelew - 1ª Parte - El Tiempo de los abrazos, por Julio Saquero Lois (Uruguay)

 

Crónicas del juicio por la masacre de Trelew - 2ª Parte - La Audiencia inaugural, por Julio Saquero Lois (Uruguay)

 

Crónicas del juicio por la masacre de Trelew - 3ª Parte - ¡El pueblo de Trelew ya ha juzgado!, por Julio Saquero Lois (Uruguay)

La Patagonia rebelde - (1973) - Trailer

8 ago. 2011

Director: Héctor Olivera; Guion: Osvaldo Bayer, Fernando Ayala, Héctor Olivera. En esta película se retrata la confrontación de dos clases sociales: La dominante (los terratenientes (tanto locales como foráneos) y autoridades locales) y el proletariado: el sector obrero sindicalizado de tendencia anarcosocialista, liderados por Antonio Soto (Luis Brandoni), o explotadores-explotados, si esta mejor asi. Como contexto la Patagonia, propiamente dicho la provincia de Santa Cruz, alli por 1920, durante la presidencia del Dr. H. Yrigoyen. En este panorama nada alentador, en el que son paralizadas las exportaciones y las huelgas derivan en escaramuzas y saqueos, o excesos entre ambos bandos. El presidente resuelve enviar al Teniente Coronel Héctor Varela (Zabala en el film, encarnado por Héctor Alterio) para cambiar las tornas a la situación. Es un film histórico y testimonial, basado en el libro de Osvaldo Bayer titulado: Los vengadores de la Patagonia trágica. Notable pelicula cuya problemática planteada o visionado resulta ser, digamos, atemporal.

 

por Osvaldo Bayer
Publicado, originalmente, en "Crisis" Año II Nº 17 setiembre 1974 - República Argentina

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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