Homenaje a Isidoro Blaisten

Voces en la biblioteca

por Vicente Battista

Hace ya ocho años que Isidoro Blaisten no está con nosotros. “Morir es una costumbre que sabe tener la gente”, supo decir Borges. Con gente como Blaisten, resulta una mala costumbre. Aquellos que lo conocimos, que tuvimos la fortuna de compartir su amistad, aún recordamos su agudo sentido del humor, la inteligencia de sus frases, el modo Blaisten de andar por la vida. Pero los recuerdos, bien se sabe, son un modo de la nostalgia: evocan lo que fue y ya no será, remiten a un tiempo ido, fatalmente condicionado por quien lo recuerda.

Los artistas gozan de un beneficio: frente a ese recuerdo confuso, contraponen lo categórico de su obra. Ahí están, en un constante presente, los poemas, los cuentos y la novela de Isidoro Blaisten. Libros como Sucedió en la lluvia, La felicidad, Dublín al sur, Cerrado por melancolía, Carroza y Reina, Voces en la noche permanecen con esa fuerza y esa calidad que sólo se encuentran en los grandes textos.

Como un buen porteño que se precie, Isidoro Blaisten nació en el interior del país. Más de una vez le oímos contar cómo había llegado de Entre Ríos. Vino junto a su madre, sus cinco hermanas y sus dos hermanos. El padre hacía poco había muerto y la familia se disponía a probar fortuna en Buenos Aires. De Concordia, más allá de los asados, las empanadas y las tortas fritas, perduraba el recuerdo de la lluvia. “Una tarde de lluvia reparé en que todas las cosas importantes de mi vida me habían sucedido en la lluvia”, señaló en una de sus “Anticonterencias. No es casual, entonces, que su primer libro se llamara Sucedió en la lluvia. Tampoco es casual que haya sido un libro de poemas. Así lo conocimos, como poeta. Y aunque jamás dejó de serlo, ése fue el único poemario que publicó. Sin embargo, aquellos versos iniciales darían la exacta medida de su escritura.

Una tarde decidió que iba a ser cuentista. Dijo: “No sé si el cuento es una manera de vivir como la poesía, pero sé que escribir cuentos es una manera de mirar”. Su mida fue infalible, observador tenaz de todo lo que lo rodeaba, colocó sobre el tapete gestos y palabras que desde siempre estaban allí, como esperando que él los atrapara. Los atrapó y les dio entidad narrativa. Puso en movimiento una serie de personajes inolvidables que, según se mire, parecían copiados de él mismo. Porque él, en sí mismo, fue un personaje inolvidable. Ocupó un sillón en la Academia Argentina de Letras con la misma naturalidad con que, años antes, cámara en ristre, se ganó la vida sacando fotos en bodas y en bautismos. Entre uno y otro acontecimiento obtuvo numerosos premios, fue traducido a diferentes idiomas y fue dueño de una librería en una galería de San Juan y Boedo. Era incapaz de venderles libros a sus amigos, se los prestaba o regalaba. Claro que, de la misma manera, fue incapaz de saldarlas deudas con sus acreedores. Tuvo que vender la librería, pero no vendió un viejo adoquín de Boedo que se había guardado cuando asfaltaron la calle. De aquellos años tiene que ser su entrañable “Balada del boludo”: “Por mirar el otoño / perdía el tren del verano./ Usaba el corazón en la corbata. / Se subía a una nube / cuando todos bajaban”. Una vez más con esos versos supo darle un nuevo significado a las cosas, poner del revés a la palabra.

Iba a contramano de las modas y de las tendencias, el único mercado que conocía era el Municipal, a pocas cuadras de su casa. Pero fue capaz de cimentar una escritura que con lenguaje propio y un humor voraz retrataba las alegrías y las angustias del hombre de la ciudad, de esas criaturas que vemos a diario y a las que pocas veces les damos importancia. Decía que “el humor es una aristocracia del alma”. En Cerrado por melancolía señaló: “Creo que si pudiera escribir cinco cuentos perfectos mi vida estaría justificada”.

Escribió más de cinco cuentos perfectos en los que albergó a personajes imborrables. Ahí están el tío Facundo, el hombre oblicuo o la bella Adela para dar fe de ello. El lunes 28 de mayo en la Biblioteca Nacional, Horacio González, Orlando Barone y yo hablamos de esos cuentos y de su creador. Creo que las cosas salieron como a él le hubiera gustado; antes que la nostalgia primó la aristocracia del alma: hubo tiempo para emocionarse y tiempo para reír.

A fínales del 1500 Bartolomé Leonardo de Argensola, poeta y cronista de Aragón, se lamentaba “Porque ese cielo azul que todos vemos/ni es cielo ni es azul ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza! Cinco siglos más tarde, Isidoro Blaisten, poeta, narrador y cronista de Buenos Aires, lograba una respuesta posible para esa queja: “Vale más una bella mentira -escribió- que una verdad aburrida”. Y en base a esa poética cimentó toda su obra.

 

por Vicente Battista

 

Publicado, originalmente, en Suplemento Literario Telam - Reporte Nacional Año I Numero 27 / Jueves 7 de junio de 2012
El primer lanzamiento de SLT, el Suplemento Literario Télam fue el 21 de noviembre de 2011 en versión digital, y desde el 8 de diciembre, en papel, cada jueves, junto al Reporte Nacional, el periódico de la Agencia de Noticias, por decisión del por entonces presidente de Télam, Carlos Martín García.

Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/slt-n-27/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

 

Ver, además:

                     Isidoro Blaisten en Letras Uruguay

 

                                                     Vicente Battista en Letras Uruguay

 

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