Amigos protectores de Letras-Uruguay

No pudo ser
Víctor Manuel Barceló R.

Su mirada parecía de hielo. Escudriñaba el espacio a su encargo, con meticulosidad, listo a la reacción inmediata, practicada una y mil veces. En un silencio de selva –afinado por los rumores del agua corriendo y de los animales nocturnos, fisgoneando el entorno -actitud que recuerda, se aprecia hasta el amanecer- se sumió en sus cavilaciones, juveniles pero a la vez recias y contundentes. Le atrajo el aullido del coyote, que tantas veces imitara para comunicarse en la oscuridad, con sus camaradas. El era excelente imitador, pero sabía que jamás llegaría a la perfección del animal, a quien en ese momento escuchaba atento. En otras circunstancias habría contestado con otro aullido, más lastimero, como aquel con el que había hecho dudar a varios coyotes, en una incursión previa por la montaña, en que les recibió un coro de aullidos. pero no era el caso. La noche estaba cerrada, sin luna ni estrellas. Densos nubarrones cubrían el firmamento. De vez en vez un relámpago alborotaba los nidos entre los árboles, sumidos en el descanso. Era una de esas negras cuevas que se crean en las montañas de bosques altos, con el arribo de la luna nueva. A pesar de ello, logró apreciar el “fósforo” en los ojos del animal, que le miró fijamente, por segundos, para desaparecer, como siempre, sin dejar rastro. -“¿Así se verá con los lentes infrarrojos, de que nos habla el instructor, esos que se aplican a las tele miras, para vernos y matarnos en las noches cerradas…como esta?” se preguntó, curioso y con apenas un leve movimiento de ojos. El “maestro” le había ampliado la información: con apoyo del imperio, hay satélites en el espacio que están monitoreando selvas y valles, en poder del ELN. También se utilizan globos espías y aviones no tripulados, que fotografían con infrarrojos y detectan acumulaciones de calor, luz o humo, que se usan para guiar helicópteros y aviones, hacia núcleos guerrilleros, que por su bajo poder de fuego son fácilmente destruidos. Así han caído muchos camaradas, sin ver a sus atacantes. Algo distinto ocurre en los poblados cercanos a los cuarteles principales. Estos se mueven continuamente, pero poseen vigilancia y apoyo antiaéreo, desde posiciones estratégicas –difícilmente detectables- que hacen pensar a la fuerza aérea, cuando pretende incursionar en zonas bajo estricto control del FLN.  

 

-“Desaparecer sin rastro”, repitió mentalmente. Esa era una obsesión conocida en su medio. La mejor fórmula de sobre vivencia a que se podía aspirar. Inalcanzable pero eterna perseguida, hasta lograr: pisar sin ruido, incluso en la hojarasca; respirar sin susurro -aun durmiendo-  caer -con 30 Kg. de carga encima- desde alturas hasta de dos metros, en punta de pies y con la suavidad de un gato, necesaria para no “despertar a un león dormido”. Saber escabullirse entre el sotobosque, de árbol en árbol, con el rostro y los brazos embetunados. Resistir la plaga de mosquitos que materialmente se “meten en boca y ojos” sin hacer movimientos innecesarios. Todo ello constituía una fórmula vital para cumplir, con éxito, misiones delicadas.

 

Mucho esfuerzo y dedicación a tareas encomendadas por sus jefes, le fueron dando esa capacidad de “animal de ataque”, que tanto le celebran  sus camaradas. Muchos comentan que cuando salen con él, a cualquier tarea, se sienten seguros. Otea los vientos y alcanza a percibir peligro a distancias increíbles. Múltiples veces lo constató y, tal vez, eso les salvo la vida, “n número de ocasiones”, como gusta cuantificar “el maestro”. Él es su mejor y más cercano amigo. Juntos conversan de mil tópicos en los ratos muertos, cuando la acción les da un respiro y pueden sentarse a hacerlo. Tal vez comiendo alguna golosina capturada momentos antes, o fumando un cigarrillo, o colilla de alguno que no alcanzaron a consumir, en un momento de apuro. Fumar hace al maestro toser, pero consume tabaco, para “concordar” con Genaro, que es el nombre de combate de quien nos acompaña. Hoy el maestro no está con ellos, tiene nuevos reclutas que adoctrinar en las razones históricas del movimiento armado y preparar para la sobrevivencia y el combate. -“Con él leemos y discutimos libros recién escritos como aquellos que son sustento del  movimiento” se dice para si mismo Genaro. –“Por el conocimos: el “Diario del Che”, discursos y poemas de José Martí, Farheinheit 481 de Ray Bradbury, así como pasajes de las vidas de Bolívar, Morelos, Zapata y Villa”. –“Muchos de esos libros son polémicos para el pensamiento del maestro, que nos lleva a discutirlos, en largas y minuciosas reuniones, que se inician antes de que amanezca el sol”. “-¡Cuánto he aprendido allí de la historia de América!”.

 

Llevan meses metidos en la selva, gozando sus frutos e impresionantes imágenes de flora y fauna. Pero sus movimientos por distintos lugares, lo mismo les mantiene hambrientos y sedientos, o batidos en lodazales cuando las lluvias penetran profundamente los pantanos y el barro les cubre los tobillos; que bien alimentados por pueblos y comunidades que les apoyan y cuyo asiento poblacional es “territorio libre”. Una buena parte de esa región es controlada por sus fuerzas. En algún tiempo fueron gobierno constituido y con representantes hacia otros pueblos y gobiernos de la región. Esto ocurrió en una amplia y formidable porción de la sierra boscosa y selvática, hasta coincidir con países vecinos, como les narran orgullosos sus “instructores”. Todo parecía que allí habían triunfado, con  la movilización más grande de campesinos, que se tenga memoria, y crearían una patria para siempre, como la habían visualizado sus jefes y planeado sus asesores, pero no ocurrió. Un poderoso imperio fue a destruir su esfuerzo, masacró a sus gentes, baño con NAPALM sus tierras y aún ahora –décadas después- no hay semilla que fructifique por allí. Muchos, tras la destrucción de su nuevo hogar, se reintegraron a pueblos y comunidades de que eran oriundos, decepcionados de lo ocurrido. Algunos fueron apresados en su viaje de retorno al hogar familiar y no pocos ajusticiados. Otros, los menos, “agarraron monte” y junto con los grupos regulares de la guerrilla, que se mantuvieron organizados y en plan de combate, conformaron el núcleo de sustento de la nueva lucha. Nueva por que volvió a constituirse, de casi cero, hasta integrar una formidable fuerza de combate, segura de si misma, con las convicciones bien plantadas. Esa fuerza de combate y organización social, es alimentada con todos aquellos que han delinquido por defender su honor, sus pertenencias –así sean exiguas- o estaban en prisiones, por nimiedades, acusados de narco-terroristas, pretexto para encerrarles por largos períodos –“antes la razón de las detenciones era el comunismo, nos dicen los asesores”- cubriendo de esa manera la impunidad en que se manejan, en la campiña cobijada por el ejército, los terratenientes poderosos y sus grupos de políticos. -“La moral revolucionaria y la seguridad en el triunfo de su causa, no disminuyen”, pensaba Genaro, mientras cambiaba de hombro la carabina, que ya le pesaba en el derecho. Para él, los camaradas –hombres y mujeres humildes que, cargados de hijos viven en pueblos del valle y de la montaña- son tan importantes para la lucha, como los combatientes. Ellos también tienen que pasar muchas penurias, tanto para sembrar las hortalizas, frutas y verduras, así como criar pollos, cerdos, borregos o sembrar peces en los estanques, sin que sean detectados por las fuerzas regulares del ejército; que servir de guías en las correrías de los guerrilleros en su afán de ampliar su zona de influencia. También hacen las veces de “orejitas” para que los combatientes, que se muevan en pequeños núcleos, puedan “desaparecer” con los alimentos recogidos en la comunidad, o suspender la tarea social que estén desarrollando –construyen escuelas, centros de salud, canales para riego y otras actividades que redundan en mejores condiciones de vida para las comunidades- y subir por los vericuetos de la sierra, sin mayores contratiempos. A las fiestas de los pueblos, acuden comandantes de la guerrilla, a departir, bailar y reír con la gente. –“Si bien hay una gran camaradería entre las y los jóvenes de las comunidades, con los que bajan de las zonas altas, siempre hay una sensación de admiración hacia los combatientes”, recordaba con orgullo, cuando la carga del fusil al hombro se hacía insoportable.

 

Genaro se unió a ellos, cuando tomaron su pueblo y le rescataron de la prisión, junto a muchos otros, refundidos allí, acusados de diversos delitos, pero nunca llevados a juicio. El había sido confinado, por pelear a puño limpio, en la Escuela Superior de Artes y Oficios –de la que era un adelantado alumno de segundo grado- contra un grupo de jóvenes, venidos de no sabe donde que, armados, irrumpieron en su clase, e intentaron sacar, por la fuerza, a dos compañeras, gritándoles obscenidades sin fin. Una de ellas era amiga muy querida. El les interpeló, buscando una respuesta a las razones del “secuestro” de las jovencitas. -Porque se las llevan –dijo con toda la voz- y con otros alumnos se atrevió a interponerse en la puerta, para impedir la salida del grupo que arrastraba a las chicas. Estos, envalentonados y tal vez bajo efecto de drogas, bajaron sus armas y estuvieron dispuestos a darles una lección a los “machitos” que se ponían enfrente. Cuando la pelea se generalizó y los estudiantes llevaban la peor parte, llegaron dos vehículos policíacos de la comunidad, dispuestos a cargar con los rijosos. Un compañero y Genaro, emprendieron la huida, conocedores de “como se las gastan los representantes de la autoridad”. Pero dos guardias les cortaron el paso, saliendo por delante, apresándoles, no sin antes propinarles sendos toletazos en diversos sitios de sus cuerpos, hasta dejarles vencidos y por los suelos. El comando armado huyó, encañonando a la policía y jurando venganza contra los jóvenes que, finalmente, habían logrado evitar “el levantón” de las llorosas chicas. Éstas abogaron por los detenidos: -Ellos no son los culpables, solo impidieron que nos lastimaran –decían entre sollozos- -Libérenlos, no sean infames –se atrevió a decir una de ellas. Fue en vano, en vilo fueron subidos a las bateas de las pick-ups policíacas, varios jóvenes estudiantes –entre ellos Genaro y su amigo- tras ser maniatados de pies y manos. Los vehículos policíacos tomaron rumbo, por el único camino que llegaba al pueblo, hasta depositar su carga en la prisión del lugar. Más de diez jóvenes fueron registrados como delincuentes y vejados como terroristas, para que se cumpliera la consigna de que la policía no puede equivocarse.

 

-“¿Qué será de esas chavas, sobre todo de la Rosa, tan bella y amable que era?”, piensa Genaro en su guardia nocturna, continuando con la remembranza de su proceso y razón de estar allí, en la selva. Su empeño y capacidades innatas le habían llevado a obtener el grado de comandante de grupo. Ese era el premio logrado por sus méritos y trabajos para el ejército rebelde. –“¿Habrán cumplido su amenaza los paramilitares que fueron por ellas esa mañana, o ya es “territorio libre”?”, seguía elucubrando Genaro, acerca de las hazañas y peligros latentes, producto del enfrentamiento fortuito, que se tornó inolvidable, porque signó su futuro y le incorporó, sin buscarlo, a la lucha armada que desplegaban, desde hacía varias décadas, grupos rebeldes, integrados en el Ejército de Liberación Nacional. Recuerda, de las clases de adoctrinamiento que les da el grupo de instructores, que los “paramilitares” son grupos mercenarios, generalmente salidos del ejército regular, que lo mismo hacen tareas propias de secuestro, que sirven a intereses de particulares, incluida la delincuencia organizada, de la que muchas veces forman la parte armada, mediante pagos cuantiosos. También realizan actos de sabotaje y secuestros de funcionarios, cuando ven amenazada su integridad como grupo, por la cercanía de fuerzas regulares del ejército. Su violencia les hace ser temidos en los pueblos, adonde “bajan” a refocilarse en los burdeles, aturdir su condición de parias armados y, muchas veces recorrer los poblados, divirtiéndose con molestar a las chicas del lugar, creándose momentos de gran tensión, como el vivido en la Escuela en que estudiaba Genaro. En ocasiones tales incursiones culminan con matanzas de jóvenes que se atreven a defender a sus novias, amigas o esposas, las que generalmente, sufren de infamias y violaciones multitudinarias.

 

Junto al adoctrinamiento para reconocer a los diversos grupos que se mueven por valles y montañas, en guerra, el “maestro” se sienta con ellos, en algún lugar apartado y bien custodiado, de poblados cuya gente les apoya y acepta su conducción política. Allí se reúne con grupos selectos de guerrilleros, para hablarles de la historia. Así conocen y sienten a su lado: a Simón Bolívar, el Libertador; a José María Morelos, el estratega, creador, desde la mayor humildad de “Siervo de la Nación”, de la primera Constitución Mexicana; al Che, compañero de todos los caminos, conocedor de las razones de ser de la lucha que ellos sostienen. A su lado los consideran siempre. En ocasiones difíciles, Genaro espera la luz de aquellas figuras señeras, que habrán de mostrarle la ruta de la liberación, o al menos el escape de situaciones, tal vez similares a las que aquellos vivieron en su momento.

 

La noche avanzaba sin mayores sobresaltos. Su oído educado solo percibía el canto de los grillos, los sonidos guturales de las ranas –“tal vez lloverá” -se dijo- desperezando las piernas, tanto tiempo rectas.  –“Pronto vendrá mi relevo, quiero dormir un poco, mañana nos espera una larga caminata al otro campamento” –se decía- cuando un ruido lejano le atrajo. -“?Qué es aquello?” se preguntó, agudizando los sentidos. El ruido se apreciaba por momentos y otros se silenciaba. -“¿Un tractor, o un “todo terreno”?”. Difícil discernirlo, por la lejanía del poblado más cercano, que distaba varios kilómetros. Sus sentidos se sosegaron al recordar que estaban en “territorio amigo”. Sus compañeros de partida, no más de una treintena de exploradores, aprovechando la negrura nocturna, estaban llevando a un “negociador” para hablar de la liberación de rehenes, caídos en manos guerrilleras por diferentes razones y formas. Había que sentarlo a conversar con algunos altos jefes del ejército rebelde. Se hablaba de él  como “El diplomático”, quien había realizado esta noble tarea en diversas oportunidades. Su movilización era de lo más secreta. Ni siquiera el grueso de los compañeros que lo resguardaban, sabían de su importancia y compromiso. Con tan preciado “paquete”, recogido en un pueblo del valle, habían recorrido durante varios días, en camionetas hasta las faldas de la montaña, a caballo en las laderas con caminos de herradura y finalmente, en mulas –las queridas mulas que resisten todo, hasta no comer, sin alterarse-. Los fuertes animales de carga fueron entregados a grupos de apoyo, antes de internarse en el bosque, e iniciar la marcha a pié. Estas caminatas, por bosques o selvas, siempre eran encabezadas en la fila, por un explorador, conocedor de ese tipo de sitios. Durante esta parte de la travesía, había que ir machete en mano, ante la presencia no extraña de animales de ponzoña, como víboras de cascabel y otras alimañas.  

 

-“Que lindo sería que todo esto acabara y volviéramos al terruño, a continuar nuestras vidas, pero sin la presión de paramilitares y con un ejército popular, salido de nuestras filas”, pensaba. Hasta ese momento, dada su disposición para movilizarse, no había entrado en combate directo. No había herido ni le habían lesionado. Cayendo con destreza en poblados de importancia, cooperó a “levantar” gente que había lastimado a camaradas, encargadas de acopiar alimentos. Algunos de ellos serían liberados si las negociaciones prosperaran. Había visto, sí, a muchos compañeros cuando eran trasladados en improvisadas camillas de varas, acompañados de intermitentes gemidos, que le llegaban muy hondo. En algunos sitios había pasado por camposantos improvisados, en que descansaban muchos de los caídos en enfrentamientos. -“Esto debe terminar”, se repetía, cada vez que ocurría o veía  algo parecido. Pero la lucha, por lo contrario, parecía interminable. Cada vez era mayor el acoso del ejército regular; sobre todo por la acción de “infiltrados”, que mucho daño hacían, cuando lograban su objetivo de informadores de posiciones y situación de fuerza, de los núcleos guerrilleros -aparentemente errantes- siempre en misiones perfectamente planeadas. Muchos camaradas caían en emboscadas, preparadas en base a la tarea realizada por esos “informadores”, quienes a veces no lograban apartarse del grupo a tiempo y eran  masacrados, conjuntamente con mujeres y hombres de la guerrilla. Cuando eran hechos prisioneros, era muy doloroso ver como, el compañero que había pasado mil penurias con el  resto del grupo, que era un gran camarada en las buenas y en las malas, compañero ducho en salvar a otros, en las resbaladizas laderas, que les enlodaban por diversas caídas, que había peleado al lado de muchos, se identificaba  y era separado inmediatamente, para evitarle el maltrato. Así se “ahorraba” las vejaciones de que eran objeto los demás, por soldados tan jóvenes o más que ellos, a quienes se les adoctrinaba en nuestra contra, como si fuéramos geniecillos del mal. 

 

De repente el campamento adquirió luminosidad impresionante. De la oscuridad total, amanecía desesperada la mañana, cubierta de bramidos y explosiones. Del cielo, erizado de helicópteros y aviones de combate, caían misiles y granadas de fragmentación, que destrozaban casas de campaña, con su carga humana incluida; mutilaban enormes árboles, formando cráteres en la tierra en que explotaban, por doquier. Los gemidos de los heridos se escuchaban, a pesar de todo. La experiencia del guerrillero quedó petrificada. -“Nunca he vivido algo igual” se decía, azorado ante las imágenes destructivas que le rodeaban. Una esquirla enorme se le clavó en el costado izquierdo, inmovilizándole. Ni un sollozo salió por sus labios. Sombras con armas embrazadas, avanzaban por todo el campamento, terminando la misión de muerte que les había traído desde el espacio. Las miras con rayos infrarrojos, permitían precisar los blancos. La alta tecnología les guió, exactamente, al sitio en que se encontraba el “negociador”. La misión se cumplía con su muerte. -Aquí hay uno vivo, sargento. Casi grito el joven soldado bisoño. –Remátelo, fue la expresión tajante que recibió en respuesta. -“No pudo ser” pensó Genaro, mientras recibía la metralla final en su cuerpo destrozado.                                  

Víctor Manuel Barceló R.

De "Cuentos del Sótano"

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