Kabanga, o el texto y el cuerpo (Poemario de Adriano Corrales, Arboleda, San José, 2008) Víctor Baca* |
¡Oh, poesía, santa poesía, Enrique González Martínez Dice el poeta Adriano Corrales que el poeta, a su modo, es un antropólogo forense. Más bien pensaría, sin temor, en el poeta como una especie de arqueólogo y antropólogo preocupado como una especie de Freud (vid. El malestar en la cultura) por nuestra construcción cultural y humana a lo largo del tiempo, de nuestro propio tiempo y circunstancia. Lo afirmo a partir de su libro de poemas Kabanga (2008), misterioso, por cierto, nada más cierto, como señala en su primera parte, y bello y, por tanto, peligroso. En Kabanga (2008), su nuevo poemario, que es él mismo, con sus tribulaciones, su melancolía, es decir, ese mal enconado en las profundidades de su propia alma y que lo obliga a decir: ¡Adriano Corrales, aquél soy vos! De manera dolorosa, es su connotación flaubertiana de la creación, se mueve entre una poesía de tatuajes. De tatuajes porque sus versos se refieren sobre todo en la segunda parte al cuerpo, al cuerpo de la mujer y de otra cosa: al cuerpo que se ausenta y permanece, que se puede inscribir sobre de él: tatuaje anímico. El tatuaje en el cuerpo es una forma de manifestar una geografía, una señal que dirigirá hacia los barrios, las calles, los paisajes, las imágenes, las metáforas, hacia sus versos: la playa se recoge en tu pecho, oleaje donde anoto mis fatigados poemas. Pero sobre todo a la poesía. En Kabanga y para Adriano Corrales, el cuerpo es un mensaje desalojado, reconoce que el vaciamiento de imágenes solo se puede depositar sobre de él, porque, finalmente, el verso no es sino el desgajamiento de las imágenes de los cuerpos y sus señales. Es una experiencia cargada de dolor y tristeza por donde el poeta se mueve. Todo lo que represente esta vertiente de la poesía caminará sin prisa cobre su poemario: ya no hay verso sino tu cuerpo abierto sobre esta página. Es decir, la página ya no está en blanco y cargada de silencio, es un señal abierta de los cuerpos sobre de ella. El poeta aún percibe perfumes de los cuerpos. El cuerpo le permite replantear el origen mismo de sus versos, le posibilita una metáfora sobre la geografía no solo de su tierra sino de su alma e inclusive se sus gustos poéticos. Lo interesante en la estructura de Kabanga es que el amor y el cuerpo femenino se convierten en una serie de signos abiertos al discurso poético que no soslaya cierto contenido sociocultural: y nos desayunamos en silencio/ y aborrecemos las noticias. Que, además, le permite al poeta, a lo largo del poemario, establecer algunos criterios de la vida literaria en la que se mueve, desde los poetas que piden perdón hasta las baladas de los rimadores laureados, que no alcanzaron a decir lo que querían. Asimismo, desfilan por Kabanga, las imitaciones, las réplicas, las citas, que enseguida evocan algunos de los gustos y ejercicios del poeta por sus poetas; ejercicios que ya vienen desde antes. La antología sobre poesía costarricense que el mismo poeta compiló (Sostener la palabra, 2007), contiene una muestra de la admiración por el poeta argentino, Juan Gelman, no solo en su estructura sino en el procedimiento de emular a los poetas elegidos. “Carta a la esposa”, se llama su poema y, ahora hace lo propio con Propercio, Cardenal, Carlos Martínez Rivas, entre otros.
Estos procedimientos, al igual que las citas al descubierto, abren una posible lectura intertextual, que nos permite pensar en un recurso típico de la poesía moderna: te quisiera decir como decía/ el bardo de la lira y el acero, señala el poeta modernista mexicano. El cuerpo o texto de otro persiste, pervive y alienta a otro cuerpo o texto. Dice el poeta Corrales: tu río es mi río en el nacimiento de tus remos. Y en otro poema, agrega: Pátina de la voz donde me pierdo y me reencuentro en otro tu cuerpo, el de siempre, al cultivar ficciones amanecidas en otro espejo . Es decir, no solo la hace, sino que lo devela entre los misterios de su texto. Es ese tatuaje que no es sino un signo o señal que se sobre pone sobre el mismo cuerpo, al tiempo que lo distingue y lo identifica, aun y cuando, los cuerpos entre sí son diferentes.
Corrales afirma en un poema que no tiene desperdicio: … como los poetas no poseen vida propia, lo ajeno les es permitido; pero únicamente en el ensueño y la voluptuosidad de la lengua.
II A partir de la Antología Sostener la palabra, descubrimos que la poesía costarricense, cuenta con una nómina seria y pujante que esta pensando en una poesía moderna, y Adriano Corrales (nacido en San Carlos, 1958), quien además es narrador y ensayista, parece estar al centro de este impulso.
Kabanga emerge de esta postura crítica y creativa que el autor, desde su primera obra, ha tomado como eje. Así el creador juega con este poema sobre la tristeza del mundo sumergido entre las imágenes y geografías de la mujer como referente corporal de la ausencia y la presencia, porque es anterior a la vida y a la mujer, pero también es ajena; del olvido y el recuerdo, es decir, la memoria que se establece a través de la visión de un poeta que mira su historia y la historia y las entrecruza con su voz/ o mejor dicho, sus voces/ porque lo que citamos, lo hacemos nuestro.
Señala Robert Diyanni, al referirse al Eliot y la poesía moderna, que si bien era cierto que la dificultad de comprensión, el uso de técnicas innovadoras, como el uso de voces y lenguas, y la preocupación temática caracterizó a buena parte de la poesía moderna, también son, a un tiempo, sus virtudes. En la composición de Corrales, la combinación de estos elementos la caracterizan como plenamente moderna, sin embargo, debemos confesar que existe alguna levedad, en cuanto a la dramatización, que, como en todo poema de largo aliento y fragmentario, dejan algún cabo suelto, pues en ocasiones el lector, solo puede ver lo que está y la disposición sugerida y esto también se percibe en Kabanga. Pienso en algunos fragmentos de la tercera parte del poema, en específico la 4, 13 y 26, que –oscuramente– ese refieren a una parábola de receta de cocina, la presentación de un libro y a un juego de palabras sobre el morder, y la pregunta surge, ¿qué aportan al desarrollo del poema?, tal vez, el poeta lo sepa, pero Kabanga no gana nada y sin ellos, no pierde, pues el equilibrio es fundamental, como en su momento el poeta Jorge Cuesta lo refirió, ante la obra de un poeta decimonónico. Kabanga crece así en medio de cierta angustia, no solo existencial sino poética, sin remilgos ante lo social y crece de la mano del poeta entre la elegía, el epigrama y el haikai… pero no olvida que la Casa de la poesía /¿del ser?/está siendo derruida, convertida en la posada de nadie. |
Víctor Baca
Poeta y filósofo mexicano
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