La obra de Ernest Hemingway (1899-1961) |
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Fue
más que un escritor. Hizo de su vida una novela absoluta, comentada,
famosa: fue una estrella, como las del cine, en un estilo completamente
opuesto al de muchos autores de su tiempo, que construían un muro
alrededor de su intimidad y de los que apenas si se conocía el lugar de
residencia. Hemingway decía que la literatura era vida, que sin una vida
plena, no se podía escribir y en eso también iba contra toda una
tendencia literaria que busca su fuente en otros libros, la tendencia de
un Borges, para dar un ejemplo cercano. Sus libros, que como decía Faulkner crearon un esquema, una forma nueva y maravillosa y la repitieron una y otra vez sin seguir explorándola, fueron parte de su vida y se alimentaron de ella, y como ella, son famosos, casi una parte de la cultura popular en los Estados Unidos, divulgados por un cine que acudió a ellos con asiduidad. Quizás por eso, si uno quiere acercarse otra vez a Hemingway desde la década del 90, que ha visto pasar a tantos discípulos suyos, a tantas escuelas que lo siguieron (la literatura policial negra es sólo un ejemplo), lo mejor será llegar desde el otro lado, por el revés de la trama, tomando de sus cuentos y novelas lo que él dejó de lado. Criticándolo con las armas de sus enemigos: por ejemplo, las de la crítica feminista, o las de la deconstrucción. El
método y el código Las novelas y
cuentos de Hemingway están escritos sobre una contradicción esencial de
la que derivan muchas otras contradicciones: la de una prosa aparentemente
transparente y fácil que dice mucho más de lo que dice porque lo que sí
dice está contenido en silencios, en ausencias, y en una elección
de palabras que "suena" natural pero no lo es. Lo que pasa en Fiesta,
o en Los asesinos es lo que no pasa, lo que está fuera
del texto, del otro lado, ese lado que depende del lector, un poco como en
las buenas películas de terror que se limitan a insinuar la
"Cosa", sin mostrarla nunca. Ese es el método de Hemingway, ése
fue su gran invento y cuando lo descubrió —tenía apenas 20 años— su
escritura estaba completa. Sobre esa superficie, engañosamente playa,
navega el Hemingway de los personajes heridos e impotentes que (según el
código del autor, por supuesto) son más masculinos que los más enteros
de sus rivales; el Hemingway que canta a la amistad masculina por encima
del amor a la mujer pero que supo ser muy mal amigo en la realidad; el
Hemingway enamorado de la Naturaleza, que sin embargo no sabe acercarse a
ella más que a través de retos, desafíos, muertes (la caza mayor, la
pesca); el Hemingway antibelicista, el de la paz por separado, que
intervino en todas las guerras de su tiempo como voluntario; el Hemingway
de ideas progresistas que sin embargo escribió los homenajes más
perfectos al American Dream en el siglo XX. Y el Hemingway de las mujeres
de Hemingway, tal vez los personajes menos importantes de sus obras y sin
embargo, los más decisivos. |
"Hombres
sin mujeres" En el mundo de
Hemingway, la mujer es vacío o peligro. Las heroínas
"positivas" de novelas como Adiós a las Armas o ¿Por
quién doblan las campanas? son mujeres bellas, dispuestas a seguir al
héroe hasta el infierno y la muerte, dedicadas a él y solamente a él o
en todo caso, a un futuro y a los hijos. Son ideales, sueños del
guerrero, las mujeres perfectas que los chicos se imaginan en la
adolescencia. Y por desgracia, la palabra "perfectas" para
Hemingway significa inexistentes, huecas, reducidas al gesto de un
"te quiero", sin ninguna otra función en la vida que mirarse en
los ojos de su amado. Las otras, las
"malvadas" (desde la madre, acusada de todos los males, hasta
las amantes como la de Fiesta, capaces de
convertir en cobardes a los más hombres) son las únicas que valen la
pena y lo que puede decirse de ellas desde el 90, con nueva mirada es que
el héroe les tiene miedo. Son interesantes, fuertes, apasionadas,
destructivas; la mujer fatal de cabello negro que se impuso en el cine, o
la malvada Bette Davis y sus manipulaciones, o lady Macbeth, o la
prostituta chantajista y trepadora. Hombres
y adolescentes Del otro lado, hombres que solamente son capaces de amar a sus propios sueños y que no los consiguen. No se puede amar a un sueño y Hemingway lo sabe: sus Marías y enfermeras perfectas no conviven mucho tiempo con sus héroes. Son hombres que prefieren el desafío de la caza, la pesca, los toros, a la vida en pareja; hombres a los que el matrimonio destruye; hombres que huyen a los cafés (esos lugares limpios y bien iluminados, como en el título de un cuento), a los bosques, a las montañas, a la guerra para no crecer, para no ser adultos. Son adolescentes. El
mundo de Hemingway es un lugar doloroso, horrendo, como el de los chicos
que ya no lo son tanto y despiertan de pronto a la vida para descubrir que
no se parece en nada a lo que esperaban. Pero estos adolescentes, los de
los cuentos de Nick Adams, por ejemplo, hasta los adolescentes viejos de
historias como la de Las nieves del Kilímanjaro, se quedan ahí,
no se inician, no cambian. En un aggiornamiento fascinante del
cowboy de las novelas del Oeste, se van hacia el horizonte, renuncian al
pueblo, no quieren mancharse de ciudad y de otros, tratan de seguir siendo
solamente ellos mismos. Y eso es lo que deben hacer según el código. El problema es que en el siglo XX, el Oeste está cerrado y no queda horizonte. Queda ir a África de cacería, o de pesca a la montaña, o a la guerra, donde todos son hombres y las obligaciones están fijadas desde arriba. Eso es lo que hacen
los héroes de Hemingway, y lo hacen sin esperanza, sin destino, porque la
huida ya no es posible y hasta ellos lo saben. Más allá de este movimiento escapista, antiguo incluso, está el silencio. El silencio de lo que no puede decirse, el dolor de la herida que no se ve. Ese invento moderno, adulto del "no decir" abrió todo un campo nuevo a lo literario. Y ése es el testamento de Ernest Hemingway. No importa que él no lo llevara más lejos: ya vendrían otros para hacerlo. Tal vez hasta fue mejor que él no siguiera adelante: Joyce, que tomó un camino y lo recorrió hasta el paroxismo, no tuvo escuela. |
La Teoría del Iceberg |
¿Es
completa, su concepción mental de un cuento?. ¿Cambian el tema, el
argumento, o un personaje mientras usted escribe?. A
veces, uno conoce el cuento y no tiene ni idea de cómo va a terminar.
Todo cambia cuando se mueve. Eso es lo que hace el movimiento que a su vez
hace la historia. A veces el movimiento es tan lento que no parece
movimiento. Pero siempre hay cambio y siempre hay movimiento. Si
un escritor deja de observar a su alrededor, está muerto. Pero no tiene
que observar conscientemente ni pensar en la forma en que eso le va a ser
útil. Tal vez eso se puede hacer al principio. Pero después, todo lo que
ve pasa a la gran reserva de cosas que sabe o que ha visto. Yo siempre
trato de escribir siguiendo el principio del iceberg. Hay siete octavos
del iceberg bajo agua por cada parte que se muestra sobre la superficie.
Cualquier cosa que uno sabe y puede eliminar, refuerza el iceberg. Lo que
vale es lo que no se muestra. Pero si un escritor omite algo porque no lo
sabe, aparece un agujero en su historia. ¿Cuánto
tiempo debe pasar desde una experiencia para poder escribir sobre ella en
términos de ficción? Quiero
decir, usted habla de estar lejos. ¿Cuánto tiempo desde la caída de
avión en la que usted se vio involucrado en África, por ejemplo?. Depende
de la experiencia. Una parte de uno mismo la ve desde una distancia
completa desde el principio. Otra parte está muy involucrada. Creo que no
hay una regla sobre el tiempo que debe pasar para que uno lo escriba.
Dependería de hasta qué punto estaba ajustado el individuo para ella y
de sus poderes de recuperación. Claro que es valioso para un escritor
caer con un avión en llamas. Aprende muchas cosas importantes con mucha
rapidez. Si van a servirle de algo o no, tiene que ver con la
supervivencia. La supervivencia, con honor, esa palabra importante y
pasada de moda, es tan difícil como siempre y tan importante como siempre
para un escritor. Se ama más a los que no sobreviven porque nadie tiene
que verlos en esas luchas largas, aburridas, constantes, sin dar cuartel y
sin recibir cuartel, las peleas para hacer algo como creen que debería
hacerse antes de morir. Se prefiere a los que mueren o abandonan pronto y
sin muchas dificultades, y hay buenas razones porque
son
comprensibles y humanos.
El fracaso y la cobardía bien disimulada son más humanos y más
amados. ¿Podría
decirme cuánto esfuerzo consciente hubo en el desarrollo de su estilo
distintivo? Esa
es una pregunta cansadora y larga y si me paso un día contestándola, voy
a sentirme tan consciente de mí mismo que no voy a poder escribir. Podría
decir que lo que los amateurs llaman estilo es, generalmente, la torpeza
inevitable de alguien que trata de hacer algo que no se ha hecho nunca
hasta el momento. Casi ningún clásico nuevo se parece a los clásicos
anteriores. Al principio, lo único que ve la gente es la torpeza. Después
ya no son tan perceptivos. Cuando alguien muestra las cosas con tanta
torpeza, la gente cree que la torpeza es el estilo y muchos lo copian. Eso
es lamentable. ¿Cuál
cree que es la función de su arte? ¿Por qué una representación de los
hechos y no los hechos en sí? ¿Por
qué preocuparse por eso? De las cosas que pasaron y de las cosas que
existen y de todas las cosas que uno sabe y de todas las que uno no puede
saber, uno hace algo a través de la invención, algo que no es
representación sino una cosa completamente nueva y más verdadera que
cualquier cosa verdadera y viva y uno le da vida y si uno lo hace lo
suficientemente bien, le da inmortalidad. Por esa razón se escribe y por
ninguna otra, según creo. (En una entrevista con George Plimpton para el PARIS REVIEW) |
Una vida intensa |
Ernest
Hemingway nació en Oak Park, Illinois (1899) y desarrolló una carrera
inicial como periodista y como corresponsal de guerra, para el Kansas City Star y para el Toronto
Star de Canadá. Tras sus experiencias en la Primera Guerra Mundial,
volcó su inclinación hacia la literatura, con docenas de cuentos cortos
y con varias novelas, entre las que se destacaron Torrentes
de primavera, Fiesta y Adiós a
las armas (1926-1929). Ya consagrado, prosiguió esa obra con Las
verdes colinas de África, Tener o no tener, Las nieves de Kilimanjaro,
Por quién doblan las campanas, El viejo y el mar, más
dos obras publicadas después de su muerte, que fueron París
era una fiesta e Islas en el golfo. Tanto
las novelas como los cuentos aparecieron vertidos con frecuencia a
versiones cinematográficas. Su fama mundial como escritor aumentó
asimismo con un Premio Pulitzer (1953) y un Premio Nobel (1954). Su padre
se había suicidado en 1928 y él mismo se suicidó en 1961. La vida de Hemingway fue intensa y diversificada, no sólo por sus períodos de residencia en otros países (Italia, España, África, Cuba) sino por una marcada inclinación a la violencia y al peligro físico, en dos guerras mundiales, en la guerra civil española de 1936-1939, en el boxeo, los toros, la caza mayor, la pesca, todo lo cual parece trasladado a sus obras de ficción, a menudo con claves que incitan a descubrir los modelos reales de sus personajes. |
El famoso estilo “La prosa es arquitectura” - Paul Johnson |
Hemingway creía
haber heredado un mundo falso, simbolizado por la religión y la cultura
moral de sus padres, y que debía ser reemplazado por uno verídico. ¿Qué
entendía por verdad? No la verdad heredada y revelada del cristianismo de
sus padres (ésa la rechazaba por improcedente) ni la verdad de cualquier
otro credo o ideología, derivada del pasado y reflejo de la mente de
otros, por grandes que fueran, sino la verdad tal como él mismo la veía,
sentía, olía y saboreaba. Admiraba la filosofía de Conrad y la forma en
que la resumía: "fidelidad escrupulosa a la verdad de mis propias
sensaciones". Ese era su punto de partida. ¿Pero cómo se transmite
esa verdad? La mayoría de
la gente, incluso la generalidad de los escritores, tienden cuando
escriben a dejarse llevar, a ver los hechos a través de ojos ajenos,
porque heredan expresiones y combinaciones de palabras anticuadas, metáforas
trilladas, clichés y frases ingeniosas. Esto es especialmente cierto de
los periodistas, que cubren a toda velocidad situaciones que a menudo son
repetidas y banales. Pero Hemingway había tenido la ventaja de un
entrenamiento excelente en el Kansas
City Star. Los sucesivos directores habían preparado un libro sobre
el estilo de la casa con 110 reglas destinadas a obligar a los periodistas
a utilizar un inglés corriente, sencillo, directo y desprovisto de clichés,
y estas reglas se aplicaban estrictamente. Más adelante Hemingway las
llamó "las mejores reglas que jamás aprendí sobre el tema de
escribir". En 1922, mientras cubrían la Conferencia de Génova,
Lincoln Steffens le enseñó el despiadado arte del cablegrama, que
adquirió con rapidez y creciente deleite. Le mostró su primer intento
exitoso a Steffens, exclamando, "Steffens, mire este cable: no hay
relleno, ni adjetivos, ni adverbios; sólo sangre, huesos y músculos...
Es un lenguaje nuevo". Sobre esta
base periodística, Hemingway construyó su propio método, que era a la
vez teoría y práctica. Alguna que otra vez dejó algo escrito: en París
era una Gesta, en Las verdes
colinas de África, en Muerte en
la tarde, y en By-line y
otros. Los "principios básicos de la escritura" que se fijó
para él mismo realmente merecen ser estudiados. Una vez definió el arte
de la ficción, siguiendo a Conrad, como "descubra qué le provocó
la emoción; qué acción fue la que le emocionó. Luego escríbalo aclarándola
para que el lector también pueda verla. Todo debía ser hecho con concisión,
economía, sencillez, verbos fuertes, oraciones breves, nada superfluo o
efectista. "La prosa es arquitectura", escribió, "no
decoración de interiores, y el barroco ya pasó". Hemingway prestaba
especial atención a la expresión exacta y registraba los diccionarios a
la búsqueda de palabras. Es importante recordar que, durante el período
formativo de su estilo en prosa, también fue poeta, y estaba bajo la
fuerte influencia de Ezra Pound, que según él le enseñó más que
cualquier persona. Pound fue "el hombre que creía en el mot
juste, la única palabra correcta a utilizar, el hombre que me enseñó
a desconfiar de los adjetivos". También estudió atentamente a Joyce,
otro escritor cuyo instinto para encontrar la precisión verbal respetaba
e imitaba. De hecho, en la medida en que Hemingway tuvo progenitores
literarios, podría decirse que fue el fruto del matrimonio entre
Kipling y Joyce. Pero la verdad
es que el estilo de Hemingway es sui
generis. Su impacto sobre el modo en que la gente no sólo escribía,
sino veía, durante el cuarto de siglo 1925-50, fue tan arrollador y
decisivo, y su continua influencia desde entonces tan penetrante, que
ahora nos resulta imposible sacar el factor Hemingway de nuestra prosa,
particularmente en la ficción. Pero a principios de la década de 1920,
le resultó difícil conquistar la aprobación y hasta que lo publicaran.
Su primera obra, Tres cuentos y diez poemas, fue
una típica aventura vanguardista, publicada localmente en París. Las
grandes revistas que querían tocar su ficción, y todavía en 1925, The Dial, que se tenía por arriesgada, seguían rechazando sus
cuentos, incluso aquel cuento soberbio, "Los invictos".
Hemingway hizo lo que todo gran escritor original hace: creó su propio
mercado, contagió a los lectores con su propio gusto. El método, que
combinaba con brillo la pintura desnuda y exacta de hechos con sutiles
sugerencias de la respuesta emocional que provocaban, emergió en los años
1923-25 y se impuso en 1925 con la publicación de En
nuestro tiempo. Ford sintió
que podía saludarle como el escritor más importante de Estados Unidos:
"el más concienzudo, con el mayor dominio de su arte, el más
completo". Para Edmund Wilson el libro reveló una prosa "de la
más alta distinción", "asombrosamente original" y de una
dignidad artística impresionante". Después de este primer éxito
publicó dos novelas vívidas y trágicas, Fiesta
(1926) y Adiós a ¡as armas, ésta
última quizá sea lo mejor que escribió. De estos libros se vendieron
cientos de miles de ejemplares que fueron leídos y releídos, digeridos,
regurgitados, envidiados y saqueados por escritores de toda clase. Ya en
1927, al reseñar su colección Hombres
sin mujeres en el New Yorker, Dorothy Parker se refirió a su
influencia como "peligrosa": "la cosa más simple que hace
parece tan fácil de hacer. Pero miren a los muchachos que intentan
hacerlo". (En INTELECTUALES, ed. Vergara, Bs. Aires, 1990) |
Margara Averbach
El País Cultural Nº 131
8 de mayo de 1992
Editado por el editor de Letras Uruguay echinope@gmail.com / https://twitter.com/echinope / facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
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