Semejante a la noche o la contemporaneidad del hombre ensayo de M. Roberto Assardo
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"Semejante a la noche” es uno de los relatos que se encuentran en la colección Guerra del tiempo escritos por el novelista cubano Alejo Carpentier. Está contado en primera persona, pero con una característica original: la identidad del narrador varía a lo largo del relato. De hecho, no hay un narrador único, sino cinco narradores diferentes que pertenecen a distintas épocas de la historia. Existe, sin embargo, un elemento de unidad: los cinco personajes narradores se encuentran en situaciones análogas. Se trata, en todos los casos, de soldados que se preparan a partir para una guerra que habrá de librarse en un país lejano. El relato comienza al amanecer del día en que llegan las cincuenta naves que envía el Rey Agamenón y con los preparativos de la expedición que va a ir a Troya para rescatar a Elena; termina con la partida de la flota acaiena al amanecer del día siguiente. Intercalados en este relato y yuxtapuestos, sin orden determinado, aparecen episodios similares que aparentemente ocurren en otras regiones del mundo y en otros momentos de la historia. Es precisamente el contexto histórico y geográfico —las referencias a personajes históricos, lugares y hechos conocidos— lo que permite situar, temporalmente, estos cuatro episodios, por ficticios que ellos sean, y descubrir que estamos en presencia de narradores diferentes. Por ejemplo, el narrador que aparece en la segunda sección del relato, es un soldado castellano que se prepara a partir para América. No cabe duda acerca de su personalidad, ni la época a la que pertenece, puesto que se alista en "la armada del Adelantado”, se menciona la Casa de la Contratación, y la Virgen de los Mareantes y se pinta con gran detalle la atmósfera animada del puerto de Sevilla en el siglo XVI. La siguiente sección tiene lugar en el siglo xviii en Francia: el tercer narrador está alistándose para una campaña que irá al Nuevo Mundo con el propósito de tomar posesión de tierras en nombre del Rey de Francia. Está en casa de su prometida despidiéndose. La expedición en que va a participar remontará el río Colbert, conocido después como el Misisipi, hasta llegar a las regiones de Chicaguá para civilizar a las tribus indígenas, evangelizándolas y enseñándoles nuevas técnicas agrícolas. Los pocos datos históricos que suministra el narrador nos hacen pensar en la empresa del padre Marquette y de Louis Jolliet que recorrieron el río Colbert (en honor al ministro de Luis XIV) en el año de 1672 y después llegaron al territorio que los indios llamaban "Cheecagua” en 1673. En esta misma sección, y sin transición alguna, se retrocede, súbitamente, a la Edad Media. El tercer personaje, el soldado francés, salta por una ventana porque llega el padre de su prometida. Este salto no ocurre sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Sin que podamos explicárnoslo, retrocedemos al siglo XIII. Como por arte de magia, el tercer personaje-narrador se convierte en un cuarto personaje-narrador. Lo primero que éste ve, una vez que ha saltado por la ventana, es a un ermitaño que pregona una cruzada para la liberación del Santo Sepulcro. "Tiempo atrás había estado a punto de alistarme en la cruzada predicada por Fulco de Neuilly. En buena hora una fiebre maligna —curada, gracias a Dios y a los ungüentos de mi santa madre— me tuvo en cama, tiritando, el día de la partida: aquella empresa había terminado, como todos saben, en guerra de cristianos contra cristianos. Las cruzadas estaban desacreditadas” (123-124)[1]. Inmediatamente después de estas palabras, hay otra repentina mutación, y aparece un quinto personaje-narrador, esta vez del siglo xx. Este quinto narrador, al igual que los otros está presenciando los preparativos de un embarque de tropas durante la Primera Guerra Mundial. Se presupone que el lugar es un puerto de los Estados Unidos, y que es el presente siglo porque se alude a ciertas acciones y a ciertos materiales que sólo existen hoy en día. "Los regimientos de infantería subían lentamente por las pasarelas, en medio de los gritos de los estibadores, los silbatos de los contramaestres, las señales que rasgaban la bruma, promoviendo rotaciones de grúas. Sobre las cubiertas se amontonaban trastos informes, mecánicas amenazadoras, envueltos en telas impermeables. Un ala de aluminio giraba lentamente” (124). Como queda visto, en esta sección están entretejidos los relatos de tres narradores diferentes que viven en tres épocas históricas distintas. La cuarta y última sección vuelve otra vez a Grecia, a la escena del primer personaje narrador. |
El modo como los incidentes están ensamblados dan la impresión de que fueran momentos de un solo día. El relato en su totalidad comienza y termina con el soldado que va a Troya. Ese episodio dura veinticuatro horas. Como ya se dijo, empieza en la madrugada de un día y termina en la madrugada del siguiente. Los relatos intercalados parecen corresponder a las sucesivas etapas de esas veinticuatro horas: la mañana, el medio día, la tarde, el anochecer. Uno de los mejores medios para indicar el transcurso de este tiempo es por medio del movimiento del sol y por la progresión de luz y sombra. "El mar empezaba a verdecer entre los promontorios todavía en sombras” (109)- El sol comienza su marcha ascendente. "Las olas claras del alba se rompían entre gritos, insultos y agarradas a puñetazos” (109) • El tiempo también se mide por el movimiento del sol en las montañas. "A medida que las naves eran sacadas del agua, al pie de las montañas que ya veían el sol” (110). En todo momento el narrador siempre está muy consciente del paso del tiempo. "De pronto, tuve la angustiosa sensación de que faltaban pocas horas —apenas trece— para que yo tuviese que acercarme a aquellos buques, cargando con mis armas” (124). Más adelante, señala los efectos de los inventos modernos para indicar el tránsito de las horas. "Las luces se encendían ya en la ciudad, precisando en puntos luminosos la gigantesca geometría de los edificios" (125). Viendo el mundo desde lo alto del edificio donde se encuentra, se da cuenta de que está oscureciendo en la ciudad. "Abajo, en las calles, era un confuso hormigueo de cabezas y sombreros. No era posible, desde este alto piso, distinguir a las mujeres de los hombres en la neblina del atardecer” (125) -El ciclo temporal empieza a completarse. "Faltaban pocas horas para el alba” (127). Hasta llegar al punto final en donde había comenzado el día anterior. "Contemplé largamente las casas de mi pueblo, a las que el sol daba de frente" (131). El trigo juega un papel esencial en este relato. Sirve como una especie de leit motiv, que en el fondo, enlaza las diferentes secciones y las diferentes épocas. Se menciona por primera vez en la primera página. "Al oir la señal, los que esperaban desde hacía tantos días sobre boñigas de las eras, empezaron a bajar el trigo hacia la playa” (109). En la siguiente página, el narrador menciona la importancia y utilidad que el trigo tendrá para ellos. "Aquel aceite, aquel vino resinado, aquel trigo sobre todo, con el cual se cocería bajo ceniza, las galletas de las noches en que dormiríamos al amparo de las proas mojadas” (110). La primera sección se cierra cuando se ve a los hombres cargando el trigo en las naves. "En la playa, seguía embarcándose el trigo" (113). En la siguiente sección, se continúa cargando el trigo que irá a las Indias. "Seguía el trasiego del vino, el aceite \r el trigo, con ayuda de los criados indios del Veedor, impacientes por regresar a sus lejanas tierras” (114). El segundo capítulo se cierra con la misma idea que en el anterior. "Miré hacia el puerto. El trigo seguía entrando en las naves" (118). Al llegar a la época contemporánea, el trigo continúa el mismo recorrido, "Estaban todos arrimados a los muelles, lado a lado, con las escotillas abiertas, recibiendo millares de sacos de harina de trigo entre sus bordas pintadas de arlequín” (124). Finalmente, vuelve a aparecer a la conclusión del relato, ya camino a Troya. "La nave, demasiado cargada de harina y de hombres, bogaba despacio” (131). |
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Cada uno de los narradores que aparecen en el relato espera participar en una empresa gloriosa, que cada cual ha idealizado y convertido en proyecto vital. La misión a que el primero se siente llamado, es entrar triunfante en Troya para rescatar a Elena. "Durante días no habían hablado, los mensajeros del Rey Micenas, de la insolencia de Príamo, de la miseria que amenazaba a nuestro pueblo por la arrogancia de sus súbditos, que hacían mofa de nuestras viriles costumbres; trémulos de ira, supimos de los retos lanzados por los Ilios a nosotros, acaienos de largas cabelleras, cuya valentía no es igualada por la de pueblo alguno. Y fueron clamores de furia, puños alzados, juramentos hechos con las palmas en alto, escudos arrojados a las paredes, cuando supimos del rapto de Elena de Esparta” (111). Este sentimiento es tan fuerte que perder la vida en la empresa sería un modo de dignificarse. "Aspiré hondamente la brisa que bajaba por las laderas de los olivares, y pensé que sería hermoso morir en tan justiciera lucha, por la causa misma de la Razón” (113) -En el segundo narrador están presentes las actitudes, sumamente idealizadas, de los soldados que iban a las Indias durante la Conquista. Se insiste más en la evangelización, que en la búsqueda del oro y la explotación de los indios para obtener riquezas. Estas vendrán como recompensa por haberlos convertido a la fe. Le hablé (a mi madre) de los altos propósitos, haciéndole ver la miseria de tantos pobres idólatras, desconocedores del signo de la cruz. Eran millones de almas, las que ganaríamos a nuestra santa religión, cumpliendo con el mandato de Cristo a los Apóstoles. Éramos soldados de Dios, a la vez que soldados del Rey, y por aquellos indios bautizados y encomendados, librados de sus bárbaras supersticiones por nuestra obra, conocería nuestra nación el premio de una grandeza inquebrantable, que nos daría felicidad, riquezas, y poderío sobre todos los reinos de la Europa (117). El tercer narrador es ambivalente. Por un lado es un humanitario que se une a una empresa que va a civilizar a los nativos. "Íbamos a cumplir una tarea civilizadora en aquellos inmensos territorios selváticos. . . enseñando nuevas artes a las naciones que en ellos residían” (120). Pero por el otro lado, es un egoísta y un cínico que busca gloria para sí, aunque tenga que matar indios para lograrla. Habla de: "Una aventura que daría relumbre a mi apellido, lográndose, tal vez, que la noticia de alguna hazaña mía, la pacificación de alguna comarca, me valiera algún título otorgado por el Rey —aunque para ello hubieran de perecer, por mi mano, algunos indios más o menos. Nada grande se hacía sin lucha, y en cuanto a nuestra santa fe, la letra con sangre entraba” (122). El cuarto narrador es un escéptico: duda de la eficacia de las cruzadas, porque fracasaron sin lograr los resultados que se proponían. El quinto narrador vuelve a mostrar el idealismo y optimismo de los dos primeros. Considera que la causa por la cual va a luchar es justa y que va a someter, por última vez, las fuerzas opresoras del mal. "Yo surcaría el Océano tempestuoso de estos meses, arribaría a una orilla lejana bajo el acero y el fuego, para defender los principios de los de mi raza. Por última vez, una espada había sido arrojada sobre los mapas de Occidente. Pero ahora acabaríamos para siempre con la nueva Orden Teutónica, y entraríamos victoriosos en el tan esperado futuro del hombre reconciliado con el hombre” (125-126). Al comenzar la última sección se vuelve otra vez al guerrero del primer capítulo, que irá a Troya, pero se nota que ha habido un cambio radical en él. Ha perdido la seguridad y el valor de antes. "Cuando regresé a mi casa, con los pasos inseguros de quien ha pretendido burlar con el vino la fatiga del cuerpo ahíto de holgarse sobre otro cuerpo, faltaban pocas horas para el alba. Tenía hambre y sueño, y estaba desasosegado, al propio tiempo, por las angustias de la partida próxima” (127). Además, ha perdido el idealismo. Se encuentra desilusionado. Todos los valores que consideró positivos, dejan de serlo. Los objetivos que antes iba a defender aún a expensas de su vida, ahora le parecían faltos de significado. Cuando bajé hacia las naves, acompañado de mis padres, mi orgullo de guerrero había sido desplazado en mi ánimo por una intolerable sensación de hastío, de vacío interior, de descontento de mí mismo. . . Había pasado el tiempo de las guirnaldas, las coronas de laurel, el vino en cada casa, la envidia de los canijos, y el favor de las mujeres. Ahora serían dianas, el lodo, el pan llovido, la arrogancia de los jefes, la sangre derramada por error, la gangrena que huele a almíbares infectos. No estaba tan seguro ya de que mi valor acreciera la grandeza y la dicha de los acaienos de largas cabelleras (130). En vez de idealismo, se nota cinismo. Ahora ve a Elena de Esparta desde un punto de vista totalmente distinto, como prototipo del vicio y la degeneración. "Un soldado viejo que iba a la guerra por oficio, sin más entusiasmo que el trasquilador de ovejas que camina hacia el establo, andaba contando ya, a quien quisiera escucharlo, que Elena de Esparta vivía muy gustosa en Troya, y que cuando se refocilaba en el lecho de Paris sus estertores de gozo encendían las mejillas de las vírgenes que moraban en el palacio de Príamo. Se decía que toda la historia del doloroso cautiverio de la hija de Leda, ofendida y humillada por los troyanos, era mera propaganda de guerra, alentada por Agamemnón, con el asentimiento de Menelao” (130-131). Según el soldado viejo, el carácter de esta empresa es totalmente diferente del que se le había dado a entender a las tropas. Los altos ideales que se habían invocado servían únicamente para cubrir el verdadero fondo de la operación, que era el abrir nuevas rutas comerciales que beneficiarían a los griegos. "En realidad, detrás de la empresa que se escudaba con tan elevados propósitos, había muchos negocios que en nada beneficiarían a los combatientes de poco más o menos. Se trataba sobre todo —afirmaba el viejo soldado— de vender más alfarería, más telas, más vasos con escenas de carreras de carros, y de abrirse nuevos caminos hacia las gentes asiáticas, amantes de trueques, acabándose de una vez con la competencia troyana" (131). Finalmente, cuando el narrador se ve comprometido a desempeñar el papel que se ha propuesto, se da cuenta de la falsedad de este mundo, de que todo en él es ilusión. "Me quité el casco y oculté mis ojos tras de las crines enhiestas de la cimera que tanto trabajo me hubiera costado redondear —a semejanza de las cimeras magníficas de quienes podían encargar sus equipos de guerra a los artesanos de gran estilo y que, por cierto, viajaban en la nave más velera y de mayor eslora” (131-132). El escepticismo y el cinismo del tercer y cuarto narradores prepara este cambio de actitud en el narrador de la última parte, lo que contribuye a dar unidad al relato. La narración lleva un epígrafe tomado del Canto Primero de La llíada: "Y caminaba, semejante a la noche” que explica el título del relato. El episodio con que se inicia y termina vendría a ser, cronológicamente, muy anterior a las acciones que se relatan en La Illiada. Por supuesto, es puramente imaginado por Carpentier. Sin embargo, utiliza algunos elementos extraídos del poema homérico para crear la atmósfera apropiada. Se alude por ejemplo a las cincuenta naves del Rey Agamemnón, a la insolencia de Príamo y a los acaienos de largas cabelleras. Carpentier exalta, irónicamente, al guerrero sobre las otras ocupaciones o sobre los esclavos. Está implícito que el hombre libre es el único que hace la guerra. "Al observar las filas de cargadores de jarras, de odres negros, de cestas, que ya se movían hacia las naves, crecía en mí, con un calor de orgullo, la conciencia de la superioridad del guerrero” (110). La procedencia de una persona carece de importancia, lo que vale son los ideales que posee. En este caso, el narrador proviene de un origen humilde, pero está dispuesto a luchar por una causa que considera justa. "Y me tocaría a mí, hijo de talabartero, nieto de un castrador de toros, la suerte de ir al lugar en que nacían las gestas cuyo relumbre nos alcanzaba por los relatos de los marinos; me tocaría a mí, la honra de contemplar las murallas de Troya, de obedecer a los jefes insignes y de dar mi ímpetu y mi fuerza a la obra de rescate de Elena de Esparta” (112). Como se ha visto en la sección final del relato, todas estas ilusiones se desvanecen. Las anécdotas excitantes de los mensajeros de Micenas se convierten en chismes de soldados, y los jefes insignes se vuelven arrogantes. Hay varias características análogas entre los diferentes narradores. Los padres del primer y segundo narradores tienen el mismo oficio, ambos son talabarteros. La madre también juega un papel importante. Ella va a sufrir con la ausencia del hijo, y la fuerza moral del padre le servirá de sostén. El primer narrador musita: "La idea de ser traspasado por una lanza enemiga me hizo pensar, sin embargo, en el dolor de mi madre y en el dolor, más hondo tal vez, de quien tuviera que recibir la noticia con los ojos secos —por ser el jefe de la casa” (113). En el caso del segundo narrador, la situación es muy parecida. "(Mi padre) me llevó suavemente hacia la puerta de la habitación de mi madre. Aquel era el momento que más temía y tuve que contener mis lágrimas ante el llanto de la que sólo habíamos advertido de mi partida cuando todos me sabían ya asentado en los libros de la Casa de la Contratación” (116). La madre y la prometida dudan del valor intrínseco de las aventuras en que los narradores van a participar, y ellos tienen que convencerlas de su mérito. El segundo narrador logra persuadir a su madre de que su propósito es llevar la fe de Cristo a los infieles. En cambio, al tercero no le es tan fácil convencer a su prometida de la justicia de su causa. Ella insiste acudiendo a los Tratados de Montaigne, en afirmar: "Que los salvajes del Nuevo Mundo no tenían por qué trocar su religión por la nuestra, puesto que se habían servido muy útilmente de la suya durante largo tiempo” (121). TI mal interpreta las palabras de ella y resulta un desacuerdo entre la pareja. "Al fin empecé a irritarme ante una terca discusión que venía a sustituirse, en tales momentos, a la tierna despedida que yo hubiera apetecido” (123). Este incidente enlaza al tercer narrador con el del último capítulo. La prometida se arrepiente de su comportamiento y viene a entregársele. Este episodio, a su vez, está vinculado a la exaltación de la virilidad, que se equivale con la virtud guerrera y que se destaca a lo largo del relato. Mientras está observando los preparativos de la flota que lo llevará a luchar a Troya, repara en lo siguiente: "Me retiré... hacia la higuera en cuya rama gruesa gustaba de montarme, apretando un poco las rodillas sobre la madera, porque tenía un no sé qué de flancos de mujer" (110). Más tarde añade al ver las naves: "Yo contemplaba las embarcaciones alineadas a mis pies, con sus quillas potentes, sus mástiles al descanso entre las bordas como la virilidad entre los muslos del varón" (112). Desde el principio se ve esta muestra de masculinidad, y el deseo de poseer a la mujer. Hay un propósito definido en esta técnica, porque él como héroe que va a luchar, siempre ha hecho alarde de su hombría. Pero en el momento en que tiene que mostrarla, cuando su prometida se le ofrece completamente para que él la despoje de su tan preciada virginidad se siente impotente debido a los excesos cometidos con una prostituta la noche anterior y se excusa de no poder hacerlo, dándole razones de poco peso. "Y ahora que se me ofrecía el más codiciable consentimiento, me hallaba casi insensible bajo el cuerpo estremecido que se impacientaba” (128). En este instante se convierte en anti-héroe, que es rechazado y despreciado por la joven que estaba dispuesta a sacrificarse por el hombre que amaba. El soldado decepcionado ante su impotencia, expone uno de los temas más empleados por Carpentier: el tiempo no puede volver atrás. "La vi alejarse a todo correr por entre olivos, y comprendí en aquel instante que más fácil sería entrar sin un rasguño en la ciudad de Troya, que recuperar a la persona perdida” (130). Este relato representa una alegoría irónica de la guerra y de los ideales que se invocan para hacerla. Para lograr ese efecto Carpentier funde los cinco relatos, sacando a relucir la unidad esencial de los cinco narradores que aunque diferentes, encarnan un mismo tipo de hombre: el soldado que va a partir para la guerra. Este procedimiento se puede relacionar con "Camino de Santiago”, otro relato de esta misma colección, aunque en sentido inverso. En aquella narración un solo personaje, Juan, desempeña, por medio de un ciclo repetitivo, varios papeles: el de Juan el Romero, Juan de Amberes y Juan el Indiano; hasta que aparece otro Juan el Romero y el ciclo vuelve a comenzar. En "Semejante a la noche” se da una visión sincrética y sincrónica con el propósito de destacar ciertas constantes del hombre: un anhelo de gloria, un entusiasmo por las empresas heroicas, el orgullo, la virilidad, la esperanza en el futuro, el fracaso y la decepción. La repetición de estas constantes a lo largo del tiempo y de la historia, revela, de parte de Carpentier, no sólo una actitud anti-histórica, sino la anulación del tiempo. También aparece la destrucción del mito del guerrero que es una de las constantes más importantes en el desarrollo de la historia del mundo occidental. Las realizaciones a que estos narradores-soldados llegan, tal vez sean las mismas a que los soldados de otras épocas históricas han llegado. Se dan cuenta de la maldad e inutilidad de la guerra y, sin embargo, siguen peleando. La verdad que el soldado enfrenta en la mayoría de los casos sólo trae desilusión, debido a los falsos motivos que inspiran las grandes gestas. Si se analizan las causas que originan las guerras (desde un punto de vista cínico) generalmente no son los que la propaganda bélica reclama, es decir, el rescate de Elena, o la catequización y civilización de los indios, o la destrucción de la Nueva Orden Teutónica, o cualquier otro principio por el cual se luche. En cambio, tras de casi toda guerra, hay razones económicas que la motivan y le dan empuje. En este caso, abrir nuevas rutas comerciales con los países asiáticos. Como se sabe, la interpretación económica de la historia aparece recién en el siglo xix; sin embargo, irónicamente, es el soldado de la antigüedad, el que va a Troya, quien descubre la falsedad de las intenciones de la guerra, aunque es de sospechar que los otros comparten o llegan a compartir una actitud parecida. No obstante, insisten en la empresa. La moraleja parece obvia: el hombre continuará comportándose del mismo modo en lo porvenir. Nota: [1] Todas las citas que aparecen en este trabajo han sido tomadas de: "Semejante a la noche”, en Guerra del tiempo (México, Cía. General de Ediciones, S. A., 1958, pp. 109-132). |
ensayo de M. Roberto Assardo
Cuadernos Americanos Año XXVIII Vol CLXIII 2
Marzo-Abril 1969
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Alejo Carpentier en Letras Uruguay
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