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Viaje a México: Una evocación de la capital o del Distrito Federal
por Lohania Aruca Alonso
carua@cubarte.cult.cu

 
 
 

Cuando mencionamos los límites martianos de Nuestra América, “del Río Bravo a la Patagonia”, estamos refiriéndonos a los confines del conjunto de los pueblos de América Latina y el Caribe, de orígenes, evolución histórica, cultural, aspiraciones y propósitos similares en la geopolítica del Continente Americano. Por otro lado, se hace una referencia directa al Río Bravo, limite norte entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, el cual quedó establecido de modo físico y, también políticamente, por medio de aquel accidente hidrográfico.

Se puede asegurar que México es un país con numerosos significados notables para los latinoamericanos. (¿Qué decir de nosotros, los vecinos cubanos?) Forma parte de distintas regiones geohistóricas, económicas y políticas: América del Norte, América Central, y, más recientemente, del Caribe, del circuncaribe por los 6 estados de la federación que limitan con el Golfo de México o con el Mar Caribe, así como por las numerosas islas que están frente a la costa oriental, y forman parte de dichos estados.

No es necesario recordar que una parte de las altas culturas americanas (los aztecas y los mayas, en este caso los más estudiados y nombrados en Centroamérica) se concentraron en el actual territorio mexicano, y hoy día todavía existe una gran variedad de aquellas etnias más ancianas que lo poblaron originalmente; aún perviven sus lenguas y más diversas manifestaciones de sus culturas.

Guardo en mi memoria la grata impresión de estar rodeada por un gran espacio, casi inabarcable, que experimenté al arribar por primera vez a suelo mexicano en el año 1986: había llegado a la porción continental de América Latina ¡pisaba tierra firme! Los grandes picos nevados de los volcanes, la vista panorámica, que podía apreciar en una circunferencia completa, desde la altura de la ciudad de Puebla de los Ángeles; la luz, la transparencia de la atmósfera -menos contaminada que la de Ciudad de México- fueron momentos inolvidables para mi conciencia habanera e isleña, y a partir de entonces más latinoamericana.

Después, en otras visitas que realicé al Caribe mexicano costero o isleño, a Villahermosa, Mérida, la isla de Cozumel, conocí otro México, a una escala más pequeña, de ciudades portuarias, mucho más cercana a la de mi rincón natal, La Habana, o de otros asentamientos cubanos.

El paso por el aeropuerto de la capital mexicana, o las rápidas visitas, de pocos días, a algunos de sus centros académicos, o, al centro histórico urbano, donde predomina la gran Plaza del Zócalo -con un alojamiento eventual cerca del centro de la ciudad, en casa de mis anfitriones- no me permitíeron apreciar la monumentalidad de esa urbe. “! La mayor del mundo!” me afirmaron, una y otra vez, con gran naturalidad, los amigos, colegas, y sobre todo, mis interlocutores más frecuentes cuando me trasladaba de un lado a otro de la ciudad: los taxistas mexicanos.

Ciudad de México, o, el Distrito Federal (de forma abreviada DF, así es como se conoce usualmente), es una aglomeración que ha crecido sobre la base de sucesivas conurbaciones con otros centros urbanos (municipios o delegaciones), y ahora padece de macrocefalia. El DF está habitado por más de 8 millones de personas, de las cuales, aproximadamente -hago constar que no escribo con cifras exactas-, una cuarta parte se traslada diariamente por las vías soterradas del metro, o las abiertas en la superficie por otros medios de transporte: metro bus, ómnibus, trolebús, taxis, o automóviles particulares.

La contaminación ambiental que causa esta millonaria transportación, además de sus fábricas, y de otros agentes que generan desperdicios nocivos en su entorno, es uno de los mayores problemas para la higiene urbana. No obstante, como contrabalanceo necesario, una intensa reforestación se produce en parques locales o nacionales -uno de los más hermosos, que enmarca el horizonte sur de la ciudad, es el Parque Nacional Cumbres del Ajusco. Un acierto del paisajismo urbano, a menor escala, son los ejes verdes que acompañan a la red vial (por cierto muy compleja y no menos bien señalizada y atendida por la policía de tránsito). Especial calidad posee el diseño urbano en las colonias (urbanizaciones o repartos) donde reside la población de clase social media y alta.

Otros problemas aquejan a esta babel capitalista latinoamericana del siglo XX, son: la marginalidad de un número alto de sus habitantes, que, en muchos casos, proceden de otros estados, cuya cultura rural es símbolo de “incultura urbana”, que desordena y/o desdora los espacios citadinos; el incremento de la violencia urbana, principalmente contra las mujeres y los niños, que es alimentada por el desempleo, la pobreza, el narcotráfico, la prostitución, y otros vicios, creando fronteras reales para el visitante, dentro de la propia capital mexicana. Todo esto de cierto manera oculto bajo el “manto dorado” de los negocios turísticos y hotelero.

El centro histórico colonial tiene un valor patrimonial urbano y arquitectónico mundial: es sabido que la planta de la capital de Nueva España, fue superpuesta, a partir del siglo XVI, por los conquistadores y colonizadores europeos a la antigua ciudad de Tenochtitlán. Sus- ruinas resurgen hoy día, gracias a las pacientes excavaciones, reconstrucciones y restauraciones arqueológicas, y a los necesarios análisis antropológicos, históricos y artísticos que las enriquecen. Allí radican edificios públicos, religiosos y civiles, como los palacios virreinales -son emblemáticos los que rodean el Zócalo, o plaza mayor- que constituyen magníficos exponentes del barroco mexicano.

Muchas de esas construcciones han sido rescatadas, restauradas y se conservan celosamente como museos preciosos, con riquísimas y muy diversas exposiciones acerca de la historia de la cultura nacional o del propio Distrito Federal. La Catedral Metropolitana y el Sagrario, por ejemplo, albergan uno de estos museos “vivos”, cuya espléndida construcción y ornamentación, tanto exterior como interior, así como sus rituales y conmemoraciones religiosas tradicionales, los sitúan como hitos de la historia del arte y la cultura colonial hispanoamericanos.

También en uno de los ángulos de la antigua plaza mayor novohispana, renombrada en la época republicana Plaza de la Constitución -que se conoce más popularmente como el Zócalo-, se recuperan, bajo el nivel general de la plaza, los restos de un gran templo azteca. Templo mayor, que poco a poco, va saliendo a la luz en todo su esplendor artístico y significación histórica-antropológica, y da fundamento a la primera raíz del pueblo y cultura mexicanos.

Sin dudas, muchos otros museos como el Antropológico, el Anahuacalli, o el de la Basílica de Guadalupe, los cuales nos ayudan a comprender mejor a México, su pueblo y culturas, merecen una mayor atención, sobre ellos volveré en otro momento.

Ciudad de México es reconocida como una importantísima capital americana de las artes y las artesanías; fue considerada así desde la época antigua, y continúa ostentando esa categoría en la actualidad. Los tianguis, o pequeños establecimientos hechos de forma y materiales variados para el comercio itinerante, muestran un catálogo inmenso de creaciones populares. Pero, al mismo tiempo, urbanizaciones tan modernas y funcionales como la de la Universidad Nacional de México (UNAM), o los famosos museos de arte moderno y contemporáneo, desbordan todas las expectativas posibles en cuanto a temas y técnicas de creación, contenido y formas.

Los domingos las visitas pueden realizarse de forma gratuita, y estos sitios generosamente dotados por la creatividad, la belleza y la historia, están colmados por el público, formado tanto por extranjeros como por nacionales. Contemplar a familias jóvenes, de modesto vestir, ir de paseo culto con sus niños y niñas, en cualquier museo, o centro cultural, fue para mí un enorme placer espiritual. Leían, y después mostraban a los más pequeños los detalles de cada obra expuesta. Todos, ponían atención al comportamiento respetuoso y a las maneras agradables de los niños y adolescentes, entre ellos, y para los otros visitantes.

Es esa otra arista filosófica, la ética de la cultura mexicana que ineludiblemente hay que destacar: la esmerada educación familiar, el respeto general hacia las normas más elementales de la vida social, la cortesía implícita en la actuación del individuo en público. Un ejemplo de buena y sana tradición, que se debería imitar en muchas otras capitales del orbe.

Y, desde luego, los símbolos patrios, los rituales en los sitios, la conmemoración de personalidades y fechas señaladas de la historia nacional, reciben un culto muy sincero de parte del pueblo, que los siente con hondura, vinculándolos a su identidad psicosocial. La digna bandera mexicana, en tamaño gigante, protagoniza, con majestad y de manera muy atractiva, el perfil urbano de múltiples espacios abiertos, dándoles una jerarquía especial, en representación de toda la nación, como corresponde al rango del Distrito Federal.

Lohania Aruca Alonso
carua@cubarte.cult.cu

Publicado, originalmente, en el Portal Cubarte el 01 octubre 2009 http://www.cubarte.cult.cu/
Link del artículo: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/viaje-a-mexico-una-evocacion-de-la-capital-o-del-distrito-federal-ii-parte/8794.html

Autorizado  por la autora, a la cual agradecemos.

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