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Por la inclusión cultural
por Lohania Aruca Alonso
carua@cubarte.cult.cu

 
 

En el momento actual se evidencian tanto los cambios económicos como los efectos o consecuencias, igualmente “cambios”, que estos producen en el ámbito social y cultural. Todos van de la mano. Resulta más difícil apreciar estas evidencias en el campo de la ideología y la política, donde las contradicciones entre los grupos y/o clases sociales, que se pueden considerar absolutamente “normales” dadas las circunstancias históricas contemporáneas, emergen paralelamente a los cambios que transcurren y fueron enunciados anteriormente —sin pasar por alto, ni disminuir, en este señalamiento, la importancia del reto que plantean al juicio y manejo político dichas contradicciones debido a su gran complejidad y su difícil solución inmediata y feliz.

Timbalaye 2012. Festival Internacional de Rumba Cubana

No obstante, es cierto que aún no surge una explicación teórica coherente, consecuente y desprejuiciada, sobre la cual sustentar lo nuevo; está pendiente el análisis profundo y autocrítico, tanto de la evolución pretérita, con su carga de aciertos y errores, como de su proyección presente y posibilidades futuras. Este es otro desafío: “el cambio de mentalidad” requerido y asociado forzosamente al ineludible cambio generacional.

La celebración de una fiesta religiosa afrocubana en Miramar (antiguamente un barrio residencial exclusivo de la burguesía media y alta), un “toque de santo” se decía, o un “bembé”, a una cuadra de la calle Línea y G, en El Vedado, un viernes por la noche, atrae hoy la atención de los habaneros viejos o las habaneras viejas; a algunos los asombra y hasta les disgusta. Porque en el pasado, en la época colonial, en la etapa neocolonial (1902-1958) de nuestra República, y avanzando hasta las décadas donde sucede la actual Revolución cubana, dichas reuniones religiosas y/o festivas, solamente tenían lugar en los barrios pobres y más relegados de la ciudad “capital de todos los cubanos”: Jesús María, Pueblo Nuevo, Cayo Hueso, etc. y, últimamente, en algunas zonas de Alamar.

No puedo hablar de lo que se produce y cómo en otras ciudades, porque no tengo la experiencia necesaria sobre ello. Sin embargo, lo referido indica que algo se mueve y transforma en el seno de nuestra sociedad pues, independientemente del incremento del mestizaje que tiene lugar en el color de la piel de los cubanos y cubanas, se revelan valores relativamente nuevos en relación con la comprensión y tolerancia que, por encima de los viejos prejuicios, se abren paso entre nuestros conciudadanos y conciudadanas, principalmente entre los jóvenes de la población urbana.

¿Guarda o no relación este fenómeno con la movilidad económica y social que se impone, por la necesidad de sobrevivir y resistir a toda costa, desde la etapa del llamado “período especial”? Un estudio al respecto no lo tengo a la mano; pero obvio la necesidad del mismo para fundamentar lo que es posible observar de modo directo en el terreno sociocultural: el reconocimiento de la cultura popular. Esta sin lugar a dudas, ocupa otro nivel más alto, desde la praxis a través de la investigación y la crítica cultural.

La reciente afirmación de la rumba como un alto valor cultural, un patrimonio de “todos los cubanos”; su estudio, no solo a partir de la música, sino de las ciencias sociales, por la historia, la antropología; la creación del Palacio de la Rumba en el barrio de Cayo Hueso; las acciones de difusión nacional e internacional sobre esta manifestación de la cultura popular habanera y cubana, organizada por emigrados cubanos en Italia, reunidos en “Timbalaye”, es un ejemplo palpable de lo que he venido describiendo. Otro reconocimiento a destacar en esta reflexión, entre los tantos que se verifican en el crecimiento del patrimonio cultural nacional, es el del punto guajiro o “punto cubano”; se trata también de un legado histórico y artístico valioso de nuestra cultura agraria.

Por supuesto, detrás de ese resultado positivo hay antecedentes múltiples. Una política de rescate de la cultura popular se ha expresado, desde los años sesenta y setenta (fue en 1976 que se instituyó el Ministerio de Cultura, próximo a su 40º aniversario), a través de la relectura e inclusión de esta —inicialmente desde lo folklórico— en la danza, la música, el cine, el teatro, los museos locales o los nacionales; para mencionar uno activísimo citaré a la Casa Museo de África, hasta la creación de organizaciones no gubernamentales de gran prestigio como la Fundación Fernando Ortiz, por nombrar alguna, sus investigaciones, cursos de post-grados, calidad de sus publicaciones científicas (Revista Catauro) y premios, o la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), entonces bajo la dirección del Poeta Nacional Nicolás Guillén. Un artículo aparte merecería la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

Mucha agua ya ha corrido bajo el puente tendido entre la cultura elitista o “sabia” o “académica”, heredada de la colonia y la neocolonia, y la cultura popular (entendido por esto: la que surge y se elabora en el pueblo y se enraíza en él mediante la praxis, sin intervención de la academia científica o artística; nada tiene que ver con la grosería, chabacanería, ni otros vicios que filtran el sentido común, la decencia y el pudor colectivos innatos en el pueblo) que, desde luego, coexistía con aquella, pero sin ser suficientemente conocida, respetada, ni llegar a conquistar espacios públicos o publicaciones de prestigio cultural y científico tal y como acontece hoy.

Un aspecto más a tener en cuenta, por ahora, es la difusión a través de los medios de comunicación masiva. En sus debates, la Asociación de Radio, Televisión y Cine de la UNEAC ha incluido el tema de la cultura popular y sus manifestaciones. Resulta ser este un paso de avance importante en el examen y concientización de los problemas de la inclusión cultural, debido a la función formativa y orientadora de los gustos de la población que se desarrolla por esos medios y otras tecnologías comunicacionales más novedosas.

Hay que resaltar que la declaración de la cultura popular como un tesoro común, al cual me he referido en este artículo, es un elemento esencial, de importancia innegable para el autorreconocimiento de nuestra población (residente o emigrada), en el largo y lento proceso identitario y de consolidación de nuestra nacionalidad; en la criba constante de la cultura nacional para elevar, desde la base urbana y rural, desde cualquier parte, las imprescindibles manifestaciones del pensamiento y las artes con que se construye la singularidad de “lo cubano”, el sentimiento de pertenencia a un país insular, pequeño, pero extraordinariamente rico y diverso por su naturaleza, historia y cultura.

Próximamente se celebrará el 8º Congreso de la UNEAC, y en este ámbito jerarquizado el amplio tema de la inclusión cultural, par de la inclusión social, deberá ser contemplado y examinado concienzudamente. El escudo de la nación cubana, de igual modo, cada vez debe ser más fuerte y en la calidad de su forja influye directamente la contribución y aceptación de lo popular, la riqueza de lo local, su adecuada selección e interpretación por la crítica y la historia de la cultura, su difusión por todos los medios de la educación y la orientación culturales. La inclusión en la crítica artística y literaria de especialistas de todo el país, sin nocivas distinciones geográficas, ha permitido a La Gaceta de Cuba (UNEAC) elevar la mira de los criterios con que se realizan los análisis del arte y la literatura cubanos, este es un genuino acierto cultural.

Habrá que investigar e historiar mucho todavía para que sepamos con certeza cuántos y cuáles son los ingredientes del “ajiaco” orticiano, y cómo conviven unos y otros de la forma más integral e inteligente, en una sociedad que aspira a ser verdaderamente humana, al “buen vivir” nuestroamericano. Instruir y educar a las generaciones venideras con mayor conocimiento, capacidad para apreciar y comprender todos los elementos componentes de su propia cultura, dependerá también de programas de estudio nuevos, que se desarrollen desde el nivel primario hasta el universitario. Esta relación cultura—educación es otra arista a no olvidar, más bien a priorizar, en el tema abordado.

Lohania Aruca Alonso
carua@cubarte.cult.cu

Publicado, originalmente, en el Portal Cubarte  http://www.cubarte.cult.cu/ , el 2 de octubre de 2013
Link del artículo: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/por-la-inclusion-cultural/24860.html

Autorizado  por la autora, a la cual agradecemos.

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