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Apuntaciones extraídas del manuscrito de un bibliómano desconocido

por Rafael Alberto Arrieta

 

Mañana de primavera en un parque. Leo mi libro a saltos: la brisa me da vuelta las páginas.

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El sátiro de porcelana sonríe en un ángulo de mi biblioteca. A medianoche, cuando apago las luces y me retiro, sopla los cañutos de su flauta. Las hojas de algunos libros se desprenden como de ramas sacudidas y danzan lascivamente en la oscuridad.

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Admirable memoria: recuerda el nombre de todos los que le prestan libros que olvida devolver.

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Veo agitarse hacia mi ejemplar, tres veces centenario, del Arte de amar, muchas manos descarnadas que me lo reclaman como propio.

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Para alcanzar a la mesa y trazar cómodamente sus garabatos, mi sobrino de tres años agrega a su asiento la Divina Comedia y el Quijote.

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Aniversario. “Nuestro” libro se abre en mi mano espontáneamente, sin equivocarse de página.

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Tardecer en la biblioteca. Penumbra creciente. Los tejuelos se destiñen, las hileras de lomos se confunden, la vaporosidad sumerge a los anaqueles en flotante desmenuzamiento. Las páginas impresas devuelven su contenido agestado larval del ensueño, de la meditación, del limbo qué envolvía aún al pensamiento. Cada grumo de sombra está formado por células dé espíritu en suspensión imprecisa...

Una vuelta del conmutador restituye a sus envases el aire elaborado.

Cultiva la gratuidad y la selección, Lee exclusivamente libros prestados por amigos de buen gusto.

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Busco infructuosamente en las primeras líneas de las páginas de numeración par la frase recordada. Seguro de mi memoria visual, me resisto a mirar en las impares.
—Puede usted llevarlos con entera confianza —me dijo el vende-dor de una montaña de libros de segunda mano, interpretando mi actitud retraída—. Están recién desinfectados.
Yo había visto asomado el título de una obra apestosa.

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Las sucesivas necrologías de toda autobiografía...

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Entre el libro qué leo y mis ojos suelen interponerse rostros y paisajes que velan mi lectura.

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Dicen que posee una erudición de catálogo: nombres, títulos, fechas. No conoce nada por dentro.

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No puedo hojear la más reciente edición de las poesías de Dante Gabriel Rossetti sin sentirle olor a cadáver. ¿Gomo olvidar que el autor arrepentido extrajo los manuscritos del ataúd de su esposa?

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El editor tenía sobre su mesa de trabajo un tomo in-4° de Racine, magníficamente encuadernado. Levanté la tapa: los habanos eran estupendos.

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Absorto en el relato llego hasta la mitad del libro y advierto que al ejemplar le falta el pliego siguiente. Continúo como el excursionista al que la niebla le suprime un buen trecho del paisaje desconocido.

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Al hojear distraídamente en mi presencia la última novela de su afortunado rival, el ilustre escritor halló una mariposita aplastada entre dos páginas,, y dijo en alta voz: ,
-No podrá pensarse que fue víctima de la luz...

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Verano, Me adormezco en la mecedora con un libro sobre las rodillas. Y oigo al moscardón continuar mi lectura.

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Me regala un ejemplar lujoso de su obra: cien páginas en papel imperial Japón. ¡Qué lástima! Están impresas.

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Salón de lectura del Club. El empleado me trae un libio que no he pedido. Y apenas se aleja para subsanar el error, me arrepiento de no haberlo aceptado calladamente. ¿En cuál de sus páginas se ocultaba el mensaje de mi destino?

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Mi cortaplumas, este sobreviviente de las bien cortadas...

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En todo libro de recuerdos, hallo los míos..

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La impaciente lectora hace, como a escondidas de sí misma, una furtiva exploración por las últimas páginas de la novela que ha em-pezado a leer.

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He aquí el diario íntimo de mi amigo, formado, en parte, por anualidades adelantadas.

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La jovencita entró tímidamente en la lujosa librería, y dirigiéndose al dueño, un cincuentón elegante, pidió con voz entrecortada:

—Quisiera... una historia de amor..de amor apasionado.

El librero tomó una rosa del búcaro próximo y se la ofreció con exagerada reverencia.

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El .librejo extraído del fondo de un alto anaquel donde yacía olvidado, llega a mi mesa cubierto de polvo y telarañas, como una botella de gran día.

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En el remate de la biblioteca que perteneció al famoso/tribuno, enmudecido; para; siempre, adquirí este volumen profusamente señalado y apostillado por su mano. Los amplios márgenes están llenos de interrupciones, de ataques, de réplicas que me evocan su voz, sus gestos, sus ademanes. Y me deleito con este debate en que revive el orador para mi exclusiva intimidad.

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El hueco de un libro en el estante. Lo siento, me preocupa, me acompaña como si fuese el de uno de mis dientes.

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Vuelvo a hojear estas páginas que leí apasionadamente en mi ju-ventud, con la esperanza de arrancarles ecos de mi corazón.

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Aseguran que tiene copiado a máquina y escrupulosamente corregido su epistolario, que podrá ir a la imprenta en seguida de su muerte. Se trata de las cartas escritas con esa providencia ulterior, a través de cuarenta años de vida literaria.

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Tarde otoñal en el parque. Cae silenciosamente una hoja dorada sobre mi libro y me oculta el soneto que iba a leer, titulado "Venus”.

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Semejante al insecto transportador de polen, sonsaca a sus amigos de talento juicios sobre las obras de actualidad y los hace circular, como propios, en los salones.

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Al proponerme continuar la interesante lectura, momentáneamente interrumpida, no encuentro mis anteojos. Supongo que debe experimentar lo mismo el cazador afortunado en los primeros disparos y sin cartuchos para la próxima bandada.

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Me regala sus Memorias, compuestas en la senectud con las ilusiones de la mocedad.

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“A cada tamaño, su color”, me explica el satisfecho coleccionista, arrobado ante los lomos estridentes.

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Obra completa del gran lírico en novecientas páginas de papel Biblia, campo de concentración donde los poemas se tocan, chocan, se sofocan.

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Mi sobrino de tres años entra en la biblioteca.
—Tío, ¿vamos a jugar? —y señalando con un dedito los volúmenes alineados—: —Tú me bajas los ladrillos y yo te hago una casa.

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Mientras leo la hermosa novela en este manoseado volumen de biblioteca circulante, me asombra que su texto conserve la virginidad del ejemplar intacto.

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Imagino una casa repentinamente abandonada por sus habitantes. La lectura interrumpida ha dejado abierto sobre una mesa un libro seductor. Fluyen sus palabras como los aromas de un pebetero. La casa se perfuma y lo ignora.

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Invierno. El temible crítico recibe la última obra de una de sus víctimas con esta dedicatoria personal: Contribución a las Mamas de su hoguera.

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La bella lectora se adormece con un libro en la mano. El libro se desliza y cae sobre la alfombra. Queda a sus pies, semiabierto, en penitente adoración, como un amante castigado.

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LÉXICO. GUILLOTINA: Atajo que nos priva de los voluptuosos rodeos y descubrimientos proporcionados por el cortapapel. LOMO CON NERVIOS: Entiéndase pecho condecorado.

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Yo solo soy el contemporáneo de los libros de mi biblioteca.

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Leo en, voz alta y tú, a mi lado, me escuchas, callada y atenta. Pero las palabras deben cruzar tan inmenso espacio...

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También mis muertos leen con mis ojos.

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Dedicatoria elegiaca del libro que nunca escribiré; A la querida memoria de mis borradores.

Rafael Alberto Arrieta
"La Biblioteca" - Revista de la Biblioteca Nacional

Tomo Nº 9 - Segunda Época Nº 3

Buenos Aires 1958

Director Jorge Luis Borges

Fue digitalizado, editado, con el agregado de foto, por mi, editor de Letras Uruguay

Twitter: https://twitter.com/echinope / email: echinope@gmail.com / facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce al día 16 de noviembre de 2016 inédito en la web mundial
 

 

 

 

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