Recuerdo de Vicente Aleixandre

ensayo de César Arístides

Vicente Aleixandre

-I-

Vicente Aleixandre no sólo fue un creador de alegorías y nervaduras amorosas, depresiones y ensueños relacionados estrictamente con el ámbito afectivo: es mucho más que un poeta obstinado en interpretar el contexto erótico. No han sido pocos los críticos que han tratado de rescatarlo de clasificaciones rígidas que pretenden encasillar al bardo español en el esquema de los amantes cuyos estímulos destinados a la intensa lubricidad pierden sus esencias en la celebración convencional.

Aleixandre es más que un exvoto de confianza a la sensualidad sublimada» va más allá de suplicios encadenados al rigor de los encuentros. Las virtudes de su ejercicio lírico, el prodigio de la fraternidad, la dichosa fusión muscular y las trampas tendidas a la contemplación forman parte de un tema, son agua que se complementa con otros licores y en esa mezcla amplía sus propósitos insaciables para no sólo perderse en una raíz, aunque enervante, peligrosamente extinguible. El poeta puede más que la eternamente enferma encíclica amorosa. En su estudio introductorio a la Antología poética de Vicente Aleixandre (Madrid, Alianza Editorial, 2003) Leopoldo de Luis afirma:

Aleixandre no es un poeta monocorde, sino de vasto mundo poético y de amplia expresión, por lo que no resulta sencilla la síntesis de sus aportaciones a la poesía castellana. Su obra suscita una rara atracción, de ahí que pueda percibirse su impulso para poetas posteriores de tendencias y estilos disímiles. Sería arduo precisar qué Aleixandre ha supuesto mayor enriquecimiento, más profunda renovación o más honda permanencia, ¿el surrealista, el neorromántico, el de visión cósmica, el realista? No debe, sin embargo, pensarse en un poeta de personalidades diversas y mutuamente anuladoras; no es un poeta proteico: no cambia de ideas, sino que proyecta su visión poética desde ángulos distintos, y las formas empleadas evolucionan para arrojar distinta luz y, en ocasiones, vuelven a encontrarse, al cabo del tiempo, sobre temas que completan un mundo poético coherente. De lo dicho cabe deducir que su obra total es armónica y que sus diferentes aspectos son, en rigor, solidarios.

En su discurso poético: ambicioso en la sensualidad, dubitativo en sus encuentros mortales, y temiblemente desbordado en los parámetros taciturnamente incitantes del paisaje —o cuando bebe la soberbia de los fragores, los ímpetus sofocados en la fortaleza marítima y la elocuencia de una lágrima— es posible distinguir su peculiar aproximación a lo singular-individual inscrita en el sabor de una boca emisaria, la avidez de los dientes, el apretujamiento vital de dos carnes, la súplica de los ojos o el movimiento irreverente de una sombra. La oda revelada/rebelada en el registro individual va de la creación a la muerte, asimila la tentación del mineral y funde las emociones en un ardor subvertido y de venas radiantes:

No sé lo que es la muerte, si se besa la boca.

No sé lo que es morir. Yo no muero. Yo canto.

Canto muerto y podrido como un hueso brillante,

radiante ante la luna como un cristal purísimo.

 

Canto corno la carne, como la dura piedra.

Canto tus dientes feroces sin palabras.

Canto su sola sombra, su tristísima sombra

sobre la dulce tierra donde un césped se mansa.

                                           (“Tormento del amor")

Y de allí a lo plural-universal, afirmado en la presencia de la aurora con su vértigo juvenil, el acto delicado de asumir la luna en rumorosa oscuridad, ser el aura de las montañas, el deceso en una noche otoñal, para alentar el pensamiento vivo por encima de la atrocidad, la apostura telúrica en indómita delicadeza; sus aves son la réplica, las infusiones en el paisaje, y por esa extensión sensitiva, tal parece que el cielo se abre, se confiesa:

Allí nacían cada mañana los pájaros,

sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.

Las lenguas de la inocencia

no decían palabras:

entre las ramas de los altos álamos blancos

sonaban casi también vegetales, como el soplo en las frondas.

¡Pájaros de la dicha inicial. Que se abrían

estrenando sus alas sin perder la gota virginal del rocío!

(“Criaturas en la aurora")

Las referencias son numerosas, tanto como la exposición de sus reflejos. La multiplicación de sus tactos y humores inquieta la orientación de sus pasiones. Vicente Aleixandre construyó un documento poético, conceptual y brioso, de volúmenes sin cordura. Su trayectoria se compone de múltiples apuestas libradas a sangre y fuego con metáforas donde la ondulación es fragancia y desmesura, sus prolongados encabalgamientos perturban el aliento y llevan en su riada el discurso hipnotizado, éste se templa, condensa, de él se desprenden/se alejan, temporalidades fragantes, el amanecer, la adivinación y lo fortuito, el navío, el dolor y la gracia, la vocación intensa de sus manos impasibles/imposibles, surtidoras, concebidas por la provocación nocturna; su silencio arrulla deseos y presentimientos:

Mira tu mano, que despacio se mueve,

transparente, tangible, atravesada por la luz,

hermosa, viva, casi humana en la noche.

Con reflejo de luna, con dolor de mejilla, con vaguedad de sueño

mírala así crecer, mientras alzas el brazo,

búsqueda inútil de una noche perdida,

ala de luz que cruzando en silencio

toca carnal esa bóveda oscura.

(“Las manos'’)

-II-

Vicente Aleixandre nació en Sevilla, el 26 de abril de 1898. Su infancia transcurrió en Málaga hasta 1909, año en que su familia decidió radicar en Madrid. Realizó estudios de derecho y comercio y conoció en su juventud a Dámaso Alonso, quien lo acercó a la obra de Rubén Darío —fundamental en su percepción lírica. Tiempo después integró con García Lorca, Jorge Guillén, Luis Cernuda y otros, la afamada Generación del 27, surgida de la admiración común a Luis de Góngora; el bautizo de esta hermandad literaria se produjo por la celebración del tercer centenario luctuoso del autor de la Fábula de Polifemo y Galatea.

Las paradojas nunca abandonaron la vida de Aleixandre. Siendo uno de los máximos exponentes de esta tendencia, no pudo asistir a los actos de celebración y recuerdo del maestro Góngora, pues estaba enfermo. Y ya que mencionamos la enfermedad, no es ocioso añadir que el poeta tiene problemas de salud durante toda su vida, sublevados en su escritura: los largos períodos de convalecencia llenan los vasos comunicantes con brebajes vitales. Aunque la salud siempre está sitiada, los reflejos de tribulación se inscriben en el orden de la gracia impetuosa y la suspicacia núbil por responder al mundo alentado por la alabanza que dicta sudores y nervaduras; por el deseo reconstituido de ser en la tierra, en la humedad y la vegetación. Pero, ¿hay huellas de enfermedad en esta aclamación?:

Cuando acerco mis labios a esa música incierta,

a ese rumor de lo siempre juvenil,

del ardor de la tierra que canta entre lo verde,

cuerpo que húmedo siempre resbalaría

como un amor feliz que escapa y vuelve...

 

Siento el mundo rodar bajo mis pies,

rodar ligero con siempre capacidad de estrella,

con esa alegre generosidad del lucero

que ni siquiera pide un mar en que doblarse.

                                              (“A ti, viva")

Años más tarde, pasada la primera gran guerra, consolidada la Generación y en plena severidad franquista, algunos miembros o amigos de esta cofradía mueren asesinados —España entonces es un rencoroso caldero social y no aparta ningún cáliz a osados y apacibles—, otros se marchan de la patria y unos cuantos acuden a otros lugares donde ejercen, acometidos por la incertidumbre, sus diversas profesiones. En su introducción a La revolución y la guerra de España (México, FCE, 1962, vol. I) Pierre Broué y Emile Témime afirman: “Teníamos diez años en 1936. Para nosotros, la guerra de España fue primero una sacudida, el espectáculo de millares de hombres, de mujeres y de niños demacrados, a menudo con la ropa hecha jirones, hambrientos los refugiados españoles". Esta suerte corrió la gran mayoría de los que buscaron la frontera. Pero quienes padecieron las condiciones de vida en el terruño nunca la pasaron bien, la cotidianidad se volvió viento amargo, añoranza malograda. En su “Nota autobiográfica", Aleixandre confiesa:

Estaba luchando en el frente [Miguel Hernández] pero venía mucho por la capital... Yo estaba enfermo, pasé dos años de la guerra en cama, en una recaída de mi enfermedad renal. Me acuerdo siempre con emoción que, en aquella escasez de alimentos, yo enfermo, venía Miguel del pueblo de su mujer con un saco de naranjas, que entonces era un tesoro y que él me traía a cuenta de Dios sabe cuántas privaciones.

La guerra, la desolación que nutre a la patria lánguida, la enfermedad y sus secuelas, determinaron profundamente su talante modesto, dejando en su personalidad un ensimismamiento grave, una actitud ante la vida humedecida por la añoranza. Paradójicamente, la nostalgia siempre aprovechó el resquicio para invertir la amargura y en geiser metafísico extender imagen y grado de contemplación; bruñir las puntas del abatimiento y dejarlas trueno, dulce rebeldía, entusiasmo que avista el derrumbe y al morder soledad, clama:

Sobre la tierra mi bulto cayó. Los cielos eran

sólo conciencia mía, soledad absoluta.

Un vacío de Dios sentí sobre mi carne,

y sin mirar arriba nunca, nunca, hundí mi frente en la arena

y besé solo a la tierra, a la oscura, sola,

desesperada tierra que me acogía.

 

Así sollocé sobre el mundo.

¿Qué luz lívida, qué espectral vacío velador;

qué ausencia de Dios sobre mi cabeza derribada

vigilaba sin límites mi cuerpo convulso?

¡Oh madre, madre, sólo en tus brazos siento

mi miseria! Sólo en tu seno martirizado por mi llanto

rindo mi bulto, sólo en ti me deshago.

                                        (“No basta”)

El destino dispuso todas sus cartas para que el autor de Espadas como labios encarnara la afrenta física y espiritual, pero en esta estatura humana erró en el juego. Aleixandre opuso a los rigores del padecimiento físico, poemas inspirados por los humores y la queja iracunda; frente a la dialéctica de la muerte y sus trofeos de guerra, concedió una disertación inaudita en sus resplandores, tensa al ceñir/seducir la luz; su rebelión huraña o gozosa, casi amarga o gentil en la lubricación, posee el vigor necesario para trastocar el lamento, la sentencia, el hallazgo:

Alzamos unos ojos casi moribundos. Mendrugos,

panesy azotes, cólera, vida, muerte:

todo lo derramas como una compasión que nos dieras,

como una sombra que nos lanzaras, y entre los dientes nos brilla

un eco de un resplandor, el eco de un eco de un eco del resplandor, y comemos.

Comemos sombra, y devoramos el sueño o su sombra, y callamos.

                                                                  (“Comemos sombra")

Así, la conjura se estableció en el territorio mítico donde reposan los cuerpos y se fundan las alabanzas, la complicidad de canto y deceso deriva en condición humana dolorida, mas dueña de rostros que sorprenden por la decantación y el sometimiento de sus emociones, para volver al espacio, al eco mineral, al vestigio:

Por el camino llegan un entierro, sus cantos.

Es una breve nave que baja de la altura,

navega costeada de hombres y mujeres,

casi en el aire sube, vacila, hiende, avanza.

Espumas pedregosas. Pero ella sigue lenta,

segura, y ahora arriba, recala. Toca fondo.

                                       (“En el cementerio”)

Y si esto no bastara, frente al dictamen —en ocasiones vesánico— de la historia, indagó en otros perfiles y arrancó las virtudes a los horizontes; otorgó una versificación maravillosamente imprudente, si entendemos la imprudencia como osadía, sedición de forma y color, transporte de alegorías en venas robustas para incitar la palabra prendida, que tampoco soslaya la transformación del mundo gracias al gesto del hombre. El sevillano expone entonces su fraternidad:

Escribo para el enamorado; para el que pasó con su angustia

en los ojos; para el que le oyó; para el que al pasar no miró;

para el que finalmente cayó cuando preguntó y no lo oyeron.

Pero escribo también para el asesino. Para el que con los ojos

cerrados se arrojó sobre un pecho y comió muerte y se alimentó,

y se levantó enloquecido.

Para el que se irguió como torre de indignación, y se desplomó

sobre el mundo.

                                                                   (“Para quién escribo")

Con la austeridad necesaria, el fervor obediente, queda entonces el turno a la poesía para ser la máscara de llamas dispuesta en la mesa del hechicero; son suficientes los dones para describir los encantamientos, el poeta convierte la piedra de toque en genitales, anhelos y lluvia, frescura gentil, agua consoladora de la remembranza:

Húmedo de recuerdo el beso llora

desde unos cielos grises

delicados.

Llueve tu amor mojando mi memoria,

y cae y cae. El beso

al hondo cae. Y gris aún cae la lluvia.

                                       (“Llueve”)

-III-

Tanto es Vicente Aleixandre, su discurso ha caminado por numerosos rumbos: los nervios del universo, la tierra excitada, los dolores afilados en la trampa funeral y el vacío espiritual; su vocación de elevar la cadena sensitiva: niñez/celebración —juventud/azoro—, enfermedad/meditación, lo arrancó del lecho del enfermo para desafiar al espacio con la ebullición sensitiva, indagar en la sensualidad y la elegía para iluminar por igual las ciudadelas y la habitación ardiente del conocimiento.

Dos estudiosos de la poesía española ofrecen datos incuestionables respecto a las actividades líricas del poeta. En la antología comentada Mil años de poesía española (Barcelona, Planeta, 1996) Francisco Rico apunta:

Sus inicios poéticos le llevaron a seguir —superada la influencia de poetas antiguos— la vanguardia surrealista en libros como Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (Premio Nacional de Literatura en 1933) y Pasión de la tierra (1935). En 1944 aparece una obra fundamental, Sombra del paraíso que presenta con tonos nostálgicos una nueva visión del hombre... Con Historia del corazón (1954) el poeta evoluciona hacia un mayor interés por lo propiamente humano y la temporalidad. La última etapa, de carácter más filosófico, se forma con Poemas de la consumación y Los diálogos del conocimiento de 1969 y 1974, respectivamente. El Premio Nobel de 1977 no reconocía sólo el mérito indudable de la obra de Aleixandre, sino su pertenencia a una generación privilegiada en la historia de la literatura española.

Pero el poeta nunca pretendió ser un adalid de su generación. Rodeado por sus espectros, peregrino en la bruma, es un creador semejante a espíritus ocultos como Wallace Stevens o Fernando Pessoa cuyas vidas reales, silenciosas, marcadas por oficinas o empeños alejados de las exigencias literarias, se situaban en un escenario con mayor parecido a la naturaleza muerta que a la morada providente. Es en este estado de sitio donde se emiten las anunciaciones y con paciencia beata se alimentan.

Ahora la mirada se concentra en las apreciaciones de Eliana Albala en su Antología del amor sensual y la poética de Vicente Aleixandre (México, UNAM, 1989). Para comprender las cartas de navegación del escritor, la ensayista enfatiza el hecho de que, por su importancia, se han propuesto etapas en la obra aleixandrina:

Rebeldía, tragicidad, elegía, existencialismo, historicidad, realismo, superrealismo, irracionalismo, conciencia de la caducidad, poesía pura... Sólo que en sus últimos años el poeta rememora el pasado como desde la muerte, como desde otro mundo y se define a sí mismo sombra, recuerdo, voz fenecida, sueño, oscuridad final en la que hasta las caricias perecen...

-IV-

Este comentario no es un desfile entusiasta de referencias sobre Vicente Aleixandre. Sólo se asoma —mustio— a su vida construida por la pasión, la franqueza literaria y la enfermedad, y ésta, afanada en dar otros matices a la visión del mundo cubierto de pena y desaire, para llevarla del olor a medicina y ambientes umbríos, al verbo exaltado, el privilegio de la luna, la lluvia, el músculo voluptuoso o el paisaje y la metáfora audaz, perdurable, retando a Ezra Pound en El arte de la poesía (México, Joaquín Mortiz, 1990) cuando reprende: “No emplees una sola palabra superflua, ni un solo adjetivo que no sea revelador”.

Visita mi pensamiento la relación del cantor adoptado benevolente por Málaga, con sus camaradas de generación y su hermano adoptivo, en admiración mutua: Miguel Hernández (el de Orihuela dedicó su celebrado Viento del pueblo a su caro amigo y en su carta-dedicatoria, entre otras cosas, le escribe estas palabras: “El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”). Enfrento la impaciencia y el regocijo, imagino los crepúsculos y la ubicuidad erótica, palpo los cuerpos de vivos y muertas: rebosante geografía de pasión y vértigo; acaricio las nubes con el mismo nerviosismo con el que paso los dedos por los rostros helados, el llanto, la frente y la fuente; descubro las noches y las mañanas en las que el poeta elucubra y bebe el duelo, se cuestiona:

No sé qué miro en este

fijo rostro de vidrio,

pálido entre las luces

finales, y aún despierto.

¿0 es mi sueño en lo oscuro?

Superficie de agua,

cristal que no transcurre,

como un ojo que ha muerto

mas devuelve una imagen.

Rostro vítreo, sin meta,

una copia de engaños,

alma, espejo o mi nombre

sobre unos labios mudos.

                             (“El inquisidor ante el espejo")

Cada lección/acción poética de Vicente Aleixandre es fuente noble y vigorosa, agua renovada por el intenso fervor que busca trascender; su pensamiento es una estela de versos incisivos con la misma estatura de su filosofía que tiembla en el encabalgamiento, y en cada enunciado las propiedades del lenguaje adquieren mayor sonoridad, coherencia entre delirio y pensamiento grave, hondura en la adjetivación y giros dialécticos concluyentes. Esta magnífica capacidad para ennoblecer la observación, consumir/asumir cada gesto o latido, latitud y fluir, lo llevó a obtener en 1977 el máximo galardón para un hombre dedicado a la escritura: el Premio Nobel de Literatura; pero lo más trascendental, a ser un poeta perdurable, necesario.

 

ensayo de César Arístides

Publicado, originalmente, en Periódico de Poesía, Nueva época Nº 8 Otoño 2004

Publicación mensual editada por la Universidad Nacional Autónoma de México http://periodicodepoesia.unam.mx  

 

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