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El Armorial Eclesiástico: un patrimonio oculto
por Maikel Arista-Salado y Hernández
[*]
aristashr@gmail.com

 
 

Se ha definido la Heráldica, y con mucha razón, como un arte y como una ciencia cuyo objeto de estudio son los escudos de armas. Muchos crecemos con la errónea idea de considerar al Escudo de la República como el único que existe. Lo cierto es que la Heráldica tiene un campo de aplicación amplísimo, y en nuestros días sigue siendo una tradición vivísima, que tiene en su contra el cada vez mayor desconocimiento de sus reglas básicas, que la desnaturalizan en lugar de enriquecerla. Somos del criterio que una tradición de sólida raigambre en nuestra cultura como la Heráldica, sólo puede actualizarse y enriquecerse a partir del conocimiento. Pues bien, no sólo nuestro Estado tiene su escudo, que junto a los escudos de los municipios y ciudades conforman la Heráldica Cívica cubana, sino que también existe la Heráldica Militar, Gentilicia, Industrial, etc.; los escudos empleados por instituciones y personas religiosas recibe la denominación de Heráldica Eclesiástica, en la que la Iglesia Católica Romana tiene una importancia capital, ya que es donde más fuerza tiene la tradición.

Podemos clasificar la Heráldica Eclesiástica de acuerdo a cada confesión: católica romana, católica anglicana, cubana de ascendencia yoruba, etc., pero en todos los casos, cada escudo cubano constituye una expresión de nuestro patrimonio heráldico e histórico, que no parece haber tenido la suficiente y sistemática atención de nuestros cronistas hasta nuestros días, y por lo tanto, se corre el riesgo de perder ese riquísimo patrimonio irremediablemente si no queda registrado de alguna manera. En este sentido, desde fines del 2005 creamos el Armorial Eclesiástico, con el objetivo de registrar los escudos de armas de las diócesis cubanas y de sus prelados. Es nuestro mayor interés que la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba tome la iniciativa como suya y le otorgue carácter oficial al Armorial, y que no sólo se recoja esta parte de nuestra historia religiosa, sino que también nuestros obispos reciban asesoramiento a la hora de organizar sus armas, de manera que sus escudos queden conforme a las reglas del Blasón y puedan acceder al registro y consecuentemente, a la publicidad registral. Y por último, el registro en el Armorial Eclesiástico ofrecería protección a las armas, lo cual impediría que dos obispos o dos eclesiásticos empleen escudos iguales o muy similares.

En principio, todas las personas tienen la posibilidad de adoptar un escudo de armas en virtud de su capacidad heráldica individual, mientras no usurpe las armas de otra persona u otro linaje y las organice de acuerdo a las tradicionales reglas del Blasón. Los escudos de armas no son expresión de la nobleza de una persona, ni es su función alimentar la vanidad personal de su titular, como piensan algunos, y en el campo religioso no es preciso ser obispo para adoptar armas. Un escudo personal puede ser tan artístico como la firma autógrafa, y ambos cumplen un fin similar: representar a su titular, aunque el escudo es mucho más solemne que la firma.

Como afirma el reconocido heraldista español don Ignacio Koblischek y Zaragoza en su artículo “Adopción de Armas”, publicado en el número 4 de PLVS VLTRA, Boletín Cubano de Simbología, “Desde sus orígenes la heráldica estuvo abierta a todas las clases sociales. Así lo demuestran los escudos utilizados en el siglo XIII por personajes pertenecientes a las clases más desfavorecidas de la sociedad”, ya en el siglo XIV se incorporan en el escudo los adornos, que comienzan a reflejar la posición social de su titular, con lo que el escudo pasa de ser un mero símbolo de representación personal a una forma de ostentar las riquezas heredadas, y deviene signo de expresión de la nobleza, de manera que se fue perdiendo el origen popular de la Heráldica, y ello generó un sentimiento generalizado de considerarla como un derecho propio de las clases más pudientes y de la nobleza más antigua. Por tanto, nos parece necesario acotar, en concordancia con el criterio de Koblischek, que cualquier persona puede adoptar su escudo de armas personal, el cual se convierte en armas de linaje con el uso pacífico, público y no interrumpido durante 100 años, o el equivalente a tres generaciones. Creemos oportuno señalar que el paso de la centuria no es presupuesto de legitimación de un escudo, porque tanto valor tiene el escudo personal como aquel que es de linaje; ocurre que son armerías distintas: una es de la familia, del linaje, mientras que la otra corresponde a una persona.

Las dignidades eclesiales de la Iglesia Católica Romana mantienen la tradición, afortunadamente, de organizar armas, pero incluso los párrocos lo pueden hacer, sujetos lógicamente a las reglas que aconseja la tradición con respecto de los ornamentos y en relación con las jerarquías de la Iglesia. Al entrar en el estudio de la Heráldica Eclesiástica cubana, y especialmente de su rama católica romana, nos encontramos con el principalísimo problema de que la mayoría de los escudos de nuestros obispos están hechos sin colores, cuando no se concibe un escudo sin esmaltes. Es por ello que nos hemos tomado la libertad de esmaltar algunos de los escudos que presentamos para que se acomoden así a las reglas del Blasón. Ello no significa que queramos cambiar o modificar las armas, como nos dijo amablemente un pastor; sencillamente es un requisito sine qua non organizar las armas con esmaltes: no existe escudo sin colores. Esta bicromía a toda costa obedece al uso casi exclusivamente esfragístico de estos escudos; es decir, son empleados en sellos de despacho, como encabezamiento de página o membrete oficial. Pero el uso esfragístico de las armas diocesanas o episcopales no entra en contradicción con el adecuado esmaltaje de las mismas, y pongo por ejemplo el caso de Su Santidad Benedicto XVI, cuyo escudo de armas se representa siempre con esmaltes. Otros problemas son, dado el poco conocimiento de los cánones de composición heráldicos, su constante inobservancia, por ejemplo, en los casos de escudos esmaltados, es decir, con colores, éstos no siguen la llamada ley fundamental, aquella que dispone no poner color sobre color, metal sobre metal ni forro sobre forro. La Heráldica admite solamente siete esmaltes: dos metales (oro y plata) y cinco colores, a saber: azur (azul), gules (rojo), sinople (verde), sable (negro) y púrpura (violeta); en consecuencia, no debe ponerse sinople sobre azur u oro sobre plata.

La Heráldica Eclesiástica católica se divide a su vez en otras ramas: papal, episcopal, diocesana, y de cofradías y hermandades. Los Sumos Pontífices emplean escudos de armas desde que Inocencio III (1198-1216) iniciara la tradición: sus armas son las del linaje de los Conti y traen en campo de gules (rojo), un águila jaquelada de oro (amarilla) y sable (negro), picada, membrada y coronada del mismo metal; los papas anteriores también emplearon signos distintivos, es decir, desde San Pedro hasta Clemente III, pero según los más autorizados criterios, “no son dignos de credibilidad (...) en un período pre-heráldico, las instituciones eclesiales tenían ya símbolos propios o signos distintivos, y, cuando surge la Heráldica, estas figuran se ‘heraldizan’, esto es, toman los esmaltes y la representación heráldica” (Arco, 1993:2-3), tales son los casos de los círculos pontificios, por ejemplo, que consistían en sellos céreos en forma de ojiva, formados por dos arcos de círculos con la concavidad uno hacia el otro y cortados por sus extremos, dentro de sus campos se ubicaba la figura de un sacerdote, con báculo, en actitud de bendecir, luego sentado en una silla curul; al expandirse la Heráldica por Europa, entró inmediatamente en los sellos. Los atributos de los papas son las llaves de San Pedro, una de oro y otra de plata, liadas con un cordón rojo, y por timbre una tiara, también conocida como trirregnum o corona de tres, cuyo uso tradicional vino a ser preterido por S.S. Benedicto XVI (2005-), quien la remplazó por una mitra con tres fajas doradas unidas al centro verticalmente, y agregó el palio como soporte. Las tres fajas representan el orden, la jurisdicción y el magisterio, mientras que la unión vertical representa la estrecha relación de estas “potestades” pontificias.

En la jerarquía católica, inmediatamente debajo del Sumo Pontífice, se ubican los cardenales, cuyos escudos son adornados con un capelo rojo, también llamado cardenalicio o de peregrino, del que penden quince borlas a cada lado. La mayoría de los cardenales son además patriarcas, arzobispos u obispos, en cuyo caso se coloca además una cruz de doble traversa detrás del escudo, como se muestra en el caso de las armas de Su Eminencia el Arzobispo de San Cristóbal de la Habana, que aparecen en la Santa Metropolitana Iglesia (S.M.I.) Catedral de la Habana, opuestas a las armas de S.S. Juan Pablo II (1978-2005) y colocadas allí con motivo del recibimiento del título cardenalicio, junto con las armas de Su Eminencia Mons. Manuel Arteaga y Betancourt, Cardenal primado de Cuba, opuestas a las de S.S. Pío XII (1939-1958), todo lo cual parece ser el inicio de una tradición, que podrá comprobarse si el próximo Cardenal hace esculpir sus armas en la S.M.I. Catedral de la Habana junto a las del Santo Padre que lo exalte al principado. Los patriarcas traen capelo verde con quince borlas del mismo color a cada lado, mientras que los arzobispos diez y los obispos seis borlas a cada lado y una cruz de traversa simple.

Los abates y prebostes de mitra y báculo traen capelo negro con seis borlas en cada lado; los protonotarios apostólicos tienen derecho a poner capelo violeta con cordón rojo y seis borlas rojas a cada lado; los prelados de honor, capelo, cordón y seis borlas violetas a cada lado; los deanes y superiores menores traen capelo negro con dos borlas negras, una debajo de la otra, y por último, los párrocos pueden adornar su escudo personal con un capelo negro y una borla del mismo color a cada lado.

El actual Obispo de Pinar del Río, Mons. Jorge E. Serpa y Pérez, fue nombrado en el 2001 Capellán de Su Santidad, conque su escudo, si hubiese tenido, debió haber sido adornado con un capelo negro con cordón violeta y seis borlas violetas a cada lado, hasta su feliz nombramiento como Obispo de Pinar del Río a fines del 2006, cuando puede sustituir, si así lo tiene a bien, ese adorno por el que corresponde a la dignidad episcopal propiamente dicha, descrita en líneas anteriores.

Ningún obispo o eclesiástico está obligado a adoptar un escudo de armas. No existe ninguna disposición que lo compela, de manera que puede voluntariamente renunciar a su capacidad heráldica individual, y aún al tener su propio escudo de armas, no está obligado a timbrarlo con el capelo de peregrino; puede adornar sus armas con el bonete universitario o con yelmo de acero bruñido si así lo prefiriere; si escoge los adornos propios del estado eclesiástico puede poner báculo, mitra y capelo, o uno de ellos, o dos o ninguno, pero cuando se reproduce el escudo, no constituye una falta exornar el de un obispo con los adornos que por tradición le corresponden, no sería correcto, sin embargo, incluir adornos que no correspondan a su cargo, y ello no significa que al adornar el escudo con los atributos tradicionales se esté modificando, en el caso que su titular no lo adorne, porque en definitivas son eso: adornos.

Vista ya la cuestión de las armas personales de nuestros obispos y demás clérigos que deseen organizar sus armas, o al menos como la tradición indica que deben ser, debemos dedicar unos momentos a las armas diocesanas cubanas, las cuales han sido tan descuidadas como las episcopales, justamente al no aplicar las reglas del Blasón en ellas, se obtienen consecuentemente, en contraste con los elevados valores históricos y religiosos desde el punto de vista semiológico, la cuasi-realista estilización de los muebles y ausencia de piezas en algunos y el desmesurado paisajismo en otros casos, productos de un dudoso gusto estético y difícil descripción. Ponemos por ejemplo las armas de la diócesis de Guantánamo-Baracoa, muy poco afortunadas, aunque muy valiosas, como he apuntado anteriormente; por lo tanto, hemos mantenido toda su semiología original al tiempo que se estilizaron sus muebles y algunos de ellos sustituidos por otros de mayor identificación. De manera que, tomando como base el significado del actual escudo de la diócesis, hemos propuesto respetuosamente su modificación en el sentido que la figura muestra.

El oro se emplea en el campo superior porque en el escudo actual se emplea el oro asimismo como esmalte principal del campo; este color puede simbolizar la majestad, la riqueza, pero también al sol, ya que la zona oriental del país es la que primero recibe los rayos solares con respecto del Occidente. El monte representa el Yunque de Baracoa, incluido en las actuales armas, y la cruz sobrecargada simboliza la Cruz de Parra, representada también en las armas de la diócesis. El trangle[1] ondulante de plata representa los ríos de Guantánamo. La imagen de Santa Catalina de Ricci, patrona de la diócesis, que aparece en el escudo muy poco visible y en consecuencia es un mueble de difícil identificación, proponemos se sustituya por la llamada rueda de Santa Catalina, con la cual fue martirizada, según cuenta la tradición. La adición más importante de nuestra propuesta no es la alteración de los elementos internos del escudo, que en general permanecen pero con distinta ubicación y diseño, sino la adición del capelo de peregrino, empleado por las dignidades eclesiásticas desde el siglo XIV, de color verde, como corresponde a la corona episcopal, ya que Guantánamo-Baracoa es una diócesis, erigida por S.S. Juan Pablo II en 1998 y cuyo primer Obispo fue Mons. Carlos Jesús Patricio Baladrón.

Dinámica del Armorial Eclesiástico

Hasta el momento, el Armorial Eclesiástico existe, que es lo importante; funciona sin reconocimiento oficial y los registros se hacen de oficio. Nuestro interés es que se altere esta realidad: que el Armorial se convierta en una dependencia de la Conferencia Episcopal y que los registros se hagan a instancia de parte interesada y, de manera subsidiaria, de oficio. La puesta en práctica de esta propuesta puede ser ejemplo de organización para otras diócesis. Veamos cómo funciona:

El registro está divido en tres secciones, a saber: Heráldica gentilicia (HG), Heráldica diocesana (HD) y Heráldica cofrade (HC), es decir, escudos pertenecientes a sacerdotes de todas las jerarquías, a las diócesis y por último, a congregaciones y cofradías, respectivamente. Cada escudo, al registrarse, recibe una numeración consecutiva, que es independiente en cada sección. En el caso de la sección Heráldica gentilicia, la numeración consecutiva es antecedida del año de ordenación del sacerdote, de manera que, por ejemplo, el escudo Mons. Juan de la Caridad García, Arzobispo de Camagüey, está registrado de oficio por el Armorial Eclesiástico en un asiento registral con la numeración HG-1972-001.[2] Los sacerdotes ordenados en ese año podrán registrar su escudo de armas con la numeración correlativa; el escudo de Su Eminencia está registrado en el asiento HG-1964-001.[3]

El Armorial Eclesiástico tiene varias funciones. En primer lugar, funciona como un agente conservador del patrimonio heráldico eclesiástico cubano, algo descuidado en nuestros tiempos; la función de conservación del Armorial Eclesiástico es fuente viva que aporta al desarrollo de las artes visuales cubanas, de ahí la necesidad de su preservación. Por otra parte, constituye un mecanismo de protección de las armas tanto personales como institucionales, lo cual permitirá que los diseños no se repitan y por lo tanto, no haya usurpación de derechos, y que con la acumulación y estudio de los escudos de armas, éstos ganen en abstracción y aumente el empleo de recursos heráldicos más ingeniosos y originales.

Sin otro ánimo que el de mejorar nuestros escudos y ponerles merecida atención, es que surgen estas líneas, y abrigo la esperanza que nuestros obispos tomen habida consideración de las propuestas que por la presente les hacemos llegar, tanto a ellos como al resto del estado eclesiástico.

Almendares, La Habana y 2 de marzo del 2007, 12:32 a.m.

Bibliografía.

  1. ARCO, Fernando del. Heráldica Papal. Editorial Bitácora. España, 1993

  2. ARISTA-SALADO Y HERNÁNDEZ, Maikel. Los escudos cívicos de Cuba. Inédito, 2005. Mención en el Premio Anual de Investigación Cultural 2006, del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, Cuba.

  3. CADENAS Y VICENT, Vicente de. Diccionario Heráldico: términos, piezas y figuras usadas en la ciencia del blasón. Instituto Salazar y Castro. España. 1988. Versión digital.

  4. CASCANTE, Ignacio Vicente. Heráldica General y fuentes de las armas de España. Editorial Fernando el Católico. España, 1986.

  5. KOBLISCHEK Y ZARAGOZA, Ignacio. “Adopción de Armas”, en PLVS VLTRA, Boletín Cubano de Simbología, Nº 4. Órgano oficial de la Sección de Base Municipal de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba de Plaza de la Revolución, Cuba. Agosto del 2006.

  6. ORTA Y PARDO, Raúl Jesús. Curso Introductorio a la Heráldica “Don Enrique Mendoza Soler”. Foro Heralatin. Colegio de Heráldica Latinoamericana. Venezuela. 2001.

  7. PARDO DE GUEVARA Y VALDÉS, Eduardo. Manual de Heráldica española. Editorial Edimat Libros. España, 2000.

Fuentes digitales.

www.cocc.trimilenio.net Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.


Notas:

[1] Faja disminuida en un sexto de su altura.

[2] El sitio en Internet de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba www.cocc.trimilenio.net recoge que Su Ilustrísima y Reverendísima Señoría D. Juan de la Caridad García, actual Arzobispo de Camaguey, fue ordenado sacerdote el 25 de enero de 1972.

[3] Ordenado sacerdote, según el sitio digital consultado, el 2 de agosto de 1964 en la Iglesia Catedral de Matanzas.


[*] Maikel Arista Salado y Hernández es miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, corresponsal de la Asociación Venezolana de Simbología y Coordinador del Club de Simbología de la Habana. Ha publicado artículos sobre simbología en la Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí”, así como en publicaciones extranjeras, y en el 2006 obtuvo una Mención en el Premio Anual Nacional de Investigación Cultural con el ensayo “Los escudos cívicos de Cuba”.

 

por Maikel Arista-Salado Hernández

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