Monólogo sobre el amor y otros desenlaces


de Leandro Area
leandro.area@gmail.com 

 

Ahora que lo preguntas en mitad de la nada fíjate que no se me habría ocurrido proponer soluciones conciliatorias a interrogantes disyuntivas para dar explicación a aspectos cruciales de nuestras vidas que en apariencia disímiles guardan altos grados de afinidad y hasta me atrevería a decir que concordancia.

Pero dadas las circunstancias de escases de recursos, lo caro que cuesta hilvanar preguntas y respuestas por separado, y tomando en cuenta que el tiempo es oro y la autoestima frágil en estos ciclos que se cumplen cuando el país se cae, al final resultan, lo reconozco, mis apreciaciones exageradamente aventuradas, dolorosas, inútiles y enfermizas más bien.

Y considerando por otra parte lo azaroso y egoísta de los asuntos personales que aquí tratamos, lo cual en todo caso si así fuera no nos sustrae de responsabilidades por muy esclavos que seamos de adentrarnos en tales extravíos mezquinos del espíritu de forma mesurada y objetiva, he preferido el camino que acostumbran las obsesiones poéticas e inútiles que ni falta que hace mencionar esto último por redundante y conocido desde tiempos pretéritos.

Démosle sin demora pues rienda suelta a los caballos a riesgo de enredarnos y no salir de estos matorrales incómodos y morales que para eso se hizo el pensamiento y al fin quizás terminemos comprobando que estaban equivocados aquellos que sostienen aún que lo mejor es el peor enemigo de lo bueno. Evasores de impuestos, eso son lo que son.

En resumen, si te pones a ver, sería más lógico o cómodo atestiguar, para quitarles drama a los eventos, que en el fondo lo tienen y cómo pero estorban, que nuestro primer encuentro fulminante, el del amor, fue producto de la casualidad, seamos prudentes, y no razón de fuerzas irrebatibles. ¿Será posible tan concluyente afirmación a la luz de los hechos?

O en todo caso para sintetizar o reducir y esquivar en su complejidad administrativa, tales sucesos pudieran ser clasificados bajo el rótulo de “asuntos ocurrentes” o “eventos que ya estaban escritos” o “imprecisos” o “casos por resolver” o “prescritos” o “como te provoque” que no es que tú no hayas tenido parte en el asunto, culpa nunca jamás de los jamases, lejos de mí para contigo, a pesar de los hechos, acción que no sea noble. ¡Y qué más da que suenen de nuevo las campanas!¡Qué regresen los tiempos aquellos de la alquimia!

Por qué cómo explicar en sano juicio, de manera ordenada, coherente, rigurosa, creíble, demostrable, confiable, contrastable, que en el primero de los casos que aquí tratamos, el del enamoramiento contundente, precisamente ocurrió en ese día, fecha y hora, instante, lugar y circunstancias aditivas, en apariencia al menos propiciatorias, alineados los astros, las estrellas y todos los planetas y demás, como si fuera un crimen que la casualidad acometía sin destrezas adquiridas previamente, en el que se encontraran tus ojos con los míos en ángulo equilátero perfecto y con la luz propicia y cronómetro ajustado de parpadeos puntuales para que nuestros cerebros y demás glándulas suprarrenales a través de un muy largo proceso aprendido de perfeccionamiento bio-genético no exento de los errores estadísticos previsibles que confirman la regla, quedarían tanto ellos como nosotros, ya que cada quien camina su camino, irremediablemente prendidos el uno del otro sin conexión previa de cuerpos o de amigos comunes u otros elementos de juicio sociológico además de lo desconocido y espirituoso que si te pones a ver también son bienes y de todos y merecen ser incluidos en la tómbola celeste de nuestros avatares.

Y que luego otra vez, a años luz, segundo caso, por razones distintas pero afines en la similitud de pormenores que las conciernen, perdona el yo dolido, subjetivismos propios al sujeto que contaminan el objeto y el método de nuestros padeceres, después de tantos siglos parecía de vida conyugal por esas casualidades de una llamada telefónica, supuestamente equivocada, a las tres y diez de la mañana, madrugada antes bien, hora de dormires o farras, de gatos y ladrones mejor, nos despertara de nuestro lecho cálido, primero a ti que a mí sobresaltada y levantaras inmediatamente de allí tan vaporosa, en resorte y eléctrica a preparar café, y entonces me asaltara la duda que carcome cual vicio insoportable.

"Que ya no puedo conciliar más el sueño" exclamaste y yo que empiezo a verte e imaginar y oír tus pasos, a tímido explorar, y comenzar a sentir en la distancia que se abría a oscuras, tus movimientos torpes, desconocidos e inéditos, confieso a darme cuenta.

Cosas tuyas, apuntaste en tu defensa, para salvaguardarte de una acusación que nadie hacía, en un crujir de maderas oscuras que un peso agresivo y ajeno provocaba, en un batir extraño de ambas manos que intruso en ti operaba, tú que siempre fuiste tan etérea y sutil al momento de revolver el azúcar en la taza que debía ser sosegado, ondulado, elegante, según sostiene si no recuerdo mal la tradición oral y gestual de tu familia.

Tan correcta pues que debías ser y lo eras además en posturas, desplazamientos e inclinaciones, y más aún en esas horas hechas para el sexo, los enfermos o los velorios, y no para llamadas equivocadas, conste ahora, a las tres y diez de madrugada exacta, hora de gallos y traiciones más bien, que la sorpresa, ella la que no siente, no se anda con horarios ni agendas ni se frena en remilgos y escrúpulos ante posibles consecuencias cardiovasculares de pronósticos a veces fulminantes.

Y ni se diga de esas tan poco convincentes inflexiones guturales tan suyas y no tuyas, de ella o de él me lo imagino pero cómo saberlo, copiadas entre trajines e intercambio de sudores recientes. ¿Imitación del otro, coloraturas de tercero, territorios novísimos?

"No es más que un furor de garganta," me dijiste sin verme, "aire acondicionado", impostaste. ¿Este agregado aparatoso fue por la turbación al pronunciar el término furor? Fueron palabras tuyas, suyas, vuestras, edulcoradas en un carraspeo falsario imitando una irritación de las amígdalas, un descuido mental, traición de tú secreto, resbalón de neuronas que oído y acentuado en la penumbra de lámparas y despertares mal habidos en vahos de café adquiere precisión y fidelidad cruel e inusitada de puñalada en cámara lenta por la espalda, trapera dirían los entendidos, parecida en su profundidad y alevosía inocentes a la huella que deja en ciertos párvulos la desnudez de una maestra robada a la casualidad en el descuido de u puerta indebida que el viento es el que sopla sin saber que el deseo y la memoria se buscan, necesitan.

No sé si me distraiga en los eventos y el detalle escabroso, pero a fin de cuentas algunas casualidades guardan semejanza con sus desenlaces siempre simétricos que para qué decirte, una burla a la tradición más rancia que conlleva la relación entre causas y efectos que lo insólito muestra como tú y yo, lo nuestro, en cualquiera de esas dos fechas tan distintas a las que hago alusión en estas páginas en el que el peso del destino me encaminó y a ti también, todo bien calculado y amarrado, hacia nuestro perverso futuro de destrozos que hoy te consigno por escrito en este encuentro, con copia fiel y pública para quien pueda interesarse en asuntos tan frívolos y vanos como el amor perdido de aquellos que de verdad se amaron y hoy ni prójimo siquiera.

por Leandro Area
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