La política que anda por ahí
por Leandro Area
leandro.area@gmail.com 

La vocación de hacer y ejercer la política en su gimnasia diaria, pasión educada tendría que ser llamada, amaestrada iba casi que a decir, debería pasar necesariamente por la asignatura obligatoria de comprenderla desde fuera y comprenderse desde dentro que no es la misma cosa y requiere de distinta palabra, tinta y ortografías.

No debería solamente provenir de las vísceras, que a veces hacen falta y tanta, esa ambición personal y privada, casi que íntima, de los seres humanos por administrar lo público en la que tantos farsantes se involucran. No es un capricho del que hablamos pues ni de un negocio, debería ser una aventura del espíritu encaminada desde y hacia el bien colectivo.

Por esa razón entonces no tendría que ser un empeño ajeno a los políticos, a ellos menos que a nadie, ese de comprender para el bien administrar, lo que implica flexión y reflexión, ya que los académicos, analistas y opinadores no nos jugamos el pellejo, ellos sí, frente al peligro de la derrota en todas sus variantes pasando por las electorales, de las que se puede salir casi que ileso, hasta llegar a las históricas a las que difícilmente se perdonan. No citemos ejemplos por favor, que dan vergüenza propia.

Pero el caso es que a los políticos los domina una dictadura incomprendida a veces hasta por ellos mismos, que los empuja desde la adrenalina o el hígado. Son de cálculo cerebral sí, pero matizado, inducido y hasta a veces envenenado por razones distintas al sentido común, que en casi ningún caso resulta ser la brújula de sus orientaciones y apetitos.

Oyen a los especialistas, a veces a asesores, cómo no, sobres diversos y enredados temas; supone uno que atienden y que entienden, a pesar de que el teléfono, mal educado símbolo de popularidad, siga sonando y respondido sea – sí, ok, estoy en una reunión, te llamó - interminablemente.

Y no es de sorprendernos que al salir de aquella encerrona del conocimiento, frente a cámaras y micrófonos, terminen diciendo lo contrario de lo que allí se ventilaba en opinión experta y concienzuda. A veces les sale bien esa parada, porque la razón política es tan particular que en la mayoría de los casos mantiene relaciones de tensión y hasta de ceguera con esas otras ramas del saber supuestamente “más científicamente estructuradas”, como pudieran serlo la economía, el derecho, todas lógicas, y tantas otras que aquí no se nombran, menos mal.

Es más, a veces los políticos andan más pendientes de la astrología y de los perecederos e inconstantes números de las encuestas que de las propensiones del mercado que muestran los números de Wall Street por decir algo.

En torno a todo esto estoy casi seguro, por ejemplo, de que por lo general un romántico, que no un político, preferiría el zumo melifluo de la “síntesis” y de la armonía perfecta, el deber ser, al empalagoso y mediático, inmediatico y mediatizado, casi que populista, perecedero eslogan callejero de “Unidad, Unidad”, que en el fondo no es que refleje la realidad, sino que exige su presencia, reclama una virtud ausente.

Aquí en Venezuela, por ejemplo, la dictadura manda permanentemente y se ha relegitimado en el tiempo a través de periódicas elecciones medianamente democráticas, medianamente fraudulentas, aunque la verdad sea dicha que en los últimos tiempos no esté este gobiernillo con ganas de salir a la calle y medirse en los terrenos de la popularidad.

En su debilidad se ha dedicado a mostrar y demostrar su naturaleza militar de tanquetas y tropa disfrazada como si de ataque galáctico se tratara, invadiendo espacios civiles y públicos, y por supuesto los privados. Porque a qué se refiere aquél principio sociológicamente conservado de la vida social que no sea esto que me está pasando a mí, día tras día, y que se repite en otros por igual. La suma de las partes es el ladrando cotidiano. El gerundio que nos reúne y somos. El ladrando gerundio.

A favor recatado de la oposición diría que la calle manda un día, se llena de esperanzas esporádicamente, espasmódicamente, mientras el gobierno nos acorrala permanentemente. Vivimos nuestra agobiada mañana de ilusión que al día siguiente se desgana. Así el 6-D, así el 1-S y los que vienen, ojalá que en cascada.

Y los políticos vuelven a sus predios y la política se queda sola en mitad de la calle, el Spa asoleado de los demócratas casi ahora que hippies manejados por el sistema de las dictaduras constitucionales, electoralmente legitimadas o como quiera usted decirlas en el jeroglífico ilegible de nuestros días, y que se pasan por encima y por debajo todos los derechos ciudadanos, humanos claro está si no quedaba claro, con la anuencia de los poderes impúblicos.

¿Será el clima, los tiempos que ocurren, la naturaleza ambiciosa del oficio, una herencia ancestral, una lógica que pasa por el hígado, una frustración que se cobra en egolatrías, infortunios, pavas menos hieráticas, el imperio, trazos de una bondad incomprendida, un perfume, la voz luciérnaga de la esperanza?

por Leandro Area
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