A viva voz
por Leandro Area
leandro.area@gmail.com

En el caso venezolano no ha sido difícil escoger. Y a pesar de tener un criterio previo y definido sobre la materia, consulté a veinte amigos para tener una visión más amplia y equilibrada sobre un asunto de tanta trascendencia

ESCOGER ES UN ARTE, misterio o ciencia. Sensibilidad que se construye y no se apremia. Como el vino. Aunque algunos nazcan con esa distinción; para qué negarlo. En primer lugar los criterios para seleccionar son claves, porque orientan al que trabaja, permiten evaluar el tipo y grado de desarrollo de los instrumentos de análisis. En segundo término, facilitan clasificar al que clasifica, es decir, entender al curioso, evaluar su pensamiento, qué detalles tomó en cuenta, por qué dejó de mirar unas luces y se dedicó a unas sombras. En tercer lugar, qué influencias existieron en su modo de selección, qué de subjetividad, miedo, placer, olvido involuntario. Y finalmente, valoramos el objeto que se escoge o descubre, la razón por su interés, qué hay en él, en nosotros o en mí, que lo hacen elusivo.

ASÍ COMO HACE DÍAS me detuve a pensar sobre la musicalidad con más repercusión social en Venezuela, ahora lo hago sobre las voces masculinas que mayor radio de influencia han tenido en los últimos cincuenta años sobre nuestras vidas. Hablo de cantantes venezolanos con voz que identifican a un país, su manera de ser, de decir y soñar. Por cierto, el poeta Seamus Heaney, irlandés y Premio Nobel de Literatura de 1995, ha dicho en su libro "De la emoción de las palabras", que: "La idea es que la voz es una especie de huella dactilar poseedora de una rubrica constante y singular que, como las huellas dactilares, puede ser grabada y empleada para nuestra identificación". A lo cual agrego que hay voces singulares que representan al colectivo, de lo cual infiero, que palpando esa voz puedo conocer parte del alma nacional. Torciendo el asunto sería como eliminar a Frank Sinatra del "representativo acústico social" de Norteamérica, Edith Piaf del francés, Benny Moré del cubano, Carlos Gardel del argentino, o Marlene Dietrich del alemán.

En el caso venezolano no ha sido difícil escoger. Y a pesar de tener un criterio previo y definido sobre la materia, consulté a veinte amigos para tener una visión más amplia y equilibrada sobre un asunto de tanta trascendencia. Me preguntaron además por qué había escogido ese tema en tiempos tan politizados como los de ahora, y respondí que la sociedad venezolana está huérfana de valores. Se barajaron varios nombres, en una lista que incluyó a Héctor Cabrera, José Luis Rodríguez, Cheo García, Felipe Pirela, Simón Díaz, Mario Suárez, Manolo Monterrey, Gualberto Ibarreto, Alfredo Sadel, Rafa Galindo, Oscar D'León, Ilan Chester, Franco de Vita, Yordano, Ricardo Montaner y otros.

ENTRE ESTOS GRANDES, todos coincidimos, sin la menor duda, en que la voz de Alfredo Sadel es la más emblemática del "representativo acústico social venezolano". Y no es solamente porque haya grabado más de dos mil canciones, recogidas en cerca de doscientos discos de 78 rpm y unos 130 de larga duración editados en diversos países. Y no es tampoco por su trayectoria operática o por su internacionalización visual a través de las películas que hizo, sino porque es el alma de todo lo que hemos sido y llegaremos a ser. Porque su voz nos acoge en una hospitalidad en la que no existe desconfianza o miedo. Ella, esa voz, posee el registro cálido y el afecto que nos identifica y falta. Es una guía, una advertencia.

por Leandro Area
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