Mirador

 

Montaigne, nuestro primer enamorado

por Germán Arciniegas

Ilustró Eduardo Vernazza

En el Liceo Montaigne, frente a los jardines del Luxemburgo, que han sido y son los de los poetas y los niños, se ha celebrado estos días en París una exposición en recuerdo de uno de los primeros enamorados de nuestra América salvaje. Porque Montaigne no fue otra cosa respecto del Nuevo Mundo, entonces todavía fresco en la mente de los europeos. Cuando se visita ahora el Liceo, v se entra a la sala de la exposición, lo primero que se ve al fondo es un mapa del Brasil hecho para el rey Enrique II. Ese Brasil era el que Montaigne había descubierto en la corte de Rouen, cuando un grupo de guaraníes traídos del Brasil le hicieron concebir la imagen del buen salvaje. El mapa comprende toda la América del Sur. Es verde, cruzado de ríos azules, poblado de parejas desnudas, gran escenario de! paraíso. Es el continente feliz que le hace exclamar: “Ese otro mundo no hará sino entrar a la luz, cuando el nuestro la abandone..." En la primera página de los Ensayos, decía Montaigne: “Si yo hubiera estado entre esas naciones que dicen vivir aún en la dulce libertad de las primeras leyes de la Naturaleza, aseguro que de buena gana me hubiera hecho pintar todo y viviría desnudo".

Durante años, Montaigne tuvo, en su casa a un hombre común, ordinario, que había pasado diez o doce años en América. El le completó la imagen que le dieron los guaraníes en Roma. no hay que confiar, pensaba Montaigne, de las gentes finas, de los historiadores que amplían y deforman las imágenes y nunca presentan pura y simplemente la realidad. Para mí, decía, no hay nada de bárbaro ni salvaje entre los guaraníes. Todavía están bajo las leyes de la naturaleza que los gobierna, leyes que no han sido deformadas como entre nosotros. Siento que ni Licurgo ni Platón los hubieran oído, porque lo que por experiencia vemos de esas naciones sobrepasa no sólo a todas las pinturas con que la poesía de la edad de oro las embelleció y a todas las ficciones que han descrito la condición de esos hombres felices, sino a las concepciones mismas, y a los deseos de la filosofía. Es una nación, le diría yo a Platón, en la cual no hay ninguna clase de tráfico, ni conocimiento de las letras, ni ciencia de los números, ni nombres de magistrados ni autoridad política, ni sirvientes, ni riqueza, ni pobreza, ni contratos, ni sucesiones, ni particiones, ni ocupación distinta del ocio, ni trabas de parentela, sino la simple comunidad humana; ni vestidos, ni agricultura, ni metales, ni vino, ni trigo. Las palabras mismas que significan mentira, traición, disimulo, avaricia, envidia, infamia, perdón, no las conocen. ¿Cuándo, la república imaginaria, llegó a perfección semejante?

Ese mondo utópico, lo pinta Montaigne sacándolo del testimonio directo de los indios, del de su criado traído del Brasil, de los relatos de los compañeros de Villegagnos y de los protestantes que con él se establecieron frente a Río Janeiro, de los libros de André Thivet, de Jean Lery y de Gómara. El filósofo encuentra todas esas cosas buenas y piensan que Europa ha destruido cosas excelentes en América. Hay, dice, en el Paraguay, adivinos, como los hubo en Grecia o Roma. Pero existe la loable costumbre de volverlos pedazos y reducirlos a carne asada, cuando se equivocan en las predicciones y resaltan falsos profetas. Los guaraníes entre sí, se llaman, los de la misma edad, “hermanos”; "hijos”, todos los que son de una generación más nueva, y los viejos son los “padres”  de todos los demás.

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

No hay conquistas porque todo se tiene en común, sobre la tierra y se derrama la abundancia. Hay guerras, sí, no por disputarse la tierra, sino porque pelear es un ejercicio de varones. Pero la derrota moral no existe. Puede haber más cobardía en el triunfador que abuse de su triunfo, que en el prisionero, que jamás cede. Lo único que pide el vencedor al vencido es que reconozca que está vencido. Nunca lo logra. En un siglo no ha habido uno sólo que no prefiera la muerte a una confesión de entrega. Cree que no lo han abatido los hombres sino la muerte, y que puede morir pero no ser vencido. Y Montaigne hace así el elogio legendario de las derrotas: "Ni estas cuatro victorias hermanas, las más bellas que el sol haya iluminado —Salamina, Platea, Micala, Sicilia —, osarán jamás oponer toda su gloria reunida a la gloria de la derrota del rey Leónidas v los suyos, al paso de las "Termópilas".

Versalles o el Palacio del pueblo

Es domingo, y vengo de Versalles. Llego molido, tan molido como si hubiera sido uno de aquellos borrachos vociferantes que, a pie, cantando, se fueron de París al palacio —once kilómetros de furiosa marcha— con el ánimo de comerse viva a María Antonieta en un cierto día de octubre de 1789. Calculamos que en este domingo, que ha sido un domingo cualquiera, cien mil personas visitaron el palacio y los jardines. Agradecemos desde el fondo del alma a los reyes que, aún a costa de los mayores sacrificios de Francia, construyeron estas bellezas que han venido a parar a manos de todo el pueblo del mundo. Si Versalles fue hasta el día de la revolución la corona de todas las monarquías, hoy es la plaza del pueblo de todas las naciones. Si en octubre de 1789 hubiera habido tanta gente en el patio, en las gaterías, en las escaleras, como la que he visto hoy, ni el rey ni la reina llegan a la guillotina: habrían muerto asfixiados en su propia casa. Y aun sin revolución. Bastaría que hubieran dicho hoy "gentes de paz reunidas con inocentes propósitos; Ahí viene María Antonieta”. y de mera curiosidad la hubieran apretado contra la pared y dejado como una calcomanía.

Para el tipo medio del curioso que llega de Suecia, de los Estados Unidos o de la Argentina a visitar hoy esas galerías, la jornada es tan heroica como las del año de la Revolución. Versalles tiene, detrás de su fachada de seiscientos metros las dos alas formidables que avanzan sobre el patio real. Siguiendo por el interior sus deslumbrantes galerías, se caminan fácilmente dos kilómetros. Dos kilómetros en medio de las mayores apreturas, empinándose para ver los muebles de tapicería detrás de las apretadas filas de curiosos, o quebrando la nuca para contemplar los techos en busca de oro, pinturas y un poco de aire, o estirando el cuello para mirar el jardín a través de las ventanas. Los guías de los grupos organizados levantan el brazo para indicar con un pañuelo de color el camino. Quien se pierda o descarríe Dios sabe cómo volverá a París. Una voz potente se hace oír en inglés, para indicar que por aquella puertecilla pudo escapar María Antonieta. En seguida se riega la noticia en sueco, en alemán, en español, en turco, en hebreo: "que por allí salió María Antonieta”. Todos se empinan, los padres trepan en sus hombros a los niños, las señoras meten el codo para llegar hasta el cordón que protege el fondo de la habitación. Jamás otra fuga en la historia ha tenido uní atracción tan grande como esta.

Cuando Versalles no era este palacio del pueblo, en la plaza del frente, donde estaban las pesebreras, maniobraban dos mil caballos y 200 carrozas. Hoy se ve una costra de automóviles. Sin una grieta, sin un vacío. Lo del pasado era fluido, y cada soldado, cada ministro, cada dama, cada clérigo, iba lo mismo por los patios que por les salones, con sus encajes, sus terciopelos, sus rasos, sus plumas; sus brillantes, sus oros. Alegres asambleas de mariposas y escarabajos. A esto han sucedido estos pantalones de las turistas, estos jóvenes descamisados, estas indumentarias de la nueva revolución que camina sobre el recuento de los Luises, los Napoleones y las Pampadoures— Y así, hasta donde alcanzan a divisar los ojos, perdiéndose en los distantes Jardines de Le Notre remando como bogas del Caribe en las aguas del gran Canal ...

París

 

Germán Arciniegas (Colombia)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)
(Exclusivo para EL DIA) Suplemento Dominical huecograbado 13 de enero de 1965

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

 

 

 

Ir a página inicio

 

Ir a índice de crónica

 

Ir a índice de Germán Arciniegas

 

Ir a índice de autores