Los tulipanes de Keukenhof

por Germán Arciniegas

Ilustró Eduardo Vernazza

Los tulipanes de Keukenhof. — Es uno de !os espectáculos más breves de Europa. En rigor, quince días. Primero florecen los tulipanes amarillos, como todas las flores amarillas de la primavera, que se anuncia con orquesta de cobres. En seguida, vienen los otros colores, cada uno en su orden. Que ya brotaron los amarillos, lo sabemos porque, estando en Bélgica, vemos llegar los primeros automóviles con guirnaldas de tulipanes. Es el momento de ir. Salimos de Brujas, lloviendo. Es lo natural. Pasamos por Amberes, lloviendo. Llegamos a Mons, en la frontera, lloviendo. Unas veces a cántaros, otras, sencillamente lloviendo. Así se ponen verdes los campos. Así florecen los tulipanes. En Bélgica nos habían dicho: es el momento de viajar; ocho días más, y no tendrán ustedes una cama para pasar la noche. Los viajes enseñan mucho, y hay que calcularlo todo: la posada, la aglomeración en los caminos, las eventualidades. Pensamos pernoctar en Rotterdam, a buena distancia de Keukenhof, para asegurar el hotel.

Rotterdam es gigantesco. El primer puerto de Europa. El Nueva York de Holanda. Repasamos el cuadro de hoteles que tuvimos a nuestro alcance: de primera, de segunda, de tercera. Nada. Finalmente, me dijo un hotelero: Sí busca una alcoba en Rotterdam, hoy no la encuentra. A la salida, es otra cosa. Echamos a correr. No hay mejores carreteras que las de Holanda. Van los automóviles a cien kilómetros sin sentirlo; como bolas de marfil por una mesa de billar. Volábamos, sin afán. Después de todo, es mejor alojarse en una pequeña ciudad, aislado de los ruidos, como quien se prepara espiritualmente para ver los campos de los tulipanes. No hallamos nada en el camino hasta llegar a Delft. Recordaré siempre este nombre, como tanto afortunado recordará otro de los mil perdidos en la constelación de Holanda. Llovía. Llovía, esta vez, a cántaros. Yo tenía una dirección segura: la da las tres V. Las oficinas gubernamentales del turismo tienen estas iniciales: V.V.V. No lo olvide usted, si algún día viene a ver los tulipanes. No hay servicios mejor organizados en el mundo. La placita, delante de las 3 Ves era una capa cerrada de automóviles. La lluvia fusilaba las capotas metálicas. Se caminaba con el agua a los tobillos. La oficina, atestada. Con todo, no era difícil abrirse campo y ponerse al habla con los empleados. Lo admirable de Europa es el sentido del orden, el respeto mutuo, la disciplina. Le expliqué en dos palabras a una dama tan sonriente como activa: dos habitaciones para cuatro personas, con baños, en un hotel decente. La dama extendió el mapa de Holanda sobre el mostrador. Es un mapa en donde todo el país está representado en una vara cuadrada, llena de diminutos letreros. Ella abrió muy bien su mano, y pasándola sobre todo el norte del país, me dijo: En esto, por donde pasó la mano, no hay una sola habitación en ningún hotel; lo único pasible es alojarse en casas privadas. Hasta en la televisión y por la radio se está pidiendo a todos los habitantes del país que ayuden a recibir huéspedes y lo informen a las oficinas de turismo.

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

En la pequeña oficina, cincuenta personas esperaban noticias sobre posibilidades en las casas privadas. Las noticias se esperaban, pero no llegaban. De pronto, como anunciando en un remate, surgió una formidable solución: en algún edificio, a unos cincuenta kilómetros de Delft, podían alojarse veinticinco hombres en un gran salón, y veinticinco mujeres en otro. Quedaba abierta la inscripción. Los más ávidos se precipitaron, e inscribieron. La joven que me atendía desapareció. Trabajaba en un teléfono sin descanso. Pasaron cinco, diez minutos, un cuarto de hora. Llovía. De cuando en cuando yo iba al automóvil y les decía a los míos: No se preocupen, esperen, hay esperanzas ... Al fin, tornó la dama. Es inútil, me dijo: Sólo se consiguen habitaciones para una persona; si los cuatro pueden quedarse en cuatro casas distantes... Aceptado — le dije sin vacilar.

Por ahí iba en esta historia, cuando surgió una posibilidad: en dos casas vecinas, ¡habría la posibilidad de las dos habitaciones para dos personas! Aquello, a varios kilómetros de distancia. Tomó “ella” un mapa local, en líneas de tela de araña, y me señaló una clave de laberinto. Nada fácil, porque moviéndose por la red de los canales — toda Holanda, una Venecia — si se pierde un puentecillo, se forma el lío. Felices, prendimos (así se dice, cuando se pone en marcha el motor). Llovía. No era fácil distinguir la línea de la carretera y la del canal. Es posible creer que se pasa a otra pista, y caer en el agua. En media hora dimos con las dos casas. Bellísimas. De gente humilde. Mi esposa y yo ocupamos una pieza, la de los niños, en el zarzo de una casa. Todo limpísimo, las camas deliciosas, la luz, los servicios... y la gente. En nuestra casa se hablaba inglés, en la vecina sólo alemán y holandés. Al día siguiente, el sol. Un desayuno holandés, es decir: perfecto. Y partimos para Keukenhof. A' diez kilómetros de la entrada, el paso de los automóviles cerrado. En una hora llegamos a los jardines. Los más bellos del mundo. Y Keukenhof, toda, acurrucada, como una indita de Otavalo, en el Ecuador, con un poncho de colores abierto por los campos, a varias leguas a la redonda ....
(Keukenhof, Holanda)

El porvenir de las cebollas. — Con la melancolía de quien ama las cebollas como una de las maravillas de la cocina francesa, y de quien es capaz de darnos la mejor receta de cocina para prepararlas, Francis Amunátegui ha escrito una página de antología que termina señalando su virtud para darle a la voz, si no aliento, sí sonoridad. Y concluye: “Nerón se las hacía servir todos los días en el caldo, porque le gustaba declamar y hacerse oír bien de los romanos. Nerón tuvo muchos defectos, se condujo mal con su madre, era grotesco incendió a Roma, pero todos sus biógrafos han celebrado su voz clara y bien timbrada. Su mala conducta, sus vicios, le venían por herencia; en cambio, su elocuencia admirable fue un producto de las cebollitas. Hitler nunca las comió, prefiriendo, como buen alemán, el repollo. Y todo el mundo sabe que sus discursos eran indigestos, que tuvo un mal fin. La cebollita, en cambio, es lo latino, liso y llano. No sería extravagante intentar una demostración de que los conflictos que han envenenado a Europa se reducen a un choque entre las cebollitas y el repollo. Con éste, los malos se indigestan, y en cambio los buenos, con la cebolla, traducen en límpidas palabras ideas luminosas”.

Amunátegui tuvo su primera impresión de lo que son de veras las cebollitas alguna vez, de joven, cuando un auténtico gourmet le invitó a comer en un restaurante servido por Alex Humbert, cuyo nombre figura entre los más excelsos de la cocina de Francia. Amunátegui, leyendo la minuta, hizo una selección de conocedor, y pidó un plato extraordinario. El otro, simplemente, pidió cebollitas a la vinagreta. Cuál no sería su sorpresa al ver que Humbert, trabajando como en la mejor de sus obras de arte, le presentó al filósofo de la cocina unas cebollitas que lo hicieron sombra a todo lo demás. Recordó entonces una sentencia de Bainville: “La cebollita está reservada a quienes se ocupan de descubrimientos deslumbrantes”. Bainville sabía lo que escribía. En su Historia de Francia, en su Napoleón, supo siempre, en medio de páginas espléndidas de erudición y de buen juicio, poner en su puesto las cebollas. Solía interrumpir su trabajo de escritor para reflexionar sobre un plato de cocina. Y a este propósito, escribe Amunátegui: “Entonces lanzó una fórmula que es toda una enseñanza tan grande como el encuentro de una solución al problema de Oriente: la cebollita es un mundo apenas explorado”.

Creo, sin embargo, que puede hacerse una reflexión al lado de las quejas que Amunátegui formula por el olvido de las cebollas en los libros de cocina. Dice Amunátegui: En la última obra fundamental sobre la cocina francesa, la de Raymond Oliver, en la parte consagrada a las legumbres, donde presenta cuatrocientas recetas, hay siete para los espárragos y ni una sola para las cebollitas. Es verdad. Pero convengamos en que hasta hoy, repasando todas las iglesias, no hay otra legumbre que comparta con la cebolla la gloria de servir de coronamiento a los templos. Todas las iglesias cristianas de Rusia, y buena parte de las de otras naciones, terminan en cebollas. Y quizás ahí estuvo la falla de Hitler: en vez de elevar los ojos al cielo oriental y ver las cebollas como doradas en mantequilla, sobre la casa de Dios, los bajó y miró al repollo. En cambio, consuélese señor Amunátegui: los turistas de nuestra América vienen a París no tanto por ver en el Louvre las salas de Durero, como por gozar al amanecer, en el mercado, deshilachando queso en la marmita en que les sirven la sopa de cebolla. O yendo a los bares a tomar vodka y whisky, ensartando en palillos de dientes cebollitas a la vinagreta, como lo anunciaba el erudito autor de la Historia de Francia.

Keukenhof es el Jardín de Europa, es uno de los mayores jardines de flores del mundo Full HD

Publicado el 15 mar. 2016

Keukenhof es el Jardín de Europa, es uno de los mayores jardines de flores del mundo. Se encuentra en Holanda, en Lisse, cerca de Amsterdam. Keukenhof es una fiesta de flores con unas 800 variedades de tulipanes y más de 7 millones de bulbos en flor. Alrededor del parque hay vastos campos de tulipanes en flor y hyacinths.If que no sabes dónde descansar en principios de la primavera, ir al Keukenhof y no te arrepentirás. Música: Ersatz Bossa. John Deley and the 41 Players (Audio Library of Youtube)

Germán Arciniegas (Colombia)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)
(Exclusivo para EL DIA)

 

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