Los tulipanes de Keukenhof por Germán Arciniegas Ilustró Eduardo Vernazza
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En la pequeña oficina, cincuenta personas esperaban noticias sobre posibilidades en las casas privadas. Las noticias se esperaban, pero no llegaban. De pronto, como anunciando en un remate, surgió una formidable solución: en algún edificio, a unos cincuenta kilómetros de Delft, podían alojarse veinticinco hombres en un gran salón, y veinticinco mujeres en otro. Quedaba abierta la inscripción. Los más ávidos se precipitaron, e inscribieron. La joven que me atendía desapareció. Trabajaba en un teléfono sin descanso. Pasaron cinco, diez minutos, un cuarto de hora. Llovía. De cuando en cuando yo iba al automóvil y les decía a los míos: No se preocupen, esperen, hay esperanzas ... Al fin, tornó la dama. Es inútil, me dijo: Sólo se consiguen habitaciones para una persona; si los cuatro pueden quedarse en cuatro casas distantes... Aceptado — le dije sin vacilar.
Por ahí iba en esta historia, cuando surgió una posibilidad: en dos
casas vecinas, ¡habría la posibilidad de las dos habitaciones para
dos personas! Aquello, a varios kilómetros de distancia. Tomó “ella”
un mapa local, en líneas de tela de araña, y me señaló una clave de
laberinto. Nada fácil, porque moviéndose por la red de los canales —
toda Holanda, una Venecia — si se pierde un puentecillo, se forma el
lío. Felices, prendimos (así se dice, cuando se pone en marcha el
motor). Llovía. No era
fácil distinguir la línea de la carretera y la del canal. Es posible
creer que se pasa a otra pista, y caer en el agua. En media hora
dimos con las dos casas. Bellísimas. De gente humilde. Mi esposa y
yo ocupamos una pieza, la de los niños, en el zarzo de una casa.
Todo limpísimo, las camas deliciosas, la luz, los servicios... y la
gente. En nuestra casa se hablaba inglés, en la vecina sólo alemán y
holandés. Al día siguiente, el sol. Un desayuno holandés, es decir:
perfecto. Y partimos para Keukenhof. A' diez kilómetros de la
entrada, el paso de los automóviles cerrado. En una hora llegamos a
los jardines. Los más bellos del mundo. Y Keukenhof, toda,
acurrucada, como una indita de Otavalo, en el Ecuador, con un poncho
de colores abierto por los campos, a varias leguas a la redonda ....
El porvenir de las cebollas. — Con la melancolía de quien ama las
cebollas como una de las maravillas de la cocina francesa, y de
quien es capaz de darnos la mejor receta de cocina para prepararlas,
Francis Amunátegui ha escrito una página de antología que termina
señalando su virtud para darle a la voz, si no aliento, sí
sonoridad. Y concluye: “Nerón se las hacía servir todos los días en
el caldo, porque le gustaba declamar y hacerse oír bien de los
romanos. Nerón tuvo muchos defectos, se condujo mal con su madre,
era grotesco incendió a Roma, pero todos sus biógrafos han celebrado
su voz clara y bien timbrada. Su mala conducta, sus vicios, le
venían por herencia; en cambio, su elocuencia admirable fue un
producto de las cebollitas. Hitler nunca las comió, prefiriendo,
como buen alemán, el repollo. Y todo el mundo sabe que sus discursos
eran indigestos, que tuvo un mal fin. La cebollita, en cambio, es lo
latino, liso y llano. No sería extravagante intentar una
demostración de que los conflictos que han envenenado a Europa se
reducen a un choque entre las cebollitas y el repollo. Con éste, los
malos se indigestan, y en cambio los buenos, con la cebolla,
traducen en límpidas palabras ideas luminosas”. |
Keukenhof es el Jardín de Europa, es uno de los mayores jardines de flores del mundo Full HDPublicado el 15 mar. 2016
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Germán Arciniegas (Colombia)
Ilustró
Eduardo Vernazza (Uruguay)
(Exclusivo para EL DIA)
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
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