Elegía en la muerte de un hotel

por Germán Arciniegas

Ilustró Eduardo Vernazza

DEL fabuloso Hotel Astor, que durante sesenta años ha sido una lámpara de Broadway, podríamos decir que fue, con la Torre Singer, la imagen esplendorosa de Nueva York que despertó en su tiempo, en Europa o en la América Latina, los mayores entusiasmos. Era — mañana lo van a demoler — el penacho aristocrático de la industria hotelera, con su espléndida fachada de Renacimiento francés, su gigantesco vestíbulo de mármoles y oro, su inmensa sala de baile, sus comedores fastuosos, lámparas, espejos, alfombras criados de librea. En la noche, señoras que entraban con abrigos de armiño y lucían collares de diamantes en la cena, caballeros de frac, orquestas. Hay muchas cosas de la Europa monárquica, de las épocas que llegan hasta comienzos del siglo, individualmente definidas, que ya en la democracia toman una nueva dirección. Un hotel de lujo sirve hoy para las funciones que fueron de los palacios reales. En las salas del Aster se pavoneaban los nobles que llegaban a Nueva York hace medio siglo, y como fue Mozart acogido en los palacios reales, aquí Toscaniní vivió durante muchos años. En esto, el hotel sigue la norma general. Ahora, cuando celebramos el centenario de una figura que tiene dimensiones históricas, nos dirigimos a una casa vieja, la casa en donde nació, y descubrimos una lápida. Dentro de poco, en los hospitales de maternidad habrá catálogos en bronce con los nombres de los notables que allí nacieron. La misma suerte está reservada para recoger las listas de los muertos. En el caso del Hotel Astor, si pudiera reducirse a una lápida semejante algo de su historia, se descubriría la bella crónica de las posadas de nuestro tiempo. Por desgracia, para que el cuento tuviera todo su encanto, habría que ver el Astor como es hoy y ya no será mañana. Cómo se ha conservado con sus esplendores de comienzos del siglo, y no convertido, como va a convertirse, en una torre de vidrio de cuarenta pisos.

Hace apenas un par de años, un incendio destruyó la sala de baile del Astor. Entonces nadie pensó que pudiera llegarse nunca a cambiar el tono del hotel. Volver a decorarlo, con sus ninfas y cupidos de estuco, sus guirnaldas de oro, espejos y arañas de cristal dignos de Versalles, costó un millón de dólares. En estos momentos, les están notificando a los clientes más viejos que deben salir de casa; pronto se verá como hormigas a los mozos cargando baúles para colocarlos en los camiones, y empezarán las grúas y los taladros a producir el ruido y el polvo de las demoliciones. Entonces, las cornisas de oro y las ninfas y los cupidos irán rodando al basurero, y todo será despojo donde una vez fue una gloria sentarse en el vestíbulo para ver desfilar las mujeres que salían para la ópera, los ujieres que parecían unos príncipes y los caballeros de frac que parecían unos sirvientes. La Belle Epoque..

La última vez que entré al Astor fue no hace muchos meses, a la cena que ofreció Alfred Knopf en el comedor de Versalles. Knopf celebraba los cincuenta años de la fundación de su casa, y aquel marco le pareció apropiado para la ocasión. Pero los doscientos invitados que asistíamos a la fiesta tuvimos todos la impresión de estar en otra época, de ser unos intrusos que se colaban en los templos de la vieja burguesía. No nos sentimos en un comedor, sino en un teatro. En un teatro espléndido, sólido, que resistía con sus techos de oro y sus luces a las tentaciones y acometidas de la nueva época. Nadie se imaginó que detrás de las cortinas ya estaban fisgándonos los demoledores, un poco fastidiados porque no se apuraban los criados a pasar los vinos, porque no caía nadie en la cuenta de que si nos demorábamos mucho, las palas mecánicas iban a echarnos a la basura, entre ninfas, cupidos y cadáveres de cosas. — (ALA).

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

Germán Arciniegas Nueva York (Colombia)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)
(Exclusivo para EL DIA)

Publicado en el Suplemento dominical (Huecograbado) del diario "El Día" (Montevideo, Uruguay) el 27 de marzo de 1966

 

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