SI alguien ha creído en las brujas ha sido Fray Bartolomé de Las
Casas. Después de escribir copiosamente, como él siempre lo hizo,
sobre el poder de los magos, nigromantes y hechiceros para volar con
la gente de una comarca a otra o para transformarla en bestias,
escribe en su historia de las Indias este capítulo: “Pruébase que la
creencia en las operaciones mágicas no está condenada por la Iglesia”.
La muchedumbre de ejemplos con que ilustra su doctrina no proviene
sólo de España. El pasea su mirada por la historia antigua y la
moderna, mira al pueblo de Israel o a los griegos, y se complace
particularmente en Alemania. Ciertamente, en la Historia de la Magia
que ha escrito François Ribadeau Dumas se sorprende el lector viendo
cómo la gran universidad de magos de Praga, en donde estudiaron el
doctor Fausto, Paracelso y Cornelío Agrippa, se volcó sobre
Alemania, donde las brujas crecieron y se multiplicaron. El famoso
decreto de Carlos V contra las brujas, después de la dieta de
Ratisbona, produjo más hogueras en Alemania que en España. Cincuenta
mil brujas fueron asadas en Alemania, Bélgica y Francia. En España
jamás llegó la chamusquina a tanto.
Entre el padre Las Casas y Lutero había un punto de contacto: uno y
otro creían en brujas. Es famosa la sentencia de Lutero: “Esos
cuentos no están en el aire, ni se han inventado para dar miedo,
sino que son hechos reales, que de veras dan miedo. No son niñerías
como lo pretenden muchos que quieren hacerse pasar por sabios”.
Carlos V mismo, se sentó a manteles en Innsbruck con el doctor
Fausto y le expresó su deseo de ver en carne y hueso a Alejandro el
Grande y a la emperatriz, su mujer. El doctor Fausto le dijo: “Si
S.M. se compromete a no hablarles, se los hago entrar a la sala”.
Convino el emperador, se abrió la puerta y avanzaron los ilustres
personajes. Obligado a callar, el emperador simplemente quiso verle
a la emperatriz un lunar que tenia en la nuca y que está registrado
en las historias. La emperatriz se inclinó, Carlos V le vio el lunar
y desaparecieron los personajes. Carlos, maravillado, hizo un
espléndido regalo al doctor Fausto. Las Casas, pues, no se
equivocaba cuando volvía sus ojos hacia Alemania, en busca de
brujos.
Sobre convertir a los seres humanos en bestias, el padre Las Casas
trae este ejemplo verdadero: Un leñador había salido al campo a
cortar leña, y cortándola se enconraba cuando “entra un gato de
no chica cantidad y comienza a inquietarlo estorbándole lo que
hacía. El labrador, echándolo de sí con amenazas y meneos, he aquí
que entra otro mayor que aquél, y juntos acometan al labrador por
entre las piernas a rascuñarle y lastimarle; trabaja el labrador,
échallos de sí lo mejor que podía, tirándoles de las tajas que
cortaba, y estando con los dos ocupado, entra otro más grande y
todos tres arremeten a él: uno por las piernas, otro a la cara, otra
vez al gargueto; otro por las espaldas, dan con el cuitado a
rasguños y a bocados de manera que lo paran bien lastimado. El no se
dormía, como dicen, en las pajas, sino dejando su obra, con piedras
y con palos y con la hacha, y con todo lo que a mano hallaba en su
defensa... hiriendo en ellos quedaron los
gatos y se fueron, no bien tratados...” Una hora después llega el
alguacil de la justicia y se lleva a la cárcel al leñador, quien
sólo al tercer día logra que el juez le oiga. Le interroga airado el
juez; “¿Cómo tienes osadía de negar que tal día, a tal hora, estando
tres matronas honradas de esta ciudad en su casa, seguras, entraste
y les diste tantas y tales heridas de las cuales están en la cama
casi muertas, que no se pueden menear?” Oído el descargo del
labrador, se descubrió la superchería, quedándole a Fray Bartolomé
la duda de si fue que el demonio hizo de las tres matronas tres
gatos, o si las tres matronas eran tres brujas que tornaron cuerpo
de gatos. Entre estos dos cuernos del dilema está, para Las Casas,
la verdad. |
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Ilustró Eduardo Vernazza
(Uruguay) |
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