El collar de la Princesa por Germán Arciniegas Ilustró Eduardo Vernazza
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“Entonces se le ocurrió a un abogado misericordioso inducir al príncipe para que reverdeciera sus tesoros sacándole un millón y medio de dólares a unos americanos porque habían contado mal la historia de los garrotazos con que mató al brujo. Hasta el periódico de Moscú alimentó la ilusión de que el príncipe pudiera pasar así los últimos años como había pasado los primeros. Fue la primera vez que el periódico de los de abajo habló en favor de los que fueron de arriba. Como se trataba de sacar e! oro a unos americanos cualquieras para unos rusos cualquieras, hasta los de la revolución encendieron velas a los iconos esperando que el príncipe ganara el pleito. Lo perdió. Estos jueces de ahora no conocen lo que valen las princesas. Y el mismo día en que se le iba de entre las manos a la princesita, ya muy vieja, el millón y medio de los dólares soñados, en una tienda de remates vendían los diamantes de su collar... Y así los dos viejecitos se volvieron tristísimos a París, a calentarse con puros cueros de armiño, en unos cuartos enormes apenas cubiertos con tapices de Persia, con meros pláticos de oro en la vajilla, comiendo a pasto el caviar de su querida tierra”.
Seguramente que en todo esto ponen mucha exageración los contadores
de cuentos. — (ALA). EL AIRE DE NUEVA YORK. — En la semana última, una avioneta ha hecho un aterrizaje imperfecto en el puente de Washington, en Nueva York. El puente de Washington fue en su tiempo —hace treinta años — el colgante más grande del mundo. Hoy lo es el de Verrazano, en la otra punta de Manhattan, pero el de Washington como el de Verrazano, es lo suficientemente ancho como para que aterrice en él una avioneta — por pura emergencia — ocasionando apenas un pequeño susto a quienes, en sus automóviles, cruzan el río. Las dimensiones de esta hamaca de hilos de acero exceden a cuanto pudieron imaginar en su día quienes hicieron el puente de Brooklyn, en los tiempo en que José Martí hacía la crónica de estos sucesos. El de Washington, con ocho pistas para automóviles, muy amplias, en cada uno de sus dos pisos, pareció seguro al aviador para que buscara un trocito libre en la corriente de automóviles. Aterrizó y salió con vida. La Panamericana ha inaugurado un servicio de buses aéreos, en helicópteros, para llevar pasajeros de la terraza de su edificio en Manhattan al aeropuerto Internacional. El nuevo edificio de la Pan american se construyó sobre la gran Estación de los Ferrocarriles, en el centro de Nueva York. Como se sabe, esta estructura gigantesca, con paredes de aluminio y de vidrio — es el edificio de oficinas más grande del mundo — se construyó sin que hubiera ocurrido ninguna demora con la llegada o salida de los mil trenes que salen al día de los sótanos de la vieja estación. Es decir, que en esa manzana de la ciudad, dominada por la torre de ocho caras que parecen de plata y de 59 pisos, por la ratonera subterránea salen cientos de miles de pasajeros en los trenes, y de la terraza los helicópteros que en siete minutos depositan los pasajeros en el aeropuerto de Kennedy, ahorrándoles una hora de carretera. El Empire sigue siendo el rascacielos del mundo. A la flecha que arranca del piso ciento dos, se agrega ahora una antena para televisión que le da un prestigio brujo a la torre. En las noches se iluminan con reflectores los diez últimos pisos; se ven como suspendidos, y de porcelana, en las alturas. Hay ocasiones en que la gente que ha subido a las últimas terrazas; para tener la mas amplia vista de la ciudad, ve pasar las nubes por la cintura del edificio. |
Germán Arciniegas (Colombia)
Ilustró
Eduardo Vernazza (Uruguay)
(Exclusivo para EL DIA)
Editado por el editor de Letras Uruguay
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