Berta Lucía Estrada y sus trillizos literarios 
Carlos Arboleda González  

Su escritura es de una alta dosis de contenido estético, con fuerza argumental, de limpieza idiomática y de una pulcra depuración estilística.

Berta Lucía Estrada, antes que escritora, ha sido siempre una gran lectora. Su madre, Atala, gran educadora, seguramente le inculcó, desde muy joven, el amor por los libros y por lo que me ha contado su padre, Jorge, fue un excelente lector. Es decir, ella tuvo, en su hogar, el ambiente propicio para cogerles amor a los libros. Además, su formación profesional ha estado orientada al fantástico mundo de la literatura, primero en la Universidad Pontificia Javeriana y luego en la Sorbona. El mero contacto con la cultura francesa y su vivencia de varios años en París y otros pueblos galos le ha dado una visión de avanzada, de privilegio. Además, su experiencia de funcionaria de la Unidad de Cultura de la Alcaldía de Manizales, por espacio de 10 años, contribuyó a entusiasmarla y a forjarla como escritora.

Asistimos, el pasado 25 de marzo, en el Fondo Cultural del Café, emocionados, al parto feliz de los trillizos literarios de Berta Lucía Estrada: tres libros que, algo fuera de común, pocas personas pueden darse el lujo de presentarlos en una misma noche. “Léeme una poesía con la luz apagada”, el primero, está dedicado a su hijo Bruno; son poesías infantiles que tienen una clara finalidad y es la de despertar la imaginación de esos niños que quieren conocer el mundo fantástico. Cada época ha tenido sus poetas, los que realizan un inacabado intento por exaltar, bendecir o maldecir los motivos centrales de la creación. Los poetas son más historiadores del alma que cronistas de los hechos que se suceden en la epidermis de la humanidad. En “Léeme una poesía con la luz apagada”, Berta Lucía se revela como una gran poeta. Miremos, por ejemplo, “Corceles Dorados”: “Mi corcel alado,/ posee cascos de diamante,/y ojos de rubíes./ Lo encontré en una pradera./Como yo,/ contemplaba el atardecer”. “Léeme una poesía con la luz apagada” es un nombre ambivalente. Podría haber sido un magnífico título para un libro de poesía erótica, pero Berta Lucía quiso salvarlo de la solicitud que le hizo Bruno de que le leyera un cuento, pero con la luz apagada. De todas formas, es un bello poemario que por sí solo tendrá larga vida.

“…de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos”, el segundo libro, también está dedicado a su hijo Bruno. Es un libro erudito. Le demandó interminables horas de estudio y una infinidad de textos leídos y documentos consultados: 69 en total, más 13 películas y cuatro documentales sobre el tema, entre ellos “El señor de los anillos”, de Tolkien, con más de 1.100 páginas. En el libro de Berta Lucía están las legendarias historias, las referencias, el origen, y el lugar geográfico de influencia de brujas y hechiceras, de magos y druidas, de ents, elfos, isumbochi, dragones, ondinas, héroes míticos, poetas y músicos, genios, espíritus mensajeros, hadas, enanos, cisnes, trolls y gnomos. Los cuentos de Andersen, de los Hermanos Grim, de Charles Perrault, Las mil y una noches, La leyenda del Rey Arturo, la mitología celta, griega, china, americana y autores clásicos como Bruno Bettelheim, Louis Pawell y Jacques Bergier, Gaston Bachelard, Mircea Eliade, Georges Frazer, Levi-Strauss, desfilan, con mucha propiedad y alegría, por las páginas brillantes y entusiastas de este libro.
El tercero, “Féminas o el dulce aroma de las feromonas”, es una novela sobre la vida de diez amigas de la universidad y su relación con el amor, los libros y el arte. Un mundo en el que todo es posible.
Emmanuel, un ciudadano francés con el que se casó, un ser humano excepcional, también con una profunda sensibilidad estética, fue el editor de los tres libros, y quien realizó no sólo las carátulas sino también la diagramación de los mismos.

Berta Lucía Estrada, con la presentación de sus trillizos literarios, se está ganando un sitio de honor en las letras caldenses. Tiene formación, recorrido, mundo, vocación y méritos suficientes para alcanzar este reconocimiento. Su escritura es de una alta dosis de contenido estético, con fuerza argumental, de limpieza idiomática y de una pulcra depuración estilística.

Alguna vez le preguntaron a Guillermo Cabrera Infante sobre su vocación como escritor en el mundo que le había tocado vivir y respondió: “No creo que el escritor sea un misionero, ni siquiera creo que el escritor tenga deberes como tal. El único deber, si hay uno del escritor, es escribir lo mejor posible”. Y Berta Lucía Estrada, con estos tres libros, ha sido fiel a esta aseveración del escritor cubano. Nos ha dejado un testimonio de lo que es saber escribir lo mejor posible.

Carlos Arboleda

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