En común de Edgar Bayley: propuesta de un nosotros

Ensayo de María Amelia Arancet Ruda
Universidad Católica Argentina - Conicet
marime@redynet4.com.ar

Resumen:
Nuestro trabajo se inscribe en la línea de literatura e identidad. Edgar Bayley (1919-1990) en En común (1944-1945) hace patente una parte de nuestro modo de ser, que se define más bien como deseo. En este primer poemario rastreamos la presencia del sujeto y concluimos que se trata de un nosotros con determinadas características, por ejemplo: es plural, está unificado por las circunstancias, se concibe digno de homenaje, es fervoroso y se percibe pleno de posibilidades. Frente a él, los otros están signados, fundamentalmente, por la resistencia al cambio. En común de Edgar Bayley, que representa una instancia de madurez en el proceso de formación de nuestra identidad, es emergente de una tradición, registro de un momento determinado y propuesta concreta, con lo que quedan articulados pasado, presente y futuro.

1. Justificación e introducción

Nuestra intención en este artículo no es otra que hacer un aporte más a esa amplia página de identidad y literatura. Puede parecer extraño tratar este asunto respecto de un autor como Edgar Bayley (1919-1990), tildado generalmente de hiperesteticista y de alejado de la realidad. Sin embargo, en su poesía Bayley hace patente al menos una parte de nuestro modo de ser, que, según veremos, se define más bien como deseo[1].

Tomaremos su primer libro, En común (1944-1949), donde la identidad del sujeto se forma, como toda identidad, por medio de la dialéctica entre ‘yo y el otro’, o entre ‘nosotros y los otros’. Bayley invencionista quiere que el lector siga el camino que -según fórmula usada por el mismo autor- las valencias poéticas[2] de las palabras sugieran a su competencia y que así evoque en su espíritu todo cuanto nos hermana: lo común. En este poemario el fervor vanguardista[3] se ha volcado a la tarea de conformar un nosotros que no está identificado con una faceta única, sino que por el contrario pretende incorporar múltiples aspectos simultáneamente[4].

Veremos en este trabajo qué rasgos asume el nosotros y cuáles se le adjudican a los otros, así como también qué momento dentro del proceso de formación de la identidad viene a encarnar esta obra.

2. Nosotros y los otros en En común

En común es un libro pleno de entusiasmo que, como exponente del neohumanismo del 50, brega por recuperar lo propio del ser humano. En consonancia con este anhelo de poner en primer lugar al hombre, el objeto textual de En común parece ser un “algo” característico de él. Para designar esa propiedad no es casual la ausencia de sustantivo en el título, ya que el acento no está puesto en qué cosa debe ser idéntica para todos. Si se determinara ese qué, se estaría dictando una norma. Lo que importa es que ese algo iguala indiscutiblemente.

Ubicado el poemario en la perspectiva que hemos elegido, cabe preguntarse cómo es el nosotros que se perfila en la obra. El sujeto de En común no se clausura en un individuo, pretende ser plural. Por otra parte, podemos considerar desde qué encrucijada habla el sujeto, ya que, lo que aglutina a este nosotros no son los caracteres esenciales, sino los existenciales. Hablamos, entonces, de su circunstancia, claramente determinada en el poema “Aquí”, cada una de cuyas dos estrofas comienza con el sintagma “es tiempo de”:

es tiempo de cambiar el sueño
de librar las mañanas
la transparencia renovada
de vivir entre todos

es tiempo de perder las llanuras
de volver al eco de nuestra luz semejante
tiempo de razonar
bajo el horizonte ganado por el amor y el mundo

El tiempo y el espacio de la enunciación están marcados por un fuerte requerimiento, el de una renovación profunda. Desde ese aquí y ese ahora el sujeto formula su invitación al cambio. Desde esa actitud motivadora busca construir un nosotros básicamente abierto, en tanto que quiere adeptos. La enunciación de que “es tiempo [...]/ de vivir entre todos” y “de volver al eco de nuestra luz semejante” muestra un nosotros dispuesto a la comunicación y consciente de que la época reclama un cambio y un esfuerzo aunado.

De los veinte poemas que componen el poemario que nos ocupa casi todos hacen presente al nosotros. Y este nosotros es inclusivo[5] (Kerbrat-Orecchioni, 1993, 52), ya que se plantea como la suma ‘yo + tú’, por lo que el alocutario y el lector concreto siempre son incluidos en el discurso. En la mayoría de los poemas está subrayado ese afán de contención (se habla de “nuestra unión”, “nuestra amistad”, “nuestro amor”). Este reconocimiento de que nada humano es ajeno, se destaca también en que, cuando hallamos propiedades del nosotros, suelen mencionarse opuestos: “tu alegría/ tu tristeza” (poema 2), “nuestra constancia y nuestra inconstancia” (“La poesía”). La consigna parece ser no dejar nada al margen.

Sin duda el nosotros que estamos investigando encierra mucho de expresión de deseo; así lo atestiguan el abundante uso de los términos ‘futuro/a’, ‘horizonte’, ‘frontera’, el empleo del tiempo futuro y la presencia de verbos como ‘venir’ (sobre todo en 3° del singular), ‘hacer’, ‘construir’, etc..[6] Estos elementos denotan unos y connotan otros el mismo sentido de una voluntad proyectada hacia adelante. Este nosotros se percibe a sí mismo como una realidad presente y al mismo tiempo como una meta a lograr.

Por otro lado, el de En común es un nosotros que se pretende numeroso; frecuentemente leemos “Todos nosotros” (en el poema del mismo nombre), “somos millones” (“La poesía”), “estamos por millares” (poema 8). Y este nosotros planteado como multitudinario, y por lo mismo representativo, quiere definirse a partir de lo cotidiano, según lo atestiguan las enumeraciones, por ejemplo ésta del poema 4:

[...]
en el ámbito del roble
en el rostro del alba
en el paso contraído de la lluvia
en la cita secreta
en la cita pública
en el comienzo y ahora
en la hierba húmeda
en la fría violencia y el arrojo del azar
[...]

El nosotros de En común se concibe digno y merecedor de adhesión, bienes que el sujeto le tributa en “Poema en homenaje”. Esta composición está constituida por una larga tirada de proposiciones causales a las que les falta la oración principal. Su hermetismo inicial se va aclarando a medida que avanza la poesía. Es un himno a este nosotros compuesto por “la voz más numerosa y la confianza más encendida”; a su vez está ligado a un comienzo y a todo el entusiasmo propio de tal instancia, por lo que se refiere “el calor seguro del comienzo”, “[...] el fuego [que] afirma esta noche su comienzo”, “el aire naciente”, etc.

A lo largo del poema se detectan dos isotopías, una bélica[7] (“combate”, “enemigos”, “acuciar”, “avance”) y otra que revela una voluntad decidida y valerosa (“sueño”, “intrepidez”, “arrojo”, “libertad”, “riesgo”, “empeño”, “propósito”). Ambas isotopías se condensan en el último verso, ahora pleno de sentido: “nos hemos encontrado en el mismo desafío y en la misma batalla”. Son estas dos circunstancias del nosotros, la de estar dispuesto a entrar en guerra y la de afrontar un reto, las que unen lo disperso, y son vistas como meritorias.

En “Los hombres y los años” nuevamente encontramos a ese nosotros identificado con la humanidad. En la primera estrofa se sienta el punto de partida: “a uno y otro lado de la muralla” (es decir, más allá de divisiones) todos, la vida entera, persigue un único fin, que está asociado al origen: “los años quedan clausurados en su primer regazo/ en los ojos abiertos hacia el amanecer”. Luego, de la estrofa dos a la cinco inclusive, se repite el sintagma “hablo de”, expresión coloquial mediante la cual el sujeto introduce enumeraciones que intentarán explicar la tensión “hacia el amanecer” enunciada en la estrofa inicial:

[...]
hablo de la sed y el sueño líquido del hombre
de los deseos la esperanza el insomnio en el extremo del valle
del enjambre de la memoria y nuestras mandíbulas fuertes
del temblor la ronca membrana de los rieles
y el humo del poblado
[...]

Cada momento, cada actitud, cada estado, cada trance de la vida humana que leemos e interpretamos en los versos anteriores cobra peso en función de un inicio (aquel “amanecer”), tal vez un paraíso perdido.

La estrofa sexta se relaciona con el poema “Aquí” por la exhortación al cambio. Aquel “tiempo de cambiar el sueño” se corresponde con esta necesidad de “inventar el mundo”:

[...]
es necesario inventar el mundo
iluminar los ojos
ver la extensión abierta a nuestro impulso
una rama en la luz
acunada por las voces de los héroes anónimos
castigada por el peso muerto de los consuelos
[...]

Encontramos en este fragmento una bellísima imagen, condensadora del nosotros propuesto: “una rama en la luz”. Esta imagen inventada, verdadero hallazgo estético por su simpleza, nace del verso anterior, “la extensión abierta a nuestro impulso”, que conceptualmente transmite la misma idea de tener delante un vasto campo de posibilidades. Asimismo los dos versos siguientes especifican esa “rama en la luz” en el sentido de un nosotros que recibe el favor de los hombres comunes (“acunada por las voces de los héroes anónimos”) y que debe soportar la carga de lo pasado y de lo preestablecido (“castigada por el peso muerto de los consuelos”).

“una rama” inevitablemente hace pensar en un tronco común; a su vez, denotativamente, rama es la parte del árbol de donde salen los brotes, las hojas, las flores y los frutos. Por el mismo mecanismo significativo se hacen presentes las nociones de vegetalidad, de renacimiento, de florecimiento. A ello se agrega el sintagma circunstancial “en la luz”, que viene a constituir su ámbito de expansión y dice un espacio abierto, sin límites perceptibles. Por medio de esta imagen entendemos que el nosotros se ve a sí mismo creciendo sin obstáculos, en una amplitud promisoria, pleno de vitalidad.

En el poema en prosa “Los años en libertad”, “Decir es el potro de la invasión”, según enuncia su primera frase: ésa (decir) es la fuerza y la acción del nosotros. Asimismo el sintagma de cierre resulta clave, “Decir es la noche que rechaza tu desierto, la civilización que desvasta [8] los números”: vemos que decir no es desierto (léase barbarie, que rechaza), ni civilización. Es -será- algo nuevo, quizá la fusión de ambas. Esta frase final refiere la destrucción por sí mismos tanto del desierto como de la civilización. En definitiva “decir”, imagen de la nuevo y suprema posibilidad y manifestación del nosotros, anula la vieja dicotomía civilización y barbarie.

* * *

En cuanto a los otros[9] -sabemos que la identidad se forma de manera relacional[10] - la facultad que les es adjudicada a los otros es la de juzgar (poema 8), contraria a las de igualar e incorporar, propias del nosotros. Luego vemos que los otros, bajo el rótulo de “los enemigos”, están lejos del nosotros porque se ubican “lejos del fervor en la caravana interna del desprecio” (en “Poema en homenaje”). En “La poesía” más que en ninguna otra composición se enfrentan nosotros y los otros: “[...] No, vuestra opacidad no alcanzará a destruirla [la poesía]”. Frente a la entrega generosa, a la frescura, a la fertilidad, a la inocencia, al valor del nosotros, tenemos la mediocridad, la docilidad y la cobardía de los otros.  

3. Recapitulación y conclusiones

En común de Edgar Bayley es emergente de una tradición, registro de un momento determinado y propuesta concreta, con lo que quedan articulados pasado, presente y futuro. En primer lugar representa el emergente de una vieja y continuada necesidad de integración, característica del continente latinoamericano, culturalmente compuesto por elementos de las más diversas procedencias. Tal anhelo de conformar un nosotros, constituye en sí mismo una tradición. Este poemario desde el título se enrola en dicha búsqueda.

En común es registro por cuanto hay una enunciación que da cuenta de un momento determinado, un momento clave y de crisis en nuestro devenir como entidad cultural nacional. Pero no lo hace desde la crítica o el realismo social, sino dando voz a un plan comunitario. El 50 es un momento de fractura. En común surge de un poeta e intelectual que percibe en el ambiente la necesidad de que surja un nuevo nosotros, que debe abandonar, finalmente, viejas estructuras.

La propuesta formulada por nuestro autor en En común representa una etapa de madurez en el proceso de formación de una identidad. Propuesta que ha quedado abierta para ser realizada y que se asocia con la necesidad de un sistema democrático, para el cual la realidad no es un todo homogéneo, hay diferencias; lo que nos hermana son las circunstancias.

En común presenta un nosotros que desea unificar sin imponer nada. Expresado en otros términos, sostenemos que el nosotros que es sujeto en En común no es grupo (nación) por motivos raciales ni contractuales, sino culturales. El punto de encuentro está en la vida diaria de la comunidad, que es lo que verdaderamente hace a su cultura. Y a diferencia de los lazos étnicos o legales, que son fijos, los culturales son naturalmente modificables, con el solo transcurso del tiempo.

A su vez -según analizamos- este nosotros se ve a sí mismo inocente (ligado siempre al origen), valiente, lleno de fuerzas y de posibilidades, plural (es multitud), y por lo mismo casi invencible, meritorio y digno.

El nosotros es conscientemente en relación con un otro, y se define por el deseo de integrarlo. Vive este contacto como un enriquecimiento, destaca a la vez tanto lo distinto como lo que asimila, por lo cual no cae en el universalismo (que puede correr el riesgo de la abstracción o bien del etnocentrismo). Así el nosotros de En común admite todo[11]. Dicho de otra manera, supera la instancia de la negación -que según Susana Rotker es tan propia de la cultura argentina-. Es capaz de mirarse al espejo y reconocer aun lo que hasta entonces era visto como ajeno.

Claro que, si bien se anhela la unión con el otro, aunque sea mínimamente, éste subsiste como distinto. Sus rasgos fundamentales, los rechazados por el sujeto, son el silencio y la negativa al cambio. Es decir que según el sujeto de la obra, el otro se identifica con el ser recortado y encastrado en un molde, fosilizado, opuesto al devenir.

Contrariamente, lo más destacado del nosotros es la apertura y la capacidad de decir, según los dos versos que, desde la óptica escogida, interpretamos claves: el nosotros como “una rama en la luz” y para el cual “decir es el potro de la invasión”.

Para el nosotros de En común, orientado a experimentar la realidad completa, la palabra es lo más definitorio. La palabra como término al que se arriba al cabo de un camino de percepción, de intelección, de entrañamiento y de designación[12]. Decir esta palabra, darle existencia, en tanto lo opuesto de callar, significa invalidar toda dicotomía, por extensión equivale a no polarizar el propio ser. Esta palabra se convierte en un modo de existencia, como el canto del gaucho Martín Fierro; una manera de vida que sólo puede ser en libertad y con pleno sentido de la dignidad propia, valor que no se subordina.

Lo más rico del nosotros propuesto por Edgar Bayley en En común es, finalmente, que no suprime las diferencias, sino que las adopta como partes constitutivas. Esta actitud representa un momento de madurez en el proceso de formación de la identidad, ya que se nos invita a salir de los límites inmediatos, pero no con un gesto destructivo, sino para ensanchar el grupo de pertenencia, sin temor a que sea borrado. La idea es vislumbrar un horizonte más amplio, tanto que todo nosotros más pequeño tenga su lugar en él. Así, más que por lo que es, el nosotros de En común existe por cuanto puede llegar a ser. 

BIBLIOGRAFÍA:

Bayley, Edgar. 1976. Obra poética. Bs.As., Corregidor, 1976.

----------------. 1966. Realidad interna y función de la poesía. Rosario, Ed. Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, 1966. [Col. Ensayos/ 1].

Giordano, Carlos. 1983. “Entre el 40 y el 50 en la poesía argentina”, en: Revista Iberoamericana, v. 49, n° 125, Pittsburgh, pp. 783/796.

Jitrik, Noé. 1964. “Poesía argentina entre dos radicalismos”, en su: Ensayos y estudios de literatura argentina. Bs.As., 1970. pp. 200/221.

Lévi-Strauss, Claude (comp.). 1077. La identidad Seminario interdiscplinario. Barcelona, Petrel, 1981.

Rotker, Susana. 1999. Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina. Bs.As., Ariel, 1999.

Todorov, Tzvetan. 1989. Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana. México, Siglo Veintiuno Editores, 1991.

Urondo, Francisco. 1968. Veinte años de poesía argentina, 1940-1960. Bs.As., Galerna, 1968.

NOTAS:

[1] Varios críticos, como Noé Jitrik, Francisco Urondo y Carlos Giordano, han destacado el lugar de Edgar Bayley dentro de la poesía del 50 en relación con su aporte a la poesía nacional. Noé Jitrik afirma que la poesía posterior al peronismo -más que la narrativa- ha demostrado una maduración por parte de los escritores en cuanto a “lo que les concierne como tales en el trabajo total de la colectividad” (1970, 195). Jitrik incluye a nuestro autor en ese grupo de poetas, que tienen el mérito de “no haber eludido la representatividad de su clase, una pequeña burguesía que tiene mucho para hacer en el país” (1970, 196).    

Francisco Urondo también ha observado y valorado que la labor creativa de Bayley tiene qué aportar al tema de la identidad nacional. Este estudioso identifica en Bayley el firme intento de “nombrar lo propio”. Esta acción de nombrar es un modo concreto de definir la identidad: poder decir lo vivido otorga plena entidad a una experiencia y sabemos que en una comunidad son algunos pocos los que asumen la función de ser voz cabal.

Por otra parte hay quienes destacan el papel del invencionismo en cuanto a la problemática de la identidad; y hablar de tal corriente es, inevitablemente, hablar sobre todo del primer Bayley. Así Carlos Giordano observa que si bien la búsqueda invencionista es contraria a todo nacionalismo, su insistencia en la cotidianeidad y en el hecho de que lo importante es el tono de las palabras, deja ver formas típicas de una manera de ser nacional (1983, 796). Unos años antes, en su famoso artículo sobre la poesía argentina entre dos radicalismos, Noé Jitrik pondera el “atraso” de esta segunda vanguardia, porque cambia el sentido del epigonismo históricamente constitutivo de nuestra poesía; dice que en el 50 no es reverencial. Esto significa que hay sentido crítico y, por lo tanto, un primer asomo auténtico de lo propio, un yo o un nosotros que cuestiona y a través de tal actividad cuestionadora se perfila.

[2] Bayley habla de estas valencias en su ensayo “Realidad interna y función de la poesía” (el cual da nombre al libro que lo incluye) cuando explica el proceso de escritura poética: “[...] una vez que el acto de escribir comienza se produce lo que René Char llamó la elección objetiva. Vale decir, que el poeta comienza a trabajar con las palabras; comienza a elegir las más adecuadas para su propósito expresivo. Inventa, no traduce. Su interés no está en mantenerse fiel a la emoción inicial, sino en aprovecharla estéticamente, combinando las valencias poéticas de las palabras que la emoción hace surgir en su espíritu” (Bayley, 1966, 20). Esa palabra poética actúa para nuestro autor como un “excitador de estados mentales. O sea, que la palabra aislada cobra sentido para nosotros merced a una actividad libre del espíritu, distinta en cada uno, pero de un tono igual en todos” (ídem).

[3] En común resuma optimismo. Basta leerlo una vez para descubrir en él un fervor que, por la intensidad (no por el objeto), es similar al fervor de Buenos Aires del Borges de 1922. Ese entusiasmo creador asociado con la esperanza puesta en el arte son lo propio del espíritu vanguardista. Como ejemplo podemos mencionar el penúltimo poema de En común, “La poesía”, prosa poética que es una suerte de declaración de principios: “La poesía es invadida por momentos, pero la resistencia existe, no lo dudemos”. Básicamente hay dos elementos que permiten hablar de espíritu vanguardista al leer este texto: el vocabulario relativo a lo bélico, tal como si estuviéramos en los felices años 20, y “el entusiasmo, el fervor, la emoción y la energía” que Mihai Grünfeld destaca como propios de la vanguardia, cualquiera sea su variante (1995, 1).

No obstante la similitud inicial entre la primera y la segunda vanguardia, este fervor de EB es más maduro que el del martinfierrismo. La poesía del 50 presenta menos desenfado, hay menos lugar para la alegre despreocupación que signó los años prósperos de Alvear. Hacia mitad de siglo XX la palabra “compromiso” ya es una exigencia neta.

[4] De algún modo lo que en Bayley es planteo consciente, está prefigurado en Borges como intuición de un conflicto constitutivo. Alberto Julián Pérez lo analiza claramente en “Borges y el dilema de la identidad en Hispanoamérica”, en: Modernidad, vanguardias, posmodernidad Ensayos de literatura hispanoamericana. Bs.As., Corregidor, 1995. pp. 235/243.

[5] El nosotros es inclusivo, ya sea que se haga presente por medio de la 1° del plural o de la 1° y la 2° del singular.

[6] “nuestra libertad futura hace su nombre/ y el curso de sus manos” (poema 4), “equilibrados y sin límites/ el porvenir ha hecho de nosotros/ su color extremo” (poema 8), “nuestra frontera vendrá” (poema 8), “los años entregarán tu aventura” (“Encontrar es decir”), “distancia crepitante, llena de futuro” (“La poesía”), “podemos recordar y construir los deseos futuros” (Poema en homenaje”), etc.

[7] En el poema “La poesía” la misma isotopía bélica se extiende de principio a fin, y está aun más desarrollada. El sujeto plantea una situación de enfrentamiento entre la poesía y sus enemigos. La poesía, indudablemente asociada al nosotros, tiene que ver con “los más jóvenes”, con “candor” y “vigor”, con “la sonrisa de los niños, de los jóvenes amantes, de los olvidados”, con lo cotidiano y lo desconocido. El objetivo, arduo y bien vanguardista, es precisamente hallar lo desconocido en lo cotidiano, tal como lo proponía Oliverio Girondo en el manifiesto del martinfierrismo: todo es nuevo bajo el sol, si se mira con ojos nuevos.

[8] “Desvastar” tal como lo usa Bayley estrictamente no existe; podría ser devastar (‘destruir un territorio’) o desbastar (‘quitar las partes más bastas’). Sea como fuere, por el cotexto ambos sentidos son admitidos.

[9] Ese otro figura en forma explícita en cuatro poemas (poemas 3, 8, “Poema en homenaje” e indirectamente en “Los años en libertad”), lo cual no es mucho si consideramos que En común tiene veinte. Esto se debe a que no se busca la diferenciación, sino la suma.

[10] Para ver esta idea más desarrollada, cfr.: Levi-Strauss, 1977, 11-21.

[11] Esta propuesta está acorde con la de varios cuentos de Jorge Luis Borges, como “Historia del guerrero y de la cautiva”, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, “Deutsches Requiem” y “El inmortal”, según Alberto Julián Pérez(vid. Cita de nota al pie n° 4).

[12] De aquí la insistencia en el “nombre” de las cosas a lo largo de En común. Poseer ese nombre implica haber calado hondo en la realidad y, desde ese lugar de autoridad moral e intelectual, tratar con el mundo.

© María Amelia Arancet Ruda 2003
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/bayley.html

 

María Amelia Arancet Ruda

Universidad Católica Argentina - Conicet
marime@redynet4.com.ar

 

Publicado, originalmente, en: Revista Espéculo, Año IX Nº 25 / noviembre 2003 - febrero 2004

Revista Espéculo (del lat. speculum): espejo. Nombre aplicado en la Edad Media a ciertas obras de carácter didáctico, moral, ascético o científico.

Revista Espéculo Electrónica Cuatrimestral de Estudios Literarios editada por la Facultad de Ciencias de la Información - Universidad Complutense de Madrid (España)

Link del texto: https://webs.ucm.es/info//especulo/numero25/bayley.html

 

Ver, además:

 

                      Edgar Bayley en Letras Uruguay

 

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