El camino de los sueños diurnos
(Capítulo 2 de la biografía de John Fante escrita por Juan Arabia
[23])

- I -

Si bien con fines distintos de los que aquí se presentan, es Werner Sombart quien con notable sencillez resume las características del alma infantil, sus valores elementales. El autor nos dirá que en la vida de todo niño persisten cuatro ideales: la grandeza, el movimiento rápido, la novedad y el sentimiento de poder. 

Por otro lado, esta simplificación total de los fenómenos psíquicos, quizá incompleta para muchos y también superficial, no deja por ello de ser a su vez sorprendente, ilustre y necesaria.

Cualquier tipo de acercamiento que el lector realice con la obra de John Fante, encontrará algo más que vestigios de estas mismas características; sobre todo en aquellos libros en donde Arturo Bandini (su alter-ego) no ha transitado todavía hacia el momento de su adultez.

Se enfrentará a la grandeza, en algo más que en su aspecto lúcido y sensible; como también en el movimiento rápido y la novedad, rasgos de por sí muy característicos del inmemorable personaje.

Pero para tomar sólo uno de estos determinados elementos, y para justificar rápidamente lo que aquí se intenta poner en pie, hablaremos específicamente sobre el último de los valores propuestos: el sentimiento de poder.      

Sombart, para explicar dicho elemento, utilizará el ejemplo y no la definición: “arranca las patas de las moscas, obliga al perro a hacer piruetas (...) hace volar su cometa”.[1]

Es decir que el niño descansa cómodamente frente al antojo y deseo de su voluntad, en la que todavía no parece existir un límite o un precipicio. Cierra sus ojos y se deja caer, una y otra vez; hay algo anterior que siempre lo mantendrá erguido sobre su siniestra senda.

Este sentimiento de superioridad frente a las cosas, se hace explícito en muchas de las novelas de John Fante. Sobretodo en Camino a los Ángeles y en Espera a la primavera, Bandini, en donde su alter-ego Bandini es todavía un joven muchacho:                                

“Me acerqué a gratas a la orilla del estanque, y cacé un grillo. Un grillo negro, gordo y fornido (...) Luego quiso escapar. Dio un salto y se puso en marcha. Tuve que romperle las patas. No hubo más remedio (...) Raptaba lastimosamente por lo que había sucedido.” [2]

 

“Dos moscas insolentes me siguieron. Me detuve en seco, echando chispas, y me quedé inmóvil como una estatua, esperando a que las moscas aterrizaran. Al final atrapé una. La otra escapó. Le arranqué las alas y la tiré al suelo. Se arrastró por el suelo de tierra, moviéndose como un pez, pensando que escaparía de mí de aquella manera. Ridícula criatura. Durante un rato dejé que se confiara. Entonces salte sobre ella con ambos pies y la aplasté contra el suelo. Levanté un montículo encima y escupí en él”. [3]

 

“Cogió un pedazo de carbón del tamaño de su puño, se echó atrás y calculó las distancia. El pedazo estuvo a punto de segar la cabeza de la vieja gallina parda que tenía más próxima, pero le rebotó en el cuello y se perdió en la parte de los pollos. El animal se tambaleó, se desplomó (...) La vieja gallina parda estaba otra vez en pie y bailoteaba aturdida en la parte nevada del corral, trazando un extraño dibujo zigzagueante y rojo en la superficie de la nieve. Murió despacio, arrastrando la cabeza ensangrentada hasta un montón de nieve (...) Contempló la agonía del animal con satisfacción e indiferencia”. [4]  

Si bien éste sentimiento se hace más que explícito en los ejemplos denotados, válido resultará también vislumbrar las mismas características en el trato cotidiano que mantiene el personaje con sus pares. Arturo Bandini lee autores difíciles, se diferencia del vulgo, de las personas comunes. Siente esta misma superioridad frente a su familia o compañeros de trabajo: 

“¡Mi propia hermana hundida en la superstición de la plegaria! Carne de mi carne y sangre de mi sangre. ¡Una monja, la novia de un dios! ¡Cuánta barbarie!”[5]

 

“Dame un cigarrillo-dije-, negrito. Le dio de lleno. Ah, y cómo le dolió el pepinazo. (...) – La verdad es que no eres un negrito-dije-. Eres un maldito filipino, que es peor. Un filipino amarillo. ¡Un maldito extranjero oriental! ¿No te resulta inquietante tener blancos cerca?”[6]

 

“Después de leer la mierda que has escrito, permíteme decir, en nombre del mundo en general, que si desapareces de este valle de lágrimas será una suerte para todos. No sabes escribir, Sammy (...) Me gustaría decirte con sinceridad que no quiero que te mueras”[7]

Pasajes de tal índole persisten en cada una de sus páginas. Sea cosa de abrir cualquiera de sus libros, el lector se encontrará frente a las mismas ideas y conceptos: el enfrentamiento como mecanismo de existencia.

Su vida no sucede sino en pos de la rivalidad. Sea contra el régimen burgués y cristiano, o contra la institución familiar; no habrá sino y a fin de cuentas un único y eterno enfrentamiento: el que mantiene él contra sigo mismo.

Y es que en la obra de Fante la niñez misma será sólo vestigio. Como el atardecer lo es de la noche, éste carácter infantil alumbra y prologa una luz que con paciencia espera ser descubierta. Tal vestidura no es sino la sombra del cambiante rostro del crecimiento. 

- II -

El poeta es un hombre que ha conservado sus ojos de niño, decía Daudet. Por su parte, Freud también encontraba en el juego del niño una de las primeras huellas de la actividad poética. En su ensayo titulado El poeta y los sueños diurnos, advierte: “el poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma muy enserio; esto es, se siente íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo resueltamente de la realidad”.[8]

Ahora bien, el pasaje de niño a hombre adulto supone la renuncia de este juego. Juego regido por un deseo: el deseo de ser adulto[9].

Sin embargo, y he aquí uno de los grandiosos aportes del autor, tal Renuncia no se presenta sino como aparente: “lo que parece ser una renuncia es, en realidad, una sustitución (...) Cuando el hombre que deja de ser niño cesa de jugar, no hace más que prescindir de todo apoyo en objetos reales, y en lugar de jugar, fantasea”. [10]

El pasaje de una forma a la otra, es decir la sustitución del juego por la fantasía, presenta caracteres bien diferenciados. Mientras que el primero es exteriorizado y no encuentra un solo motivo para permanecer oculto; la fantasía o sueño diurno se presenta en cambio como algo íntimo, personal, y que precisa ser reservada ante los demás.

La hipótesis de Freud hacia el final del capítulo no será otra sino que la de considerar al acto poético, al poeta en sí, como una continuación sustitutiva de los juegos infantiles: “el poeta nos hace presenciar sus juegos o nos cuenta aquello que nos inclinamos a explicar como sus personales sueños diurnos (...) contribuye no poco a este resultado positivo el hecho de que el poeta nos pone en situación de gozar en adelante, sin avergonzarnos ni hacernos reproche alguno, de nuestras propias fantasías”.[11]

Es decir que aquél soñador despierto, que se avergüenza de sus fantasías, ocultándolas; encuentra en la figura del poeta al héroe o portavoz de sus más íntimos secretos: 

“y que al leerla los otros digan a su coleto;

esto lo pensé yo alguna vez en secreto”.[12]

Ahora bien. Esta transición descubierta en 1907, encuentra en eco no muy lejano en un sórdido ático de Long Beach hacia 1930. John Fante trabajaba en su primera novela, Camino de Los Ángeles. Intentaba en ella reflejar su historia de vida, o más bien, su corta existencia; ya que el autor contaba apenas con veinticuatro años cuando comenzó a escribirla.

Nos encontraremos allí con gran parte de su historia, o al menos con una eventual muestra o inmemorable pieza de su juventud.

El pasaje planteado del juego que deviene en poeta, encontrará en sus páginas un fiel reflejo. Pero Fante irá más lejos, ya que  jugará con tal idea.

Al principio de Camino de Los Ángeles, es la figura de un niño la que todavía se oculta detrás de la envoltura de un adolescente. Semejante idea se comprueba -más allá incluso de lo anteriormente esbozado- en el momento en el que el personaje se convierte de un momento a otro en escritor. El elemento planteado por Sombart en tanto novedad (“el niño tira un juguete para coger otro, empieza un trabajo para dejarlo a medias, porque le atrae más otra ocupación”[13] ) cobra nuevamente significado: 

“Mientras yo comía, Jim hablaba. Lees mucho –dijo-. ¿Has probado a escribir alguna vez? Ya estaba. En lo sucesivo sería escritor. –Ya estoy escribiendo un libro.  Quiso saber que clase de libro. –Mi prosa no está en venta-dije-. Escribo para la posteridad (...) -¿Qué escribes? ¿Cuentos o novelas? –Las dos cosas. Soy ambidextro. –Ah. No lo sabía. Fui al otro extremo del local y compré un lápiz y un cuaderno.”[14] 

Y así ocurre sin más. Bandini es ahora un escritor. Luego de tomar algo en Jim´s Place, un bar de los suburbios de Los Ángeles, camina rumbo hacia el puerto en busca de argumentos para su nueva profesión: 

“Me gustaba ir allí (...) Me ponía soñador y pensaba mucho en lugares lejanos, en el misterio de lo que contenía el fondo del mar, y todos los libros cobraban vida de repente”.[15] 

Al llegar se detiene en un puente, cerca de una industria pesquera. Humedece su lápiz y sobre su cuaderno recién comprado escribe: “Interpretación psicológica del estibador de hoy y de ayer”, por Gabriel Arturo Bandini. Pero le resulta un tema difícil. Intenta volver a escribir, una y otra vez, hasta que finalmente desiste y cambia de argumento. Supone que la filosofía le resultará algo más fácil. Anota luego en sus papeles: “Disertación moral y filosófica sobre el hombre y la mujer”, por Gabriel Arturo Bandini. Pero pasadas las primeras veinte líneas se cansa, dejando de lado otra vez toda aquella historia.

El inquieto e impaciente personaje decide en cambio bajar del puente y caminar sobre unas rocas que bordeaban la orilla del mar. Iniciaba así un largo recorrido sobre pedruscos cubiertos de musgo y pequeños charcos, sintiendo ya la extrañeza del subterráneo y frío lugar.

Hasta que de pronto, percibe que algo comienza a moverse debajo de sus pies. Las piedras parecían tomar vida o algo parecido. Súbitamente sintió el rápido movimiento de seres que reptaban: miles y miles de cangrejos asechaban el lugar en el que estaba de pie. 

“A mis pies había un nido de cangrejos aún más pequeño (...) Lo cogí y lo sostuve mientras pataleaba con desesperación, tratando de picarme. Pero lo tenía bien sujeto y él estaba indefenso. Eché atrás el brazo y arrojé al cangrejo contra una piedra. Reventó produciendo un chasquido (...) Pero los pequeños no me interesaban, era a los grandes a los que quería destruir. Eran adversarios dignos del gran Bandini, de Arturo el conquistador. En la orilla había uno montón de piedras. Me subí las mangas y empecé a tirárselas al cangrejo más grande (...) Casi le había tirado ya veinte piedras cuando le di. Fue un triunfo.”[16]  

Matarlos a pedradas no le resultaba algo sencillo. Además de la numerosidad de los ejemplares que invadían la orilla y del tiempo que requeriría matarlos a todos manualmente, las afiladas piedras comenzaron a lastimarle poco a poco los dedos.

Arturo decide entonces retirarse del campo de batalla para ir en busca de armas y municiones.

Llega así hasta un proveedor de buques donde vendían armas, y compra una escopeta de aire comprimido y una innumerable cantidad de balines: 

“Estuve matando cangrejos toda la tarde (...) Yo era Bandini el dictador, el Hombre de Hierro de Cangrejilandia (...) Habían querido derrocarme, aquellos malditos cangrejos habían tenido el valor de promover una revolución y me estaba desquitando (...) Maté más de quinientos y dejé heridos el doble”. [17]

Si bien sus primeros intentos formales de escritura resultan fallidos, el pasaje de dicho ejercicio a la inmediata aventura (o juego) se presenta como de una manera sustitutiva, explícitamente. El vínculo inquebrantable que existe entre su imposibilidad de escribir y la involuntaria búsqueda de lo novedoso (que es similar también a la sensación del juego) conduce al personaje a perderse en un escenario hasta ese entonces desconocido por él, y que necesariamente termina en una forma de diversión infantil.

Sin embargo, tampoco resulta azarosa la misma idea originaria de la palabra escribir. Si bien “Scribere” tiene su origen en el significado de “grabar” en piedra u otro material, también en el inglés “write” vendría de “writanan”, que significa “romper o rayar”.

Necesariamente en Fante perdura esta idea, la idea de la fijación. Importa tanto el hecho de matar a aquellos cangrejos como su resultado; esta idea de grabar en piedra su inmortal legado: 

“Lo atravesó limpiamente, clavándolo a la roca. ¡Recordarás por los siglos de los siglos que te he vencido!”[18]

“Admirado y lleno de auténtica veneración, mandé a poner una lápida donde había caído aquella cautivadora heroína de otra de las inolvidables revoluciones del mundo, que había dado su vida durante los sangrientos días de junio del gobierno Bandini. Aquel día pasaría a la historia”. [19]

 

“Aquellos cangrejos no me olvidarían durante mucho tiempo. Si escribieran historia me dedicarían un gran espacio en sus crónicas.  Puede que incluso me llamaran el Asesino Negro de la Costa del Pacífico. Los cangrejitos oirían hablar de mí a sus mayores y mi nombre infestaría de terror sus recuerdos (...) Algún día sería leyenda en su mundo.”[20]

La misma elección de la figura del cangrejo en Fante, tampoco debe resultarnos para nada casual o imprevista. Además de su aparición en Camino a los Ángeles, encontraremos también una importante referencia de estos crustáceos en La hermandad de la uva; otra excepcional novela del autor.

Porque, y como lo legitima la historia, en el Antiguo Egipto el cangrejo era un símbolo de la transformación y del cambio; de la renovación constante de la existencia y del alma. Idea reforzada aún más por el color rojo del cuerpo de los crustáceos; idea del fuego interior concebida por los alquimistas y que permite la transmutación.

Sin embargo, esta transformación de niño en escritor o de niño en poeta, todavía en Fante se presenta como una lejana ola que promete engrosarse con la suma de las páginas. Si bien son claras y directas las analogías y símbolos que emplea, el escritor, planteado como un escritor realista, no podrá ni querrá de un plumazo devastar la orilla en la que un niño juega a matar cangrejos.

Y he allí un punto importante en el autor: trasunta honestidad. Porque Fante más que diferenciar al mar de su ribera, intentará esclarecer el momento de la irrupción de las olas; lo que ellas con su brusco movimiento desencadenan.

Por eso en Fante la transmutación sucede como lo vivido: el poeta que todavía no es, pero que tampoco es un niño. El niño que en su juego condena un acto inmortal. El adulto que a la vez juega y fantasea, inventando para sí historias fantásticas, como la de todo verdadero escritor: 

“Un cangrejo, de brillantes colores y lleno de vida, me recordó a una mujer: sin duda una princesa entre aquellos renegados, una valiente cangreja gravemente herida, pues había perdido una pata y un brazo le colgaba lastimosamente. Me partió el corazón. Celebramos otra conferencia y decidí que, debido a la extrema urgencia de la situación, no podía haber distinción de sexos. Incluso la princesa tenía que morir (...) Durante un rato hablé con la princesa en privado, para presentarle formalmente las disculpas del gobierno Bandini y concederle su última voluntad (oír “La paloma”) Se la silbé con tal sentimiento que acabé llorando. Apunté con la escopeta su bello rostro y apreté el gatillo”.[21] 

Impresiones como las que aquí se presentan, no hacen más que abrir una puerta que ha sido atrancada. Atrancada quizás por el mismo autor; que entretanto tampoco nos ha dejado ninguna cerradura que la proteja. John Fante más bien ha favorecido estas formas.

Hacia 1983 y 1985,  dos obras inéditas del autor aparecieron póstumamente. La primera de ellas ha sido objeto del capítulo precedente; la segunda, titulada 1933 Was a bad Year, en la que narra también sucesos de su adolescencia.

En ella, el personaje es simplemente un joven  aficionado del béisbol, cuyo único y añorado sueño es convertirse en un gran lanzador.

Que sean del lector y del poeta las últimas palabras:

Oh carretas de la noche allende el lóbrego mar,

Aves mudas mueven vuestras ruedas empapadas en sal.

La pesadumbre nubla la tierra

Buscando huellas de las ruedas.

Chillan las gaviotas, saltan los peces, sale la luna.

¿Dónde están los niños?

Mi amor está lejos y los niños no están.

Un barco oscuro cruza el horizonte.

¿Qué ha pasado aquí?”[22]

Notas:

[1] Sombart, Werner: “El sujeto económico”, en El Burgués. Editorial Alianza, 1998. p. 183.

[2] Fante, John: Camino de Los Ángeles. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p.62

[3] Fante, John, op. cit., p.75.

[4] Fante, John: Espera a la primavera, Bandini. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p. 51

[5] Fante, John: Camino de Los Ángeles. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p.19

[6] Fante, John, op. cit., p.77.

[7] Fante, John: Pregúntale al polvo.  Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p. 148

[8]  Freud, Sigmund: “El poeta y los sueños diurnos”, en Sigmund Freud Obras Completas ( Tomo II). Editorial Biblioteca Nueva, Madrid. p. 1343

[9] Aquí, el deseo de ser adulto se complementa con lo propuesto por Sombart en cuanto a la grandeza, que define: “en su aspecto concreto, encarnada por las personas mayores y, en último término, por el gigante”.

[10] Freud, Sigmund, op. cit., p. 1344.

[11] Freud, Sigmund, op. cit., p. 1348.

[12] Fernández Moreno, Baldomero: “Prólogo a gallo ciego” en Antología Poética de Fernández Moreno.

[13] Sombart, Werner, op. cit., p. 183.

[14] Fante, John: Camino de Los Ángeles. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p. 32

[15] Fante, John, op. cit., p. 33.

[16] Fante, John, op. cit., pp. 36-37.

[17] Fante, John, op. cit., p. 38.

[18] Fante, John: Camino de Los Ángeles. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p.38.

[19] Fante, John, op. cit., p. 39.

[20] Fante, John, op. cit.,  p. 42.

[21] Fante, John, op. cit., pp. 38- 39.

[22] Fante, John: Sueños de Bunker Hill. Editorial Anagrama, Barcelona, 2002. p. 111

[23] Nace el 18 de junio de 1983 en la cuidad de Buenos Aires. Estudió pintura con el maestro Ricardo Garabito. Ha publicado cuentos, ensayos y poesías en distintas revistas y antologías, tanto en su país, como en el extranjero. Es el Fundador y Director de la Revista Literaria Megafón, http://www.revistamegafon.com.ar/, que se edita tanto en forma virtual como impresa en la ciudad de Buenos Aires.

Su primer poemario, titulado Canciones del Gólgota, ha tenido el privilegio de ser prologado por uno de los grandes poetas argentinos: Luis Benítez.

Actualmente dirige un seminario sobre las vanguardias estéticas de los años 30` en Argentina. (seminariovanguardias.blogspot.com).

Juan Arabia

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